Cuando Pinamar aún no había sido fundada su paisaje eran dunas: un campo de dunas, desde lo que hoy es la ruta de acceso a la ciudad, con algunas gramíneas, herbáceas compuestas -que son endémicas de la zona- pero no existían ni los tamariscos, ni las acacias, ni los pinos tan característicos. O sea: todo lo que se ve hoy es implantado, no hay ni una sola planta nativa.
Las crónicas de finales del siglo XIX cuentan que, en esa zona, solo se oía el sonido del mar y el silbido de las cortaderas. Los campos de dunas constituían los denominados “Montes grandes de Juancho”, que pertenecieron al terrateniente Don Martín de Alzaga quien se casó, en 1862, con Felicitas Guerrero: luego víctima de femicidio -por entonces crimen pasional- a manos de su pretendiente Enrique Ocampo, en 1872.
Con toda esta historia sobre los hombros y con los conocimientos adquiridos por Jorge Bunge en su formación europea, el movimiento urbanista de la “Ciudad Jardín”, bautizado así por el arquitecto británico Ebenezer Howard (1850-1928) que proponía sustituir las ciudades industriales por otras más pequeñas rodeadas de tierras agrícolas, fue el ideal a la hora de planificar Pinamar: una “ciudad jardín” junto al mar.
¿Cae el reinado del pino?
El pino, la especie que primó en aquella forestación de 1943 iniciada por Bunge -que en aquel entonces sirvió para fijar las dunas como paso previo al desarrollo urbanístico- hoy es criticado por los naturalistas. Los especialistas en botánica argumentan que donde se implantan pinos estos terminan desplazando a la flora y fauna autóctona y que además, empujado por el aumento de las temperaturas medias a raíz del calentamiento global, esta especie se ha convertido en un foco de incendios frecuentes y peligrosos.
Tal es así que con los incendios que se vienen sucediendo en la Patagonia, distintas comunidades y pobladores mapuche han denunciado la afectación de sus territorios con estas especies no nativas. En el Parlamento por el agua y el Río Chubut realizado en El Maitén (entre el 31 de enero y el 2 de febrero de 2020), las comunidades y organizaciones mapuche volvieron a considerar a las plantaciones de pinos como uno de los principales factores de incendios y de disminución de las fuentes hídricas, según expresa la investigadora Mirta Ñancunao de la Comunidad Mapuche Las Huaytekas en un artículo publicado en el sitio Observatorio Petrolero Sur.
Tomando nota de esta problemática, el municipio local puso en marcha el proyecto Pinamar Foresta 365: destinado a los vecinos y, principalmente, a aquellas personas que quieran forestar -o reforestar- sus jardines, frentes o veredas con especies nativas para preservar la biodiversidad en el partido costero.
Los árboles que se entregan son sembrados desde la semilla dentro del vivero municipal y en el vivero forestal de Respira Pinamar. Se trata de fresnos, acacias y aguaribayes que fueron previamente domesticados para adaptarse a las condiciones del suelo y el clima de la zona.
En una entrevista con el diario La Nación, el intendente Martín Yeza hizo una broma respecto al proyecto de reforestación que no pasó desapercibida: “Yo no descartaría que las próximas generaciones le tengan que cambiar el nombre a la ciudad”.
Lo que pudo haber sido una metáfora para el joven mandatario de Cambiemos hizo ruido en otras personas que, si bien están a favor de incluir especies nativas en la reforestación de Pinamar, entra a jugar la identidad de una ciudad de 3.000 hectáreas forestada con pinos marítimos.
Jorge Massidda es paisajista y uno de los fundadores de la Fundación Ecológica Pinamar, creada en 1991, para luchar contra la extracción de arena y la deforestación que se volvió incontrolable por el boom inmobiliario que se empezó a gestar en los menemistas 90’ en la ciudad balnearia.
“Por supuesto que estamos a favor de la entrega de árboles, es una tarea que también realizamos con la fundación. La idea no es mala siempre y cuando no perdamos la identidad”, dice el vecino ecologista que recalca: “somos pinos y mar”.
El actual secretario de la ONG defiende al pino y resalta que “no es un enemigo” y “estamos orgullosos de los más de 4 millones de pinos que tenemos en el Partido de Pinamar”. A la vez Massidda destaca “que esta gestión ha plantado más árboles que ninguna otra pero no es suficiente” y cita como contraejemplo los 4 pinos que fueron talados en la vía pública en septiembre del año pasado en calle Sílfides: “desde la municipalidad nos informaron su aprobación pero no nos dieron el justificativo”.
En diálogo con elDiarioAR, Martín Yeza aclara que estas políticas son un segundo capítulo en la historia de Pinamar: “una parte de nuestro desafío es respetar esa identidad del bosque que nos identifica pero, a la vez, tratar de regenerar nuestro propio paisaje ecosistémico junto a los vecinos”.
Según Yeza, además de las plantaciones que llevan desde la municipalidad, remarca que “cada vez que alguien tira un árbol en el partido de Pinamar tiene la obligación de plantar dos”.
Cambio de paradigmas
Al frente de la iniciativa de reforestación está la Secretaría de Paisajismo y Medio Ambiente (la única del país) que tiene como titular a la paisajista Samanta Anguiano. Desde que se implementó, en diciembre de 2019 hasta la fecha, el programa lleva entregados más de 4.000 árboles.
“Los tiempos de la biología y de la botánica no son los tiempos humanos, uno se da cuenta de que la pifió con una especie a veces en el año, a los 5, a los 15 o a los 30 años. Salir del concepto eucalipto demoró décadas, hoy los montes de pinos, sobretodo lo que son los pinos específicamente, no otras especies de coníferas, dan un marco, como un lugar nodriza para poder intervenir con otras especies de árboles nativos que vayan generando, de alguna manera, un relativo equilibrio. Ya sabemos que algunos árboles funcionan sin riego, que necesitan menos mantenimiento a largo plazo y que generan un beneficio eco sistémico al lugar, porque ya de por sí al ser árboles nativos, a las aves o a los polinizadores los vas a tener muchísimos más activos y con mejor desarrollo”, explica Anguiano mirando las dunas que aún persisten en Valeria del Mar, localidad en la que reside.
En ese sentido el equipo interdisciplinario de la Secretaría de Paisaje y Medio Ambiente está trabajando en el trazado de nuevas estrategias paisajístico-ambientales. Para ello tomaron en cuenta los lineamientos originales de la “Ciudad Jardín” proyectada por Bunge y, de esa manera, estudian el dinamismo que se da en un ecosistema en formación.
Desafíos ambientales
En su libro La brecha urbana: countries y barrios privados (2005), la socióloga Maristella Svampa plantea “que las actividades en la industria de la construcción desde 2003 en adelante han presentado un ritmo sostenido en los municipios de Gesell y Pinamar que son los que presentan los mayores porcentajes de crecimiento por afluencia migratoria. Aunque en estos casos como en el resto de las localidades se vislumbra una fuerte polarización de la población, con concentraciones en bolsones de pobreza, y que integran la mano de obra de baja calificación empleada en construcción y servicios”.
Disparado por ese crecimiento, por el turismo como industria que todo lo devora y el avance del mercado inmobiliario, uno de los mayores inconvenientes que afronta la ciudad es la planta de tratamientos de efluentes cloacales: un problema que el partido de Pinamar arrastra desde hace varias décadas y que ninguna gestión ha sabido -ni ha podido- resolver.
El primer paso por una Pinamar sustentable que dio el intendente Martín Yeza fue la recuperación del frente marítimo, la demolición de viejos paradores de cemento y el reemplazo por estructuras ecológicas y desmontables. Ese plan permitió que la ciudad volviera a tener nueve cuadras de playa que antes estaban concesionadas.
Ahora la idea en marcha es un parque público, los bosques de Palermo de Pinamar: un lugar para que los vecinos y vecinas tengan su espacio de recreación en una ciudad en la que la mayoría de los espacios verdes están en manos privadas.
“El ambiente tiene que estar por delante de todo y así como en su momento celebramos la creación de la Secretaría de Ambiente hoy creemos que el resto de las secretarías deben regirse bajo un manto sustentable para que lo económico no predomine sobre la razón”, dice el ecologista Jorge Massidda.
URR