Mala fama, ritmo y sustancia

El consentimiento sexual, ¿solución o problema?: el dilema entre la fijación de límites y el retorno al pánico moral

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“Si querés tocármelo, pídelo

muérdeme y agarrame del pelo

tamo más calientes que la arena

deja tus huellas en mi cadera“. 

“Pídelo”, canción de María Becerra

Romina es una abogada penalista inteligente, determinada, bella, sexy y fuerte que se dedica a defender a agresores sexuales. Una mujer que es mordaz con las agredidas. Las interroga y hace tambalear: “Pero, ¿le dijiste explícitamente que no?”. Con sus trucos y preguntas inquisitoriales gana un juicio tras otro. Hasta que tiene sexo casual con otro abogado, un compañero en la oficina. De coger en un sillón pasa a fantasear un noviazgo. Tienen una cita. Toman varias copas. Ella lo invita a su casa y la comedia romántica que se había guionado en su cabeza se vuelve un thriller cuando él la penetra borracha y descompuesta mientras ella intenta, sin éxito, sacárselo de encima. Después él se queda dormido y ella se escapa de su propio departamento. Al día siguiente él la whatsappea. Romina recibe los mensajes en la comisaría donde está a punto de denunciarlo por violación. 

La escena es parte de “Prima facie”, una obra de teatro escrita por la abogada y dramaturga Suzie Miller, que en su versión local interpreta con despliegue de talento y belleza sobre el escenario de la sala porteña del Multiteatro la actriz Julieta Zylberberg. ¿De qué trata la historia? A primera vista, con una protagonista del universo judicial que se enfrenta a los dilemas, sesgos y debates de su propio oficio el foco pareciera estar puesto en el nudo que se ata entre el sistema de administración de justicia y la falta de perspectiva de género en sus intervenciones en casos de violencia sexual. La pieza, efectiva para la conmoción de los y las espectadores, sintetiza una tradición de una corriente de feminismo más liberal que insiste en buscar respuestas a los problemas de las violencias en herramientas legales y administrativas. Un feminismo que habla la jerga judicial del liberalismo moderno y termina con la lengua enredada por los límites que propone el castigo como única respuesta. 

Sin embargo, hay un nudo anterior en el que la obra no indaga que es más complejo de abordar y que todavía no ha sido desatado a pesar de la masificación de los debates alrededor del tema del consentimiento. Hay un enorme malentendido, un problema de comunicación grave, un ruido en la conversación en el encuentro heterosexual que termina en daño, un código que es leído por ellos como pase libre al sexo consentido. Una persona borracha y descompuesta, en general, no está disponible para disfrutar del sexo. ¿Cómo puede ser que lo que para Romina era a todas luces un delito, una agresión sexual, para él –que siguió durmiendo– fue una noche más? Nadie que se asume violador le escribe por Whatsapp a su víctima al día siguiente. ¿Cómo es posible una mirada tan diferente sobre lo que es sexo consentido y lo que es una agresión? El problema (y la búsqueda de la respuesta) no puede ser y estar únicamente en quienes habitan los Tribunales que “no la ven”. 

En los últimos años se habló de consentimiento como solución en el teatro, el cine, la literatura, la academia, los medios, las redes, hasta en Gran Hermano: “¿Dieron el consentimiento?”, pregunta desde 2022 la voz omnipresente a los y las participantes del reality cuando detecta una pareja bajo las sábanas. Los y las amantes tienen que hacer “la señal del consentimiento”: mostrar sus pulgares arriba para la cámara. “Normalicemos pedir consentimiento”, dice un posteo en Instagram en colores pasteles. Los históricos lemas de pancartas feministas “No es no” o “Sólo sí es sí” emergen con fuerza con la mediatización de algún caso resonante que provoca indignación social y hasta se han transformado en nuevas normas

“Pareciera como si en el terreno de la reflexión feminista sobre la sexualidad hubiéramos dado con la solución. Como si siempre hubiera estado ahí pero no la hubiéramos encontrado hasta hoy. Consentir parece haberse convertido hoy en una receta mágica para todos los problemas que se nos presentan en el terreno del sexo, una respuesta definitiva a todas las preguntas”, dice la filósofa, escritora y ex diputada española Clara Serra Sánchez en su último libro “El sentido de consentir”, publicado en enero por Anagrama. Y agrega: “El verdadero debate político que encierra el concepto de consentimiento aún no ha sido abordado”. 

Entre el “no es no” que pone límites explícitos con palabras, gestos y hasta silencios; y el “Sólo sí es sí” que expresa lo que se desea hay, como en todo, una amplia avenida del medio: el camino exploratorio, de no saber, no conocer, no haber probado aún. Un tránsito en el que pueden estar todas las personas pero que habitan especialmente adolescentes y jóvenes que se inician en el camino de la sexualidad. ¿Qué mandatos se les impone con estos debates binarios a los y las más pibes? ¿Cómo abordar la politización del sexo como herramienta de liberación y no como una vuelta a más tabúes y al pánico moral?

El consentimiento, como está presentado en la conversación pública, se parece más a una utopía, una promesa de seguridad y placer garantizado, de buen sexo. ¿No es acaso la sexualidad un territorio de experimentación, de búsqueda, de curiosidad, de no saber y hasta de posibles riesgos? ¿Es posible saberlo todo antes de la intimidad? 

El consentimiento como problema 

Dice la Real Academia Española sobre la “acción y efecto de consentir”: “En los contratos, conformidad que sobre su contenido expresan las partes. Manifestación de voluntad, expresa o tácita, por la cual un sujeto se vincula jurídicamente”.

Ante la pregunta “¿qué es el consentimiento sexual?” la inteligencia artificial de Meta responde: “El consentimiento sexual es el acuerdo libre, entusiasta y continuo de todas las personas involucradas en una actividad sexual. Significa que todas las partes han aceptado participar de manera activa y voluntaria, sin coerción, manipulación, miedo, intimidación o presión”.

Melisa García es abogada y fundadora de la Asociación de Abogadas Feministas. Ella traza los contornos del consentimiento desde el Derecho: “Es el elemento vital para que no hablemos de un delito en términos de nuestro Código Penal. La existencia del consentimiento es ese acto deliberado, brindado de forma positiva, pero no por ello es un acto que se mantenga estático durante una relación sexual. Más bien el consentimiento es ese acto del cual de manera libre manifiesto mi decisión en forma explícita o tácita pero no por ello presumible o presunta”. Y explica: “Sucede que el consentimiento se presume muchas veces y se juzga en términos de los tribunales bajo una mirada sesgada y patriarcal que es, si accedió a una cita, a ir una habitación de hotel, a una cena, a un beso, consiente y acepta todo lo demás”.

Y aquí aparecen los problemas. “Que se haga tanto enfásis en el Código Penal como manera exclusiva de tener seguridad sexual va en menoscabo de una labor que habría que hacer sobre la ética de las relaciones sexuales de transformación social, de las estructuras que codifican. Que los hombres aprendan a codificar”, propone la psicóloga clínica Cristina Garaizábal en una entrevista que le hace Clara Serra en su podcast . 

Daniela Lossiggio es doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA), dirige el área de Género, Diversidad y Derechos Humanos de la Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ) y ha abordado desde la academia los cruces entre consentimiento, deseo y poder. “El problema del consentimiento amerita tratamientos institucionales de mayor creatividad que los jurídicos”, dice y con su respuesta fuga de las inflación punitiva. Para ella, “hay situaciones que no constituyen delito, micro violencias sexuales, cuyos autores desconocen y que son fácilmente corregibles”. Lossiggio señala que es un “problema requiere un tratamiento pedagógico y preventivo con perspectiva feminista y de derechos humanos; un tipo de intervención no punitivista que se desarrolló en los últimos años al interior de instituciones educativas, mediante protocolos de actuación y que dio muy buenos resultados. Ahora bien, sin educación sexual integral es muy complejo pensar en sociedades sexualmente más saludables. Eso está hoy en jaque”.

La periodista española Ana Requena Aguilar, jefa de Género en elDiario.es, en su último libro “Feminismo vibrante” propone hablar más de deseo y consenso que de consentimiento. Ahí también emergen discusiones. “Nos mueve el deseo” fue un lema feminista del ciclo de la efervescencia y masividad entre Ni Una Menos y la marea verde. Sin embargo, a los que no registran agresión de sexo consentido también los mueve el deseo. Hay deseos para todos los gustos. 

Damián Supply es psicólogo clínico y terapeuta grupal. Trabaja especialmente con adolescentes y jóvenes y desde los espacios de taller con ellos y ellas intenta “transmitir que el consentimiento se relaciona a acompañar y aceptar un encuentro y sus tiempos. De la manera más integral posible: emocionalmente, racional y corporalmente”. “Me parece que es algo que esta generación está reconstruyendo porque hoy por ejemplo las instancias digitales están muy presentes. Hay que apuntar a la idea de que esto es algo a renegociar y repensar en todo momento, que esos tiempos y espacios son parte también de la seducción, la comunicación y principalmente lo que abre la puerta al placer y el disfrute”, dice Supply. 

“Consentimiento sexual, algunos pensamientos sobre el psicoanálisis y la ley” es un texto de Judith Butler, de 2011, que fue traducido por Laura Contreras, Florencia Gasperín, Lucas Morgan y Nayla Vacarezza y circula en formato de fanzine en Internet. Allí la filósofa estadounidense reflexiona sobre los bordes:  “A pesar de que se supone que el consentimiento es activo y lúcido, el consentimiento sexual puede involucrar términos mucho menos activos: ser movido, sentirse curioso, encontrarse a uno mismo abriéndose a lo que es desconocido, ser impresionable, vulnerable, sorprendido, intrigado o incluso desplazado y a la deriva, preguntándose qué acontecerá, renunciando, cediendo”. 

Tal vez parte del problema sea que cuando se habla de consentimiento siempre se parte de situaciones que quiebran justamente el pacto y muy poco se habla de las infinitas posibilidades de las prácticas consentidas y de los rituales de seducción. No todas las derivaciones y desviaciones en el acto sexual deberían necesariamente decantar en experiencias traumáticas. Al final del túnel del “vamos viendo” no debería estar siempre esperando la violencia sexual y el Código Penal. Quizás todavía no se inventaron las palabras para esa búsqueda del goce conjunto.

MFA/DTC