En su perfil de la red Hornet aparecía como Ezequiel. Cambiaba un par de mensajes por ahí y pedía el número para seguirla por WhatsApp. A los encuentros llegaba con dos botellitas de Dr. Lemon o a veces vodka con jugo. Se presentaba como un estudiante de abogacía que trabajaba en el Recoleta Mall. Ninguna de las dos cosas era verdad. Cuando armaba los tragos le era más fácil, sino tenía que esperar algún descuido para tirar el sedante dentro del vaso de sus víctimas. Luego los veía pestañar y bostezar hasta que se desplomaban. Entonces ya el tiempo no le corría y daba vuelta las casas para elegir lo que se llevaba. Desde 2015 hasta 2019, robó sin ser atrapado al menos 34 veces, dos de ellas amenazando a las víctimas con cuchillos y acumuló equipos electrónicos y dinero por varios millones de pesos. Por esos delitos el martes 23, este “viudo negro” comenzará a ser juzgado en un tribunal de la Capital Federal.
Las descripciones de quienes lo padecieron coinciden. Un tipo que dominaba la escena, que preguntaba y se respondía, encantador, divertido. De 26 años, siempre con pelo corto, con lentes de contacto celestes, jeans chupines nuevos con las rodillas rotas, zapatillas nuevas y buzo con capucha. En el cuello tenía un tatuaje con letras japonesas. Siempre impecable. Aparecía en redes como Hornet, Grindr, Tinder y Facebook, con el usuario “@ezequiiel”. Nunca planteaba un encuentro fuera de un departamento. Proponía ir a tomar “unos tragos” al hogar del recién contactado.
El primero de los casos que se le imputan fue en febrero de 2015, en Talcahuano al 200. Como al dueño de casa le gustaba la sidra salieron a comprar y regresaron. Charlaban en el living y, en un momento, la víctima buscó un repasador en la cocina. Cree que fue entonces que Ezequiel puso algo en su copa. Cuando volvió tomó unos sorbos y no recuerda nada más hasta que unas cuantas horas después se despertó tirado en el suelo. Le faltaba una larga lista de cosas. Entre ellas, un televisor, una cámara digital, una notebook, un DVD, unas lapiceras importadas y perfumes.
Ezequiel construía ficciones a medida. A algunos les decía que vivía con sus hermanos más chicos y que por eso el encuentro no podía ser en su casa. A otros les decía que trabajaba en marroquinerías o locales de ropa cerca de Plaza Francia. Si el elegido era de clase alta le decía que su auto estaba en el taller. A ninguno le confesó su domicilio en el conurbano y que se cambiaba de ropa en el tren. Trabajaba construyendo esos mundos ilusorios durante mucho tiempo. Cuatro de las víctimas hablaron entre tres y cinco meses antes del primer cara a cara.
La búsqueda de sus víctimas tenía ciertas características. Que vivieran por Palermo, Recoleta, Núñez o Belgrano. Si bien robó en otros barrios, el epicentro de sus movimientos estuvo en la zona norte de la Ciudad. Allí encontraba casas en las que abundaban electrodomésticos y dólares. Varios de los denunciantes eran estudiantes extranjeros con ahorros en moneda estadounidense y consumos Hi Tech. Así llegó a llevarse en la mano muchos billetes, una SmartTV de 60 pulgadas y una serie de laptops, tablets y teléfonos de Apple.
En los primeros robos no tuvo problemas. Armaba más o menos el mismo número. Se presentaba, seguía la charla, ponía cara de interesado. Sabía que el único escollo era poner el líquido en el vaso sin ser descubierto. Luego solo tenía que agarrar una enorme sábana y meter lo que le gustaba. Pasaban las citas y cada vez le salía más aceitado. Para qué iba cambiar el modus operandi si le funcionaba. Hasta que una vez el plan se complicó.
En agosto de 2017, tomaba vodka con naranja en un departamento de la calle Uriburu. El hombre al que iba a robar no se levantaba para nada y pasaban las horas. Lo llevó de la mano al cuarto y mantuvieron relaciones sexuales. Cuando se quedó dormido Ezequiel fue a la cocina a buscar un cuchillo. Esa vez la víctima no estaba sedada así que tuvo que improvisar. Lo amenazó con el arma y lo ató de pies y manos. Después de una hora en la que lo veía revolver el cuarto, la víctima le pidió al ladrón que lo dejara ir al baño. De tanto insistir este accedió. El dueño de casa se metió al baño y se encerró. Abrió la ventana y comenzó a gritarles a los vecinos que llamen al 911. Ezequiel salió corriendo pero se llevó todo lo que había recolectado: tres relojes importados, celulares, camperas y 12.000 dólares, que estaban escondidos.
Una noche de enero de 2018, una pareja de brasileños le abrió la puerta en un departamento de Pacheco de Melo al 1900. Enseguida Ezequiel planteó hacer tragos y se los sirvió. El novio del que lo había contactado tomaba y festejaba sus ocurrencias. Pero, en cambio, el otro no tomaba alcohol. Mientras uno se quedó dormido el otro le seguía la charla. Ezequiel estiró la velada más de cuatro horas pero no hubo forma de que su interlocutor tomara del vaso. Entonces decidió abortar el plan. El brasileño lo fue a despedir a la puerta y cuando volvió no pudo despertar a su novio. Ahí se dio cuenta de que le faltaba el celular y una copia de las llaves.
Las víctimas se despertaban con enormes dolores de cabeza, tirados en el living, en la cama o en el baño. Algunos con ropa, a otros les había sacado camisas, zapatos que le gustaban. Dejó celulares en el inodoro, otros rotos en la basura. Puertas del pasillo abiertas, otras cerradas por fuera y sin las llaves. Hubo víctimas que durmieron de más y se despertaron con la visita de un padre preocupado o de una doméstica que llegaba a limpiar y se encontraba con la escena. Las pruebas de laboratorio de uno de los jóvenes robados determinaron que lo que le habían dado era algún medicamento con benzodiazepinas, un psicotrópico de amplio espectro que tiene efectos sedantes, ansiolíticos y anticonvulsivos.
Para entender la magnitud de las cosas que se quedaba quizás sirva de ejemplo el golpe que dio en agosto de 2017 en Barrio Norte. De allí se llevó un anillo de brillantes engarzados en metal platino, un anillo de oro con 12 brillantes, un anillo de oro con perlas cultivadas, un anillo con tres tipos de oro, una cadena de oro, una de plata, tres piezas de una colección de antigüedades, un parlante, dos lentes de sol, una tablet, 5 relojes y tres perfumes.
Es llamativo que alguien pueda robar de la misma manera más de 30 veces sin ser detenido. La primera de sus detenciones fue porque las víctimas se organizaron en un grupo de WhatsApp y lo terminaron atrapando en una cita en Saavedra. Uno de ellos era el brasileño al que le habían robado el teléfono. Se lo entregaron a la Policía, pero al poco tiempo quedó libre. Siempre se especuló con que tuviera un cómplice que lo ayudara a escapar cuando estaba cargado pero nadie aportó un dato que entregara un nombre.
Los investigadores, además de quedar impactados con los botines que se llevó, se sorprendieron también por lo rápido que los vendió. Durante casi dos años cometió un robo por mes. Nunca se fue con las manos vacías y muchas veces se llevó decenas de aparatos para reducir. De hecho cuando lo detuvieron por segunda vez en su casa de Hurlingham, de lo robado sólo tenía la TV 60 pulgadas, un tocadiscos, dos remeras, un adorno con forma de elefante. A pesar de que no se recuperaron los otros bienes, sirvió para vincularlo con los casos.
Este martes, Ezequiel deberá pasar por los tribunales. Hasta ahora, durante el proceso de instrucción decidió no declarar. Solo presentó un escrito negando todo lo que le imputan. Son 32 casos por robo simple y dos por robo con armas. Sobran víctimas que quieren declarar. Muchas de ellas ya lo reconocieron y están dispuestas a volver a hacerlo frente a los jueces.
AM