Femicidio en Rojas

Sensible, afectuosa y la voz de los reclamos del aula: así recuerdan a Úrsula Bahíllo en su escuela secundaria

Julieta Roffo

Rojas - Enviada especial —
13 de febrero de 2021 00:43 h

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Si era la mañana de un día en el que River jugaría un partido importante, Úrsula Bahíllo iba a la escuela con la camiseta debajo de algún buzo, y la mostraba en algún momento: exhibía su fanatismo y su ansiedad. De eso se acuerda María Victoria Stodart, profesora de todas las materias de la orientación en Comunicación que Úrsula eligió para sus últimos tres años en la Escuela Nacional Secundaria “Nicolás Avellaneda” de Rojas. Compartieron muchas horas en el aula a la que la adolescente, víctima este lunes de un femicidio perpetrado por un policía de la Provincia, iba todas las mañanas. Al banco del fondo, al lado de la ventana. Por eso ahora dice: “No lo puedo creer. Pienso en ella y no puedo creer lo que pasó. No pude dormir el lunes y ahora encuentro fotos, escucho su voz, y se me pone la piel de gallina”.

Para Mariela Ochoa, la preceptora de la adolescente en su último año de escuela, el momento más impactante de todos estos días fue cuando vio que el cuerpo de Úrsula volvía de la autopsia en una Trafic directo a la casa velatoria Solari. “¿Cómo se la van a devolver así a la mamá?”, dice Mariela. Y cuenta: “Una mamá y un papá que siempre estaban atentos y le daban a su hija todos los gustos. Desde ir a comprarle la mochila que quería a Rosario hasta ocuparse del último detalle de su vestido para la cena de egresados. El suyo tenía un poco de dorado y otro poco de gris tornasolado”. “Yo lo veía a Adolfo: su hija era su vida. Cada vez que estuve en su confitería -frente a la plaza central de Rojas, al lado de la iglesia- y llegaba Úrsula, él después la acompañaba a que se subiera a su bici o a su moto, pegadito a ella, se desvivía”, suma Stodart.

En esta escuela inicial, primaria, secundaria y hasta terciaria de 1.500 alumnos, Úrsula cursó desde 2° hasta 6° año de la secundaria, y estaba inscripta para estudiar para maestra jardinera en 2021. Cuando estaba por egresar en 2019, contó que estaba con algunas dudas sobre su vocación pero que iba a estudiar psicopedagogía. Paola Mesquida, trabajadora social y parte del equipo de orientación de esta escuela, le dijo entonces: “Te vas como alumna pero tal vez algún día vuelvas como colega”. Se lo acuerda conmovida y conmocionada, todo junto.

“Úrsula se adaptó enseguida, apenas entró en nuestra escuela. Enseguida hizo amigas y amigos. Era muy dada y era también muy sensible: si pasaba algo difícil con una amiga o con un novio, tal vez la veíamos llorar un poco. Siempre estaba dispuesta a hablar de lo que estaba sintiendo”, describe Analía Cardone, la directora de la escuela. Mesquida plantea un ejercicio contrafáctico: “Pensé mucho en estos días que si esto que le estaba haciendo este chico le pasaba estando en la escuela, ella nos hubiera buscado para ayudarla, porque hablaba de lo que le pasaba y sabía apoyarse en otros”. “Yo no tengo duda de que hubiera pedido ayuda en la escuela, como pidió ayuda en las instituciones y no la obtuvo”, remata Stodart.

En los últimos días, la docente repasó audios y videos de los programas de radio y televisión ideados en la escuela de los que Úrsula participó por ser parte de la orientación Comunicación. “Escuchar su voz es muy fuerte. Se plantaba delante de la cámara o delante del micrófono sin ningún problema, siempre con información sobre el tema que quisiera hablar. Y tampoco tenía problema si le tocaba operar el programa de radio: lo hacía bien y le gustaba hacerlo. Todo su grupo insistió para que en nuestros programas de radio, que eran semanales y se transmitían a todo Rojas, no faltara la información sobre qué hacer y dónde buscar ayuda en caso de sufrir violencia de género”, describe la profesora.

Yo no tengo duda de que hubiera pedido ayuda en la escuela, como pidió ayuda en las instituciones y no la obtuvo

“Acá en la escuela se trabajó mucho ese tema, lo seguimos trabajando después de que Úrsula egresó, y lo vamos a seguir trabajando con los chicos y las chicas que vengan. Pero claro que va a estar atravesado por este caso, tan cercano, con tanta saña. Ver a chicos tan jóvenes en un velatorio, en un cementerio, en una marcha, es algo que impacta, que duele, y les deja una marca. Sobre eso tendremos que trabajar cuando empiecen las clases”, describe Mesquida, que se acuerda de Úrsula asomada a la puerta del gabinete, con una pregunta en la boca: “¿Hay mate?”.

“Siempre estaba atenta a si había algún mate. En la dirección, en el gabinete, en nuestra preceptoría. Y una vez que tuvimos que prohibir el mate en el aula porque se tapaban las piletas de los baños con yerba, ella fue la que vino a negociar. Llegamos al acuerdo de que tiraban la yerba en un frasco o en bolsitas que ellos mismos traían, y volvió el mate al aula”, se acuerda Ochoa. “Siempre fue la que llevaba la voz del aula. Si había un conflicto, algún reclamo, era Úrsula la que lo planteaba, siempre con respeto pero con firmeza”, suma. La directora de la escuela le da la razón: “Conmigo vino a hablar muchas veces en ese rol. Una vez fue porque les habían dado poco tiempo para preparar un examen de literatura, y otra porque se había decidido que un acto lo organizaran los de 5° y no los de 6°, que era la tradición: se ofendieron todos y vino a hablar Úrsula. Y bueno, dialogamos, negociamos”, describe Cardone.

“Era afectuosa, muy afectuosa. De las adolescentes a las que les gusta dar y recibir abrazos. Y sensible: cuando estaba alegre, lo contaba; cuando estaba triste, lo contaba”, reconstruye Stodart. Mariela, la preceptora que pasó casi 20 años en esa escuela y a la que por eso cariñosamente llaman “servicio de inteligencia”, se acuerda de Úrsula hecha un bollito, preferentemente con la capucha de algún buzo: “Todas las mañanas tenía sueño cuando llegaba el recreo, pero yo le insistía para que saliera y después se quedaba charlando y había que hacerla entrar”.

Esos son algunos de los recuerdos que Úrsula Bahíllo despierta en cuatro mujeres que formaron parte de su educación. Este lunes, luego de que se supiera que Matías Ezequiel Martínez la había asesinado, se construyeron otros. Frescos y dolorosos.

“Escuché a mi hija llorar a los gritos. Así me enteré, fui a su habitación a ver qué le pasaba, y me dijo que habían matado a Úrsula, 'un hijo de puta mató a Úrsula', dijo, y que se iba a una marcha que ahí mismo se estaba viralizando entre los más chicos. Y se fue, enseguida se fue”, describe Mariela. Stodart no durmió este lunes: “Me avisó otra profesora y todo el tiempo yo entraba una y otra vez a las redes sociales porque me parecía que no podía ser cierto. Acá, en Rojas, habíamos tenido casos de violencia de género, pero nada tan cruento, con tanta saña, de una chica tan, tan joven”, lamenta. “Y había pedido ayuda, había hecho lo que todo el tiempo nos dicen y decimos que hay que hacer, y no la ayudaron”.

Siempre fue la que llevaba la voz del aula. Si había un conflicto, algún reclamo, era Úrsula la que lo planteaba, siempre con respeto pero con firmeza

“Esto que pasó es una demostración de que esta violencia es un gran problema cultural, y que requiere entonces una gran transformación cultural. En estas cosas, en los pueblos chicos como este pasa lo mismo que en las grandes ciudades, y hay que trabajar para que ocurra ese cambio”, describe Cardone. “El martes, que hicimos una marcha grande en la plaza, vi una postal imborrable: las vallas de la municipalidad protegiendo la comisaría, y los policías con sus escudos haciendo lo mismo”. “Se están custodiando entre ellos”, remata Stodart.

“El ruido de las balas de goma. Eso y el olor a pólvora que invadió el pueblo. Eso no me lo voy a olvidar más. Como la sonrisa de Úrsula”. Ochoa señala el banco del fondo, al lado de la ventana.

JR