Masiva asamblea en Parque Lezama en rechazo a la avanzada del Gobierno contra la diversidad sexual
Son las cuatro y media de un sábado en el que la sensación térmica supera los 30° y el anfiteatro de Parque Lezama, en La Boca, estalla de gente, se llena de banderas con los colores LGBT y trans, pelo de todos los colores, mates, mantas, piercings, jóvenes y padres, madres, abuelas, camisas con flores, militantes orgánicxs y autoconvocadxs. También hay cánticos: “Lo dijo Lohana y Sacayán, al calabozo no volvemos nunca más”.
Ante la avanzada del Gobierno contra la diversidad, que está semana incluyó el anticipo de que buscarán derogar la Ley de Identidad de Género, la Ley Micaela, el cupo laboral travesti trans y la figura del femicidio, el activismo respondió con una masiva “asamblea antifascista LGTBIQ+” bajo la consigna “La vida está en riesgo. ¡Basta! Al closet no volvemos nunca más”. Como resultado del encuentro, se decidió marchar el 1° de febrero desde el Congreso hasta Plaza de Mayo.
Desde la asamblea dicen que es un intento por recuperar espacio público, porque muchxs no se sienten representadxs por espacios institucionales. “Queremos darle una organicidad a esta rabia, a esta bronca y reconocer un cierto agotamiento en el tipo de asambleas que se hacen históricamente dentro de la tradición de los partidos políticos. Creemos que necesitamos inventar nuevas formas de organizarnos y de que circule la palabra, el pensamiento y las decisiones”.
Jade tiene 26 años, el pelo negro, los ojos color avellana, el pecho atravesado por una frase de David Lynch y una flor de lavanda. La mira a Leila, que habla en un inglés suave como un tul y está envuelta en una bandera LGBT+. Son dos chicas trans lesbianas que se conocieron por Tinder, cuando Leila llegó a Argentina en su segundo exilio. Primero Siria, después Turquía, después Buenos Aires. Jade dice que decidió participar porque la asamblea es autoconvocada. “Yo no siento que me represente ninguna agrupación política, pero necesito un espacio, cualquier acción es mejor que quedarnos quejándonos por las redes”, apunta.
Jade dice que tuvo suerte de que exista la Ley de Identidad de Género, que fue lo que le permitió vivir en paz con su identidad. Está preocupada por la posibilidad de que la eliminen y cree que no es casual que no haya un comunicación clara al respecto. “La táctica es tenernos siempre en tensión, que no sepamos cuándo van a actuar, que se dilaten los tiempos, están buscando el desgaste. La mejor forma de responder para mí es organizarnos y mostrarnos abiertamente, como somos, no salir a explicarnos todo el tiempo”.
Leila sonríe, dice que siempre se sintió bienvenida y aceptada, desde que llegó a Argentina en 2023, escapando primero de la guerra en Siria y después de la discriminación por su identidad de género en Turquía. Lo que admira de Argentina es que la gente no se queda callada, por eso quiere ser parte, sumarse a la asamblea y a lo se proponga como estrategia, porque vio con qué velocidad “las cosas pueden ponerse muy mal” si lo que prima es el silencio. “Yo vi a Turquía cambiar en tres años, por los mensajes de políticos y medios de comunicación”, apunta. Dejó de poder caminar en la calle, de poder vestirse como quería. “Si los medios o los funcionarios le siguen diciendo a la gente que los gays son pedófilos, que la causa de la inflación es que las personas trans pueden operarse gratis. Si lo repiten todos los días, la gente termina creyéndolo. Hay que levantar la voz. El poder lo seguimos teniendo nosotras, por lo menos por ahora”.
Georgina Orellano, secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (Ammar), dice que más allá de que se haga efectiva la amenaza de modificar la legislación vigente, los discursos odiantes repercuten en toda la sociedad, habilitando violencias simbólicas y también materiales. Cree que hay que hacer una autocrítica desde el movimiento feminista y del colectivo LGBTI+: “Pensamos que los derechos se habían conquistado y la verdad que no, que hay que defenderlos todos los días. Se tienen que defender cuando a las compañeras trans las violentan en la calle, las llevan presas, preguntarnos no solo donde deberían estar detenidas sino también por qué cada vez hay más compañeras trans dentro del sistema penitenciario”.
“Hay que dar la discusión –dice Orellano–, muchas personas piensan que los derechos del colectivo LGBTI+ o de las mujeres son privilegios. Hay que explicar primero que el cupo laboral travesti trans no se cumplió al 100% y que los lugares a los que lograron acceder las compañeras son trabajos precarizados, como los de la mayoría de las y los argentinos, que con un solo trabajo registrado no llegan a fin de mes”, concluye.
El periodista Franco Torchia tiene la sensación de estar frente al fin del mundo. “Al menos tal como lo conocíamos en materia de derechos humanos”, apunta. Considera que las declaraciones de Milei solo pueden comprenderse en un marco global. El plan de ajuste, dice Torchia, es “existencial”, no es solamente económico, busca bloquear esa “expansión de libertad que cada persona LGBTIQ+ siempre es”. “Coartar libertades es absolutamente necesario para hacer un ajuste económico, es su correlato, no pueden entenderse de manera disociada”.
Susy Shock, que se define a ella misma como artista trans sudaka, escribió: “Nos tienen miedo, están amontonados mostrando los dientes por eso, porque saben que cambiamos mundos”. La compositora argentina Liliana Felipe, que tiene a su hermana y a su cuñado desaparecidos por la dictadura militar, escribió en el 2008 una canción que se convirtió en una especie de himno. Dice: “Nos ven reír, nos ven luchar, nos ven amar, nos ven jugar, nos ven detrás de su armadura militar. Nos tienen miedo porque no tenemos miedo”.
MR/DTC
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