Confieso que, como casi el 95 por ciento de las actividades que encaro en estos días agobiantes, entré con desconfianza, con la derrota en los huesos, con ese tipo de pesadez que arranca en la cabeza y va bajando como una bruma impiadosa hasta mis pies (sí, nunca tuve un espíritu estival, pero hay tantos lugares para el debate entre verano versus invierno o membrillo contra batata, que acá sólo voy a decir que no me llevo bien con el calor y, como ya sufro bastante porque veo por la ventana gente que parece derretida y yo misma acaloradísima sospecho estar ofreciendo una imagen inelegante, prefiero que lo dejemos ahí). Creo que lo que me tironeó fue la palabra chapuzón, un término que me encanta y suelo usar con frecuencia. Me gusta que chapuzón suene despatarrado, me gusta justamente porque se refiere a un gesto informal, un entrar y salir sin reglas, casi un desborde. Menos instituido que la natación, más lúdico que medir los movimientos en largos, el chapuzón es una actividad que pareciera escapar de lo mensurable, de la marcialidad deportiva, de cualquier rigor.
Todo esto para decir que –té en mano, abrazada al ventilador: así vivo– me puse a leer Diario de los chapuzones, del escritor argentino Carlos Ríos. Lo publicó hace poquito la editorial Bosque Energético. El libro es, antes que nada, el registro precioso de una insistencia vital y a la vez un poco contrahecha del autor: las veces, con días, playas y horarios, en las que se mete a mares diversos para atravesar de distintos modos las olas. No es un surfer, tampoco un nadador. De hecho prácticamente no nada: apenas se dispone ante los desafíos que encuentra en el agua; alguien que busca la ocasión, cada vez que puede, de entrar al mar, ponerle el cuerpo al oleaje y salir a la superficie para dedicarse un rato a hacer la plancha (pienso ahora, que tal vez el autor podría escribir un segundo diario, donde registre esa otra actividad noble y también amorfa, ese flotar a la deriva mirando el cielo desde las aguas abiertas).
“La experimentación por fuera de la técnica: quedarse inmóvil debajo de la ola, entrar en el chapuzón y congelarse, hacerse rama o hueso, ser cualquier cosa opuesta a una ola en movimiento, reservar el aire y permanecer estático todo el tiempo que dure el pasaje de esa ola. Quietismo (mundo en pausa). La sensación, que dura menos de cinco segundos, es tremendamente rara porque ya no se trata de hacerse uno con el mar, sino de instalarse en una separación tajante: grieta entre lo sólido de allá y lo líquido de acá”, esboza en un momento Ríos.
Algo que me gustó especialmente es que el libro no hace un repaso con afán turístico. No hay glamour, ni un ojo instagramero clavado en el relato (de hecho aparece bastante la mugre que el narrador se choca en sus incursiones, también hay aguas anodinas, latigazos en los pies, cosas indefinidas que raspan o lugares que a priori no serían los primeros elegidos por las guías de viajeros). Además está contado en tercera persona. Cada chapuzón, entonces, es un ensayo, un intento sin épica, pero con los dedos cruzados por las dudas para hacer que venga una ola perfecta; la expresión corporal de un credo modesto con la ilusión de alcanzar, aunque sea por un rato, algo parecido al estado de gracia.
En un mundo que pide resultados, certezas, precisiones, la pregunta que aparece como un mar de fondo es la pregunta por lo sagrado. ¿Dónde está hoy? ¿Qué lugar ocupa? El libro de Carlos Ríos pareciera ubicarlo en esos ritos personales pequeños, repentinos, con formas poco nítidas: los chapuzones. Esas insistencias que son refugio, atenuante, pura fuga. Incluso para los más incrédulos. Una fe chiquitita y muchas veces secreta que se enciende para atemperar los días cuando se ponen rugosos. Como el arrojo discreto de levantarle un pulgar a la imagen garabateada de Maradona en alguna pared del barrio y pensar “dale, Diego, decime que esta vez sí”; la confianza desbocada de tocarle bocina a altares ruteros llenos de cintas rojas; la ternura infinita de quien pide tres deseos cuando atraviesa un puente y justo pasa el tren. Elegir creer o creer elegir: lo sagrado y ese resquicio siempre intermitente, esa aproximación íntima, esa manera sigilosa de arrimarse.
En Diario de los chapuzones Carlos Ríos indaga en su devoción y sabe al mismo tiempo que no va a poder capturarla del todo con las redes agujereadas del lenguaje. Pero, igual que cuando se cruza en cualquier lugar del mundo con alguna fracción de mar, lo intenta. Escribir es ir detrás de eso que se pierde en el agua, no dejar de buscar la chispa que estalla en el cuerpo como un rayo apenas se acerca alguna ola.
Voy a prepararme otro té. Los dejo con una nueva edición de Mil lianas. Espero que la encuentren medianamente refrescante.
1. Lecturas de verano, segunda entrega. Una vez más, y con la intención de recuperar publicaciones que no llegaron a tener la cobertura que se merecían o, simplemente, para ofrecer una selección de algunos libros notables a quienes estén buscando lecturas por estos días, llega la segunda entrega de Lecturas de verano 2025 (la primera, por si se la perdieron, se puede encontrar en este enlace).
En esta ocasión, las tres publicaciones elegidas rondan el siempre difuso rubro de la no-ficción para contar, en distintos formatos y tonos, algunas vidas míticas. Son Por cuatro días locos. Pequeño inventario de la Patria pop, de María Moreno; Martha Argerich. Una biografía, de Olivier Bellamy e Isabel. Lo que vio. Lo que sabe. Lo que oculta, de Facundo Pastor. Pueden leer más sobre cada uno de ellos por acá.
La segunda entrega de Lecturas de verano 2025 se puede leer en este enlace.
2. No digas nada. Uno de los mejores thrillers políticos de los últimos años, que combina una recreación de época impecable con grandes actuaciones y un planteo muy inteligente de conflictos áridos. Basada en un exitoso libro de no ficción homónimo del periodista Patrick Radden Keefe, No digas nada tiene como trasfondo la historia de Irlanda del Norte en las últimas décadas del siglo XX y como centro a Dolours Price, una joven que a partir de los ‘70 formó parte del Ejército Republicano Irlandés (IRA) y estuvo involucrada, junto a su hermana, en la lucha armada y en varias de sus operaciones contra Gran Bretaña por la búsqueda de la unificación de Irlanda.
Aunque cada capítulo plantea episodios de un enfrentamiento donde se cruzan el poder, la religión, los oportunismos políticos, los intereses sectoriales, los abusos y la violencia, el hecho que de algún modo tracciona el relato es el secuestro y la desaparición por parte del IRA de Jean McConville, una joven viuda madre de diez hijos. La serie, de todos modos, avanza y retrocede en el tiempo poniendo en primer plano las motivaciones de los involucrados, sus silencios y sus dudas ante cada operativo que encaran. Lanzada hacia finales de 2024 y disponible en Disney+, No digas nada es una serie profunda y también vertiginosa que lejos de simplificar la historia con un relato unívoco, se concentra en sus vaivenes, en las contradicciones, en el hilo profundamente humano que la va tramando.
Todos los capítulos de la serie No digas nada están disponibles en Disney+.
3. David Lynch. Al cierre de esta entrega de Mil lianas llegó la tristísima noticia de la muerte de David Lynch. Como módico homenaje, les dejo el fragmento de una charla preciosa que tuvo hace algunos años con Patti Smith.
Además, transcribo un fragmento de su excelente libro Atrapa el pez dorado (Reservoir Books, 2009) que lleva como título Oscuridad.
“Me han preguntado por qué, si la meditación es tan estupenda y proporciona semejante felicidad, mis películas son tan oscuras e incluyen tanta violencia.
Hay muchísimas cosas oscuras en este mundo y la mayoría de las películas reflejan el mundo en el que viven. Son historias. Las historias siempre incluirán un conflicto. Tendrán subidas y bajadas, incorporarán el bien y el mal.
Yo me enamoro de ciertas ideas. Y estoy donde estoy. Ahora bien, si dijera que estoy iluminado y que estoy haciendo cine iluminado sería muy diferente. Pero soy solo un tipo de Missoula, Montana, que se dedica a lo suyo y sigue su camino como cualquier otro.
Todos reflejamos el mundo en el que vivimos. Incluso aunque ruedes una película de época, esta reflejará el momento en el que vives. Es fácil ver las diferencias entre películas de época según cuándo se filmaron. Desprenden una sensibilidad concreta: el modo de hablar, ciertos temas… Y esas cosas cambian con el mundo.
Por tanto, aunque yo soy de Missoula, Montana, que no es la capital surrealista del mundo, podrías estar en cualquier parte y detectar cierta rareza en el mundo de hoy o tener un modo peculiar de ver las cosas“.
Un agradecimiento enorme a este genio perturbador e infinito.
Banda sonora. Además de vértigo y de escenas deslumbrantes, la serie No digas nada, que les comenté arriba, tiene una banda sonora buenísima (pueden escucharla en este enlace). De ahí trafiqué esta semana algunas canciones que pueden encontrar, como siempre, en nuestra lista compartida, es decir, por acá. Entran Los Stooges, Suede, Kris Kristofferson y más.
Bonus track. Si están por Buenos Aires y no sufren tanto el calor como yo, les dejo por acá de información sobre tres muestras gratuitas que se pueden visitar en centros culturales porteños durante todo el verano y que proponen caminos interesantes para quienes quieran acercarse a la obra y a la vida de algunos escritores que me encantan: Han Kang, última ganadora del premio Nobel de Literatura, Julio Cortázar y Rodolfo Fogwill.
¡Hasta la próxima!
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