Cómo trabajan los “informantes”, pieza clave de la estrategia de la DEA

Julián Maradeo

3 de abril de 2021 23:59 h

0

Todo informante de la DEA tiene su ficha. Esta consta de fotos de frente y de perfil, y de un código alfanumérico, que se imprime sobre el legajo con sus antecedentes. Sin ella, no pueden cobrar por los trabajos que hacen para la agencia estadounidense.

Calvo y retacón. Brazos poblados por tatuajes multicolores, onda tumbera. Gorra roja de tela ya percudida y un morral. Julio César Pose, el principal informante de la DEA en la Argentina durante los últimos 25 años muestra su costado más histriónico en una mesa de Tribunales Plaza Resto, sobre calle Talcahuano.

-¿Cobra en blanco?

-No, en blanco solamente para la contabilidad de la DEA. En la Argentina, en negro. Si es menos de diez mil dólares, te pagan en efectivo. Si es más, te dan un cheque, por eso me abrí una cuenta en Estados Unidos.

Formado en la SIDE bajo el ala de Sala Patria y amigo de Jorge “Fino” Palacios, Pose se convirtió en un hito dentro de la historia local de la DEA: es el primer informante, reconocido oficialmente por la agencia norteamericana, condenado en la Argentina. El 8 de octubre de 2020, el Tribunal Oral Federal N° 1 de la Ciudad de Buenos Aires lo penó con cuatro años de prisión por el delito de instigar y participar del transporte de 44 kilos de cocaína, que fueron interceptados el 31 de diciembre de 2003 en Avenida Figueroa Alcorta y Austria, muy cerca de la escultura Floralis Genérica.

Con más de 300 operaciones para la DEA como infiltrado, Pose necesita creer que le temen y que no se ha vuelto material descartable. Su enemigo tiene nombre y apellido: Rodolfo Cesario, alias Rudy, actual jefe de estación de la DEA en Buenos Aires. El informante presiente que la nueva camada de agentes no lo cuida como otrora lo hacía Tony Greco, quien estampó su firma en el certificado que presentó el 26 de septiembre de 2005 en el juzgado de Claudio Bonadio para acreditar que, efectivamente, Pose era informante de la DEA.

Hay que remontarse a 1991 para encontrar un suceso similar en la Argentina. Tras varios meses prófugo, en febrero de ese año,  el fotógrafo Carlos Savignon Belgrano, primer informante célebre de la DEA en el país, se entregó tras su participación en el caso Langostinos (1988). Cuando le tocó declarar ante el juez Julio Speroni, Savignon Belgrano recibió el apoyo del jefe local de la agencia, Ernest Batista, quien, sin estar obligado por su estatus como agregado diplomático, se presentó en la audiencia para respaldarlo.

Los argentinos que trabajan bajo la órbita de la Embajada de los Estados Unidos repiten una certeza: “nos cuidan”. Pose sostiene que lo mismo hace la DEA con sus informantes.  Ejemplo: en 2006, cuando pesaba sobre él una orden de detención y mientras se encontraba realizando un trabajo como infiltrado para la agencia en el exterior, la DEA le puso un avión privado a disposición para que no lo detuvieran.                

-Por la cantidad de trabajos que hizo para la agencia, ¿se considera un espía inorgánico de la DEA?

-No, no te confundas: puedo ser cualquier cosa. Traficante, vendedor de armas, falsificador, chorro. Cualquier cosa. Hace mucho, en la década del 80, comprendí que la información genera divisas. O hacía esto por plata, o lo hacía bien. Decidí buscar un punto medio. Si el número me cierra, listo.

La información une a la DEA y a los informantes. Para ambos se convierte en un medio. Es una puerta que se abre con dólares, sin dejar de convertir el problema en una bola de nieve que no para de crecer.

La red

De acuerdo con los tratados bilaterales, el esquema que opera la DEA en Argentina es de cooperación. Esto implica que debe ajustar su campo de acción a compartir información y brindar cursos de formación. Con este argumento, se muestran activos a la hora de capacitar e invitar tanto a las fuerzas de seguridad nacionales y provinciales como a magistrados y fiscales. Sostenida en el tiempo a través de las ocho oficinas que tienen en la región, este intercambio es una excusa perfecta para obtener información de inteligencia con fines diversos. La máxima es simple: fines formales para objetivos informales. 

“Mire- explica el argentino Abel Reynoso desde México- los informantes proveen información, pero el agente no le puede creer nada al informante. Un informante tiene un interés. Puede ser monetario, porque lo van a meter preso, para eliminar la competencia o busca venganza”.

Ex agente de la DEA, Reynoso representa una rareza: es el único argentino que fue jefe de la estación Buenos Aires entre 1997 y 1999. Nacido en Lanús, a los 12 años se radicó en Guadalajara junto a su padre homónimo que fue secretario de Juan Perón en el exilio. El menemismo pidió que lo devolviesen a Estados Unidos cuando en una serie de notas periodísticas indicó que estaba investigando una red millonaria de lavado de dinero, que involucraba al gobierno y gente de su entorno.

Reynoso sigue en detalle lo que sucede en Argentina. Uno de los hechos a los que le prestó atención fue la irrupción de Marcelo D’alessio, quien pululaba por canales televisivos y despachos de Comodoro Py aseverando, entre otras cosas, que era director regional de la DEA. Diferentes fuentes señalan que la DEA estaba al tanto de lo que ocurría.

-Entonces, ¿por qué piensa que lo dejaron crecer?

-Muchas veces enviar a países como la Argentina a agentes que apenas saben el idioma y no conocen la idiosincrasia local hace que se corran estos riesgos: aparecen los D’alessio. Lo cierto es que al informante hay que controlarlo como si tuviera cinco años.

Reynoso no lo va a decir, pero la inteligencia humana es la piedra angular de la DEA en cada país.  Para que esa correa circule es imprescindible el dinero, nadie se inmola por la “guerra contra el narcotráfico”, que desde 1973 dice llevar a cabo Estados Unidos. 

En el submundo del espionaje vernáculo circulan cifras de todo tipo. Todas, incomprobables. Una de ellas indica que, en Argentina, la DEA tiene como mínimo tres informantes por provincia, que, a cambio de dinero, aportan detalles clave sobre narcotráfico. Pueden ser policías, agentes de inteligencia inorgánicos, narcos, comerciantes, secretarios de algún juzgado, ex parejas en estado de ira. No importa de dónde viene, la DEA solo pone una condición: esos datos serán exclusivamente entregados a ellos. Aquellos cuya fiabilidad está comprobada en trabajos anteriores, solo por reunirse cobran 1500 dólares. Para que se torne operativo, cada agente norteamericano puede manejar hasta cuatro informantes. Luego, la DEA chequea la validez de la información, arma la operación y elige a qué juez y con qué fuerza de seguridad compartirá los datos. Clave: el magistrado en cuestión será advertido de que hay un informante en el campo, y que, por ende, quedará al margen de la investigación judicial. En su dialecto, se llama pared.  

Sin embargo, lo que se encuentra absolutamente naturalizado en la praxis judicial tuvo una aplicación difusa hasta la creación de la figura del informante a través de la Ley N° 27.319 en 2016.

De todas maneras, el accionar de la DEA es viscoso. Sin que conste en ningún lado, pone a disposición de las fuerzas de seguridad federales y provinciales una caja chica para gastos que van desde combustible hasta viáticos de los potenciales informantes. Ahí reside el nudo gordiano que explica cuán profunda es la penetración de la DEA en esas agencias federales y provinciales.

El caso paradigmático fue Frontera Norte en Salta, donde convivían diferentes policías provinciales y Gendarmería. Todo, bajo el comando norteamericano. La DEA tiene en claro cómo cooptar, y sabe que a la larga o a la corta su método resulta infalible: entrega software, autos, armas, plata para informantes e invita a los oficiales a cursar con todo pago en el exterior.

El comandante (r) Carlos Gutiérrez, que oficiaba de enlace entre Gendarmería y la DEA en el norte y, tras su retiro, se convirtió en informante,  explica que la DEA era la que indicaba a quién y cuánto se pagaba. Generalmente, eran 1000 dólares por informante. Eso generaba automáticamente un mercado de personas que revolotean alrededor del botín en divisas. Dato: la DEA siempre paga con el resultado de la operación en la mano. 

A esta altura, preguntar por la soberanía nacional es un mal chiste. Un funcionario nacional especializado pide el resguardo de su identidad antes de lanzar una definición que expone los límites reales del problema: “Cada vez que un funcionario argentino presenta con bombos y platillos el decomiso de un gran cargamento de droga y admite entre dientes que se hizo a partir de una nota de la DEA, la cual porta un grado de precisión formidable sobre la ruta, en qué se mueve la droga y cuándo llega a tal lugar para que sea enviado a Europa, por ejemplo, está diciendo que la DEA hace inteligencia en Argentina a pesar de que no lo tenga permitido por ley”.

-Si la clave para ello son sus informantes, ¿el Estado no puede pedir el listado que la DEA tiene en el país?

-Sí, pero lo van a negar. No tenés manera. La plantilla de la DEA en la Argentina es personal diplomático, no podés ni abrirle una causa penal. Ahí, se abren dos planos distintos: una cosa es la información que la Argentina debería tener sobre qué agencias de inteligencia operan, pero eso no constituye prueba para una causa penal. Es información que la Argentina no tiene. El problema es que la Argentina no tiene en claro sus intereses. Hoy tenemos una AFI totalmente destruida, que tiene una mirada muy poco operativa y con miedo a la actividad de inteligencia. Se piensa que hacer inteligencia es algo ilegal.

El eje sobre el que gira todo es el dinero y sus canales informales. En torno, se crea una trama de informantes a la caza del premio mayor en divisas. Lejos de su alcance, los sucesivos gobiernos nacionales apelan a discursos que tensan o fortalecen su vínculo con la DEA. No obstante, nada le impide a la agencia seguir operando con tal grado de discrecionalidad.  

WC