No fue el resultado histórico que Alberto Fernández quería protagonizar. No fue la primera victoria del peronismo kirchnerista después de 16 años. No fue el plebiscito que anunciaban desde la residencia de Olivos y no dio paso a la reelección con la que fantaseaban al lado del Presidente. Lo histórico fue la derrota amarga que el peronismo unido cosechó en todo el país, en especial en la provincia de Buenos Aires, el lugar en el que el cristinismo tiene desde siempre su principal base de adhesiones.
El resultado sorprendió tanto al oficialismo como a la oposición, que hasta muy poco antes de que se dieran a conocer los primeros números coincidían en anticipar un triunfo oficialista en el distrito más grande del país.
La centralidad de Cristina Fernández de Kirchner volvió a incidir en los resultados: para sus detractores, es la responsable principal de la derrota; para sus incondicionales, fue la que no pudo evitarla ni disimular los errores del gobierno. El regreso de Sergio Massa, la adhesión de la mayor parte de los movimientos sociales al Frente de Todos, el apoyo del sindicalismo y el rol de los gobernadores no sirvieron para darle al kirchnerismo el plus que representó Fernández en 2019. Si Massa y el resto del peronismo sumaron puntos decisivos hace dos años, hoy ese caudal de votos extra no se nota. O el kirchnerismo los perdió en el camino o sus socios ya no suman lo mismo.
Si Massa y el resto del peronismo sumaron puntos decisivos hace dos años, hoy ese caudal de votos extra no se nota. O el kirchnerismo los perdió en el camino o sus socios ya no suman lo mismo.
Comparado con las legislativas de 2017 en el distrito que gobierna Axel Kicillof, el Frente de Todos obtuvo menos votos que los que consiguió sola, hace cuatro años, la actual vicepresidenta. En las PASO de aquel año, CFK obtuvo como candidata a senadora 3.229.194 sufragios, el 34,27% del total, frente a los 3.208.870 a favor de Esteban Bullrich, el 34,06%. Ese mismo año en la categoría de Diputados, Graciela Ocaña, ganó las primarias con un total de 3.240.499 votos (34,07%) ante Fernanda Vallejos, que obtuvo 3.054.886 (32,12%). Escrutadas el 95,66% de las mesas y con casi todo el peronismo atrás -salvo Florencio Randazzo y Guillermo Moreno- Victoria Tolosa Paz obtenía anoche 2.756.102 votos.
Pero Juntos no sólo volvió a ganar en la provincia de Buenos Aires: además, se impuso en territorios dominados por el peronismo -algunos verdaderos bastiones- como Entre Ríos, La Pampa, Salta, Misiones, Chaco, Santa Cruz, Tierra del Fuego y Chubut. Apenas dos años después del final traumático del gobierno de Mauricio Macri, el Frente de Todos perdió las primarias en un marco de deterioro crónico de las condiciones de vida de la mayor parte de la población. La alianza pancristinista fue a competir con los peores indicadores de las últimas seis elecciones en materia de consumo, empleo, poder adquisitivo y actividad económica. Le pasó como a tantos oficialismos en contexto de pandemia y recibió el mazazo de un rechazo abrumador en los comicios legislativos. Bien pensado, lo sorprendente no fue eso sino que Juntos haya sido el destinatario del apoyo mayoritario después de su reciente experiencia ejecutiva.
El peronismo unido, su piso histórico de apoyo, no logró superar la prueba ácida de un contexto en el que más de 113 mil personas murieron a causa del virus en un año y medio de pandemia y más de 20 millones de personas cayeron bajo la línea de pobreza. La inflación por encima del 50% interanual, con los alimentos por las nubes, impactó en el bolsillo de una sociedad que ya venía de dos años de caída del poder adquisitivo y acumula ahora cinco de los últimos seis años perdiendo la carrera de los sueldos contra los precios. Ese cóctel explosivo, puro presente, pesó más que ninguna otra cosa a la hora de ir a las urnas y fue, precisamente, lo que el oficialismo minimizó en los hechos escudado en el fracaso económico de Macri y amparado en la ilusión de un rebote que solo se siente en algunos sectores. Una vez más, queda comprobado: en la Argentina del estancamiento y la caída libre, con gobiernos que no encuentran la salida a la crisis, la polarización beneficia al que está en la oposición.
Una vez más, queda comprobado: en la Argentina del estancamiento y la caída libre, con gobiernos que no encuentran la salida a la crisis, la polarización beneficia al que está en la oposición.
Si no inventa algo rápido para salir de una situación delicada al máximo, el Frente de Todos va camino a una derrota de proporciones en las generales de noviembre y corre el riesgo de perder el quórum propio en el Senado donde hasta hoy reina Cristina. El oficialismo sale mucho más debilitado de lo que esperaba y entra en la cuenta regresiva para avanzar con las definiciones que hasta ahora prefirió no tomar. El Presidente queda en el centro de los cuestionamientos internos y tendrá que asumirse como responsable del mensaje de las urnas. Algunos de sus ministros, los que le pedían que no pierda el centro y no repita las cosas que ya dice Cristina, tendrán quizás alguna oportunidad de hacerse oír con más fuerza. Pero al mismo tiempo La Cámpora y Sergio Massa, esa extraña sociedad hasta hoy indestructible, incrementarán su presión para forzar los cambios en el gabinete y en el rumbo de gobierno que Fernández resistió hasta hoy con uñas y dientes.
¿Cuánto tiempo tiene el gobierno para cambiar? ¿De qué recursos dispone para aliviar en serio la problemática económica de los que fueron sus votantes? ¿El Presidente piensa pagarle al Fondo 1900 millones de dólares en los próximos días y postergar la situación de sus representados? ¿El oficialismo está destinado a radicalizarse, como pronostica la oposición, o va a ceder a los reclamos del mercado con un ministro que se ofrece a precio de remate como Martin Redrado? ¿El Presupuesto 2022, que armó Martín Guzmán para presentar en 48 horas ,llega inalterable al Congreso o sufrirá modificaciones de última hora? ¿Qué tan sólida es la alianza de las distintas tribus del peronismo si lo que se avecina es una derrota de las mismas dimensiones? Ninguna de esas preguntas tiene a esta hora una respuesta clara. Pero el debate en el Frente de Todos ya empezó y el equilibrio interno de fuerzas ya comenzó a reordenarse.
Quedará para el debate dentro del gobierno si fueron las fotos del cumpleaños de Fabiola Yañez y la lista de la romería de Olivos lo que debilitaron las chances del Frente de Todos, si fueron los vacunados de privilegio o si, por el contrario, la vacunación récord de los últimos meses no alcanzó para disimular las cifras de pobreza y las penurias de un continente de asalariados que no llega a fin de mes y advierte al oficialismo encerrado en su microcosmos.
Como hace cuatro años, cuando el macrismo se pensaba eterno, el país volvió a pintarse de amarillo y ahora Juntos vuelve a perfilarse como alternativa potente de cara a las presidenciales de 2023, como parte de una recuperación vertiginosa. Lo hace bajo el liderazgo de Horacio Rodríguez Larreta y con Macri en un segundo plano que parece irreversible. Igual que a Patricia Bullrich y Ricardo López Murphy, la oposición necesita al ex presidente para retener el voto del antikirchnerismo duro y frenar la expansión de la ultraderecha. Pero Macri ya no aparece como jefe sino como parte de ese pasado que no se puede negar pero se busca superar. Recobrado en tiempo récord, el crédito social para Juntos no puede más que sorprender y solo se entiende en relación a la debacle de un oficialismo que llegó al umbral de los comicios sin reparar en todos sus déficits y congelado en la campaña de 2019.
A dos décadas del estallido de la Convertibilidad, la novedad es la confirmación del bloque de fuerzas no peronistas en una alianza que, pese a sus tensiones internas, no se disuelve y es de lo más competitiva. Las PASO, esa instancia en la que el peronismo solía tener una mejor performance que Juntos, parten de un piso bajísimo de adhesiones para el FDT y, si se repite el escenario de otros comicios, hay que esperar una diferencia más amplia a favor de la oposición en noviembre. De ser así, los Fernández tendrán que encontrar la forma de evitar que la gobernabilidad quede afectada con un gobierno debilitado y caminar hacia 2023 en busca de volver a ser alternativa. El Presidente ya no puede dudar de qué hacen falta cambios, pero ¿cuáles son? En eso tampoco parece haber acuerdo ni claridad.
El dato adicional es la baja participación en las elecciones, 67%, atribuida por el gobierno a una pandemia que hoy no está en sus niveles más altos de agresividad. Justificada o no, lo cierto es que la asistencia electoral viene disminuyendo. En 2011 fue 78,66%, dos años después cayó a 75%, en 2015 fue de 74,91%, en 2017 rondó el 73% y en 2019 ascendió a 76,4%. Junto con el crecimiento de las opciones de ultraderecha en el AMBA y la buena performance de la izquierda -que en Jujuy logró un récord notable-, hay que registrar también el voto en blanco. Escrutadas el 95,66% de las urnas, en la provincia de Buenos Aires, el voto en blanco (4,42%), nulo (1,57%) y recurrido (0.13%) llegó al 6,12%: 510.874 votos, que le hubieran servido a Todos para superar los 3.113.849 que obtuvo Juntos.
DG