“Solo hay un Papa, y se llama Francisco”. Tajante, Joseph Ratzinger respondía en 2018, por carta, las tesis del cardenal Walter Brandmuller, uno de los cuatro purpurados que habían llegado a amenazar con declarar ‘ilegítimo’ al Papa Francisco por su apertura a la comunión a los divorciados vueltos a casar, y por abrir el debate sobre la posibilidad de consagrar curas casados (‘viri probati’) en rincones que, como la Amazonía, no contaban con sacerdotes.
El movimiento de Brandmuller, secundado por otros purpurados como el norteamericano Burke (uno de los más estrechos colaboradores eclesiásticos de Donald Trump), el italiano Carlo Cafarra y Joachim Meisner, fue conocido como el movimiento de las ‘Dubia’, por el documento enviado por los cuatro a Francisco en el que le exigían retractarse de estas decisiones, o lo declararían incapaz para continuar dirigiendo la Iglesia católica.
De los cuatro cardenales anti Francisco –Carlo Cafarra, Joachim Meisner, Raymond L. Burke y Walter Brandmüller– solo siguen en danza los dos últimos. Y muy activos. Hace unos meses, Brandmüller volvía a reclamar un cambio en las normas vaticanas de elección de Papa para impedir un ‘Bergoglio II’, instando a que solo fueran los cardenales romanos (de la Curia) quienes interviniesen en un hipotético cónclave.
Müller, Sarah, Rouco, Viganò, Salvini, Abascal...
No son los únicos, ni siquiera los más poderosos, entre los enemigos del Papa Francisco. La lista es conocida por todos: Gerhard Müller, el ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe; Robert Sarah, ex prefecto de la Congregación para el Culto y uno de los protagonistas del mayor bochorno entre los contrarios a Bergoglio; el español Antonio María Rouco Varela o el ex nuncio de Estados Unidos, Carlo María Viganò son solo algunos de los nombres de un movimiento, más potente de lo que parece, que busca revertir las reformar implementadas por Francisco en esta última década y que, pese a su ímpetu, siempre encontraron cerradas las puertas de cualquier apoyo directo por parte de Benedicto XVI.
Tampoco se trata únicamente de eclesiásticos: muchos de los políticos que estos días desfilan por la capilla ardiente de Ratzinger, desde Mateo Salvini a Viktor Orban, pasando por Giorgia Meloni, y otros que no han acudido a Roma, como Steve Bannon o Santiago Abascal, son declarados opositores del “ciudadano Bergoglio”, como suele denominar al Papa el líder de la ultraderecha española.
Ratzinger nunca dio pábulo, al menos en público, a ninguna estrategia que pudiera interpretarse como apoyo a los enemigos de Francisco. ¿Qué pasará ahora, que no existe el contrapeso moral de Ratzinger? Expertos vaticanistas auguran que los críticos a Francisco se lanzarán a la guerra total contra el Papa argentino. El primero en hacerlo está siendo el secretario personal de Benedicto XVI, Georg Gänswein, quien ya ha anunciado la publicación de sus memorias, en las que aclarará escándalos como el Vatileaks, los abusos sexuales o el ‘caso Emanuela Orlandi’, y que arremeterá contra lo que considera “calumnias” contra el Papa emérito.
En una de las muchas entrevistas que ha concedido Gänswein en estos días destaca la concedida al semanario Die Tagespost, en la que el secretario de Benedicto XVI asegura que el Papa emérito leyó “con dolor en el corazón” el decreto Traditionis custodes, con el que Bergoglio ponía coto a las misas en latín y de espaldas al pueblo, reabiertas por su antecesor en 2007. “[Benedicto] no se sentía cómodo quitando este tesoro a la gente”, denunciaba el secretario del Papa fallecido.
Las memorias de Gänswein se presentan, así, como el primer asalto de un nuevo combate en el que, a buen seguro, volverán a reaparecer personajes como el ex nuncio Viganò, quien acusó al Papa Francisco de mirar hacia otro lado en el caso de los abusos del ex cardenal McCarrick, líder de la Iglesia estadounidense durante el pontificado de Juan Pablo II y Benedicto XVI, y que fue expulsado del colegio cardenalicio por Bergoglio.
También se espera que se redoblen los ataques por parte del entorno del también defenestrado cardenal Becciu, protagonista de un macrojuicio por malversación de los fondos del Vaticano para la creación de una diplomacia paralela y por la famosa compraventa del palacio de Londres. Becciu fue uno de los primeros en reivindicar la figura de Benedicto XVI y su nombramiento como Doctor de la Iglesia, algo en lo que ha coincidido con el cardenal Rouco Varela y el ex prefecto Müller. Ambos fueron dos de los protagonistas del homenaje (algunos lo llaman akelarre ultraconservador) organizado el pasado mes de octubre por la Asociación Católica de Propagandistas en el CEU.
Durante el simposio (al que también acudieron otros obispos claramente antifrancisquistas, como Juan Antonio Reig Pla o José Ignacio Munilla), el purpurado alemán recalcó que “los temas centrales de la Iglesia no deberían ser el cambio climático o la política migratoria sino el Evangelio de Jesús”, en lo que se interpretó como un duro golpe a los ejes programáticos del pontificado de Francisco, mucho menos centrado en lo litúrgico o en la moral de actitudes que en la misericordia y la apertura a los alejados y sufrientes.
“El Concilio Vaticano II fue la chispa para la ruptura de la Iglesia”, subrayó en dicho foro Müller, quien incidió en que “la Iglesia no es un programa para establecer una sociedad liberal capitalista o socialcomunista, ni para crear un nuevo orden mundial en 2030”.
El falso libro 'a cuatro manos' de Ratzinger contra Bergoglio
Otro de los grandes opositores al actual pontificado, estrecho colaborador de Benedicto XVI y considerado por los ultraconservadores como un posible papable en caso de un hipotético cónclave es el cardenal guineano Robert Sarah. Antiguo prefecto de Culto Divino, fue uno de los responsables de la vuelta a la liturgia tradicional, bendecida por Ratzinger y, que desde el comienzo del pontificado de Francisco mostró su oposición a las aperturas del argentino a las parejas homosexuales, los divorciados vueltos a casar y una nueva mirada a la sexualidad y los métodos anticonceptivos.
En enero de 2020, siendo todavía prefecto, Sarah anunciaba la publicación de Desde lo más profundo de nuestros corazones, escrito “a cuatro manos” junto a Ratzinger, y en el que se presionaba directamente al Papa para que no contemplase la posibilidad de ordenar hombres casados.
El escándalo se desmontó en apenas unas horas, cuando el secretario Gänswein –considerado por las esferas vaticanas como el auténtico urdidor de la trama– tuvo que salir al paso y, en una nota oficial, exigir que se retirara la autoría del Papa emérito del volumen, asegurando que Ratzinger “nunca aprobó ningún proyecto de libro con doble firma”.
Gaenswein, en una declaración oficial, subrayaba que “el Papa emérito sabía que el cardenal estaba preparando un libro y le había enviado su texto sobre el sacerdocio autorizándole a hacer el uso que quisiera”, pero que “no había aprobado ningún libro con doble firma ni había visto la portada”. A los pocos meses, Sarah era relevado como prefecto, y Gänswein retirado de su función como prefecto de la Casa Pontificia (encargado de la agenda del Papa), con la excusa de cuidar en exclusiva al pontífice emérito.
Muerto Ratzinger, nadie duda de que Gänswein no regresará al servicio directo de Bergoglio. Mientras, desde la Santa Sede existe un empeño especial en subrayar los “muchos encuentros, públicos y privados, entre el Papa Francisco y el Papa emérito Benedicto XVI”, siempre “marcados por una gran cordialidad, la oración en común, el afecto y el respeto mutuo”. El portal oficial de la Santa Sede, Vatican News, dedica un amplio reportaje a rescatar todas las veces en las que Francisco visitó o llamó a Benedicto XVI desde su renuncia hasta su fallecimiento. Tal vez tratando de poner la venda antes de la herida. O, seguramente, sabiendo que una vez muerto Ratzinger, los mismos lobos que rodearon al pastor que hace una década optó por renunciar, se lanzarán sin piedad hacia su sucesor. Que parece que tiene cuerda para rato.
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