Caso Báez Sosa - Día 11

A Thomsen lo quebró el llanto de su mamá y dio su versión de lo que pasó la noche del asesinato de Fernando

enviada especial a Dolores. —
16 de enero de 2023 23:06 h

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“Cuando me enteré de lo que pasó me fui a Gesell y me encontré con él detenido. Me quedé en la cama, no me levanté más hasta que me dijeron que podía ir a verlo y ahí empezó todo. Todo. Esta persecución de los medios. A mi casa, a la casa de los abuelos, a mis vecinos. Y en el trabajo… Al trabajo tuve que renunciar. Y me quedé sin obra social”. Rosalía Zárate, arquitecta, era la última en la lista de testigos de un juicio que está llegando al final. Es la mamá de Máximo Thomsen y declaró en la jornada once como testigo. Había entrado en la sala con la vista clavada en el piso. A tientas, ocupó la silla y habló al micrófono. Su hijo mayor, Francisco, se inclinó sobre sus rodillas y envolvió la cabeza entre los brazos. Dos bancos más adelante, su hijo menor, Máximo Thomsen dejaba ver lo que nunca hasta ahora: el gesto blando, la nariz goteando, el mentón tenso. Se quebró

La voz de Rosalía iba apagándose: “Los insultos, los insultos. Cada vez peor, cada vez más angustiada. Y aguanté y aguanté. Y ahí me enfermé, pero no quería salir de mi casa porque no tenía obra social. Hasta que no aguanté más de dolor y me fui a atender y me hicieron un estudio y me dijeron que tenía cáncer y que si no me operaba, moría. Y me operaron”. Lo último que oímos en la sala fue: “Lo único que hago es estar en mi casa, salir para ir al médico y ver a mi hijo. No puedo más. Me despierto pensando que es una pesadilla”. La presidenta del Tribunal sugirió que la madre de Thomsen no estaba en condiciones de seguir hablando. Rosalía dejó la sala. Entonces su hijo quiso hablar. Es el segundo imputado que declara de manera sorpresiva en el juicio por el crimen de Fernando Báez Sosa

El testimonio angustiado de su madre lo hizo reaccionar. Llorando, al mismo micrófono al que habló su madre, Thomsen empezó: “Quiero pedir disculpas porque jamás se me hubiese ocurrido tener intenciones de matar a alguien. Escuché varias cosas sobre mí, cosas en las que no me reconocía. Hablaron con tanto odio. Me lastima saber que estuve en ese lugar, esa noche”. Reconoció haber pateado -aunque no sabe ni a quién ni hacia dónde-, dijo que las zapatillas Cyclone manchadas con sangre eran suyas y que ése que aparece en los videos con la camisa oscura desabrochada es él. Por la evidencia presentada hasta ahora, el acusado más comprometido reconoció al Tribunal haber estado ahí. Pero negó haber elaborado un plan para interceptar y golpear hasta la muerte a un chico de su edad. 

Y Thomsen lo hizo sin romper el código que mantiene al grupo ensamblado: en ningún tramo de la declaración, que duró 50 minutos, pronunció el nombre de alguno de los imputados. “Respondo siempre y cuando se me pregunte sobre mí y no sobre otro”, avisó. A cada pregunta de la fiscalía y la querella, Thomsen respondía: “No voy a responder”; “esa persona no soy yo”; “esa prenda no es mía”.

Graciela Sosa y Silvino Báez no lo escucharon, ya se habían retirado de la sala de audiencias.

Así reconstruyó Thomsen la madrugada del 18 de enero de 2020. Esta es la transcripción de su declaración:

Adentro de Le Brique

A las tres y media, cuatro de la mañana, decidimos entrar al boliche. Fuimos directo a la barra a canjear la consumición que venía con la entrada. Había mucha gente, teníamos que movernos con la marea. Nos quedamos ahí ,tomando con uno de los chicos. Estábamos conociendo a unas chicas y organizando para hacer una previa al día siguiente. Había tanta gente que se te volcaba el vaso. Yo cubría a mi amigo y a la chica para que no les vuelquen el vaso. Y ahí digo “por favor, basta de empujar”. Y alguien me responde “estamos todos en la misma”. Y digo “no pasa nada”. Ahí siento que alguien me toca la espalda. Era uno de los chicos con un chichón. Le pregunté qué le había pasado pero lo agarran (N. de la R.: se refiere a un patovica) y lo levantan del cogote. Y le digo “por favor, bajalo” y el de Seguridad dice “saquenló a él también”, por mí. Y me agarran del cuello. Sentí una presión muy fuerte y me asusté. Escuché que en la cocina me iban a cagar a palos. Yo estaba tratando de hacer resistencia. Me seguían llevando. Me pegan dos piñas en las costillas.

Afuera de Le Brique

Y cuando salgo estaba tirado en el piso, bordó, no podía respirar por la nariz. Me quedé insultando a los del boliche porque quería entrar. En eso veo que uno de mis amigos se estaba por meter en una ronda de gente desconocida. Cuando veo eso lo primero que hago es salir a correr atrás de él y cuando me meto me pegan una piña en la cara. Reacciono tirando patadas, no sé a quién o a dónde, pero jamás en la vida con intención de matar a alguien. Desde hace tres años vengo escuchando que yo organicé, que yo soy lider. Era una persona contra muchos. No tuve dimensión. Alguien me puso una mano en el pecho y me dijo “basta” y me quedé parado ahí. Y como nadie hizo nada me fui. 

Desde hace tres años vengo escuchando que yo organicé, que yo soy líder. Era una persona contra muchos. No tuve dimensión.

Máximo Thomsen tenía hambre e insistió en ir a comer a Mc Donald’s. Luego volvió a la casa que alquilaban: “Volví a dormir, porque para mi fue un abrir y cerrar de ojos, una pelea”. Lo despertó la policía, que a las 10.38 estaba afuera. Consultado por su abogado defensor, Hugo Tomei, Thomsen dijo que durante el allanamiento un policía les preguntó si habían salido la noche anterior, adonde habían ido y si se habían peleado. Y reprodujo el diálogo que siguió: “¿Ustedes saben por qué están acá? Ustedes mataron a un pibe, dijo el oficial. Me dio vuelta la cabeza y me puse a vomitar. Yo todavía no lo creía. Mi cabeza no lo podía procesar”.

Dónde falla la versión de Thomsen

Lucas Pertossi filmó con su celular la expulsión del boliche. El video es parte de la evidencia. Dura segundos y hace un barrido, pero se ve con claridad a un grupo de chicos, en ronda, conversando. Luego, a alguien que cae de rodillas al piso. Está en cueros y es Báez Sosa. Es el último cuadro antes de que la filmación se corte. El fiscal Gustavo García pidió a Thomsen que mirara la imagen con atención. Una, otra vez. García tuvo que ir despejando las preguntas que involucraban a otro imputado porque Thomsen, entrenado, respondía “no respondo sobre alguien que no sea yo”. El fiscal se detuvo en el fotograma de la ronda de chicos. Thomsen había dicho que vio que uno de los acusados se había metido a pelear, que él fue detrás y que le pusieron una trompada. Con la imagen en pausa, se dio este intercambio:

Fiscal García: ¿Nos puede decir qué pasa en ese lugar?

Thomsen: Una pelea.

Fiscal García: ¿Y dónde están los que se están peleando?

Thomsen: Se ve ahí.

Fiscal Gracía: Pero para que haya una pelea tiene que haber al menos dos que se estén peleando. Ahí nadie se está peleando. ¿Dónde están los que se están peleando?

Thomsen hizo silencio. Otra vez play a la imagen: la ronda, el chico en cueros que cae de rodillas, el video que se termina.

Thomsen no supo responder si las patadas que aceptó haber asestado eran a una persona que estaba de pie o tirada en el piso. Dijo: “Quizás, arrodillada”. No pudo precisar si había sido una o dos o cuántas patadas. Tampoco si la persona que estaba en el piso reaccionaba: “En ese momento no presté atención”. El fiscal García no se convencía. Preguntó si no podía reconocer en los videos que “estamos pasando desde hace doce jornadas” a la persona que le pegó esa piña en la cara y por la que él reaccionó: “No lo advertí”, cerró Thomsen.

Llegó el turno de la querella. Thomsen le dijo a la presidenta del Tribunal, María Claudia Castro: “No me siento cómodo respondiendo preguntas a una persona que me insultó a mí y a mi mamá todo este tiempo”. Él se refería a Fernando Burlando, abogado representante de los padres de Báez Sosa que suele llamar “asesinos” a los imputados cada vez que lo enfoca una cámara de televisión. Castro propuso, entonces, que sea su socio, Fabián Améndola, quien lo interrogue. A cada pregunta Thomsen devolvió: “No le voy a responder”.

Los ocho jóvenes, todos entre 21 y 23 años, están imputados del delito de “homicidio agravado por alevosía y premeditación de dos o más personas”. Si no cambia la calificación, podrían recibir una condena a prisión perpetua. También los juzgan por “lesiones leves” dado que lastimaron a los amigos de la víctima que al momento del ataque intentaron defenderlo. 

A dos días de que termine la etapa de exhibición de prueba y declaración de testigos, la estrategia de la defensa es lograr un atenuante: un homicidio simple u homicidio en riña, al demostrar que no fue posible que los imputados organizaran un plan para asesinar a Báez Sosa. La fiscalía y la querella suben la apuesta: no sólo buscan comprobar que hubo un plan para matar al chico sino que uno de los imputados -Luciano Pertossi- hizo más que bloquear a los amigos que intentaban defender a la víctima: que es, en el hecho, un agresor directo. El miércoles se cumplen tres años de la muerte de Báez Sosa.

VDM/MG