“A ver… hay alguien que está buscando que le peguen. No la toquen, por favor, déjenla tranquila”. Patricia Bullrich interrumpe su discurso cuando un alboroto comienza entre su grupo de simpatizantes. Una señora –lentes oscuros, pelo canoso, la piel muy bronceada, cadenita de oro sobre el cuello– junta sus dos manos como para hacerse escuchar más fuerte: “¡Chorra!”, “¡borracha!”, le grita. Entre dos bullrichistas cruzan a la “infiltrada”: “¿Quién te mandó acá?”, la increpa un hombre. Una mujer –el rostro muy ofuscado– la empuja hacia atrás con su pecho, mientras le advierte: “No me toqueee, no me toqueee”. Le revolea sus lentes por el aire y logra que la señora se vaya.
Bullrich sigue la secuencia parada sobre la caja de una camioneta 4x4 que atraviesa una esquina del corazón comercial de Villa Ballester, partido de San Martín. La escoltan Néstor Grindetti, su candidato a gobernador bonaerense, y Mauricio D'Alessandro, el mediático abogado que ahora es su postulante a intendente del municipio. El escenario alrededor –cafeterías, locales de ropa, un banco Nación, una escuela privada– no parece un territorio hostil para la candidata de Juntos por el Cambio. Pero la tradición peronista de este distrito del norte del conurbano le muestra los dientes.
Sergio Massa ganó acá las PASO. En el terruño de Gabriel Katopodis, ministro de Obras Públicas, en agosto Juntos por el Cambio quedó a trece mil votos de Unión por la Patria, casi la misma diferencia que la oposición cambiemita le sacó a Javier Milei. La torta se repartió 35%, 29% y 24%. El libertario paseó con su motosierra por este mismo distrito hace dos semanas. Este martes le tocó a Bullrich intentar mojarle la oreja al PJ pero su paso tuvo menos convocatoria y algarabía.
Mujeres, carteles y banderas
“¿Por qué somos tan pocos?”, se pregunta un señor parado bajo el sol infernal de este mediodía de primavera. “Hicieron poca publicidad porque ella no quería muchos militantes sino más bien público normal”, teoriza otro. No debe haber más de mil personas en la esquina de Alvear y Lacroze pero son las suficientes como para cortar el tránsito. La mayoría son mujeres, adultas mayores, solas o en pequeños grupos, con banderas argentinas o carteles.
“Andá con los voucher a la Puna”, dice una remera estampada, replicando la frase que la candidata le soltó a Milei en el primer debate presidencial. “Nos podemos defender solas #PatoPresidente”, se lee en un cartel de cartón, tal como le dijo Bullrich a Massa el domingo pasado. “Es la única que nos puede salvar. La única que tiene fuerza, poder, energía y toda la gente de su gobierno para apoyarla”, explica Carmen Rojas, bandera nacional al cuello, bolsa de Havanna en una mano. “Es la única que tiene los ovarios bien puestos”, asiente otra mujer a su lado.
Un cartel casi que le suplica a Bullrich: “Sos nuestra esperanza”, escribió Adriana –más de sesenta– en letras negras sobre un cartón. “Ella es nuestra última carta. Está descontado que va a entrar en el balotaje. Entiendo que contra Milei. Para mí Patricia va a ganar”, afirma convencida. “Yo no soy peronista para nada y Milei dice que el mejor gobierno fue el de Menem, pero por favorrrr”, se queja Malena, de 73, vecina de Ballester. Elizabeth –68– subraya que “la idea es que Patricia entre al balotaje”. ¿Y si la segunda vuelta es entre Milei y Massa? “No, impugno el voto”, se ataja.
Golpes y contragolpes
Bullrich llega a San Martín después de las 13, una hora más tarde de lo pactado. No viaja en la Patoneta –la motorhome con la que recorrió medio país en las últimas semanas– sino en un auto particular. Su entrada en escena tiene poco de épica: la reciben D’Alessandro y Grindetti entre empujones de los que quieren registrarla con su celular. Apenas toca la calle, la candidata se para frente a algunos periodistas para despotricar contra la inflación de Massa y el pedido de Milei de no renovar los plazos fijos. A esta hora del martes la noticia es que el dólar ya llegó a los mil pesos.
“Shhh, está dando una conferencia de prensa”, retan desde su equipo al público que quiere verla de cerca. “¡Pato, acá estamos, vení para acá!”, le pide una mujer a los gritos. “Es esa, la de la nuca abajo de D’Alessandro”, señala un hombre. “Es así, re chiquita”, marca con un gesto una señora. Sí, se puede / Sí, se puede gritan algunos, con un silbato marcando el tempo. Alguien empieza a cantar el Himno Nacional a capella y de a poco se contagia un tímido coro. Entonces Bullrich termina de atender a los medios, se da vuelta y mira a la gente. Levanta una mano. Le gritan “fuerza”. Se escuchan aplausos sueltos. Ella sonríe. Y encara a paso lento la corta distancia que tiene hasta la caja de la camioneta 4x4 blanca desde donde va a hablar.
Desde el improvisado escenario, Bullrich descarga los conocidos latiguillos de su campaña electoral. Que va a “acabar con el kirchnerismo”, que “Milei es un irresponsable”. “Queremos lograr que San Martín no sea tierra de narcos sino de producción”, dice sobre el partido gobernado por el peronismo desde 2011. “Tenemos con qué”, asegura en un momento, y detrás suyo se puede ver un cartel clavado en un poste de la luz con el rostro de Massa y el mismo eslogan: “Tenemos con quién. Tenemos con qué”.
“¡Chorra!”, se escucha que alguien le grita desde el público y, rápida de reflejos, Bullrich busca usar el descalificativo a su favor: “Seguro está hablando de Cristina”, arremete la candidata. Después intenta contragolpear con una frase con pausas a destiempo: “Nunca pensamos que íbamos a llegar a esta angustia, a esta decadencia, a esta destrucción de los valores morales, a esta corrupción de veinte años, que se sintetiza de la manera más pornográfica, en el yate de Insaurralde”, acusa y genera aplausos entre sus simpatizantes.
Ahí es cuando se escuchan otras voces infiltradas y el público bullrichista busca sacarlos de escena. “Siempre pasa esto. Qué querés, si venimos a desafiar a los peronistas en su casa”, explica por lo bajo un colaborador de la exministra, que se hace eco del incidente y deja de hablar apenas un momento. El escándalo no pasa a mayores pero el ánimo se enrarece y la candidata intenta seguir su discurso.
Pondera a Carlos Melconian como su potencial ministro de Economía, con quien por la tarde brindará una conferencia para “llevar tranquilidad” en medio de la crisis cambiaria. Y cuando quiere hacer alusión al abrupto salto del dólar, Bullrich parece acusar cierto golpe de estar en un territorio electoral hostil y su talón de Aquiles en materia económica: “Vamos a salir del desmadre económico que este gobierno nos deja”, promete, enfática, micrófono en mano, pero luego suena dubitativa: “Mil dól... mil... un pes... un... hoy, a mil... el dólar... a mil”, titubea sobre la noticia del día, hasta que finalmente logra cerrar la idea: “Hoy, un dólar, mil pesos. ¡Un dólar, mil pesos!”.
MC/JJD