“Pará que con el pulso que tengo se van a caer todas las almendras a la mierda”, me dice Horacio Rodríguez Larreta mientras echa en el cuenco de mi mano el contenido de una bolsita trémula, a la salida de un local que vende frutos secos y panes con semillas, sobre la Avenida de Mayo, Ramos Mejía, La Matanza, provincia de Buenos Aires, en este mediodía de miércoles.
¿Cómo camina un candidato el territorio? ¿Y qué hace el candidato cuando el territorio es hostil? ¿Y cómo es caminar pegadito al candidato, y ver de cerca ya no al figurín de la tele y los programas sino el sujeto, al mismísimo sujeto, saliendo de un local y metiéndose en el de al lado, ejecutando el impudor de pedir el voto derecho viejo, de pedirte el voto en el cara, casi como arrancándotelo, mientras echa almendras en la mano de un periodista y le explica que se llama “temblor esencial” eso que tiene y que lo tiene desde chico? En La Matanza votan 1,1 millón de personas. Los padrones completos de Tierra del Fuego, Santa Cruz, La Pampa y Catamarca suman 1 millón.
A la gente de Ramos no te la comprás recordándoles que son matanceros. Ramos Mejía es el País Vasco de la Matanza, su separatismo duro, y Larreta se mueve todavía con cierta comodidad en estas calles amigas, o no del todo enemigas. El peronismo gobierna la Matanza desde 1983. En las legislativas del 2021 ganó en San Justo, en Isidro Casanova, en Ciudad Evita, en Laferrere, en Catán, en Virrey del Pino, en La Tabalada. Hubo un único lugar de La Matanza donde el peronismo perdió y perdió fuerte, perdió 54 a 22. Ramos Mejía, donde ahora caminamos.
Después de cerrar una breve conferencia de prensa en los fondos del Pampa Coffe, Larreta sale a la cancha. En media hora entra, pide el voto y se va de: una sandwichería al paso que tiene el pebete de jamón y queso a 700 pé; un kiosko que vende al mayoreo y tiene en superoferta las gomitas Yummy, a 3 por $290. Una juguetería que está colgada del estreno de Barbie y mandó a la vidriera a sus mejores muñecas; la ortopedia del Oeste, que vende prótesis, muletas, plantillas, y que también es óptica. La visita en metralla del candidato es vertiginosa y eficiente: hola, qué tal, cómo están, me van a votar, ¿no? chau, hasta lueguito.
Miguel Pichetto, tranka, cancherísimo, en las aguas de su propio Leteo, al otro lado de no sé bien qué tipo de suficiencia, enfundado en campera rústica de cuero de oveja con cuello de corderito, camina corroborando la mañana.
–Nunca dejaste de ser peronista, Miguel.
–Nunca dejé de serlo.
–Los conocés bien.
–Ponele.
–¿Cómo le ganás La Matanza al peronismo?
Se toma un segundo, Pichetto, para acomodar la estocada, y entonces dice, suelta:
–Hay que caminar.
En ese exacto momento, Rodríguez Larreta, que está en modo 360 mirándolo todo, escuchándolo todo, pasa por al lado, se cuela un segundo en la charla y dice que “le ganamos San Luis a los Rodríguez Saá, podemos ganar La Matanza”.
Hay un andar de prole, de gente en racimo, que avanza entre el resto del tumulto, entre los de a pie y sus ocupaciones del día. Ahí va el candidato, haciéndose mirar cuando no lo miran, haciéndose saludar cuando no lo saludan. Pasa un auto por la mano de enfrente. Tiene un megáfono en el techo. Del megáfono sale una voz que dice Massa presidente. El candidato mira, sonríe y saluda. Esto recién comienza.
Héctor Toty Flores, concejal por La Matanza, dirigente social y referencia de base de Juntos por el Cambio, saluda a los comerciantes como se saludan a los viejos conocidos y abre, en cuña, la llegada de Larreta a cada sitio. Las chicas de prensa aletean en un borde y todo es risas y pulgares arriba hasta que un fisurita de anteojos negros y cigarro en la voz le grita al candidato:
–Che, Larreta, ¿cómo anda Puerto Madero, anda bien?
El candidato levanta el guante, se da vuelta y responde:
–Toda la ciudad anda bien.
Ahí parecía que se terminaba todo cuando una flaquita morocha, caliente como un pava, dejó el mostrador del que parecía venir y le gritó al candidato:
–¡La ciudad anda como el ojete, forro!
Como si la hubiera estado esperando, sabiendo el paño que venía a pisar, Rodríguez Larreta, con carita de pena, le responde:
–Pero ¿por qué la agresión?
La caminata continúa, imperturbable. Supongo que lo primero que debe tener un político de carrera que quiere ser presidente de la República no es piel sino cuero. Y la mañana que decide ir a pisarle las calles al peronismo de la provincia de Buenos Aires en realidad lo que está decidiendo es ir por todo. Debés nacer con ese hambre, con el cosito de querer ser presidente, si no, no se explica esta forma de arruinarte la vida.
Más locales, negocios, vendedurías, y más pedido del voto. Hay que ser dueño de cierto impudor, de cierto descaro, para parar a alguien por la calle y decirle: votame. ¿Por qué? Porque sí.
–Es sorprendente, Horacio, cómo pedís el voto derecho viejo, sin pudor. Votame.
Larreta me mira como diciendo: qué boludez me está preguntando. Acto seguido encara a un pibe con brackets y le espeta:
–¿Vas a contribuir con el voto?
El pibe se ríe porque no puede hacer más que eso, reírse de los nervios.
–No sé –le dice. Entonces Larreta huele la sangre de la indecisión y va por su presa. Se detiene, se le acerca, le pide el candidato al pibe tímido, intimidado:
–No me falles.
No deja de ser amable, pero sin dejar de meter presión. Le quiere arrancar el voto como el dentista le sacará los brackets el día que le toque.
–Puede ser –le dice el chico, que no sabe cómo salir del paso sin mentir y sin defraudar.
El candidato mete quinta, lo estrecha en un abrazo y le vuelve a preguntar:
–¿Puedo confiar en vos o no?
Muy bien, esto es una campaña política por el sillón de Rivadavia, así debe ser que uno se lo gana, metiendo fuerte el gancho cerrado ahí donde se abre el hígado de una vacilación. ¿Puedo confiar en vos o no? le pregunta Horacio Rodríguez Larreta a un pibe cualquiera que estaba justo ahí, en una callecita de Ramos, un miércoles al mediodía. La cara del chico es un festival del aprieto. Lo vuelvo a mirar en el video y escucho de fondo una voz, seguramente del enjambre larretista que gira alrededor nuestro, que remata la apurada:
–¿Vas a cumplir o no vas a cumplir?
Qué le hizo este chico a la política para que la política lo empale así. Lo deja, Larreta, al chico, al que no le preguntó ni el nombre, tirándole un último: “mirá que confío en vos, eh”.
Lafe
La fe que hay que tenerse. El apetito. Las ganas.
–Horacio, ¿qué tenés que tener para dedicarle la vida a esto?
–Ganas de cambiarle la vida a la gente.
–Sin cassette, Horacio. Dale, esto es un torro.
–Perdoname, me saludan.
Termina la caminata en Ramos y, ahora sí, nos vamos para La Matanza que sí se hace cargo de que se llama La Matanza. Todos a los autos. Próximo destino, Laferrere.
Ciudad Evita se puso más cheto, pero –dicen– todavía se ve el rodete de la Santa Patrona cuando uno cuando mira desde el aire el dibujo de las calles y el damero. Isidro Casanova es la casa de La Fragata, el glorioso Almirante Brón, y el corazón del partido. San Justo es la cabeza política y Virrey del Pino, el rincón olvidado del partido. Hay un lugar que se llama Los Kilómetros, es decir, es un lugar en largo, un lugar con muchos lugares consecutivos. Podés preguntar en La Matanza ¿dónde vivís? y puede ser que alguien te responda: vivo en Los Kilómetros. La última navidad la pasé en Puerta de Hierro, al lado de la San Pete, que es como le dicen a la villa San Petersburgo. Crocante. Pero Gregorio de Laferrere, Lafe, es otra cosa: acá está el pulmón comercial matancero, es la localidad con mayor habitantes en todo el partido (250.000) y tiene un densidad de población de 7.000 habitantes por kilómetro cuadrado, dos veces más que Córdoba capital.
Me lleva en el auto alguien del equipo de Larreta. Es un chico que arrancó trabajando en el 147 de la Ciudad y terminó como cuadro del PRO. Como todo militante de cualquier partido, es emocionante verlo creer. Tiene quilombo en la casa todos los cumpleaños porque es hijo de padres kirchneristas. ¿Cuántas veces somos el voto contra nuestros padres? ¿Y durante cuánto tiempo?
La caminata en Laferrere arranca en la Avenida Luro, que está teniendo una tarde tranquila. Los locales, acá, son menos apretados, otro metraje. Ahí está ByPapas, vendiendo al paso sus conos de papafritas. BlackGood, con sus mochilas colgando en ristra en el largo del frente. Lotería de la Provincia, celulares LaFe, Milagro cosméticos. Cuadras y cuadras de comercio chico que aguanta el mes y el candidato que, otra vez, se mete uno por uno. Las escenas se suman y la experiencia de campo se vuelve cine.
El paisaje es conocido: un localcito en una esquina abierta corte Nike Feraldy que vende símil Crocs y alpargatas, todas bien ordenaditas sobres sus cajas, cada una con su precio. Y al sujeto también lo tenemos visto, es el señor alcalde de CABA. Lo raro es el cruce entre ambos significantes. De golpe ahí está Rodríguez Larreta gritando “¡vamos! ¡vamos!”, arengando a la tropa, en pleno Laferrere. Cine.
Podría ser Larreta o El chiqui Tapia o Valdimir Putin, al pibe le da lo mismo, lo único que quiere es vender sus medias y parar la olla. Es el fotograma de la pobreza desesperada y el candidato, ahí, mano a mano. El pibe abre el bolso en el piso y entra a sacar pares. “Te juro que te ayudaría. No tengo, no tengo. Chau querido, gracias”, dice Larreta. Cine.
Un hombre encara duro y le pide propuestas concretas. En favor de Larreta, hay que decir que el hombre ya venía mal llevado. “Tengo que hablar con otras personas”, le dice el candidato. “No, vos lo que querés son fotitos”, le responde el hombre. Y Larreta se va. Una mujer le pide una foto. Cine.
El candidato se cruza con dos jóvenes que, probablemente, voten por primera vez. Les pregunta si le van a dar el votos. Los chicos, tímidos, le dicen que sí. “Vamoooosss”, dice el candidato. Y los abraza. Después Larreta les pide que hablen con sus compañeros. Y termina con un: “banquennos”. Cine.
Conforme nos acercamos a la estación, los locales se vuelven más saladitas, comercios barranis donde el mostrador le va cediendo espacio al caballete. Larreta sube un punto el encendido. Se le acerca gente de su equipo y el tipo los sacude en seco:
–¿Están buscando votos, ustedes?
Llegamos al McDonalds, que tiene fama de haber vendido un año más hamburguesas que ningún otro McDonalds de la Argentina, lo que, me dicen, le entregó a la sucursal un premio regional por rendimiento. Entro, pido hablar con la encargada, no sabe nada. Chequeo en internet, no lo encuentro. No importa, Macondo tampoco es verificable y nada más real que la ficción de Macondo.
Justo frente a la estación, uno con el caballete desbordado de llaveros, plásticos portaSUBE, tiritas para colgarte cosas y demás, se le acerca a Larreta y le regala un escudito de RacinClú. El candidato sonríe y agradece. Después, se mete en la Salada dura que se abre, ya al otro lado de las vías. Si la avenida Luro era Laferrere de las familias, esto es Laferrere que le da borde. De un Fiat Uno, le gritan al candidato que acá se están cagando de hambre, que hacé algo, gato, que rata, cagando de hambre, estamos acá. Larreta, mientras, va saltando charcos de agüita negra, cruza pasillos oscuros con percheros de los que cuelga la nueva remera de Messi, la del Inter de Miami, toda rosita, cosida en talleres de cama caliente, a 4mil pesitos cada una.
–Sos presidente, Horacio, ¿desmontás todo esto?
–Nooo. Esto no se desmonta. No sin antes construir trabajo genuino.
Lo vienen a buscar, al candidato. En un Polo rojo que embraguea como puede. El candidato se sube. Lo llevan a los barrios del fondo. En el barrio Luján tiene un almuerzo con los choferes del 050. Pregunto quiénes son. Me dicen que son autos particulares que entran donde no entran las líneas de colectivos. Que arrancaron cobrando cincuenta centavos el viaje. Que cero cincuenta es el nombre que les quedó. Después, el candidato terminará su día en La Matanza. Y mañana, a caminar otra vez, que esos votos no entran solos a las urnas.
AS/DTC