Un Moyano fue el primer renunciante del FdT. Justo un mes antes de la PASO del 2021, de la paliza electoral que shockeó al peronismo en el poder y abrió entre los Fernández una herida que nunca cicatrizó, Facundo Moyano dejó su banca de diputado, con mandato hasta 2023, y abandonó el oficialismo. Fue una salida con poco ruido y pocas nueces que, ahora, con la amenaza de Pablo de renunciar a la CGT volvió a escena porque refleja un patrón: los Moyano, cada tanto, se van y, por azar o por olfato, eso ocurre antes de una derrota.
La vida política de Hugo, el jefe del clan, todavía secretario general de Camionero, se puede procesar en dos temporadas. La primera es de los '90, con su construcción combativa, rival de la CGT aliada de Carlos Menem. La segunda, a partir del 2003, como socio esencial de Néstor Kirchner, garante de la paz sindical -y social-, ordenador del complejo entramado gremial. Tras la muerte del patagónico, su rol se desdibujó y a fines del 2011, a contracorriente en un peronismo que reverenciada a Cristina Kirchner que acababa de ser reelecta por el 54% de los votos, Moyano se fue.
La historia no se repite literal: Alberto Fernández no es Cristina, ni Pablo es Hugo. Pero la crisis en la CGT, que visibilizó el adjunto de Camioneros con su amenaza de portazo, por un hecho a simple vista más protocolar que político, sintetiza las tensiones en el dispositivo oficial. Hay una tendencia a creer que Pablo, a diferencia de su padre, se mueve más por espasmos que por táctica. En el último episodio pareció haber algo de ambas cosas: detrás de la rabia inicial, apareció un reclamo de fondo para exponer una queja que late en amplios sectores del FdT sobre el rumbo que Sergio Massa le imprimió a la Economía.
En su exposición pública, Moyano reprochó la dinámica institucional de la CGT -algo que los demás le objetan a él: que se corta solo- pero después habló de actualizar el salario vital y móvil, subir el piso de Ganancias, aumentar las Asignaciones Familiares y otorgar un bono salarial en el último trimestre del año. Ninguna de esas medidas están entre las herramientas de las que dispone la CGT: le corresponden directamente a Fernández y a Massa.
Pablo -que en su momento salió a defender a Martín Guzmán- encontró, con un ropaje diferente, el modo de cuestionar la falta de medidas “populares” en el menú de Sergio Massa. Con o sin ese objetivo, Moyano astilla la campana de cristal que el cristinismo desplegó en torno al orden fiscal, eufemismo de ajuste, que lleva adelante el ministro de Economía ante el silencio concesivo del dispositivo K.
Lógicas
Hay un estilo Moyano. El malestar de Pablo fue porque no lo invitaron a una cena en Olivos pero, casi siempre, suele moverse en la vereda de enfrente de la mesa chica de la CGT. Recibió, por caso, a “Chiquito” Belliboni, líder piquetero del PO, opera en sintonía con Hugo Yasky y. en su anteúltima movida de impacto, ofició de “lazarillo” para que el SUTNA, gremio del neumático que está en el eje de la disputa, se incorporara a la CGT. El secretario general de SUTNA es Alejandro Crespo, sindicalista de formación troskista.
La amenaza de salida de la CGT es particular porque Moyano nunca terminó de sentarse en el triunviro de la calle Azopardo o, de mínima, lo hizo con su estilo y su distancia. Desde el inicio es así: cuando, en un congreso en Parque Norte, en noviembre del año pasado, se lo eligió en la mesa triple cegetista junto a Héctor Daer y Carlos Acuña, Pablo Moyano no estuvo presente. Adujo que estaba resfriado y, casi sobre el final, mandó un saludo a los congresales por videollamada. Fue electo in ausentia.
Un dato accesorio: en los días previos, vía Sergio Palazzo de La Bancaria, Máximo Kirchner empujó para que la tercera butaca de la CGT la ocupe Walter Correa, del gremio de Curtidores, uno de los jefes sindicales que animó la boleta de Unidad Ciudadana en el 2017, que hace unas semanas juró como ministro de Trabajo de Axel Kicillof.
La puerta que abrió Pablo con su amenaza de renuncia pudo prologar un cisma que vuelva a fragmentar el frente sindical y que eso derrame al FdT. En rigor, la cena del lunes en Olivos, de la mesa chica cegetista con Fernández, fue un movimiento para mostrar algún tipo de respaldo al presidente, cuyo rol se fue desdibujando. Hay señales más precisas: desde Azopardo se respalda el desempeñó de Claudio Moroni como ministro de Trabajo mientras que Pablo Moyano, en sintonía con Máximo Kirchner, cuestiona el desempeño de ese ministro albertista.
De Massa a Moroni
En la cena de Olivos, el pleno gremial le ratificó ese respaldo a Moroni, delante de Fernández. Como devolución de gentilezas, el ministro les aseguró que homologará todo pedido que se haga para reabrir paritarias. Los sindicatos quieren tener esa llave a mano porque es el elemento que les permite seguir esquivando el recurso de un aumento salarial por decreto. Hay, ahí, algo más que la explicación matemática de que un bono uniforme achata la pirámide. “Si el bono lo da el Gobierno, la solución la da el gobierno y si es así, ¿para qué están los gremios?”, explica una fuente sindical.
Hay una variable: que se trate de un bono de fin de año, no remunerativo, y paralelo a las negociaciones paritarias. Fernández, hasta acá, atendió ese pedido de los jefes sindicales que lo visitaron.
Hubo, en paralelo, elogios explícitos sobre la tarea del ministro de Economía, Sergio Massa y un planteo que, a simple vista, debería haber incomodado al presidente: el scrum sindical le pidió a Fernández que interceda en defensa del tigrense para evitar episodios como el que se produjo días atrás con el dólar soja y la resolución que emitió el Banco Central. Daer, Acuña, José Luis Lingeri (OSBA), Gerardo Martínez (UOCRA) y Andrés Rodríguez (UPCN), se fueron sin tener claro si aquel chispazo fue un malentendido, una maniobra autónoma de Miguel Pesce o algo más.
El martes, en pleno ruido, Moyano junto a sus aliados en la sede de Camioneros en Constitución para discutir si ejecutaba, o no, la amenaza de renuncia. En esas horas, aparecieron, a distancia, los mensajes para evitar una crisis en Azopardo. El dispositivo sindical que rodea a Pablo tiene terminales directas con el cristinismo y suele jugar en línea, en particular, con Máximo Kirchner. Según cuentan en el entorno de Moyano, hubo contactos con referentes K para evitar que la disputa escale.
PI