Modo confidencial, historias de amor y fantasmas

12 de noviembre de 2021 07:30 h

0

Un par de citas.

La primera.

Y toda historia es una historia de amor.

Y toda historia de amor es una historia de fantasmas.

Y todo el mundo ama a alguien en alguna ocasión.

(Dos amigas escritoras se chicanean con fragmentos de libros, suben la apuesta, se ríen en medio de la desgracia. Una tiene una enfermedad terminal, la otra es una acompañante y testigo especial de esos últimos días, las horas que pasan juntas y que le gustaría registrar en un diario. Después se va a dar cuenta de que esa misión le resulta imposible, que todo se diluye apenas lo intenta, que hasta ella que trabaja con la palabra –en un punto vive de–, no encuentra los términos para relatar una experiencia que, más allá de su cercanía, es ajena, intransferible).

La segunda.

Pero, ¿qué habría pasado si Dios hubiera ido incluso más lejos?, ¿y si les hubiera dado no a las distintas tribus sino a cada individuo un idioma distinto, único como las huellas dactilares? ¿Y, de paso dos, si para hacer más conflictiva y confusa la vida entre los humanos, hubiera obnubilado su percepción de esto, de modo que, al mismo tiempo que entendiésemos que hay muchos pueblos que hablan muchas lenguas distintas, nos creyéramos que todos los de nuestra tribu hablan la misma lengua que nosotros?

Esto explicaría gran parte del sufrimiento humano, según mi ex (...). Él creía de verdad que era así: cada uno de nosotros seguimos empleando nuestra lengua, y el significado está claro para nosotros pero para nadie más.

¿Es así incluso para los enamorados? Pregunté sonriendo, seductora, con esperanzas. Esto era justo al principio de nuestra relación. Él se limitó a devolverme la sonrisa. Pero años después, durante el amargo final, llegó la respuesta amarga: Para los enamorados sobre todo.

(La misma mujer que en la cita de arriba acompañaba a su amiga, acá recuerda lo que habló alguna vez con un ex novio).

Las escenas y los personajes pertenecen a la novela Cuál es tu tormento (Anagrama, 2021), de la autora estadounidense Sigrid Nunez. El libro me atrapó especialmente por la voz de esa narradora que, ante la imposibilidad de escribir lo que vive al lado de su amiga que está por morir, se dedica en gran parte del libro a reponer diálogos (algunos que escucha por ahí, otros que ella misma protagoniza, otros que tiene con su amiga o que la amiga, a su vez, le trae)

Sin dejar de poner en primer plano una tensión, la idea de que toda comunicación es apenas un esbozo, un impulso por cruzar mensajes rotos de antemano (ese choque de las lenguas distintas, únicas como las huellas dactilares al que se refiere su ex), la narradora no hace más que intentarlo de todos modos. Para eso se mete en un mundo que a mí me fascina especialmente: el de la confidencia. Entonces recupera conversaciones de gran intimidad que le cuentan o de las que participa en el gimnasio, con el hijo de su vecina, con su ex novio, con su amiga, con un gato que se encuentra en una casa de alquiler (lo maravilloso de la confidencia es que puede detonar entre quienes se conocen muchísimo, pero también entre extraños: el estallido íntimo entre alguien que revela y un testigo circunstancial). Una mujer que deja de sentirse deseada por el paso de los años, otra que se da cuenta de que su hija es un monstruo, un hombre que no sabe cómo lidiar con una madre que desvaría.

En todos los casos, en Cuál es tu tormento aparecen pequeños o grandes secretos en esa suerte de suspensión temporal que traen siempre las confidencias, el hueco que se hace cuando alguien baja la música en un ambiente en el que hasta ese momento el ruido lo invadía todo. Un silencio para que lleguen las palabras, la rendija que da lugar a lo inesperado. Lengua suelta y corazones en llamas (al final, hay que decirlo, toda confidencia es la confidencia sobre algún tipo de amor: imposible, fugaz, clandestino, arrasador, imaginario, eterno). 

Por lo general está la persona que habla, que más que contar abre una compuerta (en la novela, son siempre los tormentos del título). Y está la otra, la que escucha, la que no es más que oído. Porque la confidencia no le pide al testigo que se ponga en lugar de (si lo hiciera, de hecho, pasaría a anular a la persona que cuenta algo, la desplazaría hasta dejarla afuera y la confidencia no es el juego de la silla). La nobleza de la confidencia, su potencia, está en la fugacidad; unos pocos segundos de decir y escuchar, algo que se prende y se apaga muy rápido, el destello que ofrece la revelación. 

Pienso, por ejemplo, en las series que más me gustan y rápidamente llego a Gilmore Girls, una de mis preferidas de todos los tiempos. La vi mil veces y, cuando termino de repasar las siete temporadas que por suerte están completas en Netflix –omito los cuatro especiales que hicieron hace unos años tipo revival porque los detesté– vuelvo a empezar. Las protagonistas son Lorelai y Rory, una madre y una hija que, por la relación particular que las une, muchas veces se tienen como confidentes. 

Lo que me interesa en Gilmore Girls es que, pese a que las protagonistas viven hablando –no son pocos los que vieron un homenaje contundente a las screwball comedies o comedias alocadas clásicas de Hollywood por el tipo de diálogos ingeniosos y a la vez a gran velocidad que ofrece la serie– llegar al modo confidencial les cuesta bastante. Finalmente lo hacen, pero ese momento suele llegar después de varios rodeos, de deslices, como comentábamos por acá, de conversaciones sobre comida un poco trash o compras absurdas, de relatos sobre películas o planes inviables.

En uno de los capítulos que más me conmueven, el último de la primera temporada, la confidencia llega después de varios desencuentros: Lorelai recibió una propuesta de casamiento abrumadora y hermosa (¡mil margaritas amarillas!) y Rory se reconcilió con su novio de la adolescencia cuando finalmente pudo decirle que lo amaba. Madre e hija, entonces, corren por el pueblo donde viven hasta que se ven y se empiezan a contar todo a los gritos. La euforia de “Vos primero”, “No, vos primero”, mientras suena My Little Corner of the World, de Yo la Tengo (la confidencia, también, como un refugio pequeño en un mundo enorme y casi siempre inexplicable).

Me voy hasta mis propias confidencias, a lo que suelto y a lo que me sueltan. Siempre fui más de escuchar que de decir y desde muy chica me pasa que la gente me sorprende con revelaciones que me han llegado a dejar pasmada (debo tener cara de seria, de confiable o simplemente de alguien que está justo ahí y que habla poco; abajo, como siempre, dejo mi correo electrónico si alguno está en plan confidencial)

Una vez llegué temprano a las clases de refuerzo con una profesora de inglés a la que me mandaron entre mis 8 y mis 12 años –una mujer elegantísima de 60 y pico que nos trataba a todos de usted, que arrancaba las hojas de los cuadernos con errores al grito de “wrooooong” o “disaster”– y la encontré llorando. No tardó mucho en contarme de un embarazo que había perdido de joven, de cómo eso la distanció para siempre del que hasta entonces había sido su novio. Hasta me dijo que, aunque había pasado mucho tiempo, algunas tardes, como esa, cerraba los ojos y se ponía a imaginar caras de bebés.

La distancia suele poner reveladoras a las personas (ya hablamos por acá de Lost in Translation, de ese cruce de pudores, que es también un espacio íntimo de perdidos en la traducción, pero encontrados en la confidencia). Un camarógrafo africano al que conocí durante un viaje de periodistas que hice a Corea hace pocos años, una mañana, me reveló que se sentía un poco aturdido porque estaba por casarse con una chica que amaba pero que, desde el momento del compromiso, soñaba todas las noches con la que había sido su primera novia. Nunca entendí por qué eligió relatarme eso, mientras caminábamos por las alturas de una vieja autopista de Seúl, que se convirtió en un paseo peatonal.

Suena Damon Albarn por acá, un tema de su disco nuevo, alejado de esa cosa más estruendosa que se le conocía cuando era parte de Blur o Gorillaz. A su modo, una canción confidencial. Se llama Royal Morning Blue y, según contó, está inspirada en los paisajes de Islandia. “Quedate a mi lado en el fin del mundo”, canta.

A estas cosas les estuve dando vueltas para esta especie de confidencia deforme que es Mil lianas. Les dejo una nueva entrega por acá. Que quede entre nosotros.

1. El año de la rata, de Mariana Enriquez y Dr. Alderete. Los autores lo definen como “una crónica gráfica a dos voces”. Algo de eso hay en El año de la rata, el libro que combina textos de la escritora argentina Mariana Enriquez con ilustraciones del artista gráfico Jorge Alderete, más conocido como Dr. Alderete, radicado en México desde fines de los '90. El libro, creado durante 2020, el año de la rata en el calendario chino en tiempos inquietantes para la humanidad, tiene historias de fantasmas y seres míticos –un poco terroríficos, un poco monstruosos– que de alguna manera cobran vida en las páginas a través de cada dibujo.

Les dejo por acá uno de los relatos del libro que me gustó mucho (hay más sobrenaturales, más sexuales y más tenebrosamente realistas).

“El rumor decía que iban a rebelarse los espejos. Que dejarían de reflejarnos, es decir, que ya no reproducirían nuestros movimientos, ni nuestros gestos. El reflejo nos sacaría la lengua, cerraría los ojos cuando nosotros los abriéramos, nos mostraría la nuca en vez de la nariz. Y hasta podría aparecer una cara reflejada totalmente distinta a la nuestra, para volvernos locos. Pero eso nunca sucedió, y la desobediencia resultó más sutil. Fueron las sombras quienes dejaron de reproducir nuestros movimientos. En muchos casos se atrasaban de modo que uno podía caminar varias cuadras sin su sombra, que se quedaba en alguna pared moviendo los brazos, haciendo una extraña danza de liberación. Por lo general las sombras permanecían cerca pero todos sus movimientos eran distintos, como si tuvieran vida y decisiones propias. No eran peligrosas: mantenían su condición de apéndice del cuerpo, aunque se temía una rebelión total de sombras y el rumor era que, tarde o temprano, iban a adquirir volumen y entonces serían imparables como un ejército de dobles oscuros”.

El año de la rata, con textos de Mariana Enriquez e ilustraciones Dr. Alderete, acaba de salir por Libros del Zorro Rojo.

2. Un viaje a Salto, Circe Maia. “En los meses previos al golpe de Estado de Uruguay, una niña y su madre viajan para ver a su padre y esposo, preso político por asistir como médico al Movimiento Tupamaro. Tienen el dato de que será trasladado en un tren que se dirige a Salto y que esa puede ser una ocasión para verlo, sin las limitaciones de tiempo y espacio que rigen las escasas visitas permitidas a la cárcel. Es por eso que se lanzan a la aventura. En una parada de madrugada en Paso de los Toros se suben a un vagón oscuro donde intentan pasar desapercibidas a la mirada de los soldados que lo custodian, disimularse entre los otros pasajeros, para intentar un contacto. El tren al que se suben es también el de la Historia”, señala en su introducción la periodista y escritora argentina Mercedes Halfon para describir Un viaje a Salto, el texto a dos voces, bitácora de un viaje imposible y diario íntimo de la escritora uruguaya Circe Maia, una de las figuras más salientes de la literatura rioplatense.

Publicado originalmente en 1987 en Uruguay, Un viaje a Salto acaba de ser reeditado y cuenta la odisea de los familiares con presos políticos de ese país, entre otros la propia autora y su hija pequeña. Y lo hace con un trabajo con las formas muy particular: el primer fragmento es un texto que escribió la niña al regresar de aquel viaje, el segundo es el que escribió la madre y en la tercera parte aparecen entradas de un diario íntimo que la mujer intentó llevar durante aquellos días angustiantes. La propia autora lo deja en claro desde una nota introductoria que aparece al comienzo: su intención, a partir de esas voces, es la de contar una herida colectiva.

“Por tratarse de experiencias que compartieron en forma similar tantos compatriotas, los nombres individuales no fueron considerados importantes. Quienes escribieron las siguientes páginas son, simplemente, una niña y su madre, uruguayas; año 1974”, apunta.

Un viaje a Salto, de Circe Maia, acaba de ser reeditado por la editorial Las Afueras.

3. Sonar. “Un podcast pensado para navegar en la historia argentina a través de sus sonidos”. Así es la descripción que hace el Archivo General de la Nación (AGN) de su flamante podcast Sonar, que acaba de lanzar en las últimas semanas. Una iniciativa prometedora, que por ahora cuenta con dos episodios de cerca de 15 minutos dedicados a dos figuras trascendentales: Alfonsina Storni y Julio Cortázar.

Con una premisa muy sencilla, en cada episodio hay una suerte de presentación de los personajes, por parte de trabajadores de la institución que está cumpliendo 200 años de historia, y luego se da lugar a un material sonoro destacado perteneciente al acervo del AGN.

En el caso del capítulo dedicado a Storni, aunque el audio tiene algunas fallas de origen, vale la pena escucharla porque es de los pocos registros que se tienen de su voz. Se trata de una intervención pública que hizo en Uruguay, en enero de 1938, en la que cuenta, entre otras cosas, por qué se hizo escritora.

Sonar, producido por el Archivo General de la Nación, se puede escuchar en Spotify.

¡Hasta la próxima!

Mil lianas también se puede leer como newsletter. Para recibirlo por correo electrónico cada viernes pueden suscribirse por acá.

AL