En los bosques del sur de la actual China habitó un mono gigante que habría hecho parecer enano al mayor de los grandes simios actuales. Este coloso alcanzaba los tres metros de altura y pesaba alrededor de 250 kilos. El antropólogo alemán Ralph von Koenigswald, que nombró a esta criatura extinta como Gigantopithcus blacki, describió la especie a partir del hallazgo en 1934 de dos grandes molares que se vendían en una farmacia de Hong Kong como “huesos de dragón”. Desde entonces se identificaron más de 2.000 dientes fosilizados y cuatro mandíbulas de este animal que desapareció hace alrededor de 300.000 años sin que nadie supiera exactamente la causa.
Un equipo de investigadores chinos, australianos y estadounidenses, liderado por Yingqi Zhang y Kira Westaway, reunió ahora las pruebas que permiten responder a la pregunta de por qué los Gigantopithecus desparecieron cuando otros parientes suyos, como el antepasado directo del orangután, siguieron viviendo. Lo hacen en un trabajo publicado este miércoles en la revista Nature, en el que los autores describen el análisis de muestras de fósiles de 22 cuevas en el sur de China y realizan una serie de meticulosas dataciones que ofrecen por primera vez un panorama general de lo que pudo suceder con estos animales.
“La historia de G. blacki es un enigma en paleontología”, asegura Yingqi Zhang, del Instituto de Paleontología y Paleoantropología de Vertebrados de la Academia China de Ciencias (IVPP). “¿Cómo pudo extinguirse una criatura tan poderosa en un momento en que otros primates se estaban adaptando y sobreviviendo? La causa no resuelta de su desaparición se convirtió en el Santo Grial de esta disciplina”.
¿Cómo pudo extinguirse una criatura tan poderosa? La causa no resuelta de su desaparición se convirtió en el Santo Grial de esta disciplina
Para responder a esta cuestión, el equipo internacional escaneó en tres dimensiones los dientes de G. blacki para extraer información sobre su comportamiento, analizó los isótopos estables de los restos y estudió los sedimentos que contiene el polen en las cuevas para reconstruir los entornos en los que vivió. Los autores aplicaron hasta seis técnicas de datación diferentes a los sedimentos y fósiles y con todo ello pudieron reconstruir la fauna que vivía en aquellos mismos ecosistemas y determinar las condiciones ambientales que llevaron a su extinción.
“Al fechar directamente los restos fósiles, confirmamos que su edad se alinea con la secuencia de [datación por] luminiscencia en los sedimentos donde fueron encontrados, lo que nos brinda una cronología completa y confiable para la extinción de G. blacki”, asegura Renaud Joannes-Boyau, geocronólogo de la Universidad Southern Cross y autor principal del artículo. “Los dientes proporcionan una visión asombrosa del comportamiento de las especies, lo que indica estrés, diversidad de fuentes de alimento y comportamientos repetidos”.
La solución al enigma
Los hallazgos muestran que G. blacki se extinguió hace entre 295.000 y 215.000 años, mucho antes de lo que se suponía anteriormente, y que lo hizo en un bosque rico y diverso. Pero hace entre 700.000 y 600.000 años, el medio ambiente se volvió más variable, lo que provocó un cambio en la estructura de las comunidades forestales. La transición al bosque abierto se refleja en los análisis dentales, que sugieren que la dieta de este gigante se volvió menos diversa y con un consumo de agua menos regular, acompañado de indicios de un aumento del estrés crónico durante este período.
Esto contrasta con lo que sucedió con otra especie coetánea, el antepasado directo de los actuales orangutantes, Pongo weidenreichi, cuyos fósiles muestran mucho menos estrés y una mejor adaptación de sus preferencias dietéticas a las condiciones cambiantes durante este mismo período. La cantidad de fósiles también respalda esta hipótesis, ya que aparece una disminución en el número y la distribución geográfica de los fósiles de G. blacki en el registro en relación con P. weidenreichi hace 300 mil años.
Básicamente, este enorme simio dependía de una fuente de alimento de respaldo menos nutritiva cuando escaseaba su comida principal, lo que disminuía la diversidad de su dieta. El gigante también se volvió menos móvil, tenía un rango geográfico reducido para buscar alimento y enfrentó estrés crónico y números cada vez menores.
El “especialista definitivo”
La paleoantropóloga María Martinón, directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), considera que se trata de un estudio magnífico en el que cada disciplina —la geocronología, el análisis del polen, el de isótopos, el de elementos traza y el microdesgaste dental— es “un instrumento tocado virtuosamente” y, al juntarse todos, “el resultado es una apoteosis orquestal”. “Así tendría que ser la ciencia bien hecha: interdisciplinar, rigurosa y sin prisa”, asegura.
Era el especialista definitivo, en comparación con simios más ágiles como los orangutanes, y esto finalmente llevó a su desaparición
Martinón cree que el resultado incide en una idea interesante y repetida a lo largo de la evolución: es más útil ser un gran generalista que un gran especialista, medianamente bueno en varias cosas que el mejor en solo una. “Una especie con una dieta hiperespecializada está en mayor riesgo de extinción ante los cambios que aquella menos perfecta pero con mayor flexibilidad adaptativa y, por lo tanto, capaz de tolerar los cambios”. En este sentido, admite que esta hiperespecialización del simio gigante pudo ser su punto débil. “Porque en cuanto hay un cambio pierden el equilibrio: son demasiado dependientes de un recurso específico”.
Antonio Rosas, investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC), considera que es un trabajo muy completo en el que contrasta el uso de las técnicas de análisis más modernas con una conclusión muy clásica desde el punto de vista evolutivo. “Básicamente, el que se adapta mucho termina extinguiéndose”, asegura. “Sabemos que es el simio más grande del que tenemos noticias, una especie de orangután a lo bruto”, explica. Y este tamaño tenía algunos inconvenientes: al ser tan grande es una animal terrestre y solo puede acceder a los frutos o a los tallos que están a su altura y no puede acceder a las copas de los árboles, que puede ser una gran ventaja. Un factor que le pudo perjudicar en los desplazamientos y en el acceso al agua, cuando cambiaron las condiciones. “Probablemente ese gran tamaño le pasó la factura”, concluye.
“G. blacki era el especialista definitivo, en comparación con animales más ágiles como los orangutanes, y esto finalmente llevó a su desaparición”, sosntiene Zhang. “Con la amenaza de una sexta extinción masiva que se cierne sobre nosotros, existe una necesidad urgente de comprender por qué se extinguen las especies”, añade Westaway. “Explorar las razones de extinciones pasadas no resueltas nos da un buen punto de partida para comprender la resiliencia de los primates y el destino de otros animales grandes, en el pasado y en el futuro”.
AMR