Hace unos años le preguntaron al compositor Oscar Strasnoy por el lugar del arte en esta nueva era tecnológica. Strasnoy respondió que, dado que la robotización es la culminación de un proceso de racionalización que empezó con el Iluminismo, la humanidad no podrá competir con las máquinas, su única opción es la irracionalidad: “El artista tiene que explotar el más humano de los sentidos, que es la irracionalidad. Beethoven pudo componer lo que compuso porque estaba loco”. El planteo de Strasnoy es atractivo, romántico y paradójicamente racional, pero carece de una idea precisa sobre qué es la irracionalidad e ignora cómo extenderla desde el arte al resto de la sociedad. Para un músico como él, radicado en Berlín, con su generoso sistema de subsidios al arte, es fácil ser irracional sin preocuparse por vender entradas o alertar a la policía.
Con todo, su propuesta nos redirige a una vieja discusión que ganó actualidad en el nuevo siglo. Para recuperarla tendremos que volver a la noche en la que terminó el Iluminismo.
La verdad está allá afuera
El domingo 12 de febrero de 1804 por la noche murió Immanuel Kant. Cuenta Thomas De Quincey que su última palabra fue «Suficiente». Muy apropiado. Kant había intentado resolver los problemas filosóficos de su época (el debate entre racionalismo y empirismo, el agotamiento de la metafísica) poniéndole un límite claro a la labor filosófica: de la cerca para acá, emplearemos categorías para comprender lo percibido y discutiremos sobre ellas; de la cerca para allá, está la cosa en sí (así la llamaba), inalcanzable para el pensamiento humano. Nunca vamos a saber qué hay allá afuera.
Días después de la muerte de Kant comenzó a funcionar la primera locomotora en Gales, y en Haití los ex esclavos, inspirados por la Revolución francesa, masacraron a cinco mil blancos, incluyendo mujeres y niños. No había tiempo que perder: los mejores lectores de Kant decidieron saltar la cerca. Georg W.F. Hegel entendió que no hay afuera: todo es Idea. La Razón avanza dialécticamente a lo largo de la Historia, superando dicotomías (como por ejemplo, adentro-afuera), ensamblándose y conociéndose a sí misma hasta llegar a la convergencia total: cuando la Idea sea completamente consciente de sí y la Historia llegue a su fin. En este proceso los individuos no son tan importantes como la Razón que los gobierna.
Para Arthur Schopenhauer, en cambio, vivimos en un mundo de representaciones, imágenes superficiales de lo real. Pero tenemos acceso a la cosa en sí a través de nuestro cuerpo, pura voluntad irracional a la que nos vemos sometidos: fuerzas incontenibles en los intestinos, los genitales y el cerebro, deseo constante e inaplazable de algo que no entendemos. Eso es el mundo más allá de las representaciones: una voluntad irracional que nos somete. No hay nada que podamos hacer ni explicar, sólo contemplar estoicos el espectáculo cruel de la Voluntad.
La tensión entre un mundo que avanza hacia la razón y sólo puede comprenderse racionalmente, y otro gobernado por fuerzas irracionales alimentó gran parte de las discusiones del siglo XIX. Hegel y Schopenhauer tuvieron a sus mejores intérpretes, críticos y continuadores en Marx y Nietzsche, respectivamente. Pero en el siglo siguiente las cosas cambiaron: los herederos políticos de aquellos filósofos, el bolchevismo y el fascismo, no dejaron un buen recuerdo. Como si el desempeño humano durante el siglo XX no hubiera sido suficientemente problemático por sí mismo, durante esos años emergió la cibernética para disputarle la supremacía intelectual. El mundo entraba en una nueva era de las máquinas y la pregunta por la razón o la sinrazón volvía a tener sentido.
El otro duelo
Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; dos siglos después, Reza Negarestani y Nick Land actualizan la discusión de Hegel y Schopenhauer. Negarestani es un filósofo e ingeniero informático iraní que pretende llevar la empresa humana hasta sus últimas consecuencias. Y esa empresa es la autorrealización de la Razón. La Razón no es necesariamente una capacidad individual ni biológica, sino una actividad de crítica y exploración constante que puede y debe superar a lo humano. Solo necesita un entorno social y semántico (reglas y lenguaje) que le permita conectarse y actualizarse sin límites. El inhumanismo de Negarestani está tan influenciado por Hegel como por el desarrollo del software: un dispositivo inteligente que avanza hasta no dejar nada afuera y que puede emanciparse de su soporte biológico y material, es decir, de los humanos. Y ya que estamos, superar al capitalismo como «supuesta totalidad inmediata del estado de cosas». (En Hegel in a Wired Brain, Slavoj Žiżek encara el mismo tema con menos conocimientos informáticos y concluye que es un apocalipsis).
Sin nombrarlo, Negarestani apunta contra su antiguo maestro, el filósofo británico radicado en China, Nick Land. Heredero de Schopenhauer y Nietzsche, para Land hay un afuera de la Razón al que solo podemos acceder mediante el deseo irracional. Y nada expresa tan bien ese deseo como el tecnocapitalismo global, en donde el goce del consumo, el lucro y la destrucción creativa aceleran al sistema más allá de los límites humanos. Land, trumpista acérrimo, cree que hoy los humanos solo pueden aportar su irracionalidad a la aceleración del capital inhumano. Según Negarestani, el antihumanismo de Land incurre en el mismo conservadurismo que el humanismo de Kant: entender a la mente humana como un atributo dado, fijo, incapaz de superarse a sí mismo.
En realidad, Land, como buen lector de Lovecraft, no confía en la razón humana porque espera una inteligencia que llegue desde otro mundo ¿Y qué es internet sino otro planeta viviendo en las entrañas del nuestro? En la red emerge una especie de «verdad posinteligente», un acervo de información legítima que no requiere de un discurso racional, ni de la supervisión de una instancia intelectual superior, ni siquiera de un espacio social y semántico reconocible. «Ya no se trata de cómo pensar la técnica: la técnica piensa cada vez más en sí misma. La autopista hacia el pensamiento no pasa por profundizar la cognición humana sino por la inhumanización de lo cognitivo». Se trata de una auténtica mente alienígena que ya no solo deja atrás el soporte humano de la inteligencia sino la forma misma de la inteligencia antropomórfica que Negarestani pretende replicar y mejorar. Y puede cumplir con todo lo que se espera de la filosofía (determinar la verdad y/o el sentido) sin emular a la racionalidad humana.
Blockchain vs. Inteligencia Artificial
Llegados a este punto, es necesario advertir que Negarestani y Land no están hablando de la misma tecnología. La Razón inhumana de Negarestani es la Inteligencia Artificial (IA), la tan mentada infraestructura cibernética de algoritmos que extraen y ordenan datos, para así perfeccionar a los algoritmos para extraer y ordenar más datos, para así perfeccionar a los algoritmos para extraer y ordenar más datos, etc… El óptimo de la IA sería concentrar toda la información existente en un solo punto soberano que tomase todas las decisiones. La mente alienígena de Land es el blockchain, la red de intercambio directo entre usuarios cuyas transacciones son validadas y registradas en una cadena de bloques accesible a cada usuario pero protegida criptográficamente. Una suerte de libro contable distribuido. El óptimo del blockchain sería una red en la que participara cada ser del planeta (en principio, de este) y llevara las transacciones a tal volumen y velocidad que fueran imposibles de crackear, coordinando de manera confiable (sin deliberación, sin política, sin errores humanos) a seres pocos confiables.
La IA nos conduce a una sociedad verticalista y racional; el blockchain, a una comunidad horizontal y no necesariamente racional. Bitcoin, el producto más visible del blockchain a la fecha, aún da la impresión de ser una «nave de los locos»: miles de freaks, gamers, incels y otras criaturas de la oscuridad digital conectados, jugando con una moneda sin respaldo físico. El derechista Peter Thiel lo sintetiza así: la IA es comunista, el blockchain es libertario. Mientras el Estado chino refuerza su ofensiva contra la minería de bitcoin, Vitalik Buterin sigue de gira por el mundo portando su semblante alienígena y a Ethereum: el proyecto de llevar al blockchain desde las monedas a los contratos, es decir, a la base de la sociedad civil.
Gane quien gane, lo importante es que ambos modelos de sociedad descansan en el supuesto de una extendida irracionalidad humana. La IA confía en poder gobernar racionalmente a este rebaño de pobres idiotas quejándose en redes sociales, subiendo fotos o escribiendo columnas de mierda. El blockchain prefiere conectar a los dementes entre sí y dejar que su sola interacción en busca de dinero fácil haga funcionar al sistema. Desde la cúspide del Leviatán digital o desde las catacumbas de internet, brotará la Razón que nos permita vivir casi sin pensar. Ese día sonará la alegre música de Strasnoy y lo mejor que podremos hacer será ser irracionales. Party on, Wayne!