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El Pelado Balbuena

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El Pelado Balbuena no se perdía ninguna marcha. Tuvo asistencia perfecta durante once años, llegaba antes del horario en que las organizaciones convocaban y se quedaba hasta el final. Más que el final: cuando las banderas ya estaban enrolladas el Pelado seguía ahí, grabador en mano, queriendo saber. Su nombre completo es Américo Alejandro Balbuena y para la Agencia de Noticias Rodolfo Walsh trabajaba ad honorem y full time. Una dedicación que los periodistas explicamos de maneras diversas (“pasión”, “verdad”, “compromiso”) hasta que llegan las expensas y la boleta de la luz. Balbuena era un distinto, a Balbuena el tiempo le sobraba.

Un periodista entregado al oficio. Entre 2002, bajo la presidencia de Eduardo Duhalde, y 2013, bajo la presidencia de Cristina Fernández, trabajaba como cronista para la Walsh, es decir, cubría la calle. Balbuena estaba ahí, expuesto al rayo del sol y al rayo eléctrico de la tormenta, para contarnos la década kirchnerista. Con la información que recolectaba, la agencia confeccionaba los despachos que luego distribuía entre sus suscriptores. Balbuena conocía a todos y todos lo conocían. Era de los que podían preguntar “che, ¿quién les banca la organización?” sin bajar la vista, aun con el recato al que obliga la pregunta. Del otro lado le sostenían la mirada y largaban el dato y el número. Impecable Balbuena.

Con el tiempo, al Pelado lo nombraron jefe de una sección interesante: “Reunión - División - Análisis”. Ese cargo lo ponía en contacto directo con los familiares de Cromañón, de Luciano Arruga, de la Masacre de Avellaneda y de otras víctimas de la represión. Trataba con dirigentes de organizaciones estudiantiles, sociales, sindicales y de derechos humanos, como la Federación Universitaria de Buenos Aires, La Alameda, Quebracho y Trabajadores del Subte. La agenda de Balbuena daba envidia.

Un detalle: Balbuena hacía reportajes extensos que desgrababa con delicadeza, pero las declaraciones de sus entrevistados no llegaban al texto. Otro detalle: una vez anunció en la agenda, sección que controlaba, una misa convocada por Familiares y Amigos de Muertos por la Subversión, FAMUS. Siendo una redacción de izquierda, la invitación era por lo menos rara. Se armó un pequeño revuelo en la redacción. La discusión se cerró con “vos sabés que el Pelado es medio boludo”.

¿Cómo llegó Balbuena a la Walsh? Había sido compañero en la primaria del director de la agencia, Rodolfo “Rodi” Grinberg, con quien se reencontró en 2002 en un instituto de periodismo de San Martín. ¿Tenía experiencia Balbuena? Poca: había pasado por La Tribu. ¿Cómo explicaba a sus compañeros de trabajo que estaba a disposición 24/7 sin necesidad de cobrar un sueldo? Su cuñado tenía una maderera y a él le bastaba con revender el producto a una cartera de clientes que tenía armada. ¿Qué hacía Balbuena en la agencia de noticias? Programaba la agenda de actividades, es decir, sabía quién, cuándo y dónde, y bajo qué consigna una organización convocaba a una acción en la calle, una marcha, una protesta. Estaba en todo Balbuena.

Hasta que… 

Hasta que buchonearon al buchón: Américo Alejandro Balbuena, el Pelado Balbuena, era un infiltrado de la Policía Federal. Era un “pluma”, un servicio, un espía. Un tipo que se hizo pasar por periodista para datear a la cana y más arriba. El secreto lo develó la misma policía con una filtración de nombres los primeros días de mayo de 2013, hace una década. Parece que a los jefes de Balbuena le “cobraron” algo. La información llegó a la redacción de la agencia Rodolfo Walsh: inimaginable la bronca de ese equipo. Habían formado periodísticamente durante más de diez años a un infiltrado. La agencia denunció el espionaje en la Justicia. Nilda Garré, ministra de Seguridad entonces, separó a Balbuena de la Fuerza. 

La periodista Adriana Meyer, quien siguió el caso, publicó en su web que “un grupo de agentes «pesados que responden más a la dictadura que a Garré» mantiene una disputa adentro de la fuerza y la intención era que «saltaran» los jefes del falso periodista. Por eso les insistían que sacaran la información rápido, pero los miembros de la agencia se tomaron el tiempo de confirmar la versión, en primer lugar, y luego convocar a las organizaciones para hacer la denuncia pública de manera conjunta”.

El martes, diez años después de que el Pelado fuera descubierto, arrancó el juicio en su contra. Balbuena había sido indagado en diciembre de 2018. Negó ser agente de inteligencia, dijo haberse retirado de la Federal en 2014 y que cobraba una jubilación de 60 mil pesos. Y declaró esto: “La actividad que realizaba era un hobby personal, sin ninguna relación laboral, no había ningún ida y vuelta en cuanto a remuneraciones ni nada, y lo hacía fuera de horario de servicio y sin interferir con el mismo”. Confirmó, sí, que sus superiores estaban al tanto de su “pasatiempo”. 

Balbuena había armado a lo largo de diez años fichas de militantes. Las encontraron durante un allanamiento hecho en el Cuerpo de Informaciones, que operaba en el Departamento Central de la Policía Federal. Bajo el nombre de la persona en cuestión, asignaba características, antecedentes, pertenencia partidaria. 

El juicio duró tres días. El juez fue Daniel Rafecas y el fiscal, Carlos Stornelli. En representación de agencia Walsh y organizaciones denunciantes, están Myriam Bregman, Matías Aufieri, Liliana Mazea y Carlos Platkowski. Junto con Balbuena, están siendo juzgados sus ex jefes dentro de la fuerza federal, Alejandro Sánchez y Adolfo Ustares: los tres están procesados desde 2019 por el entonces juez federal Sergio Torres que ahora integra la Corte Suprema de Justicia de la Provincia de Buenos Aires.

Bueno, esta es la historia del Pelado Balbuena. El periodista vigilante de la Federal. La prueba viva de que nada es lo que parece.

Esta entrega fue escrita con información de Archivo publicada en La Política Online, Agencia Paco Urondo, La Izquierda Diario, Página/12 y AnRed.

VDM

El Pelado Balbuena no se perdía ninguna marcha. Tuvo asistencia perfecta durante once años, llegaba antes del horario en que las organizaciones convocaban y se quedaba hasta el final. Más que el final: cuando las banderas ya estaban enrolladas el Pelado seguía ahí, grabador en mano, queriendo saber. Su nombre completo es Américo Alejandro Balbuena y para la Agencia de Noticias Rodolfo Walsh trabajaba ad honorem y full time. Una dedicación que los periodistas explicamos de maneras diversas (“pasión”, “verdad”, “compromiso”) hasta que llegan las expensas y la boleta de la luz. Balbuena era un distinto, a Balbuena el tiempo le sobraba.

Un periodista entregado al oficio. Entre 2002, bajo la presidencia de Eduardo Duhalde, y 2013, bajo la presidencia de Cristina Fernández, trabajaba como cronista para la Walsh, es decir, cubría la calle. Balbuena estaba ahí, expuesto al rayo del sol y al rayo eléctrico de la tormenta, para contarnos la década kirchnerista. Con la información que recolectaba, la agencia confeccionaba los despachos que luego distribuía entre sus suscriptores. Balbuena conocía a todos y todos lo conocían. Era de los que podían preguntar “che, ¿quién les banca la organización?” sin bajar la vista, aun con el recato al que obliga la pregunta. Del otro lado le sostenían la mirada y largaban el dato y el número. Impecable Balbuena.