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Agujas

Pablo Olaechea

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Con Flor jugamos a buscar hormigas lastimadas mientras esperamos que el tío salga a lavar el auto. Nos gusta jugar en la vereda de enfrente porque es larguísima y podemos hacer ring raje y correr tranquilos sin tener que cruzar la calle. En una esquina está el kiosco y en el camino hay una casa con muchas plantas, rejas blancas bajitas y un timbre perfecto. Es nuestro preferido. En la corrida de vuelta, Flor toca otros timbres y corremos hasta casa. Casi siempre los toca ella porque yo no llego. 

Ya tenemos un par de hormigas que pisamos un poquito con el dedo y ahora tenemos que curar. Las ponemos sobre una hoja del limonero y las pinchamos con agujas intentando salvarlas, pero se terminan muriendo, casi siempre porque a Flor le gusta pincharles la cabeza y ver como dejan de moverse de a poco. 

Hace un tiempo que Flor también se tiene que pinchar, a veces tenemos que dejar de jugar para que se ponga insulina. Yo la ayudo apretándole la pierna o la panza y ella se pincha. También se pincha el dedo para medirse el azúcar un par de veces por día. 

El tío se asoma con el balde y la manguera enroscada al hombro y nos hace gesto de que podemos salir. Mientras llena el balde con agua y jabón, Flor me da la mano y cruzamos, vamos directo a la casa de las flores. Ese timbre es como la Coca-Cola fría. Nos acercamos despacio, le pasamos por al lado y lo miramos de reojo. Brilla. Seguimos de largo un par de casas para despistar y volvemos. Cuando estamos por llegar a la casa Flor me dice: 

—Tocalo vos que a este llegás bien, enano. 

Le digo que no y ella me insiste para que lo haga, me dice que no sea miedoso, que no va a pasar nada malo. La miro, hace que sí con la cabeza y levanto la mano. Antes de que pueda tocar el timbre, aparece un hombre flaco en cuero, y nos grita desde atrás de la reja: 

—¿Por qué no van a tocar timbre a la reconcha puta de su madre, pendejos de mierda? Nos quedamos helados. Fue un segundo pero se sintió como horas. Corremos a casa llorando, con los gritos todavía rebotándonos en la cabeza. 

—¿Qué les pasó? 

Le explicamos al tío que solamente tocamos una vez, que un hombre salió y nos gritó muy fuerte. Flor repite el insulto. La cara del tío se transforma, tira la manguera y el trapo al piso, cierra el agua, nos agarra y nos lleva para que le mostremos qué casa es. Con Flor lo tiramos para atrás y le pedimos que no vaya pero no hay caso, su fuerza nos arrastra. Cuando llegamos cerca del timbre, ella lo señala.

Él toca largo y, sin esperar a que alguien salga, grita agitando los brazos. —Salí, cagón, dale salí, te hacés el piola con los nenes, salí. 

El hombre flaco abre la reja. 

—Estuvieron toda la semana tocando el timbre estos dos. Hoy, el sábado pasado. Ya me hincharon los huevos, loco. 

Con Flor alzamos los hombros y nos miramos de costado abriendo grande los ojos. El tío parece no escucharlo. Cuando el hombre termina de salir, lo agarra de la remera y lo sacude mientras le grita: 

—Repetime lo que le dijiste a los nenes. 

El hombre lo empuja, pero el tío es más grandote y apenas da dos pasos hacia atrás. Revolea una piña lenta que el hombre esquiva y aprovecha para pegarle un piñón en la cabeza, en la parte de arriba, como Don Ramón al Chavo. Un hilo de sangre le cae por la frente, el tío apoya la mano justo encima y se la mira. Se le infla el pecho, se acomoda y le mete una trompada en la cara, ahora sí, bien puesta. El vecino se va contra la reja, logra agarrarse para no terminar en el piso, pero el tío se le va encima. No me quiero acercar, me da miedo que me peguen. No me gustan las peleas y no quiero que lastimen al tío. Escucho el golpe seco al lado mío y giro la cabeza, Flor está en el piso. 

Mi tío le sigue pegando al vecino, le grito pero no me escucha. Me acerco con miedo y le tiro de la remera. Le repito lo más fuerte que puedo que Flor se desmayó. Se da vuelta y me mira, parece que los ojos le van a explotar. La señalo y él suelta al vecino, que cae al piso. Levanta a mi prima del suelo y corre para casa, yo miro un segundo más al hombre, se queja de dolor y se toca la sangre de la nariz. Cuando me mira a los ojos salgo corriendo atrás del tío. Una vez que entré en la casa de Flor, me di cuenta de que crucé la calle solo. 

La acuesta arriba de la mesa y corre hasta la cocina. Me subo a la silla y le apoyo la mano en el brazo. Vuelve con el estuche de insulina, saca una aguja y la pincha en la pierna con las manos lastimadas, sin querer le mancha con sangre el pantalón. 

Le sostiene la mano y esperamos, mi corazón late más fuerte que antes, me cuesta mucho respirar. Le acaricia la frente, no le saca los ojos de encima, yo no puedo dejar de mirar la cara de los dos. Me cuesta ver la del tío, que hace un rato me daba miedo, ahora me da lástima. Parece que quiere llorar pero hay algo que no lo deja. Flor se despierta de a poco, abre los ojos, recién ahí al tío se le escapan unas lágrimas y la abraza con fuerza. 

Le mide el azúcar, dice que está un poco baja pero que va a ir subiendo. Ella está mareada y no se acuerda de nada, pregunta por el corte en la cabeza del tío y por la mancha de su pantalón. Quisiera decirle que me acuerdo de todo: de su papá pegando, de la mirada del vecino y de la sangre en la nariz, pero, sobre todo, de ella tirada en el pasto, como esas hormigas que quisimos salvar y pinchamos hasta matarlas.

Con Flor jugamos a buscar hormigas lastimadas mientras esperamos que el tío salga a lavar el auto. Nos gusta jugar en la vereda de enfrente porque es larguísima y podemos hacer ring raje y correr tranquilos sin tener que cruzar la calle. En una esquina está el kiosco y en el camino hay una casa con muchas plantas, rejas blancas bajitas y un timbre perfecto. Es nuestro preferido. En la corrida de vuelta, Flor toca otros timbres y corremos hasta casa. Casi siempre los toca ella porque yo no llego. 

Ya tenemos un par de hormigas que pisamos un poquito con el dedo y ahora tenemos que curar. Las ponemos sobre una hoja del limonero y las pinchamos con agujas intentando salvarlas, pero se terminan muriendo, casi siempre porque a Flor le gusta pincharles la cabeza y ver como dejan de moverse de a poco.