El 9 de julio de 1988 el presidente Raúl Alfonsín encabezó el acto por el aniversario de la declaración de la independencia nacional en 1816. El radical se hizo presente en la tradicional Plaza de Mayo parado dentro de un vehículo militar descubierto y acompañado por altos mandos castrenses. Luego de hacer un breve recorrido, y seguramente sorprendido por la escasa convocatoria de público, Alfonsín se dirigió al palco junto a ministros de su gobierno y representantes de la Iglesia Católica y las Fuerzas Armadas para apreciar el desfilar de los distintos regimientos que marchaban por las calles. En medio de recurrentes levantamientos militares la relación entre el gobierno y los hombres de armas distaba de ser la ideal y eso se respiraba en el aire. Aquel 9 de julio puede afirmarse que la falta de público no se debió solo a esta cuestión ni a la pérdida continua de poder por parte del gobierno radical, sino a la realización de la interna peronista que paralizaba al país y lo tuvo en vilo a lo largo de esa histórica jornada.
A tono con un partido político que es una cantera inagotable de formación de símbolos identitarios, el mismo día del aniversario de la independencia nacional en 1816 coincidió con la esperada interna protagonizada por Antonio Cafiero y José de la Sota enfrentando al binomio integrado por Carlos Menem y Eduardo Duhalde. La expectativa era gigante y todo el arco político nacional estaba pendiente de los guarismos finales. Como se expuso, dada la acelerada debacle radical, el ganador de la interna tenía grandes chances de ser el próximo presidente argentino. Aunque los radicales creían que si Menem era el vencedor, la definición aún estaba abierta con vistas a 1989. El acto comicial, como era costumbre, arrancó a las 8 de la mañana de un día gélido de invierno y culminó a las 18 horas.
Algunas particularidades de la época fueron que los comandos electorales (en la época en que todavía no se llamaban bunkers) estaban muy cerca. Mientras que el de Menem estaba en la Avenida Belgrano al 600 en su cruce con la calle Perú, el de Cafiero estaba en la misma avenida pero al 900 en su intersección con Tacuarí. Como era de prever, ambos candidatos contaban con un aceitado sistema de encuestas a boca de urna distribuidas en todo el país que los mantenían informados de las vicisitudes minuto a minuto.
El día de los candidatos comenzó muy temprano y todas las coberturas se encargaron de subrayarlo. En el caso de Menem, se levantó a las 6 de la mañana y una hora después organizó un desayuno de trabajo en la residencia del gobernador de La Rioja con un grupo de periodistas. “Enfundado en un traje cruzado marrón, camisa beige y corbata al tono, las uñas prolijamente cuidadas, no se cansó de presagiar su triunfo repitiendo que el aparato no podrá contra la voluntad de los peronistas” (Clarín, 10 de julio de 1988). La narrativa de ser el candidato que luchaba contra los poderes internos de dejó de funcionar y fue sumamente eficaz.
Quizás para dejar en claro que no era ningún ignorante, como sostenían con énfasis desde la vereda de enfrente, en las revistas de actualidad se hizo referencia a que los dos últimos libros leídos por Menem fueron Noches blancas del escritor ruso Fiodor Dostoievsky y Las damas de las Camelias de Alexandre Dumas (Revista Todos y Todas N°3, 18 de julio de 1988). Se trataba de dos escritores de renombre que se encargaron de reflejar los cambios sociales acaecidos en la segunda mitad del siglo XIX, al calor del advenimiento del sistema capitalista.
A primera hora de la mañana, el riojano encabezó un acto en conmemoración de la independencia nacional en la Guarnición Militar de La Rioja. Votó en la Escuela Normal del Profesorado Pedro I de la localidad de Castro Barros, un establecimiento educacional que había sido creado en el año 1884. Su triunfo en la mesa en la que emitió su sufragio fue avasallante, se impuso por 153 votos contra 6 personas que optaron por la fórmula Cafiero De la Sota.
Luego de votar por sí mismo, Menem volvió a la residencia a cambiar su look por uno más informal. Se decidió a cumplir el ritual de todas las elecciones: ir hasta su pueblo natal Anillaco sitio en el que pasó su infancia con sus hermanos. Una vez allí, almorzó empanadas, saludó a los vecinos que lo agasajaron y se tomó el helicóptero con rumbo al aeropuerto que lo depositaría en Buenos Aires. Unas 50 personas se juntaron a darle la despedida y les prometió a todos ellos que volvería como candidato por el peronismo a la presidencia (Página 12, 10 de julio de 1988). Viajaron con Menem, sus secretarios Ramón Hernández y Miguel Ángel Vicco, el ministro de Hacienda de La Rioja, Ermán González (en Clarín apareció escrito como Hernán), y la hija del candidato Zulema (en Clarín se leyó en la cobertura el nombre Zulma).
Pasaron minutos de las 5 de la tarde cuando el avión aterrizó en Aeroparque. Fueron a buscarlo su esposa Zulema Yoma acompañada de su hijo Carlos. Según las distintas crónicas, Menem decidió ir a la casa de La Rioja en vez del departamento familiar de la calle Posadas en el exclusivo barrio de Recoleta.
La revista Gente mostró varias fotos de la esposa del gobernador en el día tan esperado. Una de ellas la muestra cerca del mediodía acompañada por el diputado Santos Casale y presta a votar en la calle Laprida 1225. “Elegantísima con su tailleur diseñado por Eduardo Awada. Le regalaron dos ramos de flores” (Revista Gente n° 1199, 14 de julio de 1988). En otra fotografía se la ve mirando la televisión junto a su hijo Carlos en su departamento de Capital Federal. Asimismo, su espera en el Salón Vip de Aeroparque mientras aguardaba a su esposo y Jorge Cyterspiller se acercaba a saludarla, también puede observarse en las páginas de la revista de actualidad. Por último, brindando con su esposo, Duhalde e Hilda Beatriz González, antes de ser conocida como Chiche Duhalde.
Arribó el candidato a la casa de La Rioja sita en la calle Callao faltando pocos minutos para las seis de la tarde, adonde lo recibieron cerca de cien simpatizantes y colaboradores de la campaña electoral. Los primeros cómputos los escuchó a través de Radio Colonia y tomados de la mano con su esposa Zulema.
Por su parte, Cafiero se levantó muy temprano y se mostró dispuesto a repetir “todo su arsenal de cábalas” (Clarín, 10 de julio de 1988) volviendo a implementar ciertos ritos que le habían dado resultado en las dos últimas elecciones en las que fue candidato bonaerense. A las 8 de la mañana desayunó con su esposa y con Osvaldo Papaleo, su ex jefe de prensa. Estaba vestido del mismo modo que en ocasión de su éxito en las elecciones como gobernador hace casi un año, campera blanca, un colorido sueter con guardas y multicolor adquirido en la ciudad de Bariloche, y una camisa leñadora abajo.
Luego de emitir su voto, recorrió las calles de San Isidro, su lugar en el mundo desde hacía décadas. Allí pudo comprobar, una vez más, los enormes contrastes y mientras veía gente jugando al golf en el Jockey Club, se decidió a dar una vuelta por la Unidad Básica Justicia Social de La Cava, perteneciente a la villa más grande del conurbano que en ese momento era habitada por alrededor de 15 mil personas. En La Cava se terminó de convencer que el voto de los humildes estaba con Menem, algo que ya le había anticipado su hijo Juan Pablo y él no quiso o no pudo creer. La misma percepción fue la que se describió en el popular “pirulo” que aparecía en la portada de Página 12. Titulado derrota y con una imagen en la que la cara de Cafiero se ve inmersa en la angustia y decepción, comienza de la siguiente forma: “Hasta las 9 de la noche era el menos sorprendido de todos. Grosso ya había tenido un ataque de nervios. Jacinto Gaibur se había ido apabullado por las cifras del escrutinio y cuando regresó las cartas ya estaban echadas” (Página 12, 10 de julio de 1988).
IO/PI