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AL FINAL, NO ERA TAN ASÍ

Manhattan narcotizada y la industria de obesos norteamericanos que inundó internet

Caputuras de pantalla de uno de los videos generado por inteligencia artificial que circuló en los últimos días.

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Hace varios días que circulan en redes sociales imágenes de personas con sobrepeso trabajando en fábricas de Estados Unidos. No son reales, sino producto de la inteligencia artificial. Supuestamente fueron hechas por chinos, pero ¿quién en concreto? ¿el gobierno de China?

La idea era mostrar cómo sería ese Make America Great Again, el regreso de las industrias que estaban en Asia a Estados Unidos. Pero, a diferencia de la supuesta eficiencia y orden de los atléticos chinos, la masa trabajadora está compuesta por el estereotipo del yanqui con sobrepeso, que se alimenta de ultraprocesados y se entretiene con contenido audiovisual alienante, como los reality shows que hicieron famoso al actual presidente norteamericano, Donald Trump.

De pronto, parecía que todo el mundo estaba comentando esas imágenes. ¿Es el algoritmo? La semana pasada, en el programa que conduce Ernesto Tenembaum, se abordó el asunto al menos dos veces. En un momento, el conductor puso en contexto los videos e hizo alusión a una supuesta explicación oficial. Se puede resumir más o menos en esto: mientras China utilizó la bonanza exportadora de los últimos cincuenta años para hacer rutas, construir casas y sacar gente de la pobreza, Estados Unidos se abandonó a la codicia y al culto al dinero, que produjeron una desigualdad galopante, un sector de la sociedad adinerado y pleno de consumo, y otro al borde de la anomia, con problemas de obesidad.

Difícil saber qué piensa realmente el gobierno chino. La toma de decisiones del Partido Comunista es terriblemente opaca. La propaganda es masiva. Lo que China busca política y geopolíticamente es más profundo que lo que pueda expresar un video en X, o una explicación que da vueltas alegremente en el mundo de internet.

En el libro The Long Game: China’s Grand Strategy to Displace American Order, el analista político Rush Doshi cuenta la humillación que sufrió el gigante asiático a finales del siglo XIX durante los tiempos de la dinastía Qing: no lograr modernizar el país, perder la guerra con Japón y firmar el vergonzoso tratado de Shimonoseki con Tokio.

“El declive de China fue producto de la incapacidad de la dinastía Qing para enfrentarse a fuerzas geopolíticas y tecnológicas transformadoras que no se habían visto en tres mil años, fuerzas que alteraron el equilibrio internacional de poder e inauguraron el ‘Siglo de la Humillación’ para China”, escribe el profesor de las universidades de Harvard y Princeton.

Desde entonces, China ha puesto en marcha un plan minuciosamente pensado y ejecutado para desplazar el modelo norteamericano de su esfera regional y, en última instancia, de la esfera global. El libro es de lectura obligada, pero yo apenas lo empecé días atrás, y no voy a lanzarme a hablar de China. Ni siquiera estuve ahí, y mi mayor experiencia con la ciudadanía china real fue una sobremesa compartida con dos corresponsales de la agencia estatal Xinhua en una ciudad rusa durante unas actividades previas al Mundial de Fútbol de 2018. Eran serias, discretas y muy inteligentes en el contexto de un grupo de alegres borrachos de distintas partes del mundo, incluido yo, por supuesto.

Como no puedo abordar el libro de Doshi, me propuse algo más abordable: intentar ver qué cuenta la literatura norteamericana sobre su sociedad. ¿Hay algo de cierto en las imágenes de los yanquis con sobrepeso? El vicepresidente estadounidense, J. D. Vance, ya escribió una gran crónica social y cultural de su tiempo que se convirtió en best seller del New York Times: Hillbilly: una elegía rural. Vance cuenta la realidad de muchas familias de los Estados Unidos profundos, una vez que los tejidos industriales se mudaron a Asia y las ciudades que habitaban se convirtieron en estructuras fantasma, sin oportunidades laborales que permitieran el ascenso social.

“La gran mayoría de los habitantes de Jackson ronda el umbral de la pobreza. Se ha producido una epidemia de adicción a los medicamentos con receta. Las escuelas públicas son tan malas que el estado de Kentucky asumió su control no hace mucho. En todo caso, los padres mandan a sus hijos a esas escuelas porque apenas tienen dinero de más, y el instituto no consigue mandar a sus estudiantes a la universidad con una regularidad alarmante. Físicamente, la gente tiene mala salud y, sin la ayuda del gobierno, no puede acceder a tratamientos para las dolencias más básicas.”

Viéndolo así, no parece que los videos de la industria yanqui de personas con sobrepeso estén muy alejados de lo que muestra la realidad. Sin embargo, como la crónica que realizó Vance ya la abordamos en elDiarioAR en otra oportunidad, decidí ver cómo se cuenta la contracara de ello: el sector social más favorecido, ese que habita las ciudades más importantes y desarrolladas como Nueva York, San Francisco o Los Ángeles. Pensé en dos libros: Atracón, el último del escritor canadiense Douglas Coupland —una serie de cuentos cuyos personajes más comunes pertenecen a la clase media y media alta de Estados Unidos en ciudades ricas— y, por otra parte, la novela Mi año de descanso y relajación, de la escritora norteamericana Otessa Moshfegh.

El primero, ya desde el título, ofrece una relación con la industria yanqui de trabajadores sobrealimentados, pero incluso existen historias que conectan con China y el declive de Estados Unidos. Una de ellas se llama Aversión al riesgo y trata de un hombre que decide comprar acciones de una empresa por consejo de un desconocido muy simpático.

“¿Yo? Hombre. Cuarenta y nueve años. Blanco. Clase media. Casado. Dos hijos. Empleado. Facturas. Hipoteca. Cuando era joven, pensé que iba a tocar en un grupo de música y luego abriría un restaurante donde serviría margaritas a estrellas del rock que se morirían de sífilis. No sucedió. Aunque, al menos, mi familia come bien, y me puedo permitir comprar por internet una segunda camiseta de estampado tropical de Tommy Bahama cuando la que me llegó a la oficina me quedó pequeña y me dio pereza devolverla.”

Ese es el cuadro del personaje. Y en él ya puede verse, además del hartazgo existencial, una consciencia errática sobre el consumo de productos domésticos cuya fabricación, probablemente, tenga lugar en China. La cuestión es que este hombre decide “invertir” buena parte de sus ahorros (que pensaba destinar a la compra de un Corvette) en las acciones de una empresa minera de tierras raras de Groenlandia.

En los días siguientes, las acciones suben y bajan como en un tobogán, igual que el ánimo del protagonista. El simpático consultor que se las había ofrecido desaparece. Más tarde es arrestado por querer robar un televisor de Walmart con un ticket falso. El hombre se siente deprimido y estafado. Perdió sus ahorros. Sin embargo, “el mismo día en que lo detuvieron (al consultor) no sé qué mierda extraña hizo China que de pronto Groenlandia se convirtió en el nuevo actor importante en materia de metales de tierras raras”, y sus acciones subieron un 4 % por encima del precio al que él las había comprado.

“Escapé, pero fue por los pelos”, dice el personaje. “Miedo y codicia. La avaricia rompe el saco. Para mí, el mapa del mundo ya no contiene a Groenlandia, y ver un Corvette me hace apartar la vista lo más rápidamente posible.”

Hay más de 50 historias cruzadas todas por un patrón más o menos similar: el declive de la cultura norteamericana. Una mujer que trabaja en las necrológicas de un periódico local, cuyo jefe le pide que anime a la gente a redactar mensajes largos o incluir fotos en sus despedidas, porque así ganan más dinero. Otro de un policía que debe persuadir a los suicidas de la ciudad de no quitarse la vida. Uno de ellos, un refugiado sirio que trabaja en un gimnasio, es rescatado, pero se enfurece porque el iPhone con el que retransmitía su intento de suicidio se cae al río…

El caso de Mi año de descanso y relajación es mucho más profundo y denso. Además de ser una novela fantástica, también es best seller. Se trata de “la escritora norteamericana actual más interesante a la hora de escribir sobre el asunto de estar vivo cuando estar vivo es una situación terrible”, dijo The New Yorker. Lo irónico es que ese malestar de estar con vida le sucede a una joven y bella mujer, con buen pasar económico, que vive en el exclusivo barrio de Chelsea, en Manhattan.

“Saqué la basura al pasillo y la tiré por la bajada de basuras. Tener una bajada de basuras era una de mis cosas favoritas del edificio. Me hacía sentir importante, como si participara en el mundo. Mi basura se mezclaba con la basura de los demás. Las cosas que tocaba tocaban cosas que otros habían tocado. Estaba contribuyendo, estaba conectada.”

Esa es la forma que la protagonista encuentra de no sentirse aislada del mundo después de pasar medio año encerrada a base de drogas para la ansiedad, el insomnio y otros problemas y desperfectos mentales. Había renunciado al trabajo que tenía en una galería de arte —en el que ganaba bien, aunque sería insuficiente si no hubiese contado con la herencia de sus padres, fallecidos—. Tuvo una sola historia de amor complicada, y las únicas visitas que recibe son de una amiga a la que odia cada vez que entra en su casa. Una profesional como ella, de universidad privada, que sufre de bulimia y quiere encajar en la sociedad neoyorquina, pero le resulta enfermizo e imposible.

Se decide a pasar un año intentando dormir el mayor tiempo del día. Para eso, visita a una psicóloga de dudosa ética profesional, que le administra decenas de pastillas. Los días transcurren entre comida chatarra —o no tanto— que no logra terminar, y realizando compras online de las que ni se acuerda. “Al parecer, puedes pedir cualquier cosa de China online. Dientes. Huesos. Trozos humanos”…

Los pocos momentos de lucidez que tiene los dedica a ver películas en el sofá del living. Mi tiempo de hibernación, lo llama. Una hibernación con la que espera pasar a una mejor vida. No la muerte, sino un nuevo despertar, un proyecto en foja cero.

Por supuesto, en la novela uno descubre todo el peso que puede tener una existencia intolerable. Se hace preguntas y reflexiona sobre el presente, las causas que la llevaron a ese lugar. Qué falla en su vida y en la de los que la rodean. Sin embargo, en el fondo discurre un estado de cosas que parece naturalizado: el consumo inconsciente y la necesidad de vivir anestesiado, entretenido, dormido, aislado del mundo. Ese mundo que, a los ojos de China, se derrumba estrepitosamente y sobre cuyas cenizas planea construir algo nuevo. ¿Mejor?

 AF/DTC

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