A Javier Milei y parte de su equipo le dieron prioridad en la sala de embarque. Fue en el vuelo de regreso a Buenos Aires desde la ciudad de Santiago del Estero, al día siguiente del primer debate presidencial. “Suben rápido”, dijo la empleada de Aerolíneas Argentinas ante la queja de otros pasajeros que, como nosotros, veníamos de hacer la fila y pasar nuestros bolsos por la cinta de seguridad. El mismo recorrido había hecho la candidata de la izquierda, Myriam Bregman. Coincidimos en ese espacio minutos apenas. Milei esperaba unos metros detrás de su hermana Karina que, documentos en mano, hacía el último chequeo en el mostrador.
El candidato estaba de pie y de espaldas, achaparrado y frágil, acaso por el cansancio de la campaña en su tramo final. Le miré el cabello. Perdón, al revés: el cabello todo pide que lo miren. El pelo domesticado es la marca de Milei, es su firma, el recorte de su humanidad. Es apodo, también: “El peluca”. Ahí, en la sala de embarque, el pelo de Milei era una nube compitiendo por el aire y el sol. “Kari, ¿mi documento lo tenés vos?”, susurró a su hermana. Lo dijo en un hilo de voz, como si pidiera permiso o como si tuviera miedo. Temí por el candidato, de repente había perdido la identidad. Karina giró la cabeza apenas: “Sí”. Y salieron de la sala.
El cielo se desangraba en celeste, era tan rubio ese mediodía. Su llegada a la escalera fue interrumpida por el personal de pista que le pedía fotos. El candidato hizo su mohín de juntar pulgares y acercar el mentón al cuello. Un retrato con el verdugo. El libertario ya ha dicho que Aerolíneas Argentinas es una pérdida, un ápendice innecesario del Estado, un agujero negro que sale caro. Me inquietó menos que le dieran prioridad en el embarque -aquí podría decir que sólo la casta que él desprecia es la que accede a esos privilegios- que el entusiasmo con el que los empleados le pedían selfies.
Dudo, como siempre. Esas fotos podrían traducirse en adherencia, que a su vez podrían traducirse en votos. O quizás sea menos que eso, quizás las personas que le pidieron que posara sólo quieren unos likes o presumir en algún grupo de WhatsApp. Donde haya wifi estará Milei. La Libertad Avanza está desplegando en dos meses una campaña que llevaría dos años. Hasta que perdí de vista a Milei porque se metió en el avión, traté de imaginar qué hubiera pasado con ese brushing estudiado con el que se acomoda el pelo si sobre Santiago del Estero arreciara la lluvia. Como cuando ponen a los perritos debajo del grifo y el agua les borra esa gracia con la que viven. Pero hace dos meses que no cae agua en la capital santiagueña.
Empecé a escribir esta entrega con el dólar ilegal por debajo de los mil. Termino de escribir con el dólar ilegal cerrado en 1.010 pesos. Entre una cosa y la otra pasaron unas horas, las dominadas por el mercado. Nuestro compañero Alejandro Rebossio, especializado en economía, tecleó, frenético, toda la jornada de ayer. También nuestro editor Juan José Dominguez, que aquí explica por qué el salto del blue nos empobrece. Los periodistas dedicados a actualizar la portada de elDiarioAR siguieron el ritmo del billete y su impacto en la campaña presidencial. Esta vez hubo pocos chistes -y ningún meme- en el grupo de Telegram donde se tiran temas y se avisa que “tal nota ya está para leer”. Somos periodistas, pero primero somos ciudadanos.
El dólar ilegal trepó luego de que el candidato libertario dijera, por la mañana y en una entrevista radial, que desaconsejaba renovar los plazos fijos en pesos, que el peso “no vale ni excremento”. Es una declaración que refuerza lo dicho por Milei muchas veces antes de tener chances reales de ser Gobierno: “Cuanto más alto el dólar, más fácil dolarizar”. El candidato no trajo ideas nuevas, lo nuevo es el contexto. Milei, tras el resultado obtenido en la PASO, es un verdadero influencer. Tiene pase VIP y le piden fotos, pero además es capaz de generar una crisis cambiaria. ¿Estoy a las puertas de mi segunda hiperinflación? Aun sin haber obtenido la autorización ciudadana para ser Presidente, el tipo ya gobierna. Hace mucha falta Diego Armando Maradona.
Vengo mirando el Sur, la Patagonia de donde vengo. En la PASO, La Libertad Avanza obtuvo 35% de los votos -contra el 29% de Unión por la Patria- en Tierra del Fuego, mi provincia. Milei se ha expresado en contra del Régimen de Promoción Industrial, una ley que rige desde 1972 y ofrece beneficios fiscales y aduaneros para fábricas y empresas. En Río Grande se ensambló, es muy probable, el teléfono que llevás en el bolsillo. Detrás del televisor, es muy probable, hay una etiqueta que dice “ensamblado en Tierra del Fuego”. La misma etiqueta debe estar pegada en el aire acondicionado. Yo no las saco, a mí me recuerdan quién soy.
No juzgo a mis paisanos, solo quiero comprender cuáles son los motivos para votarse en contra. Desde esta porteñidad a medias con la que ando por la vida, observo que hay una idea equivocada de Tierra del Fuego. Suele pensarse que la isla es la postal del puerto de Ushuaia en invierno, con sus barquitos y sus picos nevados. No. Sepan que es muy difícil vivir ahí, justamente: aislados. El lema de Río Grande, la ciudad donde me crié y donde están las fábricas, es “la ciudad donde el viento canta”. Muy lindo, muy lindo. Pero el viento ruge. El viento es un viento de verdad.
Y la distancia, estar lejos. En lugares inhóspitos como Tierra del Fuego es más que necesaria una Ley de Promoción Industrial. ¿Por qué entonces confiarle el voto a alguien que afirma que esta serie de beneficios es “una estafa”? Me interesan más los votantes de Milei que cualquier candidato de La Libertad Avanza. Al principio de la campaña, cuando quise saber sus trayectorias de vida, sus inquietudes y sus motivos para preferir a Milei me sorprendí al acordar con varios de sus puntos. Hay algo de embrujo, también. Milei enuncia statements que son indiscutibles: ¿quién podría estar en contra de “la libertad”? ¿Quién no quiere ser “más rico”? ¿quién es el valiente que le dice “no” a la guita?
No termina de convencerme la explicación del voto masculino e hipermasculinizado, joven blanco-enojado en apoyo a Milei. Sí creo en la la militancia doméstica de esos votantes, que en vez de salir a la plaza le quemaron la cabeza a su vieja en la cocina y terminaron convenciéndolas. Y también creo en su fe, una fe no necesariamente religiosa. Milei es su pastor. De todas las entrevistas que hice, de todas las conversaciones que tuve y tengo con ellas y ellos que no he publicado, me quedo con la idea de que encontraron lo que nosotros perdimos: alguien en quien creer. Sólo una cosa me asusta: a su candidato le dan una única oportunidad. Milei tiene un tiro porque sus votantes no tienen tiempo. Esta es la cultura del “ya”.
En once días votamos.
VDM
A Javier Milei y parte de su equipo le dieron prioridad en la sala de embarque. Fue en el vuelo de regreso a Buenos Aires desde la ciudad de Santiago del Estero, al día siguiente del primer debate presidencial. “Suben rápido”, dijo la empleada de Aerolíneas Argentinas ante la queja de otros pasajeros que, como nosotros, veníamos de hacer la fila y pasar nuestros bolsos por la cinta de seguridad. El mismo recorrido había hecho la candidata de la izquierda, Myriam Bregman. Coincidimos en ese espacio minutos apenas. Milei esperaba unos metros detrás de su hermana Karina que, documentos en mano, hacía el último chequeo en el mostrador.
El candidato estaba de pie y de espaldas, achaparrado y frágil, acaso por el cansancio de la campaña en su tramo final. Le miré el cabello. Perdón, al revés: el cabello todo pide que lo miren. El pelo domesticado es la marca de Milei, es su firma, el recorte de su humanidad. Es apodo, también: “El peluca”. Ahí, en la sala de embarque, el pelo de Milei era una nube compitiendo por el aire y el sol. “Kari, ¿mi documento lo tenés vos?”, susurró a su hermana. Lo dijo en un hilo de voz, como si pidiera permiso o como si tuviera miedo. Temí por el candidato, de repente había perdido la identidad. Karina giró la cabeza apenas: “Sí”. Y salieron de la sala.