“Una vez que alcanzaste tu sueño, te preguntás: ¿era esto? Tu sueño siempre llega acompañado de algo como un frente de tormenta”. Y poco después: “Pensé que cuando llegara a la cima sólo vería el cielo azul. Pero no: aquí el aire falta, es precario. Por eso no hay mucha gente ahí arriba. Es bastante solitario”. El que habla es Sylvester Stallone en Sly. Un documental que acaba de estrenar Netflix, oficial y monologado por el protagonista, director y autor de Rocky, entre tantos éxitos y películas que dieron la vuelta al mundo. Me gusta esto que dijo mi amigo Jorge: un documental “del que esperas algo pero a medida que avanza te das cuenta que necesitabas verlo más de lo que te imaginabas”.
Me pasó algo parecido en estos días de atención entrecortada, de cuenta regresiva y de angustia. No hay forma de escapar, hay apenas intermitencias. Por eso me di cuenta al terminar de verlo que tenía la necesidad de escuchar por un rato a este hombre que desarma su casa para encarar una mudanza, para recuperar algún tipo de adrenalina perdida con un movimiento “drástico”. Alguien que está de vuelta y decide repasar su vida, contar la cocina de sus películas (nota mental: pasar buena parte del fin de semana volviendo a ver la saga de Rocky, que está completa en Amazon Prime, otra necesidad que no sabía que tenía, otra forma de atravesar las horas inciertas).
Stallone habla firme, de pie y sereno mientras pasan hombres que cargan sus pertenencias, sus cuadros, una estatua musculosa que replica su cuerpo y su cara. Como si se plantara frente a un espejo, recuerda las crueldades de su papá (sí, otro más para la lista infinita de estrellas y padres despiadados y una afirmación conmovedora: él soñaba con un padre como Rocky –franco, accesible– y le tocó en suerte uno como Rambo –impenetrable, semi-mudo–). Recorre una por una sus exitosísimas películas y revive la forma que encontró para meterse por la ventana en una industria que le era esquiva: escribir los guiones, protagonizar, dirigir. Ponerse todo al hombro.
No es el único que habla en el documental, también lo hacen su hermano, algunos periodistas, Quentin Tarantino (con gran admiración y respeto) y Arnold Schwarzenegger, entre otros. Promediando la película, el propio actor ofrece una confesión de parte: “Solía decirle a la gente: ‘Nunca mires la segunda mitad de la biografía sobre una estrella’. Porque siempre es: ‘y aquí, en la cima, tenía el mundo en sus manos… y luego, stay tuned, no se pierdan la caída”. Él mismo, el hombre mole, se hace cargo de los derrumbes: los asume como inevitables, busca remediarlos desde la ficción, con finales que va acomodando, con toda la fe puesta ahí, en esa verdad frágil y transitoria que quiere ofrecer desde la pantalla.“Fui bendecido con la habilidad de desviar cierta amargura hacia lo que desearía que hubiera pasado”, dice Stallone en el cierre.
Ya me había pasado hace un tiempo con otros dos documentales (lo conté por acá) y otros dos titanes en sus rubros. Otra vez la casualidad, los algoritmos o el mismísimo desorden hicieron que viera Sly pocas horas antes de cruzarme y quedarme enganchada con Robbie Williams, otro documental de Netflix, otra producción oficial y atrapante sobre la vida del cantante británico.
A diferencia de Sly, donde el protagonista ofrece una imagen férrea, Williams aclara de entrada: “Soy ermitaño, si no estoy sobre un escenario estoy en la cama”. Avisa y no traiciona: a lo largo de los cuatro episodios de la serie el cantante aparecerá sobre su cama, a veces en calzoncillos, la mayoría del tiempo con ropa de entrecasa, mirando su vida pasar en una laptop. Un bien preciado de esta producción, que tiene en bambalinas a Asif Kapadia (el responsable de otros documentales notables sobre grandes estrellas, como Ayrton Senna, Amy Winehouse y Diego Maradona) son las imágenes de archivo. Esas escenas caseras que Williams y su entorno registraron desde sus primeros pasos en el mundo del espectáculo –ahí, cuando era apenas un tímido miembro de la boy band noventosa Take That– hasta la cúspide de la fama, con cientos de miles de personas viéndolo en estadios repletos por todo el planeta y paparazzis haciéndole la vida imposible.
Si en Sly había un protagonista lleno de seguridades frente al espejo, acá hay un hombre tímido plantado ante los mecanismos de una máquina del tiempo implacable. Alguien que se anima a revisar sus vulnerabilidades, a subirse al DeLorean con todos los riesgos que eso implica (son muchos a lo largo de una carrera con demandas interminables y multitudes que gritan su nombre). No se menciona a su familia de origen. Sí, por momentos, vemos al artista como un padre cuidadoso: su hija pasa a visitarlo, él no la deja ver las imágenes de su juventud, le promete que algún día, de grande, podrá tener acceso al documental.
No faltan sucesos extraordinarios, canciones indelebles (otra nota mental: revisar todos los discos de RW, darle play a hitazos evidentes como Angels o Rock DJ, o meterse un buen rato en la dulzura de Nobody Someday) y también derrumbes en un Robbie Williams íntimo, permeable, emotivo. De hecho habla de miedos, de temporales arrasadores, de “una tormenta perfecta” para su salud mental justo ahí, en el pico de su popularidad.
Por acá anduve y no mucho más, entre estos dos colosos y sus modos particulares de plantarse ante sus abismos. Ahora arranca una nueva edición de Mil lianas, con sus propias cornisas, con sus tempestades.
1. Yo sé lo que sé, de Kathryn Scanlan. Para elogiar este libro, la escritora estadounidense Lydia Davis (una de mis favoritas, hablamos de ella por acá) usó una imagen que me gustó mucho: dijo que su autora, Kathryn Scanlan, ofrece en Yo sé lo que sé (Fiordo, 2023) “un acto mágico de empática ventriloquía”. Y es que en efecto Scanlan usa la voz, las anécdotas y los giros de Sonia, una increíble entrenadora de caballos de carrera que le contó su vida en distintas entrevistas realizadas personalmente y por teléfono.
De manera cronológica, el libro está narrado en primera persona y con capítulos muy breves que siguen la historia de esta mujer que llega al mundo en los ‘60 en una casa pobre del estado de Iowa, logra sobreponerse a una displasia de cadera con la que nació (los médicos le habían dicho a su madre que nunca iba a poder caminar, la tuvieron los primeros cinco meses de vida con la mayor parte de su cuerpo enyesado), crece en una casa con pocos recursos, se enamora, de carambola, de un caballo y a partir de ese momento se genera en ella una suerte de devoción.
Con el correr de las páginas llegarán la partida de la casa familiar para encarar una quimera laboral y una auténtica vocación, las carreras, los golpes, la vida en un hipódromo, el acercamiento a un mundo con características muy específicas que Sonia conocerá y recorrerá como nadie. También aparecerán la soledad, un amor profundo por algunos animales, los choques en un universo competitivo, rudo y varonil, los abusos, los dolores, los triunfos y las derrotas.
Ventrílocua y con un sentido muy afinado para seleccionar imágenes muy elocuentes, tomando prestadas las palabras y las vivencias de su protagonista, Scanlan, que asegura que el libro se trata de “una obra de ficción”, logra construir un relato magnético con escenas inolvidables y de una sencillez sólo aparente.
El libro Yo sé lo que sé, de Kathryn Scanlan, salió por Fiordo Editorial.
2. Las niñas del naranjel, de Gabriela Cabezón Cámara. “Soy inocente y tan a imagen y semejanza de Dios como cualquiera, como todos, no obstante haber sido grumete, tendero y soldado, más antes –antes– niñita en tu falda (...). Has de saber que he aprendido a contar historias y llevo cosas de acá para allá, soy arriero; te sorprendo, ¿verdad?”, escribe al comienzo de Las niñas del naranjel (Random House, 2023) el protagonista de esta historia. Se trata de una carta que tiene como destinataria a su tía y que ofrece algunas pistas para ir armando la hoja de ruta de la novela: un personaje que antes fue una niña y ahora es Antonio, que cree en Dios y se siente inocente, que fue soldado, que aprendió a contar historias y que lleva cosas de acá para allá. Alguien en fuga, alguien que recorre territorios espada en mano.
Con el controvertido personaje de Catalina de Erauso del Siglo de Oro Español en el centro de la escena –una figura más conocida como “La Monja Alférez” porque nació niña en 1592, luego se sumó como varón a la llamada Conquista española de América y más adelante escribió una polémica autobiografía– la escritora argentina Gabriela Cabezón Cámara volvió a narrar, como lo había hecho en su descomunal novela Las aventuras de la China Iron, una enorme historia en movimiento.
Esta vez tomó una figura mítica para cruzarla con una selva que se parece bastante a las del cineasta japonés Hayao Miyazaki, con dos niñas indígenas que no paran de hacer preguntas, con palabras en guaraní y escenas disparatadas, con crueldades y asesinatos de todo tipo, con peripecias narradas con humor y vértigo en un territorio que, mientras Antonio se preocupa por escribir y de recordar, sigue siendo arrasado.
Para hablar sobre su nuevo y esperadísimo libro, sobre escribir desde las periferias, sobre las tareas de cuidado, entre otros asuntos, entrevisté hace unos días a Gabriela Cabezón Cámara. Pueden leer la nota por acá.
La novela Las niñas del naranjel, de Gabriela Cabezón Cámara, salió por Literatura Random House.
3. Barullo, de Valeria Sol Groisman. Una novela de puertas. O mejor, de cerraduras. Puertas y cerraduras es lo que empieza a ver cada vez con mayor atención Maca, la protagonista de la historia. Un par de elementos cotidianos que de un día para el otro se convierten para ella en un límite y también un desafío: ¿podrá salir de su encierro, podrá salir de su casa? Como lo indica en la contratapa, Barullo (Hojas del sur, 2023) es una novela sobre la ansiedad. Un mal, un pasaje, una dolencia, un ataque que repentinamente embarulla a Maca, una joven hiperactiva y también híperadaptada al contexto que la rodea, hasta que se choca con su padecimiento.
Contada desde diferentes puntos de vista, con innumerables referencias a textos de expertos en salud mental, pero también con muchísimas citas de escritores y escritoras (Maca es también una lectora incansable), Valeria Sol Groisman se dedica a indagar en esa parálisis. Y lo hace con una historia pequeña pero audaz, con un tono vibrante que pone el acento en las demandas de un mundo lleno de voracidades, en las imposiciones, en los silencios y también en los vínculos que ayudan a atravesar algunas puertas cerradas.
Valeria Sol Groisman nació en Buenos Aires, en 1982. Es licenciada en Comunicación, periodista y docente. Es coautora de los libros de no ficción El ABC de la obesidad, Más que un cuerpo, El método no dieta y autora del ensayo Desmuteados. Barullo es su primera novela.
La novela Barullo, de Valeria Sol Groisman, salió por Hojas del Sur.
Banda sonora. Imposible, después de ver la serie documental sobre Robbie Williams, no ponerse a repasar su repertorio y no reconocer que tiene sobre sus espaldas una gran cantidad de buenas canciones. Nunca fui muy seguidora de su carrera, pero después de verlo en acción me puse a escucharlo con atención y a disfrutar. Elegí algunos de esos temas y los sumé a nuestra lista compartida (la selección incluye esa belleza medio insólita que grabó con Nicole Kidman, abajo les comparto también el video).
En otro barrio musical, leí que Mutations, de Beck –uno de mis discos favoritos de siempre– cumplió 25 años en estos días. Así que para celebrar también agregué algunas de sus canciones a esta banda sonora, como pueden ver y oír por acá.
Bonus track. Si están en Buenos Aires, hasta el domingo 12 hay un montón de actividades literarias gratuitas especialmente orientadas al público infantil, pero también para adultos, porque llegó una nueva edición del Filbita. Pueden leer un poco más por acá.
¡Hasta la próxima!
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AL/CRM