“Donde no hay ecos el silencio es tan horrible como ese peso que no deja huir, en los sueños”. Lo subrayo ahora que estoy releyendo La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares. La primera lectura fue hace mucho, con esa solemnidad escolar de estar ante algo importante; ahora, sin esa mochila, me estoy divirtiendo, incluso me río mucho, le encuentro de todo y también un tipo de comicidad alucinante.
Pero no voy a escribir sobre ese libro, ni sobre Bioy Casares –se hizo tanto y tan bien, incluso pienso en la osadía de ponerse a escribir cualquier cosa después de una novela así–, y por ahora prefiero quedarme en el silencio horrible de la cita (la trama recurrente de la pesadilla: querer escapar, que algo lo impida; volver a intentarlo, volver a fallar y así) y todavía más en los ecos.
Son días de listas, de repasos, de balances. Intenté pensar algunos míos para este espacio: arranqué una lista con cosas que aprendí en 2022 hasta que la encontré medio ñoña (¿las aprendí realmente? ¿las percibía de antes y ahora las pude detectar? ¿cuál es el valor de un aprendizaje? ¿y si era mejor desaprender?); probé con las que no salieron como esperaba (sí, otro año que no viajé a la Antártida, ni retomé alemán, ni escribí esos cuentos que están a medio camino, ni pude publicar ese libro sobre el que vengo dando vueltas, ¿y?) hasta que me venció el pudor; anoté algunas que me gustaría concretar durante el año que ya está por venir, pero tampoco le encontré la vuelta. Como si todos los balances nacieran rotos o pinchados, como si los recuentos no hicieran más que chocarse contra una pared: lo que no se puede nombrar.
Hasta que recordé los ecos y, sobre todo, su falta: ahí donde algo no resuena aparecen los vacíos, los horrores, ese peso que nos retiene en los malos sueños y podría convertirse en materia de desvelo. Porque el eco no es ruido, ni estorbo, ni invasión, ni lo opuesto al silencio. Es sonido que aparece como una luz que titila a lo lejos; una reminiscencia muy fugaz, un recordatorio, una forma de la memoria que insiste. Sin eco, no hay presente, ni un lugar transitorio al que volver –somos, también, aquello sobre lo que insistimos o lo que las insistencias hacen de nosotros–. Por eso las obras o los momentos más interesantes vienen con una pregnancia adherida. Con ese perfume conocido que reverbera aunque no lo hayamos usado nunca, que busca el camino para que su sonido se vuelva a oír aunque sea un instante.
Como son horas en las que se impone de alguna manera la pregunta de cuáles fueron los libros, las películas o lo que sea que se pueda meter en la categoría “lo mejor del año” –esos rótulos como fórceps que también vuelven, una y otra vez– me quedé pensando en los ecos.
Entonces me fui a los libros, las películas, lo que escuché durante 2022 y todavía rebota, todavía me deja un regusto, todavía se hace escuchar de alguna manera por su encanto. Anoto tres, arbitrarios, hermosos y muy sonoros a la vez.
Primero, un libro: Una música, de Hernán Ronsino. Hablamos de la novela por acá. Un texto donde aparece, claro, la música. Y también se oye el murmullo de una fábrica, el rumor del tránsito de los trenes, el zumbido de las motos del Conurbano, el sonido de los pájaros y de una naturaleza agobiada. Como dijimos en este espacio, se trata de un texto que centellea entre la descripción perceptiva y una sintaxis sobria, ahí donde parece que hay algo a un costado, se abre un universo plagado, como dice el propio protagonista de Una música, de “tramas menores”.
Segundo, Francia (ay, perdón, se imponía). Ahora sí, un documental: María Luisa Bemberg. El eco de mi voz, de Alejandro Maci, ahora disponible en la plataforma Star+.
Lo comentamos por acá y siempre que podemos: una película que, al cumplirse el centenario de su nacimiento, rescata la voz de una de las artistas más importantes del siglo XX en la Argentina y recupera, justamente, el eco de sus palabras, cómo resuenan hasta hoy los debates que planteó y, sobre todo, los términos en los que lo hizo.
Tercero, el podcast que más escuché y más extraño: Un mundo maravilloso. Lo mencionamos por acá cuando arrancó a finales de 2021, y durante todo este año me siguió haciendo reír por el absurdo que propone cada episodio (todavía me acuerdo de escenas o situaciones y me agarra una especie de espasmo de risa). Volver a eso que alguna vez nos hizo reír: el eco más feliz, el más maravilloso de los mundos.
Los dejo con una nueva edición de Mil lianas. Ojalá que alguna de estas palabras rebote hasta el infinito. O aunque sea hasta dentro de un rato.
1. Tiempo compartido, de Nicolás Diodovich. Dos crujidos: el de una familia que se va desintegrando. Y el de un país en tiempos brillosos y desaforados: los ‘90, la última década que se puede pensar como tal. La novela Tiempo compartido (Paripé Books, 2022), de Nicolás Diodovich, repara en los quiebres, en los sonidos, en lo que le empieza a hacer ruido a un chico de clase media porteño que crece entre el bochinche de los aparatos que compra su familia, los sonidos de la televisión que mira compulsivamente –las novelas de Andrea del Boca, las noches doradas de Telefe, los premios dolarizados de Susana Giménez– y las charlas de los adultos que espía cuando puede (con el tiempo –compartido por pocos, quebradizo para todos– vendrán otros estruendos: los escraches a represores, los piquetes, las cacerolas).
Con un universo repleto de objetos estrafalarios, de escenas familiares con sus tiranteces y de momentos escolares narrados desde una mirada muy cómica, la historia está contada en una primera persona que va de cierta frescura a la pérdida gradual de la inocencia. Si de niño el protagonista inventa lo que él llama el juego del secreto y actúa para sí mismo que descubre una verdad trascendental tal como lo hacen los personajes de las telenovelas que ama, a medida que va creciendo ya no necesitará apelar a la actuación para llegar a algunos descubrimientos. Una forma de coming of age, de novela de formación tallada por el televisor, las compras, la comida rápida que llega por delivery y el tiempo que intenta compartir el narrador con los suyos.
Algo notable al leer la historia –que es la de una familia, que podría ser la de un país– es que está contada desde una prosa aguda, por momentos muy filosa y, al mismo tiempo, humorística sin caer en el cinismo. Porque el autor no saca los pies del plato. Porque, con inteligencia, prefiere narrar y describir antes que señalar desde una superioridad moral. Tampoco se dedica a ajustar cuentas. En todo caso, en cada compra absurda, en cada recorrida familiar por shoppings de Estados Unidos en busca de prendas imposibles, expone que, con torpeza, con complicidades, con buena o mala fe, con ambiciones, con ilusiones genuinas, con Tratar de estar mejor de Diego Torres de fondo, con desmesura, esa clase media a la que pertenece estuvo ahí, fue moldeada por una época y, en algunos casos –heridas mediante– sobrevivió para intentar contarla.
Nicolás Diodovich (Buenos Aires, 1984) es guionista y director de cine y series. Su ópera prima, Línea de cuatro (2017) se proyectó en diversos festivales internacionales. En la actualidad integra equipos de autores que escriben series para distintas plataformas internacionales. Tiempo compartido es su primera novela.
La novela Tiempo compartido, de Nicolás Diodovich, salió en Argentina y en España por Paripé Books.
2. Documentales argentinos de 2022. Con grandes dificultades para el sector, con incertidumbre y al mismo tiempo con mucho vigor, las producciones audiovisuales que se estrenaron en la Argentina durante 2022 mostraron principalmente diversidad. En el caso de los documentales, la variedad fue todavía más notable: hubo series de varios episodios, largometrajes con una mirada intimista, retratos de grandes personalidades del siglo XX local, reconstrucciones de casos resonantes para la historia criminal de la región, entre muchos otros.
En días de balances, como decíamos más arriba, y porque intuyo, tal vez, que varios tengan un poco más de tiempo libre y estén buscando material para mirar, por acá hice un repaso por algunos de los más interesantes que vi este año y que, después de pasar por salas de cine en festivales y ciclos, se pueden ver por streaming.
El repaso por ocho documentales argentinos de 2022 para ver por streaming se puede leer por acá.
3. Meditación madre, de Ana Montes. En la contratapa, la escritora Camila Fabbri asegura que la autora “escribe como si estuviera pintando uno de sus cuadros: con extrema delicadeza y desparpajo”. Algo de esa oscilación atraviesa los once cuentos que integran Meditación madre (Concreto, 2022), el nuevo libro de la escritora y artista plástica Ana Montes. Se trata, en todos los casos, de historias de mujeres más o menos contemporáneas. Algunas son madres, algunas proyectan serlo, a algunas les pesa la maternidad (la propia o la de sus madres: aparecen varias cargas ahí, varios tipos de desolación), la mayoría vive rodeada de preguntas que las desbordan.
Tal como señala en este texto la escritora Romina Paula (de paso, les recuerdo que pueden leer sus columnas por acá) los personajes de Ana Montes “no están a salvo nunca, ni adentro ni afuera. Ni siendo madre ni no pudiendo serlo. Ni con novios comprensivos ni sin ellos. Ni con madres protectoras ni de las otras, ni con amigas en fiestas. Los personajes de Ana sienten dolor, que es una de las palabras que más aparece en sus relatos, googlean tragedias cuando no las viven pero nunca dejan de actuar. Actuar en el sentido de hacer, de accionar”. Es en ese hueco de la inquietud donde nacen y proliferan estas historias contadas con precisión, con suavidad y también con un desenfado vital.
Ana Montes nació en Buenos Aires, en 1992. Es escritora y artista visual. Escribió Poco frecuente (Concreto, 2019), novela finalista de la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires.
Meditación madre, de Ana Montes, salió por la editorial Concreto. Por aquí, Romina Paula escribió un texto sobre esta publicación. Además, en este enlace se puede leer el cuento que le da nombre al libro.
Banda sonora. Hace poquito HBO Max subió a su plataforma una entrevista que Howard Stern, un entrevistador radial famosísimo de Estados Unidos, le hizo a Bruce Springsteen en noviembre. Es una conversación y una clase de música de dos horas divina. Porque el entrevistador busca un tono intimista sin ponerse especialmente hincha, porque Springsteen, en su dureza de superhéroe, intenta abrirse para contar de todo un poco: que es acumulador y guarda ropa que usaba en los ‘80, que festejaba Halloween, hasta no hace mucho, con una enorme fiesta popular en el frente de su casa; que anota de todo en cuadernos espiralados que va a conservar una universidad de su país; que por mucho tiempo sintió que debía entregarle al público shows larguísimos, casi por una cuestión de fe. Con esta excusa, sumé canciones de Springsteen a nuestra lista (como ya había varias, esta vez elegí versiones de algunos de sus clásicos).
“En este 2022 se han cumplido 40 años de los shows de Obras, aquellos en los que Pedro nos dejaba por un tiempo y terminaron por convertirse en las últimas actuaciones de Serú Girán, hasta el River de 1992. Pónganse cómodos, les dejamos una hora y media de pura magia. Con ustedes, No llores por mí, Argentina”, escribieron en las redes de Serú Girán por estos días y publicaron un documental con imágenes inéditas de aquellos días y entrevistas entrañables que se puede ver gratis (lo dejo acá a mano y se convierte en otro motivo perfecto para agregar canciones del grupo a nuestra banda sonora).
Posdata. Los creadores de Tiranos Temblad, a esta altura el mítico resumen de acontecimientos uruguayos construido en base a videos de YouTube realizados en ese país o desde otros puntos del planeta donde se hace referencia a Uruguay por el motivo que sea, anunciaron por estos días que cumplieron 10 años. Favoritos absolutos en este espacio, mientras esperamos que suban su repaso anual de 2022, publicaron una edición mundialista imperdible que les dejo acá nomás.
Posdata II. Queridísimos lectores y lectoras de este espacio: ¡feliz 2023! Que se venga un año lo más amable posible para todos ustedes.
¡Hasta la próxima!
AL
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