Alguien se ocupa de tu vida sosteniendo una cuerda. Alguien asegura el ascenso, vigila el descenso.
Escalar es un deporte, un juego al aire libre, pero con el vacío expuesto debajo, listo para hacer valer su severa ley de la gravedad, sin excepción.
Ese vacío está lleno: de metros escalados, de mosquetones dentro de un ojo de metal y de cuerda enredada, y el deseo encaminado a cumplirse.
Los dedos piensan, tocando concavidades, protuberancias, fisuras. Los dedos piensan el cuerpo que debe seguirlos. Luego, los pies se abren al impulso que se ajusta en las presas siguientes. El cuerpo que escala es un acordeón que se abre y se cierra entre las puntas de los pies y de las manos.
Una escalada es también una partitura ejecutada por un instrumento de viento que va con la música sobre un teclado ciego.
Escribo estas líneas para acompañar una guía de escalamiento y divago pensando cómo esas pocas observaciones se pueden aplicar sin necesidad de rocas y acantilados. ¿Me comporto así aun sin escalar? Algunas veces advierto el vacío bajo los pies, como un ir camino al precipicio. Desde algún lugar una persona querida me está cuidando, pero no sostiene una cuerda. Continúo lentamente el tramo marcado, voy instintivamente y pienso que he conocido vacíos más violentos, con una fuerza superior de atracción terrestre. Me empujaba una voluntad de estar en esos lugares y en esos tiempos, una derrota asumida porque sí, y porque eso no significaba desertar.
Hoy en un vacío expuesto a la desgracia, a una ruina, pienso que soy bueno para los precipicios. Aun sin equilibrio de funámbulo, sé de qué se trata la llamada ley de gravedad. Trata de cosas graves, que pesan, pero no son un lastre, sino que por el contrario son sustancia, voz constituyente de mi persona.
ES PELIGROSO EXPONERSE, dice el cartel oficial de los tiempos que corren. Es necesario hacerlo.
Para una guía de escalada, Erri De Luca
Este texto del escritor italiano pertenece al libro El más y el menos, que editó hace poquito la editorial cordobesa Portaculturas, abajo les cuento más.
Como me enloqueció por su belleza y fue, de alguna manera, mi libro del verano que acaba de terminar, pedí permiso para usarlo en este comienzo. Rodeada de precipicios, entonces, arranca una nueva edición de Mil Lianas.
1. El viento que arrasa, de Paula Hernández. Un hombre súper carismático predica, grita, da órdenes –a los presentes y también a algún tipo de fuerza paranormal– mientras una multitud se emociona con sus palabras y una chica joven mira la escena desde afuera. La ceremonia se va poniendo cada vez más intensa, hasta que llega a su clímax y finalmente esa fuerza intrusa abandona los cuerpos de los fieles, que por fin son liberados del mal. Desde las primeras escenas, El viento que arrasa ofrece alguna pista sobre su devenir: será una historia de exorcismos, de dejar afuera distintos pesos que cargan los protagonistas, de algún tipo de renovación.
Dirigida por la cineasta Paula Hernández y basada en la novela homónima de Selva Almada, la película cuenta la historia de Leni (Almudena González, en un destacadísimo papel) y de su padre, el reverendo Pearson (Alfredo Castro), un pastor evangélico con el que recorren lugares inhóspitos en un auto destartalado. Van por pueblos en los que él lleva adelante rituales y ella, que tiene 18 años, ayuda con eficacia en todo tipo de logísticas: monta los lugares, graba casettes con las lecturas de la palabra divina que hace su padre, convoca a los feligreses, se encarga de la comida. La dupla parece ir siguiendo la coreografía de esos días repetidos con fluidez en paisajes impactantes, calurosos y a veces salvajes. Hasta que un día, en un paraje sospechoso, el auto se rompe y se ven obligados a convocar a un mecánico. Así conocen al Gringo Brauer (Sergi López) y al joven Chango (Joaquín Acebo). Así, también, cada uno de ellos irá viendo cuáles son sus límites, sus debilidades, y sobre todo, sus diferencias.
Narrada como una suerte de road-movie hasta que el percance con el auto detiene ese tono para abrir un relato donde se priorizan las caras, los gestos mínimos y el ambiente cada vez más agobiante que Hernández captura con gran talento, El viento que arrasa es una película de vínculos entre padres e hijos y de silencios frágiles. Porque aunque todos callan –Leni un poco harta de la rutina que lleva, el reverendo que habla sin parar pero dice cada vez menos, el Gringo que guarda más de un secreto y el tímido Chango que querría probar suerte con otro tipo de vida– ese encuentro fortuito que los reúne los llevará a cambiar para siempre, a activar un mecanismo con la fuerza arrasadora del viento.
Luego de un recorrido por distintos festivales internacionales, la película El viento que arrasa, de Paula Hernández, se estrenó esta semana en salas de cine de todo el país.
2. El más y el menos, de Erri De Luca. Esquelas armadas a partir de memorias de juventud, crónicas de sus días como albañil, reflexiones de un par de páginas sobre su padre o sobre su generación, cuentos breves, poemas. En El más y el menos el escritor italiano Erri De Luca ofrece textos cortos y magnéticos que arman una suerte de itinerario vital en el que se cruzan sus pasiones: la militancia, la escritura, el alpinismo, la vida itinerante, el compromiso social en un mundo que se derrumba y en el que el autor subraya zonas de sacrificio bien marcadas: los desplazamientos a los que son forzados los inmigrantes, los cuerpos de los trabajadores.
Lanzado en su país en 2015, el libro fue publicado ahora por el sello cordobés Portacultura, con traducción del argentino Javier Folco en una edición preciosa, que, tal como señala la escritora Valeria Tentoni en la contratapa, reúne una colección “de memorias simples y encantadas por una pulsión aforística, como si del recuerdo brotaran naturalmente las epifanías”.
De Luca es uno de los escritores contemporáneos italianos más importantes. Su primera novela, Aquí no, ahora no, fue publicada en Italia en 1989. Desde entonces, sus numerosos y multipremiados libros se han traducido a más de treinta idiomas.
El libro El más y el menos, de Erri De Luca, con traducción de Javier Folco, salió por la editorial Portaculturas.
3. Una vida por delante, de Magalí Etchebarne. Una noticia buenísima que se conoció por estas horas: la escritora argentina Magalí Etchebarne ganó el Premio Ribera del Duero, uno de los galardones literarios de narrativa breve más importantes en idioma español. Fue por su libro de cuentos Una vida por delante, que editará Páginas de Espuma a partir de mayo (en este enlace pueden leer más detalles de los textos que lo integran y también las palabras elogiosas que le dedicó el jurado).
El premio a Magalí me puso contenta por varios motivos. El principal, obviamente, porque es una escritora brillante que admiro (mencioné sus libros varias veces en este espacio, le pedí algunas palabras sobre Silvina Ocampo y también pueden leer esta entrevista a propósito de su libro Cómo cocinar un lobo). Hay un sonido muy singular en lo que dicen sus personajes o en cómo dicen las voces que narran sus historias y ella misma tiene una forma discreta de moverse en un universo que a veces puede ponerse chillón o muy farolero.
El segundo motivo: porque me gustó que desde Europa eligieran esta vez a alguien que se aleja de ciertos lugares comunes que suelen pensarse –desde allá, claro, no desde los autores y autoras– sobre lo que se escribe y sobre lo que pasa en este rincón tan diverso que es Latinoamérica. Por último: ¡porque por fin una buena entre tanta desolación!
La nota sobre el premio a Magalí Etchebarne por su libro Una vida por delante puede leerse por acá. En este enlace, una entrevista de archivo con la escritora.
Banda sonora. Para seguir con el tono del comienzo, esta semana elegí canciones que hablan de montañas, de alturas, de montes. Hay de todo: The Postal Service, Blur, Luis Alberto Spinetta (“trepen a los techos, ya llega la aurora”: repitan conmigo), Tina Turner, Marvin Gaye con Tammi Terrell, Arcade Fire, Los espíritus, Prince, Mercedes Sosa y más.
En el texto que les compartí antes, Erri De Luca habla de personas queridas que, sin cuerdas a mano, resultan de todos modos un sostén cuando bordeamos algún tipo de precipicio. Algo parecido ocurre con la música, con bandas o con canciones: en un momento, aunque sea chiquito, se nos dispara algún tipo de abismo hasta que nos agarramos de alguna voz o algún sonido que tiene el superpoder de mantenernos en pie.
No pregunten cómo vivo: durante mis vacaciones recientes me pasó algo así con la versión de One More Time que hizo Tenacious D, la banda del actor Jack Black –de paso: gracias siempre por Alta fidelidad y Escuela de rock, entre tantísimas otras–. El tema forma parte de la banda sonora de la película Kung Fu Panda 4 (en serio, no pregunten) y también lo agregué a nuestra lista compartida, esa que siempre encuentran por acá.
Black y su banda hicieron una presentación muy graciosa de la canción que quedó registrada en el video que les comparto.
Bonus track. Hablamos muchas veces por acá sobre la Feria de Editores porque es uno de los encuentros literarios que más me gustan en Buenos Aires y, más adelante, cuando se aproxime la edición 2024 (si manejan dosis muy altas de ansiedad: está confirmada para 8, 9, 10 y 11 de agosto) seguramente les iré contando cuáles son las novedades de este año, los invitados y las editoriales independientes que estarán presentes.
Por estos días los organizadores de la FED presentaron un informe a partir de una encuesta que hacen, junto al Centro de Estudios y Políticas Públicas del Libro de la Universidad de San Martín entre los asistentes a la feria para conocer sus hábitos de lectura, sus autores favoritos, la cantidad de libros que leen por año y más. Hay varios datos curiosos. Si tienen ganas de conocer un poco más, en este enlace pueden leer una nota que armé con lo que más me llamó la atención sobre lectores y lectoras que eligen a las editoriales independientes.
¡Hasta la próxima!
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