“Somos una de las especies más fuertes sobre el planeta, en un momento nos adaptamos y seguimos viviendo”, me dijo una mujer desempleada de 36 años de la ciudad de Buenos Aires, con un optimismo que vi poco entre las 60 personas que entrevisté sobre la pandemia, la economía, las vacunas y la política. En la mayoría sobra el pesimismo, pero todos se acostumbraron a funcionar en la incertidumbre y la escasez. Los consultados acomodaron sus vidas a los nuevos tiempos, más duros que antes, y se inventan una interpretación propia de lo que viene porque no escuchan una voz confiable desde más arriba que les cuente un futuro mejor.
Conversé con pequeños comerciantes, empleados formales, en negro, estatales y desempleados para el proyecto 50 argentinos; todos los entrevistados me transmitieron la sensación de estar funcionando en la estrechez de la crisis, conectados con lo que pasa ahora, firmes a pesar de la desesperanza, acostumbrados a una vida más chica.
El virus se volvió algo cotidiano, que ya no da miedo, lo único que se puede hacer es salir a la vida inevitable. “La gente no puede parar”, aseguró una chica de 18 años de José C. Paz que está haciendo el CBC por UBA 21 y que en pandemia empezó a limpiar casas para tener algo de plata para sus propios gastos. Dijo que no le importa comprarse ropa de marca, pero que le gustan las carteras de Prüne.
Para algunos entrevistados la pandemia es una señal de algo más grande. “Creo que esto fue un cachetazo para darnos cuenta que el modelo económico no va más”, consideró una estudiante de veterinaria de 22 años de CABA. También me dijo que le interesan los políticos que hablan de medio ambiente y que le cae bien Nicolás Del Caño porque lo vio en una marcha antiminería, caminando entre la gente como uno más. También le cae bien Horacio Rodríguez Larreta, porque en su cuenta de Tik Tok se ríe de que le digan pelado.
La mayoría de los consultados considera que el Gobierno maneja mal la pandemia. “Lo único que supieron hacer es encerrarnos”, dijo una jubilada de 60 años de la ciudad de Buenos Aires. “La visión del mundo del kirchnerismo se ve en su visión del control de la pandemia, que no incluye a la libertad individual”, apuntó una chica de 29 años que trabaja en una distribuidora mayorista de comida para mascotas que cada vez vende menos.
La investigación incluyó preguntas sobre algunas de las principales figuras políticas. La mayoría tiene una mala imagen del presidente Alberto Fernández. “Perversamente gozan del poder de limitar la libertad de las personas, tienen los sentidos alterados por esa fiebre”, consideró una abogada de 36 años de la ciudad de Buenos Aires. “Alberto es el señor que ayuda en la presidencia”, dijo una desempleada de 36 años, también de la Capital. Las entrevistas en profundidad que realicé son una técnica cualitativa, que no permite medir en porcentajes la imagen de un líder, aunque van de todas maneras en sintonía con las encuestas de opinión publicadas en el mes de julio, que ubican a la mayoría de las figuras políticas con 50% de imagen negativa.
El apoyo al Presidente de los primeros meses se convirtió en bronca a lo largo del tiempo. De todos modos, algunos empleados lo rescatan. “Piensa en los que tienen menos”, manifestó un empleado de 26 años de un bazar antiguo de San Telmo.
Cristina Fernández despierta admiración aún entre los que la detestan. La consideran la política más capaz de todos los que hay. “La admiro en el sentido del poder que ha juntado, lamento que sea Cruella de Ville”, me dijo un jubilado de 71 años de Luján, provincia de Buenos Aires. “La señora está tan callada que no me da tiempo a enojarme”, apuntó una empleada estatal de 33 años de Posadas, Misiones.
Los seguidores de Cristina tienen con ella una relación afectiva. “Me encanta que sea una mina, eso hace más fuerte todo lo que rompió”, expresó una chica de 26 años que trabaja en negro en un consultorio en Vicente López.
Mauricio Macri sufre los efectos crueles de la derrota. “Macri ya está, no pudo hacer nada”, me dijo un hombre de 42 años que trabaja en una ferretería en Palermo. “En la cancha no demostró”, apuntó un desempleado de 26 años. Los que rescatan a Macri lo asocian con el futuro. “Me tranquiliza escucharlo hablar para adelante”, destacó una empleada de 29 años de la ciudad de Buenos Aires.
“Cuando habla Larreta me siento más respetada como persona”, me dijo una comerciante de 65 años de La Plata. El jefe de Gobierno de la ciudad forjó una relación cercana con los consultados, que lo ven como alguien normal y con criterio. “Va para el lado de las cosas de buen corazón, no sé si él lo tiene, pero va para ese lado”, señaló un publicista de 24 años que vive en el country Abril en Berazategui.
Para algunos, la pandemia causó un dolor pegado al cuerpo. Una mujer de 47 años de Salta capital, desabrigada en la pantalla, me dijo que su marido murió de Covid por ir a trabajar a la escuela de la que era director. Me contó que iba a tener que estirar el último sueldo que cobró el marido hasta que le salga la pensión en la ANSES, que ningún funcionario le había ofrecido ayuda, todo era desamparo para esa señora la noche en que hablamos.
“No tengo la vida que quiero llevar pero tengo una vida funcional”, aseguró una chica de 26 años que trabajaba de maestra integradora y ahora cuida un chico y lo ayuda con las cosas de la escuela. La joven ya no se da pequeños gustos, no pide delivery, solo compra una botella de vino de $300 para tomar en su casa que le dura dos días.
“Me complica la soledad”, dijo un hombre de 55 años de la ciudad de Buenos Aires que vive en un departamento demasiado chico para estar adentro todo el día. “Pasás por todos los estados de ánimo, de ser positiva y hacer gimnasia a no levantarte y no bañarte y dormir de día”, contó una mujer de 55 años de CABA que está mal en la inmobiliaria que trabaja porque las propiedades se venden en dólares pero a ella no le aumentan hace un año.
De la investigación surgen varias pistas sobre cómo es en carne y hueso la caída del consumo. “Me traen arreglos de cosas que antes no se hacían”, relató una modista de 53 años que tiene un local chiquito en una galería de la calle Cerviño en Buenos Aires. “Hoy estuve en el negocio desde las diez de la mañana y entraron cuatro personas. Históricamente entraban veinte”, contó una comerciante de 65 años del centro de La Plata que ve cómo los locales cierran a su alrededor.
Los empleados públicos consultados están guarecidos por la seguridad del depósito del uno al cinco de cada mes. “No me pueden echar por motivos económicos, salvo que pase una catástrofe”, me dijo un empleado judicial de 21 años de la ciudad de Buenos Aires, que no se anima a ir fiestas clandestinas con los amigos por temor a terminar teniendo un problema en su legajo.
Las vacunas ranquean primero en el índice de esperanza. La mayoría de los entrevistados quiere vacunarse y considera que son la solución, quieren darse la que haya. Los que detestan al Gobierno piensan que la Pfizer es mejor y conocen todas las estadounidenses, pero las que hay les parecen bien si llegan al brazo. Varias entrevistadas jóvenes escucharon que las vacunas pueden generar esterilidad, pero igual se vacunarían, hay teorías conspirativas que señalan que son un mecanismo mundial de control, dudas sobre el desarrollo a toda velocidad, todo menor ante la posibilidad de vacunarse.
“Para mi tendrían que vacunar de 20 para arriba y no de 60 para arriba, los que salimos a buscar la comida somos los más jóvenes”, dijo un obrero de la construcción de 37 años, de Tigre, originalmente de Paraguay. “Las vacunas son una pequeña lucecita en el medio de la oscuridad, son lo único que tenemos”, consideró una ama de casa de 60 años de CABA.
Los entrevistados quieren hablar, suena como si hubiera una necesidad de descargarse, de darle categoría histórica a lo que pasa, parecen preparados para seguir aguantando, para volverse más chicos y más pobres, en cada entrevista se ve la capacidad de adaptación de los humanos, aún sin esperanza.
LV