Las elecciones de ayer fueron más equitativas en la distribución de sentimientos: todo más módico para todos. No hubo un cisne negro. Hubo más opacidad que cualquier otra cosa. Nadie ganó del todo, nadie perdió del todo. Los no peronistas saben ganarle al peronismo. Lo que no saben es moderar su deseo de decretarle la caducidad histórica: no pretenden ganar una elección, fantasean cambiar la tinta de los manuales de historia. Pero la noche es larga y depende el canal que ponés se vive una elección distinta. Con los mapas a colores, la televisión se pone daltónica. Un promedio de caras, tonos de voz, euforias bipolares armaron el matete: la supremacía de la madre de todas las batallas tapó el bosque nacional. El domingo combina una suerte de alivio y micro decepción “democrática”. Una derrota digna para unos, dirán, mirando “la” provincia; una victoria nacional que no da todas las certezas, dirán los otros.
Gobernar la Argentina es dártela en la pera y diagnosticar es el lujo que te das. Los problemas argentinos suenan tan de fondo, tan arraigados a la estructura económica, tan difíciles de modificar, que el ejercicio de gestión se ha vuelto remar en dulce de leche con gobiernos de logros pírricos. Limones que se exportan y nos hablan. La ecuación que Rafael Bielsa popularizó hace muchos años (país sobre-pensado y sub-ejecutado) no parecería pesar tanto sobre la sub-ejecución de algún presupuesto sino ser más expresiva de la manta corta argentina que nos genera este “estilo de vida político”: país trabado, con bloqueos mutuos, que da pasta de campeón a los que ganan legislativas y hace perrito chico al que gobierna. Especialistas en tener razones. La polarización termina siendo el juego del demasiado. Demasiada industria y demasiado campo, demasiados derechos, demasiado poder financiero, demasiados pobres y demasiada clase media. Todos ven excesos y todos piden más Estado.
Los resultados de esta elección agudizan esa impresión: profundiza lo trabado mientras parecen más agotadas las bases de una gobernabilidad reconstruida después del 2001. El mandato mínimo, conservacionista, de “no estallar”, tramitado con este runrún por dentro, este pasaje del corralito al cepo, del estallido a una crisis con cuidados paliativos, en cámara lenta, con pobres pero con imágenes simultáneas de booms de consumo, y que es tan capaz de mostrar que hay nuevas generaciones urbanas que ya no miran al peronismo como un hecho maldito (sino como un régimen, un poder natural), y a la vez un voto peronista duro, cuyo núcleo en el Gran Buenos Aires persiste.
El trillado fenómeno de Milei se volvió, más que sus votos, una cifra del año. En un sentido su personaje también nació para recordarnos que estamos a veinte años del 2001. Pero los que lo votaron se llevan el misterio de si lo votaron pegoteados con su mismo temperamento o si lo votaron como quien se saca un voto de encima. Porque votar es también sacarse el voto de encima. De la uva al vino, de la papa al puré, / de la papa al vino y al voto después. El viejo voto costumbrista cuyo fondo de olla hace casi treinta años raspó la poesía de Divididos. De la vieja Argentina que se organizaba sobre las tradiciones de los domingos (las pastas en familia, ir a la cancha) parecen quedar los comicios. Recuerdo al dueño de una pizzería que en 1999, caliente y sin esperanza en los políticos, votaba al Partido Obrero, mientras sus empleados, que viajaban desde algún barrio del Gran Buenos Aires, votaban a Duhalde. A toda oferta ideológica le crece el uso real de los comunes.
Las preguntas para Alberto son: ¿es suyo este resultado?, ¿qué le significa la recuperación de puntos en la Provincia? Y, en definitiva, ¿qué obtuvo Alberto? Una respuesta será: obtuvo tiempo. ¿Podrá ahora no estar tan precipitado a hacer gestos bruscos, ni espiando su TL para ver si llega otra carta abierta? Tiempo es el nombre de un deadline: el acuerdo con el Fondo. Mientras, cualquier cobertura de las elecciones tarda en nacionalizar el resultado. En sumar las partes. Un ¿qué es esto? La grieta se intensifica en el AMBA y pierde fuerza tierra adentro. La prioridad de mirar la provincia de Buenos Aires achicó la Nación. Armar el mapa argentino se demora. Como si el peronismo, a priori, fuera sólo bonaerense, y en tal caso Juntos por el Cambio fuera sólo CABA y Córdoba. Lo demás se “acomoda”, como los melones cuando el carro anda. En ese gesto automático, en esa insistencia en “la madre de todas las batallas”, hay también tela para cortar sobre la crisis y el futuro pendiente: un proyecto nacional. Los puños llenos de verdades se disuelven en el aire electoral.