A veces es más interesante lo que sucede en la previa de una entrevista que la entrevista que se publica. A veces, también, las bambalinas de un reportaje merecen “una nota aparte”. ¿Cómo se preparó Esmeralda Mitre para recibir a elDiarioAR? ¿Qué era eso que tenía sobre su escritorio el empresario Claudio Belocopitt? ¿Y el momento exacto en el que Alberto Samid se enfureció delante del grabador encendido? Hay datos de archivo, referencias, climas, declaraciones o rodeos del personaje que no llegan a un texto. Y no hay entrevistado sin entrevistador así que este boletín también indaga en los fracasos y los aciertos a la hora de entrevistar, de la escucha y lo imprevisible. Gracias por venir será una ventana para que corra aire y también para conocernos.
El periodismo nos elige (y también nos convierte en el blanco)
En la Semana del Periodista: algo que quería escribir; algo que tenía que escribir.
(...)
Distráete del vocabulario solemne, ya hinchado/
apunta al borde, costea/
el lanzador de cuchillos acierta desde lejos/
error es alcanzar el blanco; virtud es fallarlo.
Un fragmento de “Consejo”, poema de Erri De Luca.
Lo que quería escribir: el oficio que me elige
Si no hubiese sido por un avión de la línea Sol que cayó de madrugada, en pleno vuelo y con 22 pasajeros a bordo, jamás hubiese conocido Los Menucos. Era mayo de 2011, trece años atrás, y yo, que sé cómo huele el invierno, todavía recuerdo el frío, la luna nueva y naranja que se levantó la tarde en que llegué. Y recuerdo, también, a la mujer que me contaba, con detalle y mientras calentaba un jarrito con leche, cómo fue que encontró, en la zona del incidente, un brazo envuelto en un cinturón de seguridad. Un brazo, la mano, la hebilla del cinturón, la cinta del cinturón que es gruesa, que -qué absurdo- te aferra a la vida.
Clarín me había enviado a cubrir la caída del avión a esa pequeña localidad ubicada en el centro de la provincia de Río Negro. Llegué al día siguiente del impacto. No pude dormir la primera noche. Por los sollozos, los suspiros y los gritos. Ninguno era mío. Eran de los familiares de las víctimas, que iban llegando de a poco a tratar de entender qué había pasado. No había dónde alojarse y terminamos todos en el gimnasio del pueblo. ¿Qué habrá sido del Padre Ricardo? El cura de Los Menucos bendijo la mancha negra que dejó el fuselaje y ningún cuerpo. La explosión se había llevado todo.
Si no hubiese sido por ese avión que se desplomó sobre un cerro, que cayó al mundo encendido y de golpe como quien arroja un fósforo, nunca me hubiera enterado de que “menuco” en lengua mapuche significa “agua que tiembla”. Nunca antes de esas guardias en medio de la estepa, había visto cómo mareaban un cordero para degollarlo. El filo en la yugular. El balido, el borbotón de sangre. Y después, el silencio.
A los pueblos orilleros no les asusta el agua. Lo supe en julio de 2013 cuando se inundó buena parte del Litoral por una crecida del río Paraná. En Itatí y Seminario, dos localidades ubicadas al norte de la provincia de Corrientes, la crecida había mordido 70 metros de costa. Con la tierra arcillosa del río, aserrín y cáscara de arroz o bosta se arma la mezcla que termina en ladrillos. Con un mallón echado al río se encierra a los surubíes. Un ladrillo para la casa. Un pescado para la cena. Ambos oficios requieren paciencia. Una mañana, en la orilla del Paraná hablé con ladrilleros y con pescadores. Supe que, como con la escritura, no hay atajos para la artesanía. Hay que esperar.
Una vez sostuve una cobertura de cuatro días con un volcán que nunca entró en erupción: la nota más difícil de mi vida.
Un lunes volví de Río de Janeiro. Venía de tres días cubriendo el carnaval. Al día siguiente, martes, amanecí en Comodoro Rivadavia porque un alud se había llevado puesta a la ciudad. Cinco muertos, animales y heladeras petrificados en lodo.
Una vez escribí enojada y todavía me castigo. Otra vez reescribí un texto hasta matarlo: al final el texto se quedó sin decir. Me equivoqué varias veces, compré buzones. Aprendí a perder porque entre otras cosas el periodismo me enseñó que siempre da revancha. Tenemos que hablar más de los fracasos.
Cerré notas en estaciones de servicio, sentada en el cordón de una vereda (me quedé sin datos y robé wifi), en el restorán de un casino, en habitaciones de unas cuantas buenas estrellas, en pensiones, en pasillos, en una parroquia, en una banquina, en un micro. Dormida, sin dormir. No hay épica acá. Ni sobres. Lo que hay es una necesidad imperiosa de entender el mundo que habito.
Hay días para escribir. Hay días para desgrabar. Hay días para juntar información. Hay días para entrevistar. Días para leer. Hay días para no hacer absolutamente nada y días para ser otra cosa. Renuevo los votos con mi trabajo bastante seguido. Pero sigue siendo el oficio que elijo y el que me elige. Me enseña cosas, cosas y nombres y personas. Me ofrece experiencias que se vuelven recuerdos. Recuerdos cómo estos que llevo conmigo y que aparecen como nubes en días demasiado dorados. Vienen así, como llega el amor, de repente y sin aviso.
Lo que tenía que escribir: “¿Cómo anda, señor domado?”
Ya lo dije: Manuel Adorni es un muy buen vocero. Usa perfectamente el “nosotros”, tiene autorización total del Ejecutivo para hablar en su nombre. Es hábil, parece cómodo en esa silla eléctrica a la que llaman “vocería”. Y “parece que mide bien” así que podría ser candidato a diputado nacional en representación de la Ciudad de Buenos Aires en las Legislativas del año que viene. Adorni 2025, gente. A excepción de cuatro o cinco conductores de televisión alineados con el Gobierno, no conozco a un periodista que no quiera cagarlo un poquito a trompadas. O “domarlo”, “humillarlo” o “destrozarlo”, palabras que usan los streamers libertarios cuando se refieren a periodistas.
Adorni era un ciudadano común hasta hace poco, un ciudadano de esos que viaja al trabajo en colectivo. Hasta que abrió un blog como “descarga emocional” en el que escribía en contra del kirchnerismo. Devino tuitero con mucho retuit y un productor de radio lo invitó a opinar en su programa un domingo en que se le había caído un invitado. Después de eso vinieron más programas de radio y una columna propia en Infobae. Adorni pasó de los 140 caracteres a ser nombrado secretario de Estado. Es la voz del Presidente Milei y tiene club de fans. Yo fan no soy, pero no me pierdo ni una conferencia de Adorni.
Con la restitución democrática, en diciembre de 1983, el periodista José Ignacio López fue designado como vocero de Raúl Alfonsín. López era el periodista que le había preguntado a Videla por los desaparecidos. Lo hizo en plena dictadura, diciembre de 1979, durante una conferencia de prensa y con una repregunta porque Videla andaba remilgado y daba vueltas. La periodista Gabriela Cerutti fue la última portavoz presidencial. Respondía entre diez y quince preguntas a los periodistas acreditados en Casa Rosada una vez por semana.
Pasaron muchos voceros en medio. Ahora está Adorni cada mañana, parado detrás de un atril en la Sala de Prensa. Como la conferencia se transmite en simultáneo, Adorni también está en una ventana de YouTube al lado de otra ventana, la del chat. En el plano de la realidad, frente a Adorni hay un grupo de acreditados en Rosada cuyo trabajo y rostro y voz y características físicas son usufructuadas por el área de Comunicación. ¿Por qué? Porque inmediatamente después de terminada la conferencia matinal, editan videos para postear en redes oficiales en los que ridiculizan a los trabajadores de prensa.
¿A quién le sirven las conferencias de prensa de Adorni? Le sirven a los periodistas, claro, que pueden obtener en on declaraciones de un funcionario público de relevancia. Pero le sirven sobre todo al Gobierno, que aprovecha para instalar el discurso de un gabinete mínimo sin cara ni voz. No hay ganas de comunicar a la ciudadanía cuestiones de Estado, todas relevantes a la vida cotidiana. Lo que hacen desde Comunicación (y con mucho esmero) es editar para hacer quedar a Adorni como “un capo” y al periodista como un “humillado”. El plus de violencia viene minutos después, cuando el fandom mileísta hará otros cortes y titulará en sus canales “Adorni humilla a periodista zurdo”. Podría ser una categoría de sitio para adultos. Pero no. Después los memes: “Lágrimas de zurdo”, etc.
“¿Cómo está, señor domado?”, preguntó el Presidente ayer cuando entró -por primera vez en seis meses- a la sala de conferencias de prensa de Casa Rosada. La pregunta fue para Fabián Waldman, acreditado desde 2019 y, desde que asumió La Libertad Avanza, el blanco de Adorni, Milei y la militancia virtual dura de LLA.
El domingo, antes del saludito de Milei, hablé con Waldman. Me contó que las agresiones en redes sociales hacia él y su trabajo impactaron en su vida personal, y que tuvo que activar algunas medidas de seguridad para protegerse. Pero también me dijo esto: “Mi crecimiento es el resultado de la política del Gobierno. Si no hubiese habido ajuste, yo no hubiera crecido. ¿Me dio más exposición? Sí. Pero esa exposición me generó más compromiso con la profesión”. Quiero quedarme con esto que dice Fabián, el compromiso con el oficio.
“Ahora en el manejo de la información importa más la transgresión que el hecho”, resume sobre las conferencias de prensa diarias Gustavo Abu Arab, periodista acreditado hace cuatro décadas en Casa Rosada: cuarenta años, exactamente desde el 10 de diciembre de 1983. Entonces para Radio Mitre y Del Plata, hoy para Canal 6 de San Rafael, Canal 4 de Mendoza y FM Andina. Le pregunto a Gustavo si las agresiones en redes sociales obstaculizan su trabajo. “En un momento nos pegó. Uno ve en vivo cómo te dicen en el chat ‘viejo meado’. Después los memes, después la interpretación de los editores que cortan los videos… Pero lo superamos. Y la verdad, nos importa muy poco. Cada día, los periodistas acreditados decimos ‘vamos, vamos: preguntemos’”, responde con entusiasmo.
Hace unos meses, Adorni avisó a los acreditados que pensaban sumar a las conferencias a “gente de a pie” bajo la premisa de que los periodistas que preguntaban cada mañana son incapaces de trasladar las inquietudes de la ciudadanía. Trascendió que el casting de gente común iba a ser a través de redes sociales y que también iban a seleccionar las preguntas. Los acreditados se pararon de manos: no. Así que Adorni metió a un grupo de estudiantes de “carreras afines”. Una estudiante de la carrera de Relaciones Públicas, por ejemplo, preguntó: “¿Cómo hacés para mantener la calma frente a la catarata de preguntas tendenciosas que recibís diariamente?”. Esa tampoco es una pregunta que alivie las inquietudes de la ciudadanía. Solo sirve para viral.
Pregunté a los acreditados si esa tensión que se ve en las transmisiones se sostiene cuando terminan. “No”, coincidieron todos los consultados. Que el clima no es amistoso, pero es amable. Que Adorni y su equipo trabajan en despachos a puertas abiertas. Que hay disposición para responder preguntas fuera de la conferencia. Que a veces Adorni les pregunta: “¿Ustedes se sienten queridos acá?”. “Ellos ganaron diciendo que los periodistas somos unos hijos de puta e igual te responden”, reflexiona una colega acreditada en Rosada. Puesto así, parece que las conferencias matinales están pensadas exclusivamente para la viralización en redes.
Hablé con más periodistas acreditados. Los más jóvenes destacan la exposición que les da aparecer en la transmisión de la conferencia de prensa. Intercambiar con el vocero es como si -como si- se colocaran en “un lugar”: más views, más seguidores y más interacciones en redes, reconocimiento de la militancia libertaria, un poquito de cosificación, la posibilidad de viralizarse si la edición está “bien” montada, les “levanta el perfil”. No se refieren a la agresión para desacreditar nuestro trabajo. Tampoco a su trabajo, que podría tener más visibilidad. Es más bien un win-win: vos me bardeas, yo gano followers. Su mirada sobre el asunto -la tensión entre prensa y poder- es revelador del estado de las cosas. No puedo juzgarlos. Pero me parece terrible.
El viernes es el día del periodista. Salud, camaradas.