La Iglesia después del huracán llamado Francisco

Cuando el miércoles 13 de marzo de 2013 el cardenal francés Jean-Louis Tauran anunció que Jorge Mario Bergoglio había sido elegido pontífice máximo de la Iglesia Católica Apostólica Romana y sucesor n°266 de San Pedro, los parabienes de Cristina Fernández de Kirchner fueron de una moderación tan extrema como poco característica. En vez de felicitar al exarzobispo de Buenos Aires por su victoria electoral vaticana, expresó una íntima satisfacción personal suya propia y formuló una impersonal pero atingente reflexión histórica. En el cenit de su segundo mandato, la presidenta argentina se congratulaba de que el cónclave cardenalicio convocado el martes 12 para escoger entre sus 117 miembros al sustituto del renunciante Benedicto XVI hubiera finalmente reunido, en quinta vuelta, los votos necesarios para consagrar la candidatura de un papa latinoamericano. Con la elección del jesuita que adoptaría el nombre simple de Francisco, que evocaba adrede la opción por los pobres del santo de Asís, había llegado su turno a un continente subalterno y se había reparado una postergación que era una injusticia.
Aquel mismo espíritu de prudencia y moderación, acaso poco característico, acaso sintomático, seguramente ineludible, animará el próximo cónclave vaticano, según es de prever, a juzgar por todas las fuentes vaticanistas que elDiarioAr ha podido preguntar.
El papa Francisco murió este lunes a los 88 años, víctima de un accidente cerebro-vascular seguido de un coma y colapso cardio-circulatorio irreversibles, según el boletín médico del Vaticano. El cuerpo será velado en la basílica de San Pedro desde el miércoles 23 hasta el funeral del sábado 25. Primer papa latinoamericano, Bergoglio fue también -y lo uno no implica necesariamente lo otro- uno de los líderes más influyentes de la Iglesia Católica en el siglo XXI. Su muerte marca el fin de un pontificado reformista de gran resonancia social, con énfasis en la justicia social, el medio ambiente, la hospitalidad a las migraciones, el ambientalismo, y el pacifismo a ultranza como doctrina rectora básica de las relaciones internacionales.
Con diplomacia y buenas artes jesuíticas, Francisco tensó los polos de reacción y revolución en el interior de la Iglesia Católica. En más de dos milenios de funcionamiento, la administración más duradera entre cuantas organizan las grandes religiones monoteístas del planeta considera que la próxima elección papal significa una decisión existencial para la Iglesia. Todo invita a pensar que entre los cardenales más progresistas y los más conservadores primará aquel raro, poco característico entendimiento prudente de la cuidadosa felicitación de CFK en 2013.
Francisco, el huracán lleva tu nombre
Jorge Mario Bergoglio pontífice fue un peregrino que hizo 47 viajes apostólicos en 66 países. Cuarenta visitas pastorales a 49 ciudades italianas. Más de 200 visitas en la diócesis capitalina como obispo de Roma. Declaró a la República Centroafricana “capital espiritual del mundo”. Eligió la marginal Albania como destino de su primer viaje fuera de Italia. Es decir, el único país europeo donde la mayoría de la población profesa y practica no una confesión cristiana sino la fe islámica.
El primer papa latinoamericano y del “Sur global” eligió a la minúscula isla mediterránea de Lampedusa, de soberanía italiana, para su primer viaje apostólico fuera de Roma, después de que en el cardenal argentino hubiera sido elegido papa por sus pares del colegio cardenalicio. El exarzobispo de Buenos Aires eligió como nombre Francisco, el santo medieval de la ciudad de Asís, que hizo voto de una pobreza desde entonces llamada “franciscana” y que en los años 70 fue, junto a santa Clara, un ícono contracultural, global y hippy gracias al film de Franco Zeffirelli Hermano sol, hermana luna estrenado en la Argentina en 1973. Territorio insular a mitad de camino entre el sur de Europa y el norte de África, destino masivo de migrantes que aun hoy, a pesar de las políticas restrictivas eficaces de la premier post-fascista Giorgia Meloni deambulan entre una población local a la que superan ampliamente en número.
Lampedusa era la isla de Tommaso di Lampedusa. El aristocrático autor siciliano de Il gatopardo (1957). Una novela después adaptada como film cinematográfico y hoy como serie multimediática, cuyo tema y problema es el fin del poder temporal del Papado y la unidad política de Italia en el siglo XIX. Un libro donde su protagonista, el aristocrático, astuto, populista Príncipe de Salina formula el ideario “gatopardista” de que todo debe cambiar (accidental, espectacularmente) un poco para que todo siga siendo (sustancial, invisiblemente) lo mismo. Un libro que conocía bien el primer papa jesuita, lector y profesor de literatura italiana.
La narrativa de ficción favorita de Bergoglio era una novela histórica. I promessi sposi (1842) narra la vida de los novios del título italiano, sobre el fondo de la autocracia colonial española que vive la Península y la peste que sufre Lombardía en el siglo XVII. Su autor, Alessandro Manzoni, escritor romántico y senador del Reino de Italia, católico militante y novelista elogiado por Friedrich Engels -amigo, protector, colaborador y coautor de Karl Marx-, estaba cruzado y atravesado por contradicciones que serían las del primer “papa peronista”, según el título del ensayo de interpretación biográfico de Ignacio Zuleta.

Los DDHH, Francisco y Oscar
Cuando el domingo 2 de marzo de 2025 la actriz española Penélope Cruz anunció que Aún estoy aquí había ganado el Oscar a la mejor película internacional, la alegría brasileña, vociferada sin morigeración ninguna, sonó entre quienes festejaban con los decibeles bombásticos de un añorado desenlace favorable de final de Copa FIFA. Con el film de Walter Salles, Brasil ganaba por primera vez el premio mayor de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. El día del triunfo nacionalista podía ser percibido, en buena ley, como una jornada de justicia que al tiempo que acababa con una postergación consumaba una reparación o al menos representaba una compensación.
Cuando Bergoglio fue elegido papa, la presidenta Dilma Rousseff, en su primer mandato, único concluido completo, y antes de las protestas de junio de 2013 que determinarían los diez próximos años de política en Brasil, comentó informalmente: “El papa es argentino, pero Dios es brasileño”.
El primer gran viaje americano de Francisco pontífice no fue a su patria sino a Brasil. En Rio de Janeiro, con Dilma Roussseff presente, Bergoglio pudo celebrar el buen humor del chiste, que en nada lo ofendía, de la presidenta petista. El “papa peronista” conocía poco de antemano Brasil. En la mayor nación católica de la tierra -según los censos-, en un país de remanida religiosidad popular, lo sorprendió el desapego de las autoridades políticas ante su peregrinar. No lo abandonaban, pero lo dejaban obrar a solas sin trabas. En contra del cliché que opondría una Argentina moderna a un Brasil más arcaico en lo que a fe se refiere, el recuerdo del Pontífices de su patria es el de un territorio donde jamás un político se pierde una misa o una procesión o las festividades de vírgenes o santos locales. Un Estado federal donde el evangelismo tiene bancadas propias en el Congreso Federal de Brasilia, y donde sin embargo ese Estado, sus funcionarios y los cargos electivos se comportan con un laicismo práctico y desenvuelto en sus conductas jurídicas cotidianas y (para ellos) productivas.
A los ojos argentinos o chilenos, la ausencia de la religión católica y de toda religión como referencia o guía de acción, es notable en el film de Salles. En los films argentinos, el clero secular y la jerarquía eclesiásticas son cómplices de la dictadura (en el caso del clero regular, como la Compañía de Jesús, la imagen es más matizada, o más confusa); en los chilenos, está la memoria de la Vicaría de la Solidaridad antipinochetista.
Una monarquía electiva, un monarca vitalicio
La Iglesia Católica es una monarquía electiva y vitalicia. La renuncia de Joseph Ratzinger, primer papa alemán, que en 2005 había sucedido a Juan Pablo II, primer papa polaco, era una novedad o una anomalía en una historia que no había hecho más que acumularlas. Al menos desde 1978, cuando a la muerte de Paulo VI fue elegido papa el patriarca de Venecia, Albino Luciani, que adoptó como nombre Juan Pablo I, en honor a sus predecesores, el inmediato, y el anterior, Juan XXIII, para morir a los pocos meses en circunstancias que todavía hoy siguen considerándose sin esclarecer por entero.
Al papa lo eligen 117 cardenales. Es la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood la que confiere los premios Oscar. Veamos en qué se parece y en qué no al cónclave cardenalicio. Como el nombre no deja de insinuarlo, la artística Academia californiana no es un sindicato sino un club. Como a muchos clubes privados, se ingresa por un proceso de selección endogámico (como al colegio cardenalicio) y el pago de una membresía anual (a diferencia del colegio cardenalicio, al que no se paga nada, porque paga a sus miembros). Como también suele suceder con los clubes exclusivos, la magra diversidad de la Academia salta a vista: de sus diez mil y pico de miembros, más del 80% son blancos (sólo el 50% entre los cardenales), el 70% son varones (el 100% entre los cardenales) y, en promedio, es un grupo que se acerca a la tercera edad (la tercera edad es la edad canónica de los Príncipes de la Iglesia).

Espíritu de fineza y espíritu de geometría, o del triángulo al sínodo es un camino de ida
En 2025, el film Aún estoy aquí deplora la renuencia del Estado brasileño para reconocer su participación en las desapariciones de la dictadura que terminó en 1985 y elogia el saneamiento constitucional que aportó la nueva Constitución de 1988. Si menos personas son analfabetas, si hay menos impunidad en Brasil, nadie puede negar que la alegría por el Oscar que finalmente llegó donde debía, un cuarto de siglo después, sea legítima, y legal. Ya empiezan a circular los nombres de los posibles sucesores del trono de San Pedro. Un dicho corriente asegura que ‘quien entra papa al cónclave, sale cardenal’: que las candidaturas mejor conocidas de antemano no son -o casi nunca son- las vencedoras. Puertas adentro de la Iglesia, la mayor revolución de Francisco fue el Sínodo sobre el carácter sinodal del gobierno eclesiástico de la Iglesia. A puertas adentro, pero no a puertas cerradas, dado el grado de invitación a participar, y de participación efectiva, de laicos, mujeres y aun representantes de la antes irradiada comunidad LGBT+. El reconocimiento, sin duda incompleto todavía, de crímenes y delitos de abuso sexual también pesó sobre aquellas reflexiones, y pesa hoy. La finalidad del Sínodo estaba guiada por un pensamiento central de Francisco: la descentralización de las decisiones y las responsabilidades en la Iglesia.
El Vaticano no quiere ser una monarquía absoluta. Busca regresar a una organización comunitaria carismática originaria, como la de la Iglesia fundada por Cristo. Por detrás de esta ideología primigenia o ‘primitivista’ despunta, antes que una opción ideológica, una brutal ausencia de opciones en el contexto actual. El Papa no puede actuar como un monarca absoluto, y el Pontificado de Francisco ha dado, en los hechos, abrumadora constancia de esa impotencia. La mayoría de los cardenales que votarán en el Cónclave participaron en el Sínodo. Progresistas o reaccionarios, a ninguno falta una aguda consciencia histórica, refinada por fuerza en la última década. Para los católicos, en la elección de cada nuevo Vicario de Cristo interviene el Espíritu Santo. La organización del voto en el colegio cardenalicio, sin embargo, es pasible de un análisis político. Todo invita a pensar que, lejos de la polarización, un corporativo espíritu de prudencia, cálculo y mesura guiará a los príncipes de la Iglesia a la hora de escoger al sucesor del jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio.
AGB/MC
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