Si bien en las últimas décadas se han logrado varios avances, la proporción de mujeres en el sector científico-tecnológico continúa siendo reducida en todo el mundo. Según un relevamiento realizado por la UNESCO y ONU Mujeres el año pasado, solo 3 de cada 10 personas que hacen ciencia son mujeres. A nivel regional, los números son un poco más alentadores: en América Latina y el Caribe, el porcentaje de mujeres llega al 45%.
En la Argentina, en tanto, las científicas son mayoría. Un informe de diagnóstico presentado esta semana por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación (MINCYT) relevó que el 59,5% de las personas que hacen ciencia en el país son mujeres. Sin embargo, solo el 22% de los puestos directivos de los organismos de ciencia y tecnología son ocupados por ellas. ¿Por qué tantas quedan en el camino?
Este jueves 11 de febrero se celebra el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, una fecha que busca inspirar vocaciones científicas e impulsar a que haya más equidad de género en el sector. También, es una buena efeméride para visibilizar las barreras que deben enfrentar mujeres y disidencias en su carrera profesional.
“En mi experiencia, la de colegas y la de estudios sistemáticos, el principal factor de desigualdad derivado del género ha sido la tarea de cuidados, ya que recae mayormente en las mujeres. Las largas horas dedicadas a estas tareas redundan en una menor productividad, castigada severamente por los organismos de ciencia y técnica”, explica a elDiarioAr la Doctora en Antropología Mariana Mondini, investigadora del Instituto de Antropología de Córdoba (IDACOR–CONICET/Universidad Nacional de Córdoba).
El problema del desbalance en la asignación de las tareas domésticas y de cuidado atraviesa a todos los sectores del mercado laboral. Según el INDEC, las mujeres dedican casi el doble de su tiempo a esas tareas en comparación con los varones: 6,4 sobre 3,4 horas. En el caso del sector científico, uno de los principales parámetros con que el sistema evalúa a los y las investigadoras es la cantidad y calidad de sus publicaciones en revistas científicas. Esto determina aspectos centrales de su carrera, como las chances de conseguir o ascender de cargo y obtener subsidios para avanzar con sus investigaciones.
“Un problema estructural que hay en el sistema científico-tecnológico es la falta de visión de que el patriarcado lo permea. Hay una tendencia a pensar que los sistemas sociales son como lo sistemas físicos, que tienen un comportamiento determinado y devienen en un estado final. Y no es así, la evolución de los sistemas sociales está conformada por una serie de decisiones: las cosas no van a cambiar por sí solas”, considera la ingeniera nuclear Verónica Garea, quien dirige la Fundación INVAP, en Bariloche.
Las científicas enfrentan dos grandes tipos de barreras. Por un lado, está el fenómeno de segregación vertical conocido como “techo de cristal”: las mujeres son mayoría en la base de la pirámide jerárquica pero pocas llegan a puestos directivos y de toma de decisiones. Esto se da en los organismos de ciencia y técnica pero también en las universidades nacionales, donde solo hay un 11% de rectoras y un 30% de vicerrectoras.
Por otro lado, se produce una segregación horizontal, con áreas más masculinizadas a las cuales a las mujeres les cuesta más acceder y permanecer. Como señala el informe del MINCYT, las mujeres están sub-representadas en las áreas de las ciencias agrícolas, las ciencias naturales y exactas, y las ingenierías. Mientras que casi 2 de cada 10 investigadores se dedican a temáticas de ingenierías y tecnologías, solo 1 de cada 10 investigadoras lo hace.
Garea sabe lo hostil que puede ser este ámbito. Los primeros obstáculos llegaron cuando buscó trabajo en la industria del petróleo. “No te vamos a contratar porque sos mujer”, le dijeron sin vueltas. Varias veces pensó en abandonar, especialmente cuando escuchaba cosas como: “¡Qué bueno que llegaste! Al fin alguien que haga el café”; o “¿Vos sos la secretaria?”.
Micromachismos cotidianos y violencias explícitas
Alejandra Korstanje es Doctora en Arqueología y, a lo largo de su carrera, desempeñó diversos cargos en el CONICET y la Universidad Nacional de Tucumán (UNT). “No sentí discriminación por género hasta que accedí a lugares de poder”, cuenta. Fue ahí cuando empezó a notar que cuando intentaba exponer sus argumentos y decisiones, era interrumpida con frecuencia por colegas varones. Al principio pensó que quizás sus ideas no eran adecuadas o que “cualquiera puede tener un mal día”.
Pero como la situación se repetía, hizo un experimento. Le pidió a un colega que en la próxima reunión explicara sus ideas palabra por palabra, como si fueran de él. “No solo lo escucharon, sino que lo felicitaron y propusieron que profundizáramos por ese camino. Ese día supe que me había hecho feminista y que pelearía por la igualdad de género lo que quedaba de mi vida. Porque una vez que hacés click, no hay vuelta atrás”, afirma Korstanje.
Esta situación es un ejemplo de lo que se conoce como “micromachismos cotidianos”: una forma de segregación que es difícil de cuantificar pero que tiene un impacto relevante en la carrera de mujeres y disidencias. Algo similar le sucedió a Victoria Flexer, Doctora en Química y directora del Centro de Investigación y Desarrollo en Materiales Avanzados y Almacenamiento de Energía de Jujuy (CIDMEJu). Como el instituto en el que trabaja depende también del gobierno de la provincia, debe tratar asiduamente con actores del poder político local, en su mayoría varones.
“He estado en situaciones de violencia verbal manifiesta y de denigración constante de mi trabajo por gente que ni siquiera entiende a qué nos dedicamos. Cuando las científicas tratamos de imponer nuestro punto de vista, respaldado por nuestra formación, es habitual que nos traten de autoritarias y de tener mal carácter, cuando el mismo tipo de actitudes en los varones es valorado como capacidad de liderazgo”, apunta Flexer.
Por su parte, Soledad Leonardi, Doctora en Ciencias Biológicas e investigadora del CONICET en el Centro Nacional Patagónico (CENPAT), de Puerto Madryn, cuenta: “Mi gran problema fue que tuve un director violento que trató de que yo no continuara en el CONICET. Me hizo la vida imposible y estuve dos años tratando de que me corrigiera la tesis, en una época en que estas situaciones no se visibilizaban y no teníamos herramientas para poder enfrentarlas. Recién varios años después, gracias al feminismo, pude reconocer lo que fue esa situación de violencia y cómo me afectó”.
Como la salida siempre es colectiva, en 2018, un grupo de investigadoras del CENPAT creó la colectiva Ciencia Sin Machismo, para visibilizar las violencias y desigualdades de género que padecían. “Ahora buscamos lograr también el compromiso de los varones. Es difícil llegar desde la militancia a un varón violento pero quizás hay varones que se sienten más interpelados y quieren empezar a ir en contra de esos pactos de complicidad machista”, señala Leonardi.
En los últimos años, al calor de las luchas feministas, surgieron numerosas agrupaciones de mujeres y personas LGTBI+ en el sector científico. Laura Kniznik es Doctora en Física, trabaja en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) e integra varias agrupaciones, entre ellas Trabajadoras de Ciencia y Universidad, y Las Curie. Desde allí, han realizado actividades, charlas, pañuelazos y otras estrategias para visibilizar la desigualdad de género.
“Todavía hay muchas violencias que cuesta revertir, físicas, psicológicas, simbólicas, de las cuales están teñidas los organismos donde trabajamos, que son constitutivamente androcéntricos. Necesitamos que haya políticas públicas que aborden estas situaciones, que además en la pandemia se profundizaron”, sostiene Knizniz. Ya en los primeros meses del 2020, cuando muchos países comenzaron a decretar medidas de aislamiento, salieron estudios que apuntan que la productividad de las científicas se redujo durante la cuarentena, principalmente debido a tener que cargar con el mayor peso de las tareas de cuidado.
Leonardi coincide con Knizniz y reflexiona: “Hoy, si bien el sistema todavía protege a estas personas, sobre todo por parte de varones que ocupan cargos jerárquicos, tenemos más herramientas para cuidarnos entre nosotras y evitar que las violencias nos impidan desarrollar nuestras carreras. Pero todavía quedan muchos desafíos por delante para tener una ciencia más equitativa”.