Sergio Massa mira su celular, scrollea, responde algunos mensajes, otros los pasa por alto, luego se detiene en uno. “Mirá que bueno esto”, dice en voz alta y llama la atención de sus colaboradores. Un amigo empresario, cuyo nombre evita pronunciar, le sugirió una idea que horas después, luego de varias consultas técnicas, el ministro-candidato anunciaría desde La Rioja: el sorteo de autos y electrodomésticos entre los consumidores y los comerciantes que participen del programa “Compre sin IVA”.
El búnker de Unión por la Patria (UP), el edificio vidriado de la calle Mitre, es un enjambre de campañólogos y analistas, pero Massa tiene una dinámica silvestre: escucha con atención los informes cualitativos y cuantitativos que le acercan sus equipos pero, en cosas puntuales, tiene sus propios focus. Antes de la medida por la devolución del IVA, le avisó a su madre Lucy y a su tía Sara que miren en TV el anuncio y luego las contactó para ver si les había parecido claro el mensaje.
Massa está en el lugar donde siempre quiso estar pero en el momento menos oportuno. Se juega su propio pellejo por lo que, más allá de decisiones de laboratorio de campaña, en sus decisiones de campaña opera según su instinto.
Intervienen, en esos procesos, el impulso y la osadía. Hay una dimensión inasible: Massa, que está en el lugar donde siempre quiso estar pero quizá en el momento menos oportuno, se juega en este desafío su propio pellejo político por lo que, más allá de decisiones de laboratorio que de los gurús de campaña, en sus decisiones políticas y de campaña opera según su propio instinto. Repite, aunque no es la primera vez que lo hace, que si pierde la elección su carrera política habrá terminado. “Ya está, si no se dá, me retiro”, dice.
Hay que hacer una trazabilidad de ese planteo. No es la primera vez que Massa anuncia que dejará la política. Hace unos meses, de hecho, aseguró que su cargo de ministro de Economía era la escala final de una serie de cargos y postulaciones, y que no sería candidato a nada en el 2023. Involucró, incluso, a su hijo Tomás, que llegó a decir en público que no quería que su padre vuelva a ser candidato. Pasaron cosas, y en junio pasado, tras un raid frenético, el ministro se convirtió en candidato presidencial.
Pero esa es otra historia. El planteo del tigrense de que dejaría la política impacta sobre la construcción de un hipotético, pero probable, peronismo fuera del poder. En ese ejercicio de imaginación, a Massa se lo suele ver como un actor determinante en la próxima etapa, tensión que subyace detrás de la metralla de Máximo Kirchner, y otros actores de La Cámpora como Mayra Mendoza, contra el gobernador Axel Kicillof.
En la interpretación lineal, por su condición de candidato presidencial, si gana Massa comenzaría a expresar una nueva conducción del peronismo y, si pierde, formaría parte del scrum de dirigentes que debería encabezar la nueva etapa del PJ. “La generación de los que tenemos 50”, dijo Massa hace una semana en una entrevista en la Televisión Pública cuando contó una charla con otros dirigentes en los que se habló de hacerse cargo porque, según sus palabras, “arriba, no hay nadie”, en un mensaje que se tradujo como lo que fue: que Cristina Kirchner ya no está en la pirámide de conducción del peronismo.
Octubre
El Massa autogestivo, el que recurre a sus propios focus y decide medidas a partir de sugerencias ajenas a su equipo de Economía, se mueve del mismo modo respecto a la apuesta electoral. En los últimos días, a pesar de que el comando de UP trazó una táctica que consiste en tratar de mantener arriba del ring a Patricia Bullrich y alimentar la disputa de tercios, aunque sean proporcionalmente desiguales, Massa entró en otra clave: empezó a proyectar una ultra polarización con Javier Milei.
Aparece, otra vez, el análisis de cercanía y el olfato. En sus recorridas y sus charlas con dirigentes, Massa detecta que Patricia Bullrich está fuera de la conversación, no es vista como en otros tiempos como un factor de riesgo, sino que todas las lecturas y los movimientos tiene como foco al libertario. Frente al desgranamiento de Bullrich, el candidato entiende que la elección de octubre marcha hacia una ultra polarización y que ante eso, el PJ debe jugar a fondo para lograr el número más alto. Parte de un mandamiento. “El que no vota en la general ¿te va a votar en el balotaje?”, pregunta pero, en verdad, emite un dictamen.
Octubre es “a matar o morir” es la consigna que brota del entorno más estrecho de Massa aunque el equipo de campaña de UP se mueva con la lógica de que la elección del 22-O es de tres jugadores, que hay que polarizar al mismo tiempo con Milei y Bullrich, el truco ese de que son los mismo, dos versiones de una misma derecha, separados al nacer. Massa no: el candidato entiende que Bullrich está fuera de carrera, se está descascarando, apenas llega a los 20 puntos y tiende a caer por sus malas decisiones de campaña.
Ante eso, octubre se encamina a una disputa binaria, más tradicional, en la que Massa expresa al oficialismo y Milei se recorta como la expresión opositora, relegando a Bullrich a un tercer lugar, sin expectativa. Ese panorama supone un desafío extra: si, como especula Massa, Bullrich está en caída libre y corre riesgos de quedar abajo de los 20 puntos, eso incrementa la posibilidad de que Milei se arrime a la posibilidad de ganar en primera vuelta, con 45 puntos o con más de 40 y 10 de diferencia sobre el segundo. No es un escenario que, matemáticamente crean posible en el dispositivo Massa.
En paralelo, aunque en un escenario diferente, Massa aplica indicaciones de lógica electoral: su disputa es mano a mano con Milei, pero evitará en todo lo posible mencionar al libertario y confrontar directamente con él, sino objetar sus medidas a partir de proyectar cómo sería un país gobernador por Milei. Repite, en sus discursos, un menú de advertencias sobre la venta de órganos y de niños, sobre la libre portación de armas -cita las matanzas en EE.UU., entre jóvenes armados- sobre la eliminación de toda la educación pública, desde maternales estatales hasta la universidad.
PI/DTC