La reedición de Okupas, la serie emitida por primera vez a fines de 2000, no solo volvió a instalar en los argentinos los nombres de Ricardo (Rodrigo de la Serna), el Pollo (Diego Alonso), Walter (Ariel Staltari) y el Chiqui (Franco Tirri), los cuatro protagonistas principales creados y dirigidos por Bruno Stagnaro, sino también otros de la realidad de aquellos años de crisis política, social y económica.
El de Manuel Justo Gaggero aparece, por primera vez, a los cuatro minutos del primer capítulo de Okupas, cuando la Policía Federal desaloja -mientras de fondo suena Luciano Pavarotti cantando “Mamma”- a decenas de familias que vivían en una antigua casa que, desde ese momento y hasta el final de la serie, ocuparán Ricardo y sus tres amigos.
Gaggero Jef. Gob Frente de la Resistencia, se lee en las paredes pintadas de blanco a uno y otro lado de la puerta de madera del edificio ubicado aún en Pasaje Del Carmen al 700, entre Avenida Córdoba y Viamonte, una de las locaciones usadas en la serie.
El abogado Manuel Justo Gaggero fue uno de los candidatos a jefe de gobierno porteño por el Frente de la Resistencia en las elecciones que se llevaron a cabo el domingo 7 de mayo de 2000. Lo hizo acompañado por Marcelo “Nono” Frondizi, sobrino del ex presidente Arturo Frondizi (1958-1962) y de Silvio, asesinado por la Triple A en 1974. Ambos eran dirigentes del peronismo de izquierda y tenían una larga carrera de militancia.
Gaggero, nacido en octubre de 1940 en Paraná, había comenzado su recorrido político a los 14 años en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y luego en la Juventud Peronista. En 1962, viajó a Cuba para integrar un frente revolucionario que iniciaría la lucha armada en Argentina. En la isla conoció a Ernesto “Che” Guevara y a Fidel Castro. Aquel intento, en el que también formaban parte el diputado John William Cooke, por entonces “delegado” de Juan Domingo Perón, y Alicia Eguren, no prosperó y, al regresar a la Argentina, Gaggero terminó la carrera de Abogacía y participó de la conformación del Frente Revolucionario Peronista. Fue abogado de la CGT de los Argentinos (1968), preso político en el penal de Rawson (1970), director del Diario el Mundo (1973) y dirigente del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), brazo político del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Durante la última dictadura militar, en la que su hermana Susana, fue detenida y desaparecida, estuvo exiliado y acompañó en Nicaragua a la Revolución Sandinista. En los 90 fue uno de los fundadores del Frente Grande junto a Fernando “Pino” Solanas
Las elecciones generales de la ciudad de Buenos Aires consagraron como jefe de gobierno a Aníbal Ibarra, acompañado por Cecilia Felgueras, al frente de la lista de la Alianza UCR-Frepaso. La dupla se impuso con el 49,30% de los votos a la fórmula Domingo Cavallo-Gustavo Beliz (Encuentro por la Ciudad), con 33,20%. La elección debió definirse en una segunda vuelta debido a que Ibarra no había superado el 50% de los votos, pero, finalmente, Cavallo desistió de seguir en la competencia.
Al Frente de la Resistencia lo votaron 5.321porteños, el 0,30% del total. “Fue una elección muy complicada para nosotros”, recordó Gaggero, más de dos décadas después, a elDiarioAR. “Competimos contra adversarios que tenían todos los recursos y nosotros, ninguno. El único recurso era el de la militancia y por eso aparecían las paredes pintadas como en la casa de Okupas”.
Desde que Netflix subió el 20 de julio pasado a su plataforma los 11 capítulos de la serie, Gaggero no deja de recibir pedidos de entrevistas, acaso tantos como en su época de candidato. “Ahora soy famoso”, bromea a los 80 años y con las dos dosis de la vacuna Sputnik en uno de sus brazos.
¿Había visto la serie en su momento?
Sí, cuando la dieron a fines de 2000, y me pareció muy buena. Okupas trata un tema que parece mucho más actual que antes. Tiene que ver más con esta época que vivimos que con la de principios de este siglo. La marginalidad y la pobreza que muestra la serie ha crecido y abarca a un sector social mucho más amplio.
Durante aquella campaña usted decía que Ibarra y Cavallo representaban “lo mismo” políticamente. ¿En qué aspectos consideraba eso?
Tenían el mismo criterio frente a la política económica de la época. Ibarra venía con el respaldo de Carlos “Chacho” Álvarez, que terminó haciendo la alianza con los radicales y gobernando el país Fernando de la Rúa; fue un fracaso. “Chacho” Álvarez llegó a decir que había cometido un error cuando en los 90 había votado en contra de la Ley de Convertibilidad, el plan económico que había impulsado Cavallo durante el menemismo. Por eso decía que eran la misma cosa, más allá de que Cavallo había tenido un compromiso político con la dictadura, porque había sido subsecretario del Ministerio del Interior (1981) y presidente del Banco Central (1982), e Ibarra, no. Pero en el plano económico y en las políticas de fondo, eran lo mismo.
Un año después de esa elección se llevaron a cabo los comicios legislativos en los que tuvo mucha incidencia el llamado “voto bronca”, quizá la antesala del estallido social que terminó con el gobierno de De la Rúa. ¿Pudo apreciar esa crítica a la clase política durante la campaña del Frente de la Resistencia?
Había un rechazo de la sociedad a la política tradicional que expresaban el peronismo y la Alianza UCR-Frepaso, que veían al Estado como un botín de guerra. Querían ocupar el Estado no para llevar adelante políticas que transformen y sean en beneficio del conjunto de la sociedad, sino de ellos mismos. En esa campaña ya veíamos que se venía un estallido. Habíamos conversado mucho con la gente, recorriendo los barrios, reuniéndonos en universidades con los jóvenes. Al final el “voto bronca” terminó en el “que se vayan todos”, pero no solo no se fue nadie, sino que siguen estando. Ese reclamo de bronca fue canalizado por el kirchnerismo, que en ese aspecto institucionalizó el reclamo social, lo anuló y terminó reproduciendo la misma política con otro lenguaje. Y hasta ahora siguen los mismos personajes: Cavallo está, Beliz es funcionario del gobierno de Alberto Fernández, que en aquella elección había sido candidato a legislador en la misma lista. No cambió nada. Hay una clase política que no muere, que sigue ocupando puestos públicos. La sociedad no se siente representada por esta dirigencia, pero no encuentra otro representante como ocurrió, por ejemplo, en Chile, donde los dirigentes de los movimientos sociales son los que ahora integran la Constituyente. Acá no ha sucedido eso, sino que se reproduce lo mismo. Nadie encuentra en la política las soluciones a sus problemas de falta de trabajo, de pobreza, de cierre de las industrias... Esas son las preocupaciones de la gente y que no tienen que ver con las preocupaciones de los políticos. ¿A quién le interesa la próxima elección legislativa? Es una lástima porque esto va en contra del proyecto democrático.
¿Cómo vivió los años de los gobiernos kichneristas y la mirada que tuvo acerca de la militancia de los años 60 y 70 en la que usted participó?
El kirchnerismo apareció con un discurso de transversalidad, incorporó el tema de los derechos humanos, elaboró un relato que hizo se canalizara la bronca para reproducir lo mismo, pero con otro discurso. Utilizaron la lucha de los años 60 y 70 para legitimarse, pero no tenían nada que ver con aquella época ni con nosotros. Incluso, ninguno de ellos personalmente estuvieron involucrados. Mucha gente fue ganada creyendo que era la continuidad de aquellas luchas, pero no tenía nada que ver. Néstor Kirchner fue militante en La Plata de una agrupación de la Juventud Peronista que no tenía nada que ver con la lucha del movimiento revolucionario de la época. Y lo mismo Cristina Kirchner. Hábilmente cambiaron el relato y se convirtieron en una especie de sucesores de esa lucha. Les fue bien porque con eso ganaron a mucha gente. Y lo mismo con la reapertura de los juicios a los represores de la última dictadura. No fue producto de un gobierno, sino de los organismos de derechos humanos. La nulidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final fue la gran batalla de los organismos desde ese momento hasta que se logró la nulidad del fallo de (el juez Gabriel) Cavallo. Eso fue producto de la lucha de los organismos. El gobierno lo que hizo fue aprovechar todo eso. Fue parte de un tinglado, de un armado que le vino bien.
No cree, entonces, que hubo un cambio de modelo político y económico durante el kirchnerismo.
La dictadura no vino solamente a matar gente, sino para imponer un modelo económico que impuso y fue diseñado por José Alfredo Martínez de Hoz. Un modelo de desarrollo agroindustrial que determinó el crecimiento de la pobreza. Ese modelo no ha sido modificado en nada por ninguno de los gobiernos que vino después, salvo los dos años de (Bernardo) Grinspun en el gobierno de Raúl Alfonsín. El resto de los gobiernos lo reprodujeron e, incluso, fueron profundizándolo como hizo Carlos Menem con las privatizaciones. En su gobierno se perdieron dos millones de puestos de trabajo, se destruyeron los ferrocarriles y los gobiernos posteriores siguieron el mismo camino. La Ley de Entidades Financieras es de la época de Martínez de Hoz pero sigue vigente y a nadie se le ocurrió modificarla. Esa ley determina que los bancos sean el sector hegemónico en este país junto al sector exportador agrario.
¿Ese modelo se acentuó durante el gobierno de Mauricio Macri?
Macri reprodujo lo mismo. Ninguno ha hecho grandes modificaciones. Con Macri fue la “ceocracia”, pero ninguno, en un sentido profundo, modificó el modelo de país que hizo la dictadura. Al contrario, ese modelo ha ido profundizando la pobreza y el desempleo. El proyecto político de los gobiernos desde 2000 en adelante fue congelar la pobreza con los planes sociales, que están bien en la medida que sean temporarios, pero no definitivos. Un país no puede soportar una carga de esta envergadura. No le deja salida a los pobres.
¿Por qué cree que no hay o la sociedad no reclama un cambio de este modelo?
Creo que en los últimos años los gobiernos lograron cooptar a los movimientos sociales mayoritarios y a los organismos de derechos humanos. En Chile se dio un movimiento en el que aparecieron grupos estudiantiles y de trabajadores que cuestionaron el modelo político y de representación. Los dos candidatos que se impusieron en las últimas elecciones han sido jóvenes que han surgido en esos movimientos. Esto no sucedió en la Argentina porque lograron cooptar a los movimientos sociales y congelar la pobreza. No hay un estallido social porque lo impiden los planes asistenciales. Tampoco hay una gran movilización porque el Gobierno incorporó a dirigentes sociales como funcionarios. Daniel Menéndez y Emilio Pérsico. Hasta que surja un movimiento desde abajo, con fuerza, que cuestione, va a seguir así. Nosotros ya estamos viejos para impulsar algo así.
¿Si fuera más joven se animaría a encarar ese cambio político?
¡Por supuesto! Ahora tengo 80 años, problemas cardíacos y EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica), pero si fuera más joven trataría de forjar algo diferente. No haría lo que hacen muchos compañeros o ex compañeros de ponerse, rápidamente, a disputar un cargo o una diputación. Nosotros buscábamos una lucha por abajo. Ahora están todos a los codazos para ver si agarran una banca. Eso me parece lamentable.
¿Cómo ve la aparición de Javier Milei como candidato?
Me tiene sorprendido porque ha logrado captar a muchos jóvenes con un discurso crítico de la política y los políticos desde un costado libertario pero liberal. Me llama la atención y es para observarlo. Creo que lo que está pasando con él forma parte de una crisis de representatividad política y sindical, porque son lo mismo. Eso hace que la gente empiece a buscar otros caminos y los encuentren en discursos antipolítica. Este discurso me preocupa porque así empezó en Brasil. Jair Bolsonaro no es un loco que vino de Marte, sino que es el resultado del fracaso de un modelo político. Lula Da Silva no será corrupto, pero debajo suyo había corrupción. El Partido de los Trabajadores (PT) era un partido corrupto con negociados en el Congreso. Todo eso provoca rechazo y así aparece Bolsonaro, que no venía de la política, era militar y captó a gran parte de la población brasileña. Igual que Donald Trump: si miramos al mundo, no podía haber ganado las elecciones en Estados Unidos y no sólo ganó, sino que estuvo a punto de ser reelecto con un discurso contra la democracia. Eso también está pasando en Europa con el surgimiento de Marie Le Pen en Francia o del partido nazi en Alemania, donde tienen diputados en el Congreso. Es grave todo eso.
Usted pasó en su juventud un tiempo en Cuba y llegó a conocer al Che Guevara. ¿Cómo analiza las últimas protestas allí?
Cuba vive un problema muy difícil. Estuve allí a principios de los 60, que fue cuando conocí al Che Guevara, pero también en el 77 por problemas de salud y después de Nicaragua, donde viví entre 1979 y 1984. La implosión de la Unión Soviética, primero, generó dificultades muy serias. El pueblo cubano ha sufrido grandes problemas y ahora está viviendo un avance hacia reformas económicas que habría que estar ahí para saber si son las que deben hacerse. Pero empujó a la calle a un sector de la población y es lógico que haya reclamos. El momento que se vive en la isla es muy difícil, el bloqueo económico es tremebundo y a estos reclamos se suma que Estados Unidos fogonea esta situación intentando terminar con el modelo revolucionario, cosa que ha intentado desde hace más de 60 años y no lo ha logrado. El proceso revolucionario cubano está muy consolidado, pero la dirigencia actual tiene que escuchar el reclamo. En ese aspecto lo que dicen Silvio Rodríguez y Pablo Milanés es correcto Hay que escuchar y canalizar los reclamos. Creo que esa es la salida.
¿Qué recuerda de aquellos días con el Che Guevara?
Era un tipo fuera de serie, un hombre nuevo que se autoconstruyó. Él planteó lo del hombre nuevo, pero él mismo lo era. Me acuerdo que una vez, a finales de 1962, estábamos desayunando en su casa con su compañera, Aleida March, Alicia Eguren y John William Cooke cuando apareció un miembro de la custodia con un costillar de carne. Le dijo: “Comandante, sé que está con amigos argentinos y le traigo esto para hacer un asado, porque seguramente le guste”. Él lo fulminó con la mirada. Yo tenía 22 años, era un pibe frente a esta historia. Y le dijo: “¿Qué piensa que comen nuestros enfermos en los hospitales? Arroz y frijoles. ¿Usted piensa que mis amigos argentinos van a comer carne mientras nuestros enfermos comen arroz y frijoles? Llévese ese costillar al primer hospital que encuentre”. Ese era el Che. No tenía nada que ver con los políticos actuales. Es la antítesis.
¿En los años siguientes observó algún rasgo político del Che en otros dirigentes?
El Pepe Mujica tiene algunas cosas, quizá la austeridad. Ese era un rasgo muy importante en el Che, el de vivir como un cubano común. No hacía gala de nada ni tampoco utilizaba su poder o lugar de funcionario. Pepe creo que es igual.
Antes hizo mención a sus tiempos en Nicaragua y de Daniel Ortega al frente de la Revolución Sandinista. ¿Qué opinión tiene de lo que ocurre ahora allí y del gobierno local?
Es otra frustración. No tiene nada que ver con el comandante en los primeros años de la Revolución Sandinista. El problema es que la ofensiva de Estados Unidos ha sido tal que, incluso, legitimó al gobierno de Ortega. Internamente es muy difícil ser oposición a Ortega, que intenta sostenerse en el poder a partir de una concepción autocrática que no tiene que ver con los principios del movimiento revolucionario que lo llevó al poder en 1979.
WC