“¿Sabés qué pasa? Vos tenés que entender que yo no te estoy haciendo un favor a vos, ¿ok? Vos me estás haciendo un favor a mí. Porque vos sos una laburante, estás haciendo una nota para que la lea un montón de gente, entonces vos me estás haciendo el favor. Nunca te olvides de eso, nunca, jamás, por favor. Vicky, corazón. No te quiero fallar. Si yo estuviera del otro lado, del tuyo, estaría re caliente: ‘este gil, quién se piensa que es…’”.
Es el final de la grabación de una entrevista de exactos 31 minutos hecha por teléfono porque El Dipy no tiene tiempo. Después del almuerzo y la selfie con el ex presidente Mauricio Macri, hace diez días, encaró un raid televisivo. Se sentó en lo de Majul y en lo de Novaresio y en Intratables. Habló en radio. Se cruzó con Alberto Samid en una red social. En el medio, imposible: no tiene tiempo. Que el autódromo, que el programa de radio, que la reunión, que los hijos, que la calle, que los trámites… Pero en este final de nota, El Dipy insiste: vos me hacés un favor a mi; Vicky; corazón. El Dipy de gil no tiene un pelo.
Hacerse de abajo
Se llama David Adrián Martínez, tiene 43 años y nació en Gualeguaychú, provincia de Entre Ríos. Hijo único, sus padres se instalaron en La Matanza cuando él un niño. Llegaron a La Tablada para dar vuelta un racha difícil: no tenían trabajo ni hogar ni porvenir. Durmieron “de prestado” en casas de conocidos, changuearon y secaron mucha yerba al sol.
Hasta que ambos consiguieron trabajo en la misma fábrica. La madre lo cuidaba a la mañana hasta que llegaba el padre a ocuparse del chico, así ella podía tomar el turno de la noche. Años y años de ahorro para comprar un terreno en el que empezaron a construir: un ladrillo sobre otro hasta que armaron la casita. No era suerte, era esfuerzo. Después los padres renunciaron a sus empleos en la fábrica y abrieron un almacén. Esa despensa se convirtió, con el tiempo, en un autoservicio.
La infancia y adolescencia de El Dipy no es excepcional. La foto que cuenta --el barro, el olor a mierda, la napa que sube, imparable; el colectivo que no pasa-- sigue vigente. No terminó el secundario: “Necesité trabajar. Mis padres ganaban poco. Yo quería ayudar y también quería mis cosas… ¿Mi primer trabajo? ¡Cómo no me voy a acordar de ese primer trabajo! Vendí diarios en una esquina de Mataderos. Después fui paseador de perros, repositor…”.
Hasta que empezó a pasar música en boliches de La Matanza. Hasta que en 2006 armó la banda El Empuje. Hasta que tres años después decidió arrancar una carrera solista y le fue muy, muy bien. Popular en el circuito de la cumbia, su participación en la edición 2017 de Bailando por un Sueño lo instaló en la pantalla doméstica.
La consolidación fue con Par-Tusa: una… ¿reversión? de Tusa, la canción de Karol G y Nicki Minaj. Misma melodía pero con miradas diferentes. Mientras la letra del tema original cuenta la historia de una mujer que por otro man no va a llorar, la de El Dipy dice: “Andá a la puta que te parió/ no sufro más por vos/ tomate el palo no te pienso llamar”. El arte de El Dipy consiste en hablar el idioma que entendemos todes.
¿En qué te inspirás para componer las letras?
En ustedes. Jamás vas a escuchar en un tema algo que me pase a mí. ¿Sabés qué pasa? Yo canto lo que les pasa a ustedes. Yo los veo, veo la calle. Los escucho, escucho a mis amigos. Miro las redes. Todo eso que ustedes dicen, lo escribo y lo hago música. Y después… ¿Por qué a ustedes les gusta? Y porque me lo contaron ustedes.
Si el mago contara el paso a paso de un truco, El Dipy nos ofrece su pista. Escucha y replica. Escucha y repite. Escucha y propaga el mensaje. Lo hace sobre un escenario en los bailes. Lo hace en Instagram (sí, Dipy, todos y todas queremos volver a casa amanecidos, con el sol reventándonos la cara, pero hay un pandemia), lo hace en la tele, lo hace cada madrugada en Radio Rivadavia, en el programa que conduce, Los desclasados. Dice El Dipy: “A todo culo y con el cuchillo entre los dientes: yo no hago nada a medias”.
Todo eso que ustedes dicen, lo escribo y lo hago música. Y después… ¿Por qué a ustedes les gusta? Y porque me lo contaron ustedes.
“La gente normal piensa como yo”
Los padres, jubilados con la mínima, todavía viven en la casita que empezaron a construir en el lote de La Tablada. El, en cambio, alquila. Dice El Dipy, al teléfono: “Mi sueño es comprarme mi casa. ¿Cuánto está una casa hoy? Mil dólares son 150 mil pesos. ¿Qué estará una casa? ¿150 mil dólares? ¿De dónde los sacás? Es imposible. Yo vi a mis padres construir su casa en un terrenito y yo con 40 años no puedo comprar mi casa. Ni yo, ni nadie”.
¿Por qué tu discurso identifica a mucha gente?
Porque uno... A ver... ¿Sabés qué pasa? Yo soy como cualquiera de ellos. La gente normal piensa como yo. Porque tiene que levantarse y salir a laburar. Porque tiene hijos y tiene que darles de comer, porque los tiene que mandar al colegio. Y estamos abandonados. Yo lo digo con las palabras de todas esas personas que se sienten recontra abandonadas. Esa gente que siente que le prometen y no le cumplen. El argentino laburante al principio cree y después se da cuenta de que todos los gobiernos son iguales. Este, el que pasó, el anterior y el que va a venir. Ellos son cada vez más ricos y nosotros seguimos igual.
¿Se lo dijiste a Macri en el almuerzo?
Por supuesto. El primer error que cometieron fue decir “pobreza cero”. No existe ni en Suiza eso. ¿Sabés qué pasa? La gente piensa que los slogan son ciertos. Entonces cuando no se cumple, vos le explicas: “no, era un slogan”. Y la gente te reprocha. Mirá, en la política más que prometer tenés que hacer. Vos no podés prometer algo que no podés cumplir. Vos tenes que prometer lo que podés cumplir. Y si no no, no prometas y hacé.
¿Te propuso algo?
Pensé que iba a invitarme a que me sume a Juntos por el Cambio, pero nada que ver. Macri me dijo que yo digo la verdad porque vengo de la calle. Y que puedo cambiar las cosas. Eso fue muy fuerte. Me quedé de cara, me pegó. Me sugirió armar algo, pero ahora no estoy para eso. Quiero terminar el secundario. Para ocupar un cargo tenés que tener un mínimo de preparación, estar un poquito instruido.
¿Y para qué estás, entonces?
Yo quiero que la gente se despierte. Los políticos sabemos para qué están, ellos saben para qué vinieron. Si no nos despertamos, nos van a llevar recontra puestos. Yo hablo por mis hijos, porque yo le quiero dejar un buen país a mis hijos. ¿Sabés qué pasa? Si vos no hablás, después no te podés quejar.
Yo quiero que la gente se despierte. Si no nos despertamos, nos van a llevar recontra puestos.
El Dipy habla por teléfono con su hijo menor colgado al cuello. Valentino tiene cuatro años y mucha hambre. De fondo se oye una carrera. Es de motos y a él le encanta. Dipy es parte del equipo JM Competición y corre en el Top Race. Ser piloto, dice, es un “hobby caro”. Ya subió al podio tres veces. En cada carrera repite el ritual. Metido en un traje antiflama, El Dipy se sube al auto y cierra los ojos: repasa el circuito, recorre mentalmente las curvas, el trazado, cuándo conviene acelerar para asegurarse la posición.
La primera vez que vio pasar un auto en el Gálvez tenía 7 años. La primera vez que se subió a uno fue hace seis, en 2015. “Entre la política, la música o los autos, yo dejo todo para correr. ¿Sabés qué pasa? En lo único que pienso cuando corro es en ganar. La carrera para mí es poder controlar algo que está fuera de control”, sigue El Dipy. Ayer hubo una final de Campeonato. El estaba tranquilo, había clasificado tercero entre 19 autos. En el afán de controlar, la falla no fue suya: en la última vuelta, le pegaron y quedó afuera. Sólo en el autódromo lo llaman David. Y con la cabeza envuelta en el casco y la cara detrás del visera, El Dipy podría ser cualquier persona.
VDM