En alerta

Europa mira al espacio ante el riesgo de seguridad de los cables submarinos y el poder de Elon Musk con Starlink

Carlos del Castillo

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Parece la maldición europea. En cuestiones tecnológicas, siempre un paso por detrás. Obligados a reaccionar. Tras Internet, las redes sociales o la inteligencia artificial, ha ocurrido con las nuevas conexiones espaciales: el futuro de la red está girando hacia los minisatélites, aparatos estacionados en órbitas bajas capaces de establecer conexiones más seguras y con menos latencia que sus hermanos mayores.

Starlink, la compañía de minisatélites de Elon Musk, ya tiene 6.000 aparatos en órbita y planes para lanzar otros 6.000. Kuiper, subsidiaria de Amazon, ha recibido licencia para lanzar 3.236, mientras que esta semana la china Guowang ha puesto en órbita los primeros 10 aparatos de una constelación que tendrá 13.000 unidades. Es el segundo proyecto de este tipo del país asiático después de la red de Qianfan, que pretende lanzar otros 15.000 aparatos, de los que ya están en uso unos 50.

Europa, por su parte, tiene los 600 minisatélites de OneWeb. Esta compañía británica quebró en 2020 y tras años en punto muerto fue adquirida en 2023 por Eutelsat, el gigante francés de los satélites. Un gigante con pies de barro, puesto que sus acciones se encuentran en el punto más bajo de toda su historia, con una caída del 85% en el último lustro. El año pasado su bono fue calificado como “basura” por las tres principales agencias crediticias por los problemas para rentabilizar su inversión en OneWeb y revitalizar el proyecto.

La situación inquieta a los gobiernos europeos. “No deja de ser preocupante que la inmensa mayoría de los satélites de órbita baja sobre la tierra sean privados, que sean de Elon Musk”, reconoció Margarita Robles, ministra de Defensa, en la última Comisión de Seguridad Nacional. “Es un tema que nos preocupa”, incidía ante la realidad de que el viejo continente se ha vuelto a quedar atrás en esta faceta tecnológica, unida al hecho de que Musk va a integrarse en el Gobierno de Donald Trump.

La importancia estratégica de estos satélites va más allá de la conectividad: son fundamentales para la seguridad nacional. Al operar en órbitas bajas, estos sistemas pueden establecer conexiones cifradas más robustas y resistentes a interferencias, algo crucial para las comunicaciones gubernamentales y militares. En este momento los satélites de Starlink son clave para las comunicaciones del ejército ucraniano, por ejemplo.

US$11.000 millones para asegurar la posición europea en el espacio

Como refleja Robles, Europa no está cómoda dependiendo de Elon Musk en un contexto en el que Rusia ya ha puesto en su punto de mira los cables submarinos europeos, la pieza clave de la infraestructura digital terrestre. Esta semana, la Comisión Europea ha firmado el contrato de concesión por valor de US$11.000 millones para poner 290 satélites propios en órbita en los próximos años.

El programa se denomina Iris² y está financiado en un 60% por fondos comunitarios. El 40% restante saldrá de las arcas del consorcio SpaceRISE, formado por Eutelsat, la española Hispasat y la luxemburguesa SES. Se espera que los primeros lanzamientos lleguen en 2029 y la red quede operativa a lo largo de la década de 2030. Hasta 264 satélites serán de órbita baja (entre 500 y 700 km de la superficie), 14 de órbita media (por encima de los 2.000 km) y el resto de órbita muy baja.

Su objetivo principal será asegurar las comunicaciones y garantizar la autonomía de Europa en comunicaciones estratégicas, incluyendo las comunicaciones entre gobiernos. El proyecto busca ofrecer una alternativa europea a sistemas como Starlink, lo que ya le ha valido el sobrenombre de “Starlink europeo” en la prensa y redes sociales. Una denominación que desde el consorcio se aprecia como poco apropiada, ya que su propósito no serán las comunicaciones comerciales en un primer momento.

La aspiración no es ser un remedo de Starlink, sino que pretende ser mucho mejor en muchos aspectos

“La aspiración no es ser un remedo de Starlink, sino que pretende ser mucho mejor en muchos aspectos”, defiende Pedro Duque, presidente de Hispasat, en conversación con elDiario.es. “No está destinado a la venta al por mayor al público, sino que será un servicio esencialmente de alta seguridad y de alta autonomía tecnológica de Europa. Una red que además va a ser de 5G, que también es importante”, continúa el ministro, recordando que sobre esta tecnología también se han elevado importantes riesgos de seguridad asociados a los componentes de fabricación china.

“No nos puede pasar lo mismo con los satélites”, incide el exministro de Ciencia e Innovación. “Hay que empezar bien”, destaca, por lo que esta iniciativa supone “un primer paso en esta nueva etapa de política europea en la que vamos a ser más asertivos, vamos a tratar de estar en la vanguardia, vamos a tratar de fabricar nuestros nuestra propia tecnología”.

Autonomía tecnológica

En este momento la inmensa mayoría del tráfico de datos global (aproximadamente un 95%) transcurre a través de los cables submarinos de fibra óptica. Estas infraestructuras han vertebrado el Internet desde sus primeras etapas, mostrando una eficacia y resiliencia que ha provocado que los océanos se llenen de ellos. Solo tienen un problema: son extremadamente vulnerables a sabotajes.

En tiempos de crecientes tensiones geopolíticas, se ha hecho evidente que es casi imposible proteger los millones de kilómetros que recorren los cables. Este jueves las autoridades suecas abordaron finalmente el buque Yi Peng 3, un carguero de bandera china y capitán ruso, al que relacionan con los cortes que sufrieron dos cables que unían Alemania con Finlandia y Suecia con Lituania en el Mar Báltico de los que ahora se cumple un mes. Hasta ahora, Estocolmo no tenía la autorización de Pekín para hacerlo.

La única alternativa a los cables es el Internet satelital. Un tipo de conexión que en la etapa previa a los minisatélites de órbitas bajas era cara y lenta, pero que estos aparatos han convertido en una alternativa eficiente. Gracias al empeño y a la ingente inversión de Musk, SpaceX y Starlink han desarrollado un modelo tecnológico que permite el escalado masivo y la reducción de costes.

Los más de 11.000 millones del programa Iris² aspiran a crear el entorno para que Europa pueda generar su propia tecnología en este campo y dar un impulso al sector espacial europeo. Varias fuentes ajenas al proyecto, como Isabel Vera, presidenta del Comité del Espacio del Instituto de Ingenieros; o Aníbal Villalba, jefe de Estrategia y Asuntos Públicos de PLD Space (startup española que desarrolla cohetes lanzadores de minisatélites), han valorado la iniciativa como “muy positiva” en conversación con este medio.

Nuevos tipos de satélites

Hispasat, propiedad de Redeia (antigua Red Eléctrica) y participada en un 7% por la SEPI, se encargará del desarrollo e implementación del segmento terreno gubernamental, así como del liderazgo de los satélites de la capa orbital más baja, la más experimental. “Está especialmente dedicado a desarrollar tecnologías y satélites novedosos y que precisamente son las áreas donde pretendemos meter todas las nuevas industrias innovadoras que están surgiendo en Europa, a las que hay que fomentar y potenciar”, destaca Pedro Duque.

En este sentido, el presidente de Hispasat cita como ejemplo los satélites de comunicaciones con tecnologías más baratas, los motores especiales para órbitas muy bajas, electrónica resistente a la radiación, la comunicación intersatelital por láser o los satélites para retirar basura espacial. “Serán tecnologías completamente experimentales que esperamos que reciban un impulso gracias a esta financiación especial”.

Factores como la creación de empleo o qué otras empresas entrarán a formar parte de Iris² además de las tres principales del consorcio aún están por definir. “Es fundamental que nuestro país aproveche esta oportunidad para invertir en los futuros desarrollos espaciales de Europa. Para Hispasat, además, es un proyecto estratégico clave que refuerza nuestra situación a la vanguardia del sector europeo”, concluye Duque.