Todos los miedos llegaron a Roma, todas las esperanzas llevan a Brasilia

17 de octubre de 2022 15:56 h

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“Otra vez me has preñado, y otra vez cargo dos”, le escribe John Donne a Thomas Woodward. Las criaturas por nacer se llaman “Esperanza y Temor”. Los encuentros más interesantes preñan por demás, sugiere esta epístola del poeta metafísico inglés (1572-1631): Pregnant again with th' old twins, Hope and Fear. Una carta en 14 versos que dicen que no es soneto, dedicada al amigo fecundo pero ausente. 

Si las cópulas interesantes son fértiles en parejas especulares y antagónicas -según el vate anglicano-, tiempos interesantes como el presente paren su prole de reflejos invertidos, o inventados.

Un siglo después de que el fascista Benito Mussolini marchara a Roma en octubre de 1922 para adueñarse del poder en el Reino de Italia, las elecciones políticas del domingo 25 de septiembre dieron los votos a la post fascista Giorgia Meloni para formar en Roma el nuevo gobierno de la República de Italia. Una semana después, en las elecciones generales brasileñas del domingo 2 de octubre al derechista Jair Messias Bolsonaro le faltaron al menos seis millones de votos para ganar la presidencial en primera vuelta y retener el poder en Brasilia por un mandato más. En el balotaje brasileño del último domingo de octubre, el presidente candidato rivalizará, todo invita de momento a decir que en vanocon el petista Luiz Inácio Lula da Silva, ex líder obrero, ex presidente y militante anti-fascista.

Diez ecografías pródigas en monstruos geminados, fraternidades italianas, y ángeles o demonios de la analogía son las diez vueltas de este  El  es azul como una , Newsletter Semanal de Política Internacional de elDiarioAR que cada jueves les llega a quienes se suscriben a ella, y que hoy publicamos en la página del diario.

1. Fascinantes fascismos

En una de sus últimas columnas publicadas en Zero Hora, Rodrigo Lopes, analista internacional del diario gaúcho, decidió desertar el espíritu de fineza de sus habituales distingos y pasarse por una vez al bando de la geometría. Aun cuando en el balotaje del 30 de octubre el presidente Bolsonaro fracase en su aspiración a ser reelegido para un segundo mandato consecutivo, razona Lopes desde Porto Alegre, los triunfos avasalladores en el Congreso federal y en los Ejecutivos y Legislativos estaduales que el bolsonarismo ya ganó en las elecciones generales del 2 de octubre han hecho de Brasil la trinchera mundial de la ultraderecha.

Más todavía. Con el republicano Donald Trump fuera del poder de Washington, y felicitando con ilusión a Bolsonaro, Brasilia es vanguardia de ese fascismo. En una coyuntura mundial donde en las elecciones políticas italianas del 25 de septiembre un soplo o viento fascista dio su fresca, limpia victoria a Giorgia Meloni. Augurio de nueva vitalidad y promesa de urdimbre global de alianzas y sostén para esa ultraderecha. “Por decir poco, nostálgico de Mussolini” (según Lopes), Fratelli d’Italia, el partido de la diputada ganadora, presidirá la coalición derechista que gobernará la tercera economía de la Unión Europea (UE).

Consorcio de circunstancias deploradas por Lopes. En este horizonte, coloca al frente y en el centro de la escena a un protagónico Brasil. Como si ratificara un prejuicio argentino, la caricatura de su enorme vecino como perpetuo campeón moral que reclama el podio de o mais grande do mundo

2. Fascismo fascinador

Fascinating Fascism” (1975) es el título aliterante del muy citado ensayo donde Susan Sontag examina el desarrollo profesional y las fijaciones estéticas de la fotógrafa y documentalista Leni Riefenstahl. Desde las imágenes en acerado blanco y negro con que exaltó a los atletas y a la organización de las Olimpiadas de Berlín de 1936 hasta los retratos en tonalidades Agfacolor de negros guerreros desnudos en el desierto de Nubia o la sabana de Etiopía, representó universos perfectos en su armonía interior y su clausura exterior. Sin mejor, ni más, lugar para la mujer que el de registrar, exaltar, promover el triunfo de la voluntad de los otros. A la artista de los esplendores físicos del nazismo alemán y el primitivismo africano sin adorno no la fascinaba el fascismo; es Sontag quien juzga que ninguna noción define mejor el sistema de fascinaciones estéticas de arte de Riefenstahl que la de ‘fascismo’.

Contemporáneo al artículo de Sontag es el film Una giornata particolare (1977) del italiano Ettore Scola. El día tan particular a que alude el título es el 6 de mayo de 1938, fecha del encuentro en Roma de Adolf Hitler y Benito MussoliniTodos se alistan, en un barrio moderno de arquitectura racionalista construido por el régimen, para integrar la negra, uniformada, endomingada masa partidaria que acompañará el desfile militar que celebra el abrazo del Führer y del Duce. Todos, menos Antonietta, la madre (Sophia Loren) que lavó, planchó y reforzó los botones de las camisas oscuras y dejó brillantes de betún las botas de su esposo y sus hijos. Todos, menos Gabriele (Marcello Mastroianni), soltero confirmado, periodista despedido de la radio.

Giorgia Meloni no sólo es la presidenta de Fratelli d’Italia: es una de sus fundadoras. La jefa de gobierno italiano, diputada de un partido postfascista que ella creó, es una mujer¿Es la ultraconservadora, reaccionaria Meloni “por lo menos, nostálgica de Mussolini”, añora de verdad aquel tiempo cuando las mujeres quedaban excluidas no sólo de la política, sino incluso del espectáculo de masas de la política? (Mujeres que, además, podían sentir simpatía por un hombre perseguido por homosexual) ¿Qué diría el abuelo Benito a su nieta Rachele Mussolini, candidata de Fratelli d’Italia al consejo municipal romano?

3. Nunca en Italia

En Italia, las coaliciones de izquierda primero se pelean, y después pierden; las de derecha primero ganan, y después se pelean. El actual gobierno de Giorgia Meloni y su partido Fratelli d’Italia no será excepción en esta secuencia de victoria y litigio. Excepcional es una circunstancia más única que rara: que Meloni sea Giorgia y no Giorgio.

Los socios de su coalición de derechasSilvio Berlusconi (de Forza Italia) y Matteo Salvini (de la Lega) son dos hombres que han cifrado en el machismo buena parte de su capital político y fortuna electoral, esta vez insuficiente, esta vez mezquina. Hasta ahora, han multiplicado los signos de que se resignan mal a ser los subordinados en una troika guiada por una mujer.

4. Eternidad desgastada por el uso

A diferencia de la ensayista norteamericana y judía Sontag, que proponía ‘fascismo’ en un combate contra la imprecisión al definir (más acá de su buen éxito en este propósito), quienes proponen como primera caracterización necesaria de Giorgia Meloni el neofascismo ultraderechista antes que un progreso en la exactitud buscan mayor volumen en la sirena de alerta, un rojo más bermellón en los signos de alarma. Dejar al electorado en libertad de votar cualquier candidatura, pero a la ‘mussoliniana’ nunca jamás.

Si en este caso la utilidad conceptual de ‘fascismo’ parece dudosa, su inutilidad política es tan completa que no deja lugar a dudas, porque la derecha ganó con soltura las elecciones italianas. Aparentemente, la eficacia del error para producir horror no sería ilimitada. 

5. Jair Messias Bolsonaro, tan fascista como carioca, o si no, al revés

Aunque menos que ‘antidemocrático’ o ‘golpista’, no falta ‘fascista’ ni aun ‘genocida’ entre los adjetivos especificativos aplicados al presidente y candidato presidencial brasileño Jair Messias Bolsonaro. Estos y otros términos extremos emplean casi indistintamente los detractores del derechista en las redes sociales o en intercambios cotidianos; entre tormentas eléctricas de intensidad asesina, en los clímax de acaloramiento sin par y emoción muy violenta, los escoge la campaña del Partido de los Trabajadores (PT) da cara al balotaje del último domingo de octubre.

Acaso más notable, por ya resultar invisible, es el empleo rutinario de 'golpista' o 'ultraderechista', sin reparar en el grado de congruencia o incongruencia con la ocasión o el tono y registro de la noticia, por parte de los medios (con tanta más indiferencia, hay que admitirlo, cuanto más lejos de las fronteras brasileñas). Los usan como datos neutrales, como el gentilicio ‘carioca’ para el político nacido en Glicério, estado de São Paulo, en 1955 (pero 19 años diputado representando a Río de Janeiro en el Congreso federal), o el gremial ‘ex militar’ para este ex oficial del Ejército.

6. Pero, ¿había que ser de un partido político para ser fascista?

La mera evocación de Riefenstahl y de Scola deja ver de inmediato las penurias del fascismo del poco carismático presidente Bolsonaro, un Duce, un Generalísimo, un Conducator 19 años apoltranado en un cargo electivo, regularmente renovado en las urnas, como diputado federal en la artificial arquitectura de Brasilia, tan lejos de la supremacía del alma y de la sangre. Bolsonaro no fundó un partido, no tiene un partido político o movimiento social o sindical o corporativo por detrás. Ni siquiera un partido mediano al que pertenezca.

Bolsonaro se apoyó sobre el Partido Social Liberal (PSL ) como sostén legal ineludible para su candidatura presidencial en 2018. Actualmente, el PSL se fundió con los Democratas para formar União Brasil. (Nacida un año atrás, esta UNIÃO ganó 10 senadores y 59 diputados el 2 de octubre, pero su locuaz candidata presidencial, la ex bolsonarista Soraya Thronicke, sólo el 0,51% de los votos en primera vuelta).

Una vez presidente, en noviembre de 2019 Bolsonaro se desvinculó del PSL. Después de dos años de gobernar como independiente sin afiliación partidaria, en noviembre de 2021 el presidente derechista se afilió al Partido Liberal (PL, que ganó 9 senadores y 78 diputados) como soporte de la fórmula de su actual candidatura reeleccionista de 2022.

No cuenta tampoco ni contó Bolsonaro con una doctrina, un tratado, un panfleto con un programa propio. Si pierde la reelección, como todo invita a creer que será el resultado más probable de la votación en el balotaje, ¿qué quedará del bolsonarismo, expresión casi inusitada antes de la primera vuelta del 2 de octubre? La palabra ‘bolsonarismo’, ¿cómo sobrevivirá?

7. Lulalá, o yo soy aquel que ayer nomás decía el verso azul y la canción profana

Según una regularidad que acompañó a todas las figuras políticas brasileñas de primer orden en el último siglo, tanto más se destacaron y popularizaron cuanto más se despegaron y dejaron atrás a los partidos y formaciones y movimientos sociales que hicieron de ellos sus líderes. El lulismo es hoy más que el petismo, según se advierte tanto en los seis millones de votos más que su rival que Lula obtuvo en la primera vuelta presidencial, como en la victoria de Bolsonaro y la derecha en todas y cada una de las restantes votaciones del 2 de octubre.

Todo lo cual lleva a preguntarse qué gravitación ejercieron sobre el electorado las argumentaciones ético-políticas cuyo despliegue fue la sustancia del discurso y la militancia de Lula desde que fue liberado de inicua prisión y exonerado de culpa y cargo por la Justicia. Y a temer que la única respuesta sin deshonestidad o autoengaño sea que ninguna. A pensar que Lula habría ganado la primera vuelta presidencial sin la campaña que pedía el voto para el PT, y que la derecha habría ganado todo cuanto ganó –todo el resto que se podía ganar- sin la compaña que pedía un voto contra Lula.

El rédito disuasorio de las lecciones dictadas a un electorado ya corrido hacia la derecha acerca de los riesgos de las derivas antidemocráticas y golpistas que sobrevendrían si ese electorado persistía votando a la derecha fue poco más que imperceptible. Ni quien se declaró primogénito dilecto y concesionario exclusivo de la Democracia fue identificado con el Bien, ni a quien Universidades, Justicia, Empresarios, Cantantes, Artistas, Intelectuales, Estatablishment, PT y provectos ex Socialdemócratas llamaron Antidemocracia fue identificado con el Mal. O, sencillamente, nunca existió una tal cosa como la supersticiosa ética del elector.

8. Cantos de vida y desesperanza

En las elecciones generales brasileñas del 2 de octubre, el Partido Liberal (PL) que llevó la candidatura presidencial de Bolsonaro y sus oportunos análogos ideológicos, los partidos derechistas del Centrón, ganaron tantas bancas en el Congreso federal que una iniciativa de impeachment presidencial, llegada su hora, pueda en 2019 acusar en Cámara a un Lula presidente por la mañana, y después juzgarlo, condenarlo y destituirlo en el Senado por la tarde. O no tan rápido. Pero casi. La oposición no sufrirá más engorro que el de tolerar hasta el fin una, dos o tres piezas elegíacas del oficialismo, expresión oratoria del patetismo de las minorías inútiles: voz que se oye poco porque sus votos no suman ni pesan nada. El PT y sus aliados de izquierda formarán en el Legislativo de Brasilia un bloque de magnitud empequeñecida, físicamente despreciable.

En las elecciones regionales en los 27 estados y el Distrito Federal, la derecha ganó la primera vuelta (cuando no en primera vuelta) en todos los estados más importantes, y también de las ciudades más grandes.

Conocidos el lunes los números del escrutinio de los votos para las Legislaturas estaduales, aquí la victoria de la derecha superó las expectativas más optimistas jamás apostadas: obtuvo un 41% de votos más que aquellos necesarios, los que le habrían bastado para constituirse en mayoría.

9. Un pacto con el diablo

Para no ver menguado el monto de sus votos ya contados, para asegurar la asistencia electoral el decisivo 30 de octubre (el 2 de octubre el ausentismo marcó un récord histórico en la democracia brasileña) y aun para ilusionarse con ver acrecido su caudal, hay un sólo camino, o sólo uno parecen ver con los mejores ojos las campañas rivales de cara al balotaje presidencial brasileño.

Movilizar la asistencia de quienes no votaron en primera vuelta, o reconfirmar la de quienes sí votaron pero pudieran sentir debilitado el resorte para saltar e ir a votar también en la segunda: si esto se busca, primero hay que lograr que se vea cuán repudiable sin atenuantes es nuestro adversario, para que vengan a votarnos para librarse de él. Cada campaña confía en una -literal, irreversible- demonización del contrincante (Lula, Bolsonaro) y lo que este representa como más redituable vía para retener o ganar la intención de voto negativo, y para estimular una votación materialmente efectiva en el balotaje del último domingo de octubre.

Todo vale en el propulsar hacia arriba el odio, el asco, el aborrecimiento, el desprecio, la indignación, la intolerancia por Lula o Bolsonaro. Cada bando ya está convencido de que el contrario estima abyectos los liderazgos del propio. Hay que convencer al electorado de que son mucho más abyectos. No perdemos nada si se detecta que esto o aquello que dijimos es mentira. Lo que sigue siendo cierto es que Lula o Bolsonaro o son demonios o son endemoniados. Tampoco hace falta ningún maquillaje personal, prueba de que somos hijos de Dios. Lo que hay que hacer entender es que el rival es Satanás, o su hijo bastardo, o más probablemente un satanista clandestino: un cristiano impostor, que no practica otro culto que el cruel, subterráneo y nocturno que obscenamente rinde al Príncipe de las Tinieblas

10. Oh núcleo apretado del agravio, con el número dos nace la pena

Tanta teología tiene una base matemática. Cada uno de los dos candidatos rivales en el balotaje presidencial brasileño cuenta, según datos persistentes durante todo el año, con una desaprobación alta. Comparable la de Lula a la de Bolsonaro.

El núcleo duro de las desaprobaciones es a un tiempo más grande, y, precisamente, más firme, que los núcleos duros de las aprobaciones correspondientes. 

AGB