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Bodas de sangre en Nueva York: un justiciero mortal y un capitalista sanitario muerto

Ilustración digital del asesino, el ingeniero de software Luigi Mangeone, y del asesinado, el CEO de la prepaga HealthCare, Brian Thompson. En las tres balas el matador había grabado tres instrucciones de las prepagas a su personal: postergar, denegar, cajonear las autorizaciones solicitadas por los clientes.

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En noviembre los pobres de EEUU votaron al republicano Donald Trump y en diciembre las masas santificaron al justiciero Luigi Mangione. El presidente septuagenario y el killer veinteañero comparten un mismo electorado. La mitad más uno del país: esa con peor o ningún acceso a la educación, la salud y la Justicia. EEUU es una democracia que no enseña, que no cura, que no resuelve en los tribunales los pleitos ciudadanos. Son servicios caros, muy caros. En manos de holdings que organizan verticalmente la prestación conexa de todos sus servicios y que horizontalmente compran, para fusionarlas en cada piso de activad pertinente, a las empresas prestatarias independientes. Luigi Mangione mató el 4 de diciembre más alto ejecutivo comercial del holding sanitario que tiene más afiliados, más médicos, y más rentabilidad financiera. Pero como aseguradora, la del difunto Brian Thompson es la que menos servicios presta: rechaza 1 de cada 4 autorizaciones. La inteligencia artificial y los algoritmos ayudan a fundamentar la negativa. El personal de la empresa del quincuagenario se encarga en dilatar lo más posible la comunicación definitiva de la respuesta desfavorable.

Un cruzado anticorrupción

Los costos de la salud en EEUU son los más altos del mundo. EEUU es el único país desarrollado donde la esperanza de vida se reduce año a año. El que más muertes por covid sufrió. El justiciero no es un héroe de la clase trabajadora ni de la salud pública. Es un luchador contra la corrupción y la rapacidad del capitalismo sanitario. HealthCare es responsable de un trauma social cada vez más frecuente y extendido: la aseguradora no autoriza los pedidos de cirugías, tratamientos, medicamentos, hospitalizaciones. Tiene un récord de negativas.

UnitedHealthcare, la empresa aseguradora propiamente dicha dentro del conglomerado gigante UnitedHealth Group, informó en 2023 más de 16 mil millones de dólares en ganancias operativas y 140 mil empleados en planta. Más de 50 millones de personas pagan a la empresa sus seguros.

Un informe publicado en octubre por una Comisión investigadora del Senado había probado que usaba algoritmos que hacían listas de personas con bajos recursos y  capacidad de reclamo eficaz a las que se rehusaban pedidos de tratamiento, rehabilitación, atención domiciliaria. Mangione mató al ejecutivo comercial más importante de HealthCare en el día más importante del año para la empresa: cuando sus operadores se reúnen en Nueva York con inversores. Antes de que más interesados le dijeran que , Luigi Mangione mató al que siempre dice que NO.

La reforma federal del sistema de salud fue la cruzada personal de Barack Obama en sus dos mandatos –mutilada en sus logros finales-.  Antes había sido la meta -muy pronto trunca- de Hillary Clinton apenas instalada en la Oficina de la Primera Dama de la Casa Blanca tras la primera victoria electoral de su esposo Bill. Una y otra administración demócrata señalaban como modelo, próximo y realizable, la organización sanitaria pública canadiense. Canadá se había inspirado en el National Health Service (NHS) diseñado por el laborismo británico en la segunda posguerra y corroído en los 80s por Margaret Thatcher que dio ejemplo a posteriores gobiernos conservadores –y laboristas como Tony Blair-. Canadá es una socialdemocracia bipartidista y la atención médica es pública, gratuita y de calidad. Las aspiraciones demócratas, en EEUU, eran otras. Porque buscaban cómo armonizar la atención médica privada, que seguiría existiendo, en su imaginación, sin merma de rentabilidad, con la cobertura universal. Ya preexistían dos servicios públicos de atención médica a cargo del Estado, uno para la población en el límite de la indigencia y otro para la población de edad avanzada en el límite de la muerte. En la pirámide del nivel de ingresos, quienes poblaban hasta el vértice la mitad superior, podían pagar prepagas para sí y para sus familias. O se las pagaban sus empleadores en empleos donde la promesa de hacerlo es un imán tanto o más irresistible que el abultado monto del salario.

Ni un héroe de la clase trabajadora

Una ironía trágica impregna el culto a Mangione. Una paradoja clasista, según David Brooks. El asesino nació en una rica familia de Maryland apreciada en el entorno por sus iniciativas y su generosidad en obras de beneficencia. Además de las empresas, en un universo donde el Estado vive en un eclipse –que Elon Musk es el encargado en la futura administración republicana de volver más prolongado y más abarcativo- son las familias millonarias –aunque lo sean menos que el funcionario estrella de Trump- quienes fundan y sostienen charities, fundaciones que prestan atención médica gratuita o accesible. En el país del Thanksgiving, la ingratitud no ha de ser pecado de los pobres. Luigi cursó el secundario en el colegio de Baltimore (la cuota anual es de 40 mil dólares), era de los mejores alumnos –con perpetuo perfil ‘de primero de la clase’- y fue el orador representante de su promoción en el acto de despedida institucional. En su discurso agradeció a su familia y a las demás el esfuerzo económico de cada hogar -sin el cual no hay progreso- para que estudiaran y prometió que su generación traería muchos cambios y disraptures. Como Musk, es un creyente de estricta observancia en los poderes liberadores de la tecnología. Se graduó de ingeniero en una universidad (privada) y se perfeccionó en otra (ídem). De la tradicional Costa Este se mudó a la Oeste, a California, más cerca de Silicon Valley, como ingeniero de software, y fue a trabajar a distancia después a Hawai.

Nunca habría sufrido las denegaciones de servicios que las prepagas infligen a las clases trabajadoras. La reforma que sus detractores denigran como Obamacare consiste en la imposición de la obligatoriedad de afiliarse a una prepaga. Es decir, es ilegal para un trabajador con flujo de ingresos propio vivir sin seguro médico. (A los adversarios de Obama, esta ley les parece comunista). El Estado puede contribuir en el pago del seguro de los trabajadores con más baja remuneración crónica. En esta situación obran dos dinámicas opuestas del mercado -racionales, porque son previsibles conocidas sus reglas-. En la base de la pirámide del ingreso, sea con ayuda del Estado o sin ella, lo más estadísticamente probable es que cada persona contrate para sí y para su familia una prima de seguro plana (es decir, ‘la salud a cuotas fijas’). La respuesta de las prepagas será la negar la mayor cantidad de servicios requeridos, porque los preste o no, el prestador nunca recibirá por mes del prestatario más de la cuota que paga por mes. En cambio, si las primas del seguro son altas, y está pactado con los empleadores del prestatario que estos solventarán necesidades médicas cuando estas hagan sentir su emergencia, entonces la tendencia de las prepagas será a multiplicar el ofrecimiento de cirugías y tratamientos, a aumentar en suma lo más posible el número de prestaciones.

Cuando Healthcare publicó en Facebook el pésame por la muerte de su ejecutivo, a las horas había 80 mil comentarios que expresaban regocijo. No anónimos: comentaban desde sus perfiles personales de FB. Unos 75 mil comentarios incluían el emoticón de risa sarcástica o consistían en este sarcasmo. Cuando el viernes 13 el New York Times publicó una columna de opinión del CEO de HealthCare, Andrew Witty, el jefe del asesinado, la avalancha de repudios fue inmediata, y fue la más grande cantidad de respuestas por unidad de tiempo recibidas por el diario en desde que está en línea. Por primera vez, también, colapsó el sistema de comentarios, y decidieron los editores blindar la columna, y no permitir más expresiones. En las redes, la celebración continúa sin policía: el caballero vengador de plebeyos reina en la web.

Este ejército de las sombras que emerge militante en defensa de Luigi es el que sufre crónicas y crecientes negativas, postergaciones, silencios, desentendimientos de las prepagas que pagan. El caballero cruzado del que han hecho su santo caudillo justiciero nunca recibió un no como respuesta a sus pedidos; al revés pudo decidir qué prestaciones elegir sin más limitación que su albedrío. En el último año, había sufrido un accidente, una dolorosa lesión en la columna vertebral, y una o una serie de operaciones e intervenciones quirúrgicas de mediocres resultados. No le faltó atención médica; el provecho de esa atención fue magro, o nulo. La ineficacia para cumplir los cometidos curativos prometidos o esperados se vio acompañada por la indudable idoneidad de la cirugía para dejarle en herencia al enfermo efectos colaterales lesivos y permanentes

Ni un mártir de la salud pública

En EEUU no hay ni educación ni salud públicas, gratuitas, universales, de calidad. Ni servicios legales de calidad. En la historia nacional, no han sido vistos como deberes del Estado. Tampoco entre las napas sociales sin dinero para pagarse un terciario, un hospital o un abogado decentes ha sido nunca audible el clamor por la justicia social garantizada por el poder y el gasto del Estado.

La realidad y los idearios de la sociedad norteamericana sorprenden o escandalizan a las repúblicas latinoamericanas y europeas. Y no son las banderas de la socialdemocracia y el Estado de bienestar las que levantan ni Luigi ni las mesnadas de las redes sociales. El Estado debe intervenir, sí, pero para regular, vigilar, castigar, en el negocio de las prepagas. Para regular. Para que no haya ni corrupción, ni ineficiencia, ni venalidad, ni ganancias mal habidas. Para que haya competencia: la crisis de salud no se resuelve a sus ojos con más Estado (mudado de legislador y auditor a prestador) sino con más libre mercado y menos monopolios. Las demografías que en las elecciones le retacearon el voto a la así derrotada candidata oficialista Kamala Harris apoyan a Luigi. Y también los demócratas. La senadora Elizabeth Warren se ha especializado en las cláusulas sintácticas concesivas: “Ninguna violencia homicida es tolerable, pero…”   

A largo de sus más de dos siglos de vida democrática, el pacto social en EEUU es el mismo y es simple (muy simple en esta simplificación). Sobre el Estado pesa el solo pero inexcusable deber de dotar a la nación de las condiciones más propicias para que la iniciativa y actividad económica de cada grupo e individuo pueda medrar sin padecer trabas o enfrentar inconvenientes resolubles. No hacen pesar sobre el Government la misión de proveer a la subsistencia o de ser el dispensador de la Justicia social. No debe darle nada gratis a nadie, pero todos deben poder comprarse todo. Cada emprendimiento ha de contar con los medios para volverse rentable. (En Chile, en el otro extremo del hemisferio, éste fue también el pacto –desde el golpe de Estado de Pinochet en 1973 hasta el estallido social de octubre de 2019-).

La alianza con el victimario y la identificación con la víctima

Este ideal, ese pacto social y político -formulado así en sus propios términos en trazo grueso-, puede lucir o no hermoso. Huelga decir que sí, que el sistema de hecho vigente en EEUU acaso permita que en su suelo cualquiera se enriquezca. Cualquiera: no todos.

A los ojos de los miles de migrantes que pujan en la frontera sur por cruzarla y entrar en Arizona o en Texas, ese pacto brilla como el más hermoso del mundo. Están impacientes. Lo quieren firmar ya. A Luigi Mangione, de origen italoamericano, blanco, delgado, de ojos azules, de elevada estatura, pueden verlo como un protector o facilitador. Pueden interpretar, como la BBB, que ningún gesto en el mundo es más americano que el ir a buscar un arma de fuego cuando estamos indignados y buscar compensación y equilibrio matando a alguien a los tiros. Pero con este victimario que posteaba sus lecturas en Goodreads, redactaba manifiestos y alegatos, rubricaba su crimen y sus balas con citas librescas no pueden identificarse.

Se pueden identificar, en cambio, con la víctima. Brian Thompson, BT como lo apodaban en el trabajo, parece el sueño americano hecho realidad portátil. De familia proletaria, del campo, casi analfabeta, en el estado rural y maicero de Iowa, que estudió en la secundaria y en universidades estaduales, locales, baratas, subsidiadas, que se casó, que tiene una familia, que es padre de dos hijos, que poco a poco fue ascendiendo más y más, por sus méritos, en una empresa colosal, que le pagaba un salario anual de 10 millones y medio de dólares. Sólo que la empresa era asesina. Sólo que a BT lo mataron.

AGB 

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