“Vine porque quedé impresionada con su historia luego de ver el documental Jane”, cuenta Belén, que viajó desde Córdoba para asistir al evento. “Tiene 90 años, teníamos que venir a verla porque quién sabe cuándo… porque probablemente sea una de las últimas oportunidades”, expresa Juana.
¿Qué es lo que hace que muchas personas quieran ver en vivo a una primatóloga? ¿Por qué viajan desde otras provincias, piden salir antes del trabajo, se organizan con otros con la misma euforia que las fans de Taylor Swift? ¿Cuáles son las motivaciones para escuchar la ponencia de una científica-activista de 90 años en medio de este mundo en permanente caos?
Una larga fila de personas contorneaba las afueras del Centro de Convenciones de Buenos Aires en la tarde del jueves. Algunas vestían remeras con la silueta de un chimpancé. Otras llevaban en sus manos alguno de los libros que ella escribió o que se escribieron sobre ella. Adultos, jóvenes y niños esperaban con expectativa.
“La gente se veía entusiasmada porque todos pensábamos un poco lo mismo… no sabemos si volveremos a contar con su presencia”, relata Pamela, que se trasladó desde Santa Fe “porque no le alcanzaba con verla en documentales, quería tenerla en frente con su mensaje de paz”.
Una puerta al costado del escenario dejaba entrever que allí se encontraba ella, rodeada de su equipo, concentrada en salir a escena, tan impecable como si no hubiera estado las últimas 48 horas participando en una jornada internacional en Misiones sobre tráfico ilegal de vida silvestre, recorriendo el Parque Nacional Iguazú, y hablando esa misma mañana en la Embajada Británica ante políticos, diplomáticos, representantes de organizaciones y referentes ambientales.
Era Jane Goodall o, como la llaman todos, simplemente Jane.
En la senda de la investigadora
El 14 de julio de 1960 una joven británica de tan sólo 26 años pisó Gombe (en lo que hoy se conoce como Tanzania) para iniciar lo que nadie había hecho hasta el momento: estudiar el comportamiento de los chimpancés en su hábitat natural.
Tras meses de observación, identificó a los chimpancés David Greybeard y Goliath tomando ramas, quitándole las hojas y usándolas para sacar termitas para luego comerlas. Los chimpancés estaban creando y usando herramientas, tal como hacemos nosotros, los humanos. Su mentor, el Dr. Louis Leakey, escribió tras el hallazgo: “Ahora debemos redefinir ´herramienta´, redefinir ´hombre´, o aceptar a los chimpancés como humanos”. El legado de Jane recién comenzaba.
Con 90 años, sin bastón, a paso sereno, Jane colocó sus pies -que ya recorrieron más de 60 países- en el salón en Buenos Aires y el clamor se encendió. Las más de 2.500 personas se alzaron de pie en unos alegres y sostenidos aplausos. Jane sonreía. Observando a la multitud, caminó por el escenario mientras abrazaba a Mr. H, el mono de peluche que el ex marine estadounidense Gary Haun le regaló en 1996 para que, tras haber perdido la vista y seguir adelante, su mensaje de fortaleza la acompañase allí donde ella estuviera.
Jane agradeció la cálida bienvenida del público e inició su ponencia recordando los comienzos de su aventura y a la persona que la apoyó incondicionalmente a cumplir su sueño de ir a África a estudiar a los animales: su madre, Vanne. Ese reconocimiento llamó la atención –incluso emocionó– a algunas jóvenes mujeres que asistieron al evento.
Para otros asistentes, fue el hecho de que el Dr. Leakey la eligió justamente porque no tenía formación académica, no estaba influenciada por los patrones del laboratorio, porque -en palabras de Jane en su libro En la senda del hombre- buscaba “a alguien con una mente despejada e imparcial de la teoría que hiciera el estudio sin otra razón que un verdadero deseo de conocimiento, alguien con una comprensión compasiva de los animales”.
Esa falta de título académico y el ser mujer le valieron posteriormente las críticas ante un mundo científico predominantemente de hombres de saco blanco y corbata. “Me decían que estaba mal que les diera un nombre propio a los chimpancés, que tenía que indicarlos con números. Me decían que los animales no tenían una personalidad. Pero yo sabía que estaba en lo cierto. Alguien me lo había demostrado”, dijo Jane ante un auditorio totalmente concentrado y en silencio, y completó: “Mi perro”. En la sonrisa que se dibujó en el rostro de Jane parecía encontrarse aún la picardía de aquellos tiempos en los que desafió a los hombres de ciencia y de quienes, doctorado en etología mediante, se ganó su respeto.
Mientras su investigación continuaba, Jane se posicionó como referente para una mayor participación de las mujeres en ciencia, conservación y comportamiento ambiental. Ese impacto se percibía vigente el jueves en las jóvenes. “Me gustó ir con mi mamá que me había hablado toda la vida sobre esta mujer que se había dedicado a la naturaleza, y de quien yo terminé siguiendo sus pasos”, comparte Juana que recientemente finalizó un máster en regeneración de ecosistemas.
Una mensajera de los cambios necesarios
Las más de seis décadas que separan aquellos tiempos de investigación en Gombe de la Jane de 90 años en medio de una urbe como Buenos Aires no parecen advertir el paso del tiempo. El amor con el que Jane interactuaba con los chimpancés en la selva nada tiene que envidiarle al amor con el que hoy Jane habla sobre los animales en un auditorio.
Cada anécdota sobre la habilidad de un cerdo para pintar, la inteligencia de las vacas cuando se las saca de la intensidad de la producción humana, o el sorpresivo dato de que un pulpo tiene un cerebro en cada tentáculo, va acompañada por un peluche del animal en cuestión que Jane toca cariñosamente, lleva a su rostro y abraza en su pecho.
Cuando advirtió que el hábitat de los primates que venía estudiando estaba en peligro por la deforestación y fragmentación de los ecosistemas, Jane decidió trabajar ante esas amenazas y pasó a viajar alrededor del mundo para informar, concientizar y promover un cambio de acción. “Fui a una conferencia siendo científica y salí siendo activista”, confesó sobre el evento que significó un quiebre en su profesión.
Su investigación no se detuvo. Jane fue adaptándose a las necesidades que ese amor por los animales y su bienestar demandaban, y sembró raíces para que su legado continuase. La investigación que inició en 1960 continúa en la actualidad, siendo un espacio de trabajo en campo para nuevas generaciones de científicos.
Dejó lo que ella calificó como “los mejores años de su vida” en suelo africano, pero África la acompaña a diario en el dije con la figura del continente que cuelga sobre su cuello y en los recuerdos que parecen revivir en su mente cada vez que los comparte con otros.
Tocando el dije mientras se acomodaba en un sillón de la Embajada Británica, con Mr. H y un vaso de whisky al lado (su bebida favorita como ritual para cerrar cada día), nos recibió a un grupo de periodistas y respondió a nuestras inquietudes con una sabiduría y serenidad que parecían contraponerse a los apresurados tiempos de la agenda mediática.
“Una cosa que podemos hacer es reducir los estilos de vida insostenibles. Tenemos que empezar a pensar en lo que necesitamos, no sólo en lo que queremos”, nos dice Jane y ejemplifica: “Podemos empezar a pensar en diferentes formas de agricultura, como la permacultura, que funciona y produce más alimentos. Mientras que los Monsantos del mundo insisten en que debemos tener una agricultura industrial para alimentar al mundo, estamos envenenando el suelo y dañando la biodiversidad con productos químicos”.
Las razones para la esperanza
“Mi misión ahora es ir por el mundo y dar esperanza a la gente”, dice Jane ante una multitud que parece haber ido a buscar exactamente eso. No es una esperanza naif, está argumentada en cuatro razones que son el esqueleto y corazón de una ponencia que no es nueva, pero cuyo relato Jane lo hace parecer como nuevo, como si –sin leer, sin siquiera saberlo de memoria– Jane lo estuviera narrando por primera vez y, en el acto de hacerlo, maravillándose a sí misma.
El sorprendente intelecto humano –ese que nos permitió llegar a la Luna– es para Jane una razón para la esperanza. Como una experta oradora que combina a la perfección los tiempos, las pausas, el humor, sabe que en este punto necesita aclarar que dijo “intelecto”, no “inteligencia”, porque “un animal inteligente no destruiría su único hogar”. El público la aplaude.
Cómo ese intelecto se está cultivando –o no– en una era de desinformación, fake news y negación de la ciencia climática, es algo que le preocupa. “Internet puede ser muy útil. La inteligencia artificial puede ayudar de muchas maneras. Pero es aterrador al mismo tiempo. Cuando era joven y quería averiguar algo, iba a una enciclopedia, buscaba, me dirigía a la biblioteca, subía por los estantes polvorientos. Era una exploración. Ahora simplemente presionas Google y obtienes la respuesta. Por lo tanto, no va a afectar la forma de pensar de la gente obtener una respuesta inmediata sin ningún desafío. Y eso me molesta mucho”, dice durante la entrevista con periodistas.
La resiliencia de la naturaleza –esa capacidad de adaptarse a diferentes contextos o situaciones– es otra de las razones de la esperanza que irradia Jane y a la cual siempre se refiere no como algo externo totalmente ajeno al ser humano, sino como un elemento que se debe trabajar en conjunto. “Tenemos que reducir la pobreza y eso significa encontrar pequeños trabajos que la gente pueda hacer para sobrevivir”, reflexiona en la entrevista y ejemplifica con la labor realizada en Gombe donde introdujeron microcréditos para que las comunidades locales pudieran iniciar sus propios negocios ambientalmente responsables.
Las nuevas generaciones son una razón para la esperanza y un motor para el trabajo de Jane, es algo que uno puede percibir en su mirada desde el momento que se encuentra con niños y jóvenes. Por ello el Instituto que lleva su nombre creó Roots & Shoots (Raíces y Brotes), un programa educativo que busca fomentar soluciones locales basadas en el respeto al ambiente, los animales y las personas.
“A mí me pasó al revés. Jane se inspira en los proyectos de los jóvenes. A mí ella me inspiró con lo que dijo, especialmente en estos momentos complicados y de desesperanza, en particular en Argentina”, reconoció Santiago tras finalizar el evento.
La cualidad que Jane vio en el exmarine Gary de hacer magia, de bucear, de esquiar aún tras perder la visión es lo que constituye su cuarta razón para la esperanza: el indomable espíritu humano, eso que nos hace enfrentar adversidades y retos que parecen imposibles. Eso que también Jane tuvo que experimentar a lo largo de su vida y que la audiencia reconoce, tal como expresa Pamela: “Su limitante podría haber sido la falta de dinero, el no haber tenido estudios o incluso las críticas por ser mujer. Nada la frenó. Hoy se la ve espléndida porque transitó los obstáculos y persiguió sus sueños”.
“Vine pensando que iba a aprender muchas cosas teóricas nuevas sobre lo que investigó en todos estos años. En vez de eso, salí con un mensaje de esperanza y con muchas ganas de hacer cosas. Salí con algo mucho mejor de lo que esperaba”, comparte Belén.
La sabiduría a los 90 años
Nunca se sentó en toda la ponencia. Apenas aprovechó a tomar un poco de té y agua cuando la traductora transmitía su mensaje en español. Nunca perdió la vista en el público. Decidió cerrar su relato con un video.
Antes de reproducirlo, Jane pidió al público que no aplaudiera cuando Wounda, una chimpancé rescatada, es liberada en la selva. Pidió que se imaginen estar allí, en medio de la naturaleza, con los sonidos de la fauna y flora alrededor, con lo que Jane debió haber sentido en ese momento en que una primate que nunca antes había visto, decidió abrazarla casi como un agradecimiento.
Jane debió haber visto ese video una decena de veces. Lo vio una vez más, ahí, parada arriba del escenario. Lo vio sintiendo ese abrazo de nuevo. Reviviendo ese momento en ese lugar que, se nota, extraña y al cual pertenece: la naturaleza.
¿Será allí donde quiera emprender una próxima aventura? Jane bromea con los periodistas argumentando que estamos esperando otra respuesta. Pero sin rodeos dice eso por lo cual muchas personas hicieron lo imposible por acercarse a verla, eso inevitable que algunos no se atrevían a nombrar. “Teniendo 90 años, mi próxima gran aventura será morir. Si no hay nada luego, eso es todo. Si hay algo, no puedo pensar en una mayor aventura que descubrir qué es”.
La sabiduría de Jane es tal que ha concentrado el trabajo de los últimos años en asegurarse que su legado se mantenga en pie. Es lo que ha logrado con la investigación en Gombe que se constituyó como el estudio de primates silvestres de mayor duración aún vigente. Es lo que ha forjado con el Instituto Jane Goodall presente en 27 países promoviendo investigación, conservación y educación adaptado a problemáticas y soluciones locales.
Es lo que transmite en esa constante invitación a hacer red, a trabajar juntos, a dar respuestas a esas desafiantes preguntas que le hicimos sobre equilibrar desarrollo económico y pobreza, combatir la desinformación, trabajar con los jóvenes porque si no “estaremos condenados”. Es lo que Boy Olmi, el actor y director de cine argentino comprometido con la causa, conoce muy bien en ella.
Con un racimo de bananas en mano –esa fruta con la que Jane buscó hacerse amiga de los chimpancés desde su humilde carpa en medio de la selva–, Boy subió al escenario y, junto al público, celebró el 90 cumpleaños que Jane alcanzó el 3 de abril pasado. Jane sonreía, disfrutaba, incluso pareció haberse dado el tiempo para pedir un deseo antes de soplar la humilde vela encima del racimo.
En sus manos Jane tenía a Mr. H y a una nueva adquisición a su familia de animales de peluche: una ballena franca austral obsequiada por el Instituto de Conservación de Ballenas en reconocimiento a su amigo fallecido hace un año, el biólogo y descubridor del canto de las ballenas, Roger Payne, con quien Jane compartió documental y anécdotas en la Patagonia argentina en 2013.
Sonriente, con una mano en alto saludando, conmovida ante los incesantes aplausos de pie, diciendo “gracias”, Jane se despedía de ese público.
“¿Cómo la veo a Jane?”, se repregunta Boy el viernes en diálogo con periodistas. “Esta foto de cuando estuvimos a la tarde en una liberación de aves y reinserción de especies en Temaikén, les resume cómo la veo. La encuentro como una luchadora infatigable. Me impresiona la energía con la que está haciendo todo eso que está haciendo porque, como ella bien define, atrás de esa mujer o, mejor dicho, delante de esa mujer hay otra mujer con una misión, con un llamado que va a hacer que hasta el último día de su vida esté trabajando para ese mundo mejor que estamos tratando de construir. La fuerza que tiene para hacerlo es admirable. Me conmueve. Me inspira a seguir peleando siempre por un mundo mejor”.
Pueden conocer más sobre la vida de la primatóloga en el documental de National Geographic “Jane”, profundizar sobre sus razones para la esperanza en la publicación “El libro de la esperanza” (editorial Océano), y seguir sus pasos haciendo el curso virtual y gratuito de Roots & Shoots.
TGL/DTC