“Hoy en la Argentina si tenes trabajo y lo perdés estás a tres meses de quedarte en la calle”, dice Dany de Caraza. Junta cartones, es trapero a punto de sacar un videoclip y tiene el pelo verde Hulk. Aunque está en la calle, transpira optimismo. “Si empujás la carreta, juntás el mango”, dice, y todo es simple, capitalista y perfecto. Mientras hablábamos nos cocinamos al sol en la vereda de la Biblioteca Nacional.
A unas cuadras, una mujer está mucho más triste. Tiene seis hijos que quedan al cuidado de la madre cuando sale a cartonear. Gana trescientos o cuatrocientos pesos por día y dice que es difícil explicarle a los chicos que a veces no hay. Lo dice sin terminar la frase. Quedarse sin comer es algo de lo que no se habla y es el miedo de todos los días de los cartoneros, que viven anclados en lo que juntaron hoy.
Las mujeres cartoneras la pasan peor, ganan menos que los hombres y están pendientes de sus hijos que están en otro lado. Son minoría en un mundo de hombres. Quisieran tener un trabajo distinto, con mejores horarios. Una me dijo que el mejor trabajo que se puede imaginar es limpiar oficinas.
Durante diciembre entrevisté 50 cartoneros en la ciudad de Buenos Aires para el proyecto 50 Argentinos. Para la mayoría su principal problema es que desde la pandemia hay muchos más cartoneros y mucho menos cartón. Para los nuevos, cartonear es la única opción, porque no hay changas ni trabajos en la construcción. Muchos son veteranos del cartoneo, que empezaron de niños llevados por familiares o amigos del barrio en la crisis del 2001. Los cartoneros de mucho tiempo son como gauchos que festejan no tener jefes explotadores ni horarios y dependen solo de su esfuerzo y la suerte. “Vivo el día a día”, es la frase que más escuché en las entrevistas, como si fuera un budismo de la necesidad.
“Tenes que meterte adentro de los tachos. Uno a veces no quiere meterse, pero si no te metes no juntas. Es jodido, a veces hay fierros, vidrios rotos, la suciedad”, me dijo un cartonero. Lo más preciado es el papel blanco, que se paga 20 pesos el kilo, el cartón vale 11 pesos el kilo. Los cartoneros también juntan metales, ropa y electrodomésticos descompuestos que venden en ferias como la de Lomas de Zamora.
Los cartoneros ganan en promedio mil pesos caminando ocho o diez horas por día. Un carro nuevo vale cuatro mil pesos o se alquilan por 400 pesos por semana. La mayoría de los cartoneros paga 1500 pesos por semana para que un camión los traiga a Capital con los carros vacíos y los devuelva a Provincia con los carros cargados. Algunos cartoneros trabajan en cooperativas de la ciudad que les pagan un básico de 16 mil pesos. La mayoría de los cartoneros viene de Villa Fiorito. Desde ahí empezaron a venir hace veinte años.
En Viamonte y Suipacha un chico de 18 años de ojos grises y mucha cara de bueno me dijo que había empezado a cartonear porque no quería volver a estar preso. Me dijo que tuvo suerte de estar detenido en una comisaría de Remedios de Escalada donde no la pasó mal porque conocía mucha gente, que robó autos a mano armada y que le podía haber pegado un tiro a alguien porque estaba loco de pastillas. El chico cartonea por el centro con un grupo grande de hijos, nietos y sobrinos de un señor que se llama Cacho. Cuenta que Cacho tiene mal de Chagas y es cartonero hace treinta años. Tiene la nariz partida de gran jefe.
En la calle Viamonte un chico de 16 años me dijo que estaba perdido en las drogas y en pandemia agarró para el lado angosto. Eso significa creer en Dios e ir a la iglesia evangélica todos los días. Dios aparece seguido en el discurso de los cartoneros con los que hablé. Dicen mucho “gracias a Dios” antes de contar lo bueno.
Muchos cartoneros son una versión de la familia Ingalls con ropa rota. Salen a trabajar empujados por la necesidad de que los hijos coman. Se escapan del barrio inmóvil. Muchos compraron ladrillos con la plata del IFE. Esos cartoneros cantan una canción conservadora.
“Voy a seguir en la calle, en la calle siempre hay plata”, me dijo un cartonero que hasta la cuarentena trabajaba en la demolición. Los cartoneros sienten que tienen un trabajo como otros. Son monotributistas al margen del Fisco. Se los ve tranquilos como la gente que llega muy cansada a la noche.
Una señora que me contó una vida durísima con hijos muertos y casa incendiada por el narco. Fue un tema presente en muchas entrevistas. Me dijo que en el colectivo la gente se corre para no viajar al lado y en la calle la miran desde arriba. Un cartonero joven me contó que cuando pregunta la hora la gente guarda el celular. “Les diría que soy laburador, no los voy a chorear: tengo brazos y piernas, puedo trabajar”, aclaró.
Un muchacho venía con el carro en velocidad por una bajada en Pacheco de Melo. Cuando le pregunté cómo andaba me dijo que estaba esperando que le saquen la tobillera electrónica. Recién ahí noté. Es como un aparato de radiollamadas de los noventa. Con serenidad tucumana, me dijo que se la habían puesto porque la mujer se golpeó para denunciarlo por pegarle. Que él no había hecho nada. Negaba como si todavía estuviera en situación de indagatoria. Me dijo que se cuidaba de no pasar cerca del barrio para que el aparato no suene, que está desesperado por que se lo saquen. Ahora tiene “otra guacha” que tiene hijos y vive con la madre.
Los cartoneros ven en la educación que abandonaron la posibilidad de una vida mejor. “Dejé la escuela en quinto año, me falta uno, no me da el tiempo para trabajar e ir a la escuela. Pienso que va a ser de mi futuro. No quiero vivir toda la vida juntando cartón,” me dijo una chica de 18 años. Los cartoneros hombres delegan en sus parejas la educación accidentada de sus hijos. Un cartonero me dijo que sus gastos son pagar el alquiler de una pieza y Direct TV para que sus hijos vean dibujitos.
“Yo sería un negro pero gracias a Dios no me dediqué a hacer piquetes”, me dijo un cartonero mientras mojaba el cartón del carro con el agua de una manguera. “Cristina ayudando a la gente con una tarjeta, dando plata, piensa que soluciona el bienestar de todos y no da ninguna solución, nos ayuda a subsistir el día a día, nada más”, me dijo otro cartonero. “Cristina es Evita”, aseguró un señor con los ojos redondos de haberse estimulado, apoyado contra un vidrio del hotel Claridge. Un par de cartoneros opinan que Macri es garca, otro dice que hizo mucho, como la estación Constitución. Una chica cartonera piensa que la mejor es Vidal porque la veía seguido en Canal 13. Pero a la mayoría de los cartoneros la política les queda lejos y el termómetro de la realidad es la plata en el bolsillo.
“Me gusta salir a comer un choripán, un paty, o sentarme en un tenedor libre y pedir y que me sirvan”, me dijo un señor que es soltero y antes de la pandemia iba al baile. Los cartoneros tienen sueños básicos de consumo: cosas para los chicos, comer un asado y ropa deportiva.
Los cartoneros se vuelven baqueanos de la ciudad que recorren a tracción sangre propia. “Todo me gusta de Buenos Aires, lo que más me gusta es que hay mucho trabajo,” me dijo un tucumano que no se volvería porque trabajar de obrero en el medio del calor del Norte es insoportable.
A la noche, en Paso y Viamonte, le invité una coca a dos cartoneros para que pararan a hablar. Me dio la sensación que andaban juntos todo el día, en el mal entretenimiento liviano. Me contestaron un poco buscando la aprobación del asociado. Uno me dijo que su vicio era la calle porque andar en la calle es ser libre.
LV