Natalia Denegri vive en Miami, donde formó una familia y se convirtió en una celebridad. Cuando se refiere a la demanda que inició en la Justicia argentina argumenta que la permanencia en Internet de ciertos contenidos que la relacionan al Caso Coppola le generan un daño a su honor, honra e intimidad, y que busca impedir que sus hijos estén expuestos a esos materiales cuando crezcan y la googleen. Además cuenta con otro fallo a su favor, fechado en julio de 2020: el Juzgado en lo Contencioso Administrativo Federal N°5 reconoció que al ser menor de edad de acuerdo a la ley vigente entonces, Denegri fue víctima de la “causa del Jarrón”. Ella agrega que aquellos programas eran “armados” y que no tenía “poder decisión sobre sus participaciones”. Al momento de Mediodía con Mauro, el ciclo conducido por Mauro Viale en 1996, Denegri tenía 19 años.
Ayer por la tarde, Denegri y Samanta Farjat coincidieron en el programa de A24, El Noti, conducido por Paulo Vilouta. Farjat estaba en el piso y Denegri, que está en Buenos Aires porque vino especialmente para participar de las audiencias, salió por teléfono. Hubo una coincidencia entre ambas: hace muchos años que no se ven; le gustaría mucho verse. Y hubo una diferencia: Farjat blanqueó a su hija, hoy de 21 años -casi la misma edad que tenían ellas allá por los noventa- que se hizo famosa por haber sido parte de un escándalo mediático-político con implicancia judicial y policial. Farjat no tiene nada que ocultar a su familia. Denegri, en cambio, está preocupada: el bullying en los Estados Unidos, donde vive, parece que puede ser terrible, como acá. Igual Farjat dejó en claro, con un abogado sentado al lado, que está atenta a la sentencia de la Corte porque puede aprovechar el viento de cola del juicio que inició Denegri.
En ese paso fugaz por la tele, Denegri y Farjat ajustaron la cuestión de género sobre el Caso Coppola, en su dos dimensiones: la judicial y la televisiva. Dijo Denegri: “Fuimos manipuladas en esos programas, como dijo Samanta, por los productores. Nos llevaban a dormir a un hotel. Estábamos secuestradas. Una quería salir del hotel y no podías ir a la esquina porque los productores tenían miedo de que fueras al programa de la competencia”. Farjat hizo su aporte: “Nos planteamos (con Natalia) cómo sería todo hoy, con los derechos que tiene la mujer”.
Antes de que la voz de Denegri irrumpiera en el aire, Samanta se había reivindicado. Nos dijo a los espectadores que no hemos notado, todavía, que gracias a ellas el caso que marcó la década del '90 mostró su cara más corrupta: la de la connivencia política, policial y judicial que arregla cuentas “haciendo camas” con droga trucha a personajes de relevancia pública. El Caso Coppola. Todo eso entró en el jarrón de Guillermo, el mánager de Diego. La Justicia y la Tele siguen siendo puntos de encuentro para la memoria patria.
Farjat no tiene nada que ocultar a su familia. Denegri, en cambio, está preocupada: el bullying en los Estados Unidos, donde vive, parece que puede ser terrible, como acá.
¿Qué hacemos con la tele de los noventa? ¿Cómo nos mira la Justicia a las mujeres?
El Centro de Estudios en Libertad de Expresión (CELE), que depende de la Facultad de Derecho de la Universidad de Palermo, presentó un amicus curiae. La Corte no los convocó para la audiencia de hoy. El informe que habían elaborado para participar de la audiencia pública es interesante: allí señalan la “mirada de género” que se la ha impreso al caso “Denegri contra Google” en el fallo de segunda instancia.
Este es un párrafo de la sentencia que emitió en agosto de 2020 la Sala H de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil: “(la actora era) una persona joven, sin experiencia, que seguramente se vio confundida por su extraña fama circunstancial, y que seguramente debe sentirse mortificada por apreciar esas imágenes poco decorosas, en especial luego de tanto tiempo y de haber formado una familia y desempeñarse profesionalmente”.
El CELE, con la firma de su directora, la abogada Agustina del Campo y del investigador Ramiro Álvarez Ugarte, repara en esta observación y en su informe dice: “El juicio que efectúa el tribunal supone que la actora se comportó de una manera poco respetuosa, sin recato, sin honra o sin honestidad. Pero ahora que es una mujer con experiencia y que ha conformado una familia (tal como se espera de ella) y se desempeña profesionalmente (con una carrera honrada podríamos decir), estas imágenes seguramente sean mortificantes para ella (quien ha expuesto su honra por demasiado tiempo). El argumento de la Cámara en este punto está implícitamente basado en una visión de las mujeres que las ubica en el mundo de la incapacidad. Esto no es novedoso; numerosas investigadoras han señalado, una y otra vez, cómo los estereotipos de género atraviesan a nuestra sociedad, incluyendo de manera especialmente notable al discurso jurídico”.
Denegri debe demostrar ahora ante la Corte que efectivamente aquellas intervenciones televisivas y la recirculación de las imágenes la han afectado. Pero más allá de cómo haya impactado en su vida personal, la demanda que impuso nos obliga a mirar para atrás y reflexionar: ¿Cómo se hacía televisión en los noventa? ¿Por qué nos sentábamos a mirar esos programas? ¿Por qué nos hipnotizaba de esa manera, cuál era el imán? ¿Por qué sigue vigente, añorada, por qué es anécdota viva? Esa tele nos identifica, es información pero también es nuestro capital más pop, aquello que los académicos llaman “acervo cultural”. Entonces: ¿qué hacemos, 26 años después, con Mauro Viale?
Natalia Zuazo, consultora en política y tecnología, directora de la agencia Salto y autora de Guerras de Internet y Los dueños de Internet, piensa en torno a lo que ahora nombramos como violencia mediática: “Se puede debatir respecto de la responsabilidad de los medios de comunicación en ese momento, cómo Denegri fue usada o explotada. Sería interesante analizar si los medios de comunicación han avanzado o no en esas situaciones. Pero no creo que concierne específicamente para borrar su nombre y su imagen”.
Sobre si aquellos videos o imágenes que Denegri pretende que no sean rastreados por el buscador si googleamos su nombre + “Caso Coppola” y la idea de que eso podría atentar contra la libertad de expresión, Zuazo dice: “Que es un acervo noticioso o cultural es otro argumento en favor de la diferenciación entre la concepción de la libertad de expresión más individualista y la que plantea la Convención Latinoamericana de Derechos Humanos, que entiende que es un derecho colectivo. Si lo entendemos como derecho colectivo, es considerable que ese material sea acervo cultural”.
VDM