La inagotable capacidad de la ciencia para encontrar respuestas aun en circunstancias extremas abrió las puertas de una salida de la pandemia de COVID-19 en tiempo récord, pero ese logro colectivo podría verse ahora amenazado por la decisión de algunos países de aplicar refuerzos extras de vacunas y desequilibrar así el proceso de inmunización global.
La aplicación de terceras dosis de vacunas, cuando poblaciones enteras esperan todavía por las primeras para evitar más muertes (suman 4,5 millones en el mundo), afecta el espíritu de cooperación internacional recuperado frente a la crisis en 2020 y acentúa las desigualdades de desarrollo con las que llegamos a la pandemia. Ello, sin contar con el efecto búmeran -económico y sanitario- que puede generar una inmunización global “a dos velocidades”.
La producción de las distintas vacunas para el COVID-19, todas con probada capacidad para reducir contagios y muertes, ilusionó al planeta entero. Potencias tradicionales y emergentes, países medios y pobres, todos coincidieron pronto en la necesidad de cooperar activamente en una campaña de inmunización mundial sin precedentes ni exclusiones.
Instancias multilaterales como Naciones Unidas y el Grupo de los 20 (G20) asumieron la necesidad de asegurar una máxima cobertura geográfica de las vacunas, para acelerar la salida de una crisis económica que, además de vidas, destruyó negocios y empleos a una velocidad inédita. En ese espíritu, también se creó el mecanismo COVAX, a través de la Alianza Global para Vacunas e Inmunización (Gavi), para atender las necesidades de los países no productores de vacunas y menos desarrollados.
A finales de 2020, cuando las vacunas dejaban de ser una realidad potencial y lejana, se abrió incluso el debate sobre la liberación temporal de sus patentes, para favorecer su producción masiva. India y Sudáfrica, dos emergentes muy poblados, lo propusieron ante la Organización Mundial de Comercio (OMC). Varias potencias se resistieron, con el argumento de que la transferencia de tecnología era algo complejo. Otros, entre ellos los Estados Unidos, consideraron válida la opción.
Casi un año más tarde, el resultado nos está dejando un sabor amargo. La desigual distribución de vacunas siguió el ritmo y la necesidad de los países productores. Los fabricantes obtienen ganancias récord y concentran contratos en pocos Estados. Más del 80% de las vacunas han quedado en los brazos de habitantes de los países ricos. Y, en el otro extremo, los más pobres no llegan al 1,5% de inmunizados.
Salud, lógica y ética
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la prioridad en la inmunización debe estar ahora, cuando transcurre el segundo año de pandemia, en vacunar a quienes no han recibido ninguna protección. La OMS estima que, de acuerdo con la efectividad demostrada por las vacunas y las últimas investigaciones, se necesitarán refuerzos recién al cabo de un año, incluso dos, de la inmunización básica.
El director general de la OMS, Tedros Ghebreyesus, ha solicitado una moratoria en la aplicación de terceras dosis, al menos hasta entrado septiembre, que podría ahorrar hasta 440 millones de dosis y destinarse a parte de los 3.500 millones de personas sin vacunar en países de ingresos medios y bajos. El objetivo nacional de proteger una población determinada, explicó, “se consigue mejor vacunando a los trabajadores sanitarios y a las personas de mayor riesgo en todos los países”.
Una moratoria de refuerzos como la solicitada por la OMS a laboratorios y gobiernos permitiría que todos los países vacunaran al menos al 10% de su población para finales de septiembre, al 40% para finales de este año y al 70% para mediados de 2022. A su vez, ayudaría a neutralizar la propagación de nuevas variantes más contagiosas, como la Delta, que pueden desafiar toda la respuesta global, sin discriminar siquiera a países productores de las vacunas.
Hasta hoy, más del 80% de las 4 mil millones de vacunas administradas a nivel global se inocularon en países con ingresos altos y medios que representan menos de la mitad de la población mundial. A su vez, la plataforma COVAX, que se proponía donar 2 mil millones de dosis a naciones de rentas medias y bajas durante 2021, sólo lleva distribuidas menos de 10% de esa meta. Una vacunación desigual alimenta el riesgo de una transmisión continua y durante largo tiempo.
Ese desequilibrio en la inmunización, que divide el mundo entre países que se abren y otros que siguen obligados a imponer restricciones como única respuesta, tiene consecuencias económicas. En una matriz global tan interconectada, terminan afectadas las finanzas y el comercio de todos los países, incluyendo a los ricos.
Así, la recuperación global se ralentiza y el aumento de la brecha de ingresos preexistente se ahonda. En esa dinámica, como expuso la OMS, “poco gana un pequeño número de empresas con grandes beneficios si el mundo sigue perdiendo billones de dólares por entrar y salir de las severas restricciones a sus poblaciones”.
La pandemia vino a recordarnos, con urgencia y crueldad, que el planeta está haciendo frente en simultáneo a grandes problemas de naturaleza global -como el cambio climático- y que, lejos del darwinismo social que nos ofrece la cosmovisión neoliberal, las únicas respuestas posibles son las respuestas colectivas.
Aun cuando la iniciativa de algunos gobiernos con las dosis de refuerzo esté inspirada por la genuina preocupación por proteger a sus ciudadanos, la solución puede resultar de corto alcance y hasta volverse en contra. Eso, en un sentido práctico, por las razones sanitarias y económicas ya expuestas.
Ya desde un punto de vista ético, el mundo necesita recuperar el espíritu de cooperación que imperó en lo peor de la pandemia, cuando faltaban respuestas y nos invadía el temor. Las herramientas del multilateralismo, combinadas con los esfuerzos científicos públicos y privados, demostraron las ventajas de buscar una salida todos juntos y el valor estrictamente humano de no dejar a nadie atrás.