—Andre, no bajes. Hay que salir ya— le advirtió un vecino que escapaba en dirección opuesta.
Andrea Depetri corría cuesta abajo por el valle donde se ubicaba su casa, perseguida por las llamas que se expandían a sus espaldas. Pronto se encontraría con un segundo foco ígneo que avanzaba de frente hacia ella.
—No sé si Licán salió, tengo que bajar— respondió Andrea, sin frenar el paso acelerado para adentrarse en el bosque de pinos Oregón. Tenía que asegurarse de que su hijo de 14 años hubiera logrado escapar.
Los montículos de fuego se multiplicaban sobre el pasto en pocos segundos, el humo se hacía más denso, el calor se intensificaba, las chapas de las casas se retorcían y crujían, sonaban como una bestia lamentándose de dolor. Los pinos expulsaban sus piñas encendidas como granadas por el efecto de la temperatura que alcanzaba la resina al estar expuesta al calor. Los ruidos de las garrafas de gas que estallaban aturdían los tímpanos de la mujer como ecos de bombas. Las hileras de pinos propagaban las llamas con la rapidez de una cerilla encendida en el interior de una caja de fósforos. Del cielo llovía fuego.
—¡Licán! ¡Licán! ¿Saliste? — gritaba Andrea con todas sus fuerzas mientras buscaba con la mirada a su hijo en los alrededores de la casa. Los gritos de vecinos y vecinas que se abrían paso para huir del infierno que los comenzaba a rodear se mezclaban con los ruidos de la expansión de las llamas. Las palabras de Licán se perdían en el bullicio.
A la misma altura de la ladera del cañadón donde había frenado Andrea, pero del otro lado del arroyo seco que atravesaba el barrio, estaba él. Andrea buscó entre la superposición sonora hasta que logró aislar la voz del joven.
—¡Má! ¡Estoy acá!¡Estoy subiendo!
Los músculos de los hombros se le relajaron, liberó la presión con la que apretaba sus dientes, respiró profundo y, al exhalar, los ruidos de la destrucción recobraron su protagonismo.
—¡Salí! Salí que después nos encontramos— gritó la madre al cerciorarse que su hijo estaba a pocos pasos de salir del barrio por el sendero que se dirige hasta la ruta 40.
Andrea giró y comenzó a subir por el camino de la ladera este del valle empinado por donde había descendido. En esa misma ladera, unos metros más abajo, estaba ubicada su vivienda. Pero ya era demasiado tarde. El fuego le pisaba los talones. Al darse vuelta nuevamente observó cómo la casa de su vecina Lorena, ubicada a 100 metros de la suya, desaparecía entre las llamas. La única opción que le quedaba era escapar por donde lo había hecho Licán.
La mujer logró caminar cuesta abajo hasta su vivienda, agarró la riñonera con sus documentos, se cargó la mochila al hombro y observó cómo Carpo, el perro blanco con manchas grises oscuras que acompañaba a la familia desde hacía 13 años, permanecía inmóvil. No respondía a sus gritos, que se perdían en el caos. Lo rodeó con una manta aguayo de lana de llama y lo tironeó con todas las fuerzas que le quedaban, pero moverlo fue imposible.
Carpo no se inmutaba. Estaba tieso pero su mirada, de alguna manera, transmitía tranquilidad. Con los ojos llenos de lágrimas Andrea se despidió de él y corrió por el cañadón hasta cruzar el puente de madera construido por las personas que habitaban el barrio boscoso para atravesar un arroyo sin caudal por la sequía del verano.
El corazón le latía fuerte, con más frecuencia que la normal, las piernas le temblaban, las gotas de transpiración le habían empapado la frente y humedecido la musculosa que llevaba puesta. Ya no recordaba la cantidad de veces que había ascendido y descendido por la ladera este del barrio desde que una amiga la llamó para advertirle que había un fuego cerca del barrio.
Tenía que hacer el último esfuerzo. Caminar 436 pasos por la ladera oeste, cerca de 150 metros en subida con un desnivel de 42 metros. Empezó a avanzar con la mayor velocidad que podía en ese camino empinado. Pocos metros delante de ella, un vecino escapaba del fuego por el mismo sendero. Andrea gritó con fuerzas, pero no emitía ningún sonido. O el humo absorbía sus palabras.
El aire a su alrededor se tornó negro, la visibilidad era nula. Pensó que no podría seguir. Una ráfaga inesperada despejó por un breve instante el humo que la rodeaba. Andrea continuó por la subida, aceleró su paso. El barrio estaba cercado de manera natural por una hilera de arbustos de moras que lo separaban de la ruta. Ahora, se habían transformado en una pared de fuego.
Se cubrió la cara con la mano izquierda, del hombro opuesto colgaba su mochila cargada con sahumerios de canela, aserrín, palo santo y de otras hierbas que juntaba de su jardín. Tenía la riñonera cruzada. Sentía que el fuego absorbía la parte lateral de su cuerpo, el calor la aspiraba. Atravesó las llamas, gritó hasta llegar a la calle. Un brigadista vestido de rojo se acercó.
Había llegado hasta la ruta. El fuego avanzaba también de frente.
—¡Licán! — gritó —¿No viste un chico alto más o menos por acá, flaco, con rastas? — preguntó al combatiente de incendios mientras indicaba la altura de su hijo con las manos.
—Está con nosotros en la camioneta— la tranquilizó el hombre.
—Me quemé —respondió la mujer al comenzar a sentir el dolor en su cuerpo.
Una catástrofe sin precedentes
La catástrofe socioambiental del 9 de marzo de 2021 en el noroeste de la provincia de Chubut, en la Patagonia argentina, no está aislada de la crisis climática que afecta al planeta. De acuerdo con la climatóloga e investigadora argentina Inés Camilloni en su análisis sobre el informe de los últimos 60 años del Servicio Nacional Meteorológico, en esta región se registran aumentos de temperaturas, disminución de precipitaciones y, en consecuencia, sequías que generan las condiciones propicias para la propagación de incendios.
El calentamiento global y los cambios en el uso del suelo potencian las posibilidades de temporadas de incendios forestales más extensas y peligrosas. Así lo advirtió Naciones Unidas en su Sexto Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) publicado en 2020.
Durante el verano de 2021, dos episodios de incendios de gran magnitud ocurrieron en la Comarca Andina del Paralelo 42, conformada por un grupo de pueblos, ciudades y parajes rurales ubicados entre en el suroeste de la provincia de Río Negro y en el noroeste de la de Chubut. El primero comenzó el 24 de enero, tuvo su epicentro en la zona de Cuesta del Ternero, en las cercanías de la ciudad de El Bolsón, en Río Negro. Duró 42 días hasta que el 7 de marzo los brigadistas lograron controlarlo.
Apenas pasaron 48 horas desde que se logró extinguir el primero cuando se inició el segundo incendio de gran magnitud, alrededor de 15 kilómetros hacia el suroeste, del otro lado del límite provincial, en el noroeste de Chubut. Una columna de fuego de más de 20 metros se formó en la zona del paraje Las Golondrinas el 9 de marzo, a las cuatro de la tarde, y poco después -a tres kilómetros- empezó a arder la zona de Radal.
El fuego necesitó ocho horas para destruirlo todo antes que las lluvias lograran frenar la expansión del incendio, que arrasó con 13 mil hectáreas. En ese lapso, 620 familias de las localidades de Lago Puelo y El Hoyo, en Chubut, perdieron su casa mientras que 41 familias sufrieron daños parciales, según los datos oficiales. Más de 1.580 personas resultaron damnificadas, entre ellas al menos 25 mujeres -como Andrea Depetri- a cargo de niños y niñas, 98 adultos mayores y 27 personas con alguna discapacidad.
Según la explicación técnica de brigadistas del Servicio Nacional del Manejo del Fuego, cuando coexisten dos columnas de fuego de gran magnitud a pocos kilómetros de distancia, las mismas se atraen por la diferencia de presiones atmosféricas. La columna de mayor magnitud absorbe a la más pequeña.
Ese día, las fuertes ráfagas de viento en dirección sur aceleraron la tormenta de fuego que se cobró la vida de dos personas en poco tiempo. Una tercera persona falleció producto de las quemaduras días después. Las fuentes consultadas coinciden en señalar que se trató del incendio de interfase -así se denominan a los que se producen en zonas boscosas donde también hay viviendas- más destructivo que jamás hayan vivido en La Comarca Andina.
Si bien las áreas afectadas tienen diferentes situaciones habitacionales, un gran porcentaje de las personas damnificadas también trabajaban en esos espacios en emprendimientos productivos o turísticos. En el territorio arrasado coexistían casas residenciales, zonas de chacras productivas, emprendimientos de turismo y al menos tres barrios populares que no tenían regularizada su situación dominial, según detallaron desde el gobierno local de Lago Puelo.
Según el cálculo que surge del Informe final de Emergencia ígnea elaborado por la secretaría de Desarrollo Humano y Social de esa localidad, el 44% de las familias que sufrieron las consecuencias de los incendios allí habitaba en los asentamientos conocidos como la Ecoaldea, El Pinar y Bosques del Sur.
Territorio
El Pinar -donde vivía Andrea-, también conocido como Parcela 26, fue uno de los barrios populares más afectados por el incendio producido a finales del verano de 2021. Con el incendio ardieron los pinos Oregón, entre cuyas hileras se habían instalado los primeros vecinos veinte años atrás, y 175 familias se vieron afectadas.
Las especies exóticas que rodeaban este asentamiento popular fueron introducidas entre mediados de los años 70 y la década del 80 del siglo pasado, después del desmonte de especies nativas para la extracción de madera a partir de un contrato firmado entre la entonces Dirección General de Bosques y Parques de Chubut y empresas privadas.
La reforestación se realizó con especies exóticas de rápido crecimiento como pinos Oregón, ponderosa, radiata o murrayana, que permiten la obtención de madera en forma rápida. Mientras que el pino Oregón puede alcanzar un diámetro de tronco de más de 50 cm en 20 años, el alerce nativo alcanza 1 cm de espesor en 15 o 20. Asimismo, los coihues y cipreses que predominaban en la zona afectada tienen un crecimiento más lento.
“Cuando se toman decisiones en temas ambientales, hay que pensar responsablemente el tema forestal 30, 40 y hasta 50 años hacia adelante. Lo que hoy es una verdad revelada, mañana puede ser una catástrofe o un desastre. Eso podría ser una enseñanza de las consecuencias del reemplazo de bosque nativo por especies exóticas”, explica un experto que ocupó cargos directivos en la Dirección General de Bosques y Parques de la provincia de Chubut, que optó por reservar su identidad.
La introducción de estas especies provocó también un proceso de acidificación del suelo que afecta el desarrollo de otras plantas. Además, la fácil combustión de los pinares fue un factor clave en el desencadenamiento de la catástrofe, sumada a las temperaturas extremas sin precedentes en La Comarca Andina, los fuertes vientos, el bajo contenido de humedad en la vegetación producto de las sequías y un territorio repleto de ramas, troncos secos y podas realizadas fuera de temporada que componían un exceso de residuo forestal combustible en la zona.
La precariedad de tendidos eléctricos que se entrecruzan con árboles de más de 20 metros por falta de mantenimiento en las zonas de interfase urbano forestal, así como el crecimiento exponencial de la población con una urbanización acelerada y sin planificación, fueron también factores que aportaron al desencadenamiento del desastre ambiental y social que significaron los incendios forestales de marzo de 2021, según explicaron tanto desde el Servicio Nacional de Manejo del Fuego como desde Defensa Civil del Lago Puelo.
Por encontrarse en una zona roja para la construcción debido a la inclinación del terreno, a las 16 familias residentes en ese sector de El Pinar, la Municipalidad de Lago Puelo les propuso reubicarse. Solamente dos aceptaron. Una de ellas, Andrea y su hijo. Sin embargo, los tiempos que llevará esa relocalización y la desconfianza en la ejecución de la propuesta le representan miedos de que la misma no se concrete. Por eso, hasta que esa posibilidad se concrete, vecinos y vecinas de la feria regional de El Bolsón, donde ella trabaja, la invitaron a instalarse en el barrio popular Tierra y Dignidad, ubicado en la localidad de El Bolsón.
Calor y sequía
Uno de los efectos de la crisis climática en la región de la Patagonia argentina es la mayor recurrencia de sequías, lo que favorece la propagación de incendios forestales. De acuerdo a registros realizados por el Servicio Meteorológico Nacional (SMN), entre los años 1961 y 2020 la temperatura en promedio aumentó en la zona de la Patagonia en 1ºC. También existe una tendencia a la disminución de precipitaciones en esta área.
En la Comarca Andina se registraron en marzo del 2021 temperaturas de hasta 4.2ºC más elevadas que la media máxima histórica correspondiente a ese mes. Después de un invierno con escasas lluvias y nevadas en la región cordillerana de la Patagonia, se prevén para el verano austral 2021/2022 precipitaciones inferiores a las normales.
Asimismo, el informe del Pronóstico Climático Trimestral correspondiente a diciembre 2021, enero y febrero 2022 del SMN indica que las temperaturas superiores correspondientes a la zona centro y norte de la Patagonia serán superiores a las normales. Estos pronósticos, que se condicen con los efectos del cambio climático en la región patagónica de los últimos 60 años, preocupan a brigadistas de cara a futuras temporadas de verano con preponderancia de sequías y alertas de incendios.
“El trabajo es agotador”, cuenta Isabel Namor, una brigadista de 25 años. “Muchas veces te gana el fuego, pero no hay mayor satisfacción que cuando logramos detener o contener un incendio y se quema mucho menos de lo que podía llegar a quemarse”. Con 20 años ingresó al Servicio Nacional de Manejo del Fuego (SNMF) desde donde combate, junto a colegas de todo el país, incendios en diferentes puntos del territorio nacional. Su base es la brigada que está ubicada en el predio del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) de Golondrinas.
Isabel recuerda con nitidez lo que pasó en marzo de 2021: “Fue muy angustiante. Fue la primera vez que estuvimos en un incendio en el que se perdieron vidas, personas, casas. Nos daba mucha impotencia. Trabajamos de esto y por momentos sentíamos que no podíamos hacer nada”.
El 9 de marzo, Isabel estaba de guardia. Hacía más de 27 grados y el viento soplaba con rachas de hasta 90 kilómetros por hora. Cuando tomaron noticia del primer foco, acudieron con la brigada a intentar salvar las dos primeras casas que comenzaban a desaparecer entre las llamas. Pero en pocos minutos, las condiciones meteorológicas extremas y un verano de sequías provocaron que la expansión fuera inevitable. El objetivo de todas las brigadas pasó a ser de inmediato la evacuación. La propia casa de un compañero brigadista se quemó mientras asistía a otras personas.
Los brigadistas combatían dos incendios de interfase al mismo tiempo. El que avanzaba en dirección al Maitén desde la reactivación del foco en Cuesta del Ternero y el que había comenzado el mismo 9 de marzo en Cholila.
“Por lo que analizamos, vamos a tener una temporada muy complicada ya que hay muy poca agua en la zona”, adelantó la brigadista en relación al verano 2021/2022. Según el Servicio Nacional de Manejo del Fuego, el 95% de los incendios se dan por causas antrópicas, es decir por acción humana.
Cicatrices
A pesar del calor atípico de principios de noviembre, Andrea cubre su cuerpo con una camisa de mangas largas, usa una capelina y si camina bajo el sol agrega una chalina para resguardarse. Pasaron 247 días desde el incendio y, de vez en cuando, aún le brotan ampollas en el brazo quemado.
Con 43 años es alta y flaca, y tiene el pelo negro corto, lacio y grueso. Cuando se lo recoge, aparecen en su perfil izquierdo las marcas que el fuego le dejó, desde el cuello hasta la frente. Cubren parte de su pómulo izquierdo, su oreja izquierda y una línea que se extiende por su mentón hasta la mitad de la cara. Hay otras marcas que el fuego dejó que nacen desde su cadera izquierda y frenan a la altura del pecho, para luego retomar desde la base de su cuello. La parte externa de su brazo izquierdo también está quemada hasta la mitad de la mano.
Andrea recorre el sendero que tantas veces hizo aquel 9 de marzo, conoce cada parte del camino. Es la tercera vez que visita el territorio donde alguna vez estuvo su casa y se alegra por los brotes que renacieron de las cenizas. Hay mentas, melissa, romero, un ciruelo y un sauco. Mientras recoge los plantines de una menta híbrida con albahaca, recuerda los frutos que el ciruelo le ofreció durante once años.
La mujer que sobrevivió al fuego se dedicaba a la artesanía y gran parte de la gente del barrio trabajaba en la feria artesanal de El Bolsón. Allí le espera el espacio donde solía armar su puesto. Sin embargo, todavía no sabe cuándo regresará.
Esta historia forma parte de “Territorios y Resistencias” la investigación federal y colaborativa de Chicas Poderosas Argentina, que fue realizada entre octubre y diciembre del año 2021, con el apoyo de la Embajada de Estados Unidos en Argentina, por un equipo de más de 35 mujeres y personas LGBTTQI+ de todo el país de forma colaborativa.
TFS