Agustina Said lleva a su hijo a un colegio judío del barrio de Palermo en Buenos Aires. El niño lleva el uniforme de la escuela, pero otro colegios de la comunidad judía de Argentina, la mayor de Latinoamérica, dejaron de usarlo, por seguridad, después de los ataques de Hamas en Israel. Ella regresa a casa para escribir en su periódico, allí donde contó cómo se enrareció el clima en Argentina. Un móvil policial ahora custodia el club judío al que asiste.
“Otro colegio judío, que está en Palermo también, le tiraron una piedra. El otro día mi suegra estaba en una verdulería y el señor que estaba parado atrás de ella en la fila para comprar le dijo: 'Todos los odian a ustedes, los judíos'. Al hermano de una amiga caminando por la calle saliendo del templo le dijeron: 'Vuélvanse al ghetto'. Me agarra quizás un poco de de miedo, de enojo, sobre todo”, cuenta Said, periodista de elDiarioAR. Agustina mira el video que filmó aquel joven agredida por una señora mayor: “¡Qué sionismo ni sionismo! ¡Que se vayan al ghetto!”, grita la mujer.
La periodista Romina Manguel llega a la radio para conducir su programa. Está preocupada por lo que ella considera una guerra contra los judíos, no sólo contra Israel. El colegio judío al que van sus hijas dejó de exigir el uniforme a los alumnos para que no los identifiquen. Ella lo comprende, pero advierte de la contradicción que supone pasar del orgullo por su fe a esconderse.
“Dejan de usar la kipá y para poner esa distancia respetuosa entre entre Dios y el hombre usan gorrita de béisbol o una gorrita de equipo de fútbol. Muchos papás de chicas, de amigas de mis hijas, le sacaron el Magen David. Están evaluando muchos papás y muchas mamás mandar a los chicos a los viajes de fin de curso”, cuenta Manguel.
En Argentina, sinagogas, colegios y clubes judíos mantienen fuertes medidas de seguridad después de los atentados impunes que volaron en 1992 la embajada de Israel y en 1994 la Asociación Mutual Israelita Argentina, AMIA, con 107 asesinados en total. Uno de los sobrevivientes del ataque a la AMIA, Daniel Pomerantz, ahora es su director ejecutivo y no le teme al presente.
“En la Argentina, afortunadamente, en los últimos años se percibe, y en particular la ciudad de Buenos Aires, una orientación hacia la convivencia. Justamente una de las riquezas de nuestra sociedad tiene que ver con la diversidad. Por supuesto que nos genera la necesidad de una prevención y de estar atentos”, sostiene Pomerantz.
Lautaro Brodsky escribió el libro ‘Dictadura y antisemitismo’ sobre el régimen militar de 1976 a 1983. Crítico de Israel, asiste a instituciones judías progresistas a estudiar yiddish y a actividades culturales, donde ahora se impusieron horarios estrictos de entrada y salida y hay móviles policiales.“Sé que hay prejuicios contra nuestra comunidad, pero yo no quiero vivir con miedo”, dice el autor. “Está muy dividida la comunidad, porque los judíos que no apoyamos los crímenes del Estado de Israel contra Palestina sufrimos cierta discriminación política. Hasta nos han dicho que nos deberían expulsar de la comunidad. Hace poco leí un tweet de un rabino que dijo que nos tendrían que expulsar”
Otros judíos argentinos coinciden en que tampoco tienen miedo de salir a la calle ni han tomado ningún recaudo tras los atentados de Hamas. “Algunos de los integrantes de la mayor comunidad judía de Latinoamérica, la argentina, salen a la calle con temor. Otros no. Pero las instituciones están reforzando la seguridad que ya tenían desde el atentado que voló la Asociación Mutual Israelita Argentina, AMIA, en 1994”, señala el periodista Alejandro Rebossio.