Marta Peirano: “La climática es una crisis de desigualdad y la solución no es tecnológica”
La periodista española publicó recientemente el libro “Contra el futuro”, en el que plantea la necesidad de que la humanidad se vincule de un modo comunitario para resistir las consecuencias del calentamiento global. “Los Jeff Bezos, Elon Musk y Mark Zuckerberg desprecian las soluciones locales y hablan de expandirse a otros planetas a costa de la Tierra y del 99% de sus habitantes”, consideró.
Fue Edward Snowden, el exempleado de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSA) que en 2013 reveló la existencia y utilización por parte del Gobierno norteamericano de programas de vigilancia secreta de llamadas telefónicas e internet para obtener información de sus usuarios, quien dijo que la española Marta Peirano era “una de las raras periodistas que realmente se han especializado en la intersección de la tecnología y el poder”. Lo hizo en 2015, cuando prologó “Pequeño libro rojo del activista en la red”, con el que Peirano hizo una introducción a la criptografía para periodistas, fuentes y medios de comunicación. A ese libro le siguió en 2019 “El enemigo conoce el sistema”, un ensayo crítico acerca del modo en que las empresas de internet gestionan la información que obtienen de sus usuarios. En aquella ocasión, Peirano expuso que estas compañías podían pasar de ser “una máquina de vigilancia y manipulación de masas al servicio de regímenes autoritarios” a transformarse en “una herramienta para gestionar, de la manera más humana posible, la crisis que se avecina”. Tres años después de la publicación, Peirano abordó en un nuevo libro lo que podría ser una respuesta a “El enemigo conoce el sistema”: se llama “Contra el futuro - resistencia ciudadana frente al feudalismo climático” (editorial Debate). Porque la climática, aseguró la autora en una entrevista con elDiarioAR, es una crisis frente a la cual la humanidad necesita enfrentarse unida “porque todo indica que las cosas van a empeorar mucho antes que mejorar”, afirmó.
¿Cómo surgió la idea del libro y por qué eligió el título de ir “contra el futuro”?
El libro es una respuesta a “El enemigo conoce el sistema”, que hablaba sobre las tecnologías de nuestro tiempo que son las de telecomunicaciones. Cuando terminé ese libro, me pregunté si estas herramientas sirven para resolver el gran problema de nuestro tiempo: la crisis climática. Porque la historia más vieja del mundo es la de un desastre medioambiental y una tecnología que nos salva. También analizo ese mito de la tecnología monoteísta, la del OVNI que esciente sobre el problema y lo resuelve, que ha sido utilizada de forma oportunista por los grandes visionarios tecnológicos de nuestro tiempo con distintos resultados, siempre proponiendo soluciones casi todas interestelares. Se llama “Contra el futuro”, justamente, porque rechaza ese “futurismo” que proponen las grandes plataformas de Silicon Valley que habla de expandir la raza humana a otros planetas a costa de este planeta, del 99% de la raza humana. Hablan de reconstruir un mundo en una Tierra que se ha convertido en Marte por sus actividades. Es el círculo del capitalismo, que siempre se propone como la única solución a los perjuicios que causa.
¿A qué se refiere con el término “feudalismo climático”?
Es una figura o variante del “capitalismo de la catástrofe” del que habla Naomi Kelin en su libro “La doctrina del shock”. Las grandes multinacionales ofrecen servicios, respuestas y soluciones como una forma de aprovechar la crisis climática para imponer infraestructuras que establecen un control a poblaciones sobre las cuales, además, no asumen ninguna responsabilidad. En la mayoría de las veces se trata de multinacionales que ni siquiera pagan impuestos o incumplen las legislaciones de los lugares donde operan. Ese es para mí el feudalismo climático.
Dice en la dedicatoria del libro que hay un mundo por resolver. ¿Cómo es ese mundo que se viene en este contexto de cambio climático?
El libro está dedicado a mis tres ahijados, que viven en tres ciudades distintas y con tres problemas distintos. El mundo por resolver está marcado por la desigualdad. La crisis climática es una crisis de desigualdades y las soluciones no son tecnológicas. Tenemos recursos suficientes para seguir habitando el planeta sin destruirlo, para seguir compartiéndolo no solo con la especie humana sino con el resto de especies que nos acompañan. Sin embargo, lo que vemos es que el 90% de los recursos son consumidos de forma abusiva por un porcentaje verdaderamente pequeño y mucho más pequeño si se toma en cuenta a todas las especies. Es el 1% de una sola especie, la nuestra.
En “Contra el futuro” señala que los principales multimillonarios del mundo apuestan por hallar condiciones de vida en la Luna y Marte acaso como una forma de desembarazarse de la humanidad. ¿Qué oportunidades tiene el resto de las personas, quienes no son multimillonarias, para sobrevivir y reinventarse?
De alguna manera el ejemplo está en lo que hace Puerto Rico. Uno puede abandonarse a un destino perfectamente predecible como la muerte o una migración miserable de millones de personas en busca de una porción de tierra habitable, porque cada vez hay más lugares inhabitables y otros que son ocupados por personas que acumulan recursos y no los distribuyen. Millones de personas vagando en busca de un lugar es el futuro más predecible de la humanidad si todo sigue como hasta ahora. Pero hablaba de Puerto Rico, donde parece que el futuro le llegó antes que al resto. El escritor estadounidense William Gibson decía que el futuro llegó, pero que está mal distribuido. Hace cinco años, en septiembre de 2017, tocó tierra en Puerto Rico el huracán María, de categoría 4 que destruyó la isla hasta los cimientos con vientos de hasta 250 kilómetros por hora y causó unos 3.000 muertos. Volvió a Puerto Rico a la Edad Media, porque rompió autopistas, escuelas, hospitales, su red de comunicaciones y todo tipo de cosas. En estos cinco años hubo comunidades que decidieron crear pequeñas redes para, por ejemplo, distribuir paneles solares o construir huertas urbanas. Ahora, que llegó un nuevo huracán, solo los lugares con paneles solares y huertas urbanas son los que tienen luz y comida. La solución es local y está a nuestra mano. No es ir a Washington a ver si se puede cambiar el mundo, sino recurrir a la comunidad de vecinos para convencerlos de compartir los recursos comunes. Hace unos días estuve en Montevideo para dar una charla que se llamó “Menos magos y más brujas”. Para mí los magos son los Jeff Bezos, Elon Musk y Mark Zuckerberg, que vienen a decirnos “no se preocupen que ya nos ocupamos nosotros con esta tecnología buenísima” que lo único que hace es beber tu agua, consumir tu electricidad, comerte tu merienda y poco menos que robar a tus niños. Mientras, desprecian las soluciones locales, contextuales y comunitarias. Ya con cambiar la vida de tu comunidad de vecinos estás cambiando tu comunidad para siempre. En su libro “Un paraíso en el infierno”, Rebecca Sonit dice que una familia que tiene lazos fuertes generalmente los refuerza ante una desgracia, pero los que tienen lazos débiles, se destruyen. El gran triunfo del capitalismo es convencernos de que nuestras soluciones son patéticas porque, precisamente, nos solucionan las cosas a nosotros y no al capitalismo. Son patéticas para ellos. La historia demuestra que son las únicas posibles. La tecnología no te salva, sino tu capacidad de asociarte y coordinarte para llegar a un objetivo común.
Al respecto, en un tramo del libro hace referencia a una frase del crítico y teórico literario estadounidense Fredric Jameson acerca de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.
Eso es algo de lo que nos ha convencido el propio capitalismo. Llevamos muchos años pensando que la competencia es la base del progreso y que solamente los más fuertes sobreviven. El historiador israelí Yuval Harari dice que la herramienta que nos ha hecho propulsar como especie y sobrevivir es la capacidad de organizarnos a través de relatos e historias, de convencer a un grupo de personas que nos ayude a conseguir un objetivo. Desde ese punto de vista es que deberíamos ser capaces de adelantarnos a las crisis y generar las comunidades necesarias para que, aunque no podamos blindarnos contra el futuro, nos ayudemos a sobrevivir durante el suficiente tiempo. La organización local en torno a un objetivo común, ya sea hídrico, energético o la creación de un protocolo para enfrentar cualquier desastre climático, es el punto de encuentro de nuestra sociedad.
En cada reunión o cumbre internacional acerca del cambio climático se advierte, sobre la base de información científica, que la humanidad está ante un cercano punto de no retorno. Sin embargo, pareciera que ese aviso no alcanzara para despertar a las sociedades. ¿Qué hacer para que se tome conciencia de la situación que vendrá? Especialmente cuando usted menciona que para luchar contra el cambio climático habrá que hacer sacrificios.
El principal problema a la hora de enfrentarnos a la inacción es la disonancia cognitiva. No somos nosotros los que podemos tomar las grandes decisiones para terminar con esta situación. Una ciudadanía organizada puede cambiar de partido político en el gobierno, pero cuando todos los partidos están asociados con los mismos poderes económicos es muy difícil tomar esas decisiones.
En “Contra el futuro” destaca que la temperatura media mundial lleva aumentando una media de 0,2 grados centígrados por década de los años 70 y que para mantenerse por debajo de la meta de los 1,5 grados por encima de los niveles preindustriales haría falta que los partidos en los gobiernos impongan medidas drásticas y probablemente impopulares sobre una población cada vez más polarizada sin la esperanza de ser recompensada con resultados a corto plazo.
Haría falta un gobierno, o un gobernante, capaz de sacrificarse en un sentido político y tomar decisiones completamente impopulares que van a hacer que la gente no lo vuelva a votar, pero que estarán a favor de que todo cambie frente a la crisis climática. Pero, en realidad, haría falta que no lo hiciera uno solo, sino que hubiera una coordinación global. Se preguntan en Estados Unidos, por qué tienen que tomar medidas para disminuir las emisiones de dióxido de carbono (CO2) si la India, por ejemplo, no lo hace. Primero, porque Estados Unidos es el principal productor de CO2 del mundo y lo ha sido en los últimos 50 años. Debe hacerlo por un motivo ético, de responsabilidad, de reparación y porque solo los países del llamado primer mundo son capaces de hacer esa transición. Bastaría que la hicieran ellos para que fuera efectiva. Porque se trata de un acto de justicia, pero también una cuestión matemática. Bastaría con que los principales 26 países del mundo hicieran esa transición para que fuera efectiva y cambien las cosas.
En un momento del libro se refiere a líderes como Jair Bolsonaro y, principalmente, al aumento de la deforestación de la región amazónica de Brasil durante su gestión de gobierno. ¿Qué puede ocurrir si Bolsonaro continúa en el poder de Brasil? ¿Espera que Lula Da Silva, en caso de ganar la segunda vuelta electoral, pueda modificar algo de esa situación ambiental?
Voy a decir algo terrible, porque Bolsonaro no solo es lo peor que le pasó a Brasil sino también al resto del mundo. Pero Lula fue quien empezó ese proceso de deforestación. Bolsonaro lo ha acelerado y criminalizado. Es difícil decirlo porque Lula pasará a la historia como el dirigente que fue a la cárcel por corrupción sin que sepamos si ha sido corrupto o no, pero sobre todo como el hombre que sacó a millones de personas de la pobreza aunque a costa de la entrega de los recursos de Brasil y del planeta. Hay una cosa fundamental y es que no le podemos pedir a un país subdesarrollado que renuncie a desarrollarse haciendo las cosas que han hecho los países desarrollados entre los años 50 y 80. Eso es injusto. Los países donde todavía queda un trozo de selva amazónica suficiente para capturar un porcentaje grande de CO2 deberían ser financiados por el resto del planeta. Deberíamos estar pagándole a Brasil para que mantenga su selva y no para que exporte madera de lujo o venda soja para alimentar ganado en Estados Unidos o China. No podemos responsabilizar a Brasil de intentar sobrevivir. Bolsonaro ha acelerado el proceso de deforestación sin sacar a la gente de la pobreza. Es decir, Lula hizo algo que era bueno para los pobres de Brasil y malo para el planeta y el futuro de su país, pero había una contraprestación. No hablo de ayudar económicamente a países como Brasil, sino de pagarles para que hagan un trabajo que nos beneficie a todos: es cuidar a la región amazónica. Deberíamos estar financiando a las poblaciones indígenas para que sigan cuidando los espacios de selvas en beneficio de todos, sea en Argentina, Australia, Brasil o Alaska. Después de haberlos despojado de la mayor parte de sus tierras, deberíamos devolvérselas y pagarles para que hagan el trabajo de conservación que hicieron a lo largo de los siglos.
¿Hay algún motivo para ser optimista acerca del tiempo que viene?
Respuesta: No soy optimista en el sentido de que todo vaya a salir bien, pero pienso que es imperativo tener la esperanza de que merece la pena hacer lo necesario para que salga bien.
GT
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