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En ningún otro país de Europa la gente dedica tanto tiempo al móvil como en España. De media, cada persona lo usa durante tres horas y 27 minutos cada día. Es decir, un 14% del tiempo, lo que equivale a decir que, en un año, nos pasamos unos 52 días y medio pegados a la pantalla del teléfono.
De esas casi tres horas y media diarias con el móvil, unos 24 minutos se destinan a las redes sociales. Pero no es ese el único medio a través del cual accedemos a ellas: en el último año, el televisor se convirtió en el tercer dispositivo más utilizado para acceder a las redes, por detrás del teléfono y el ordenador, y por delante de las tabletas.
Tales datos surgen del Informe Mobile 2021, publicado por el mes pasado por la empresa Ditrendia y con el apoyo de la Asociación de Marketing de España. Estudios anteriores habían revelado que uno de cada tres jóvenes (de entre 18-24 años) pasa más de seis horas cada día usando su teléfono.
El promedio del tiempo de conexión a internet -a través de cualquier dispositivo- por parte del total de usuarios españoles también se halla cerca de las seis horas diarias. Todo esto puede resultar muy negativo.
Sobre todo por el riesgo de nomofobia, la ansiedad o miedo irracional a no disponer del móvil, no estar conectado o no recibir respuesta. Este problema (cuyo nombre es un acrónimo del inglés no-mobile-phobia) no está reconocido oficialmente como un trastorno, pero lo sufren muchas personas.
En cualquier caso, racionar el uso del móvil y de las redes sociales puede tener consecuencias positivas, incluso para quienes no padezcan de ese problema ni se sientan cerca de sufrirlo. A continuación se enumeran algunos de los principales beneficios de reducir el tiempo de conexión.
1. Reducir el estrés y la ansiedad
Uno de los principales efectos del uso durante mucho tiempo de móviles y otros dispositivos tecnológicos es un aumento de los niveles de cortisol, la llamada “hormona del estrés”, pues es la que libera el cerebro ante situaciones de tensión. Esas fueron las conclusiones de un estudio realizado en Estados Unidos y publicado en 2018.
Además, quienes más experimentan ese incremento del cortisol son los adolescentes. Así lo comprobó la citada investigación y también otra difundida en el mismo año por científicos coreanos.
En general, el cortisol aumenta -y el estrés aparece- como respuesta a situaciones de riesgo: resultan claves si la vida de la persona puede depender de que se defienda o huya de un peligro inminente. El problema es que, ante muchas situaciones que están muy lejos de poner en riesgo la vida, el cuerpo reacciona de una manera bastante similar. Por ejemplo, ante la llegada de un nuevo correo electrónico, una notificación de una red social o ante la simple idea de “perderse algo” por no estar conectado (la base de la nomofobia).
Si esos niveles de estrés se mantienen altos durante un lapso prolongado, lo que puede surgir es el estrés crónico, una sensación de alerta y tensión constantes cuyas posibles consecuencias van desde ansiedad e insomnio hasta dolor muscular, elevada tensión sanguínea y debilitamiento del sistema inmunitario.
El estrés crónico, además, se relaciona con el desarrollo de enfermedades graves como diabetes, afecciones cardiacas, depresión y obesidad. Por todo esto, racionar el tiempo de exposición a la tecnología puede ser clave para mantener el cortisol en niveles normales y evitar el estrés del día a día y sus potenciales riesgos a largo plazo.
2. Evitar la adicción y sus consecuencias
Los mensajes que llegan por WhatsApp o Telegram, las notificaciones de Instagram o Twitter y otras señales emitidas por los teléfonos también generan que el cerebro libere dopamina, un neurotransmisor vinculado con el placer y la recompensa.
Tal mecanismo es clave en el desarrollo de las adicciones, tanto las que involucran sustancias como las que se refieren a conductas, como sucede con el juego patológico y también con la necesidad compulsiva de estar usando el teléfono o conectado a las redes sociales o a internet.
Unos 7,3 millones de españoles se consideran adictos al móvil, casi la cuarta parte de la población de entre 18 y 65 años. Y entre los jóvenes de 18-24 años, quienes se consideran adictos representan el 44%. Así lo revela el VI Estudio de la adicción al móvil, publicado hace dos meses por la empresa Rastreator.
Entre los problemas que se pueden derivar de esta situación, además de la nomofobia, en los últimos años se habla también del ningufoneo (o, en inglés, phubbing): la acción de hacer caso omiso a las demás personas o al propio entorno debido a concentrarse solo en el teléfono.
Reducir la relación con la tecnología, por lo tanto, no solo disminuye el riesgo de padecer esa necesidad compulsiva, sino también de otros problemas que se asocian con ella, como lo han comprobado diversos estudios: problemas de atención, bajo control de las emociones, dificultad en el respeto a las reglas, irritabilidad, agresividad, etc.
3. Dormir mejor
Seis de cada diez españoles de entre 18 y 65 años (es decir, más de 17 millones de personas) reconocen que lo primero y lo último que hacen cada día es mirar su teléfono móvil, según el citado informe de Rastreator. Además de ser un posible síntoma de adicción, esa conducta tiene perjuicios en sí misma: alterar la calidad del sueño.
Siempre que se enumeran recomendaciones para dormir mejor (o para volver a dormir, en caso de un desvelo nocturno) se incluye el consejo de desconectarse al menos media hora antes de ir a la cama de dispositivos electrónicos, pues el brillo de las pantallas estimula el cerebro y, de esa manera, hace que se tarde más en conciliar el sueño.
Por eso, si se reduce el tiempo de conexión y se lo deja a un lado un rato antes de acostarse, se puede tener más tiempo para dormir (que puede ser clave para alcanzar el número óptimo de horas de sueño), el descanso puede ser más reconfortante y reparador y, en último instancia, se puede ganar calidad de vida.
4. Aprovechar mejor el tiempo
Es casi de sentido común, pero no está de más recordarlo: el tiempo destinado a teléfonos y redes sociales es tiempo que no se dedica a otras actividades. A menudo, otras actividades que se quisieran realizar y que se dejan de lado por “falta de tiempo”: hacer deporte, leer, desarrollar alguna afición, etc.
Por eso, especialistas como Enric Puig Punyet (autor del libro La gran adicción: cómo sobrevivir sin internet y no aislarse del mundo, de 2016) recomiendan algunas medidas sencillas pero efectivas para reducir el tiempo de conexión y exposición a la tecnología. Algunas de las más importantes son:
- Desactivar las notificaciones de las redes sociales y de los servicios de mensajería, excepto aquellas de personas muy cercanas o realmente importantes.
- Procurar que el móvil no esté siempre al alcance de la mano. Dejarlo en otra habitación e incluso salir a la calle sin él pueden ser buenas maneras de “desengancharse”.
- Recuperar ciertas tecnologías analógicas como los despertadores, relojes de pulsera, agendas en papel, etc. Los dispositivos son muy prácticos, por supuesto pero si uno siente que le roban demasiado tiempo y atención, esta alternativa puede ser de gran valor.
- Usar una aplicación para medir el tiempo que se destina al teléfono y a las redes sociales. Aunque suene paradójico, la propia tecnología digital puede ayudar a desconectarse un poco.
De esas maneras, es posible lograr una relación más equilibrada con las nuevas tecnologías, sino incluso acercarse a la “alegría de perderse cosas” de internet. Es decir, el llamado JOMO (joy of missing out), una manera de “recuperar el tiempo y no sentirse atados a los dispositivos”, como lo expresa un artículo académico publicado por especialistas nada menos que de Google.
CV