Soy parte del mar implica un registro en primera persona de esas voces del periodismo del rock que estuvieron en el lugar indicado en el momento indicado. Charla relajada alrededor de las historias y las fantasías detrás de más de cinco décadas de discos y canciones, de shows y festivales, de vidas y milagros. Qué sea rock en clave periodística.
Luis Paz, el último editor del No

“Antes de ser periodista, siempre tuve bandas. Soy baterista y editor. Mis dos actividades están como en la sombra”, deslizará en un momento de nuestra conversación Luis Paz (Buenos Aires, 1986). Siendo muy joven se unió al diario Página/12 y ninguna bala paró este tren provisto de música, videojuegos, porro, culturas emergentes y nuevas tecnologías. En el medio, continuó detrás de los parches. Aquí y ahora es el baterista de El Pacto Quiroga, cuyo último lanzamiento es el EP con los sencillos “Pésima contestación” y “Extrañas voces”.
Sin embargo, Paz vivió uno de los grandes cimbronazos a los que el gremio se ha ido adecuando en el trajín de unos tiempos que siempre están cambiando. Si en marzo de 2017, como editor del suplemento No, estuvo a cargo de la celebración de sus veinticinco años de existencia; trescientos setenta y cinco días más tarde tuvo que ponerse la mochila al hombro y acondicionar los contenidos y la redacción a una nueva vida: transformar el No en formato digital. Cosas de mandinga: el suple está online desde la misma semana que la revista británica NME decidió quedarse solo en la web.
Pero la aventura mal no le ha ido. Paz aún sigue dirimiendo las distintas realidades de la cultura juvenil al frente del No. En tanto, es uno de los responsables de cuatroveintiuno.com junto con Juan Ruocco y Juan Manuel La Volpe, un medio en el que se zambullen en las peripecias de la cultura, la tecnología, el cannabis y la vida real en estos tiempos aciagos.
En esta entrevista, bucearemos en cómo un hijo de las calles de Lomas de Zamora, en el sur del conurbano, testigo y protagonista privilegiado de la irrupción en la vida cotidiana de las nuevas tecnologías, fue moldeando –con la cultura rock como horizonte– una vertiginosa y productiva trayectoria en el periodismo musical.
- Para mí el frame que define mi generación es la crisis de 2001, la aparición de internet y la tragedia de Cromañón. Poco después el comienzo de la reconstrucción kirchnerista. Mientras que la generación siguiente estará delimitada por el trap, el freestyle, la popularización del porro, la venta de contenido erótico y las plataformas de citas. Es otro nivel de profundización de esa digitalización donde en mi generación era todavía como una pata más. Entro a la adultez con internet en casa, usando computadoras desde adolescente. En paralelo, en ese mundo hay un espacio que le reservo a los videojuegos como fuente de aprendizaje; es también el primer acercamiento muy fuerte que tiene mi generación con un producto cultural digital: una consola de videojuegos, la posibilidad de un mundo virtual, de interactuar con cosas hechas con computadoras y animación. Es fundamental esto porque no es solo una exposición a la cultura y al arte por intermedio del entretenimiento, sino también porque gran parte de mi generación aprendió a hablar y a leer en inglés gracias a los videojuegos. Es más, a varios artistas de grandes festivales como Lollapalooza, muchas personas los han conocido por ser la banda sonora de los videojuegos.
- ¿Qué es lo que te llevó a dedicarte al periodismo musical?
- No recuerdo haber hecho un esfuerzo sobrehumano para enterarme de que existía la música, de que era maravillosa, y de que entre todas las músicas, el rock era la que más capacidad de conmoverme tenía. La información ligada al rock era muy mainstream. Desde MTV a Rock and Pop. En la casa de mis tíos escuchaban Guns N’ Roses, el rock estaba en la casa de un amigo mayor o un compañero del colegio; hasta se encontraba en los propios videojuegos, tipo Arcade, en los que la música era súper heavy metal y ya te pasaban cosas con esa música. Era ver los afiches de ciertos recitales y preguntarte qué onda esas bandas. Pero lo que leía de periodismo musical no tuvo que ver con la intención de ser periodista.
- ¿Qué querías ser?
- Leía periodismo musical con la intención de ser músico y por lo tanto enterarme de qué hacían otros músicos, cómo se movían, en qué pensaban, descubrir sonidos. La investigación iba por la música y no por el periodismo. Estaba en el último año del secundario, yo tocaba la batería y con mis compañeros armamos una banda, con quienes habíamos estado metiéndonos cada vez más en el mundo de la música; un mundo recontra lisérgico en donde convivían por cuestiones contextuales desde Leo Mattioli hasta Fun People, con todo el nü metal (Korn, Limp Bizkit, Slipknot). Pero eso era parte de ser joven, no de un plan de vida ni nada por el estilo. De hecho, yo hice el secundario con orientación en economía y gestión. De chico tenía más seguridad para trabajar con números que con palabras: había pensado ser contador.
- Pero pasaron cosas…
- Mi hermana mayor había ido a la universidad de Lomas de Zamora. Era las más cercana a casa y como carrera me interesó Comunicación Social porque tenía bastante contenido de Historia, mucho de cultura, y a su vez yo coleccionaba algunas revistas. Pero jamás comencé a cursarla con la idea de trabajar de periodista. El quiebre de todo eso es el porro. Cuando empiezo a fumar marihuana regularmente, comienzo a discernir que eso iba a ser algo importante, que me iba a acompañar a lo largo de la vida; porque me era funcional para varias cosas, me era divertido y me ayudaba. Es más, el porro era terapéutico. Entonces surge la idea de: “Bueno, no sé si me cabe mucho tener los laburos caretas en que pensaba antes”. (Risas)
- La vida misma.
- En segundo año de la universidad hago un taller de escritura con un profesor que me cambia la cabeza y que hoy es el padrino de mi hija. Se llama Adrián Figueroa Díaz y es un tipo que fue mentor de toda mi camada de zona sur. Él es una persona clave en nuestro desarrollo. Después de la cursada me invita a ir a la AUNO, que es la agencia de noticias que tiene la facultad para empezar a escribir crónicas y cuestiones de cultura. Estuve un año haciendo la colimba del periodismo con él, con gente que eran editores de Página/12, de Noticias Argentinas; gente grosa. Todo muy formativo. Hasta que entro por una pasantía a la sección Sociedad de Página/12. Yo tenía veinte años. Mi look era estrafalario: era evidente que tenía ganas de participar de la cultura rock. Entonces se me empiezan a dar algunas charlas con Roque Casciero, con Martín Pérez, con Mariana Enríquez, pequeños intercambios siendo pasante. Ahí asocio sus nombres y empiezo a revisar revistas: ¡era la gente que había firmado todas las notas que yo había leído! Era el año 2007. Antes de ingresar a Espectáculos para cubrir shows, me sale hacer una nota a Banda de Turistas para el suplemento No. Un texto muy chiquito, veinte líneas. Con la banda nos conocíamos de las fiestas, de Fotolog. Pero fue una nota muy importante para mí, la primera en el No. Era febrero de 2008.
- En Espectáculo entrás para hacer crónicas de shows.
- Es una droga maravillosa todavía hoy ver una nota tuya publicada en un diario con tu nombre. A los veintiún años se ensambla todo y tengo resuelto el sentido de mi vida de una forma muy mágica y orgánica. Como dicen las bandas cuando las entrevistamos: “Se dio naturalmente”. Se ensamblaron los factores: fue un poco haber estado en esa universidad, haber respondido al llamado de ese profesor, haber tenido el interés previo y que se dieran los movimientos. De mi generación, hay un montón de gente extremadamente más talentosa que yo que no pudo seguir trabajando porque no tuvo la suerte de que se abriera un espacio en un medio; gente que terminó laburando en otras cosas, que abandonó el periodismo.
- En marzo de 2017, el suplemento No cumplió veinticinco años de vida y realizaron un número especial. ¿Qué te mostró ese relevamiento?
- Me acuerdo que el Mosca de 2 Minutos en su texto dice: “¿Y qué le pediría al No? Le pediría que le dejen de dar bola al trap y que vuelvan a hablar de punk rock”. (Risas) Eso me quedó grabado. Fue muy lindo haber estado como editor en ese momento. El suplemento a lo largo de su historia fue atravesando distintas batallas culturales hacia dentro del rock y del mismo rock con otras situaciones. Podemos hablar del rock y el menemismo durante los años 90. Podemos hablar del rock y las tendencias y el neopasotismo cultural de los 2000. Podemos hablar del rock resistiendo en los 2010, sobre todo hacia el final de la década. Y hasta la llegada de la pandemia –con ciertos inconvenientes de seguridad propia y de autoestima–, su relación con otros géneros musicales. El No acompañó estas batallas por decisión propia, tanto por darle bola al rock como por no darle bola a otras estupideces, y tratando de mantener la capacidad de discernir.
- ¿Qué recuerdo tenés del jueves 15 de marzo de 2018? Esa es la fecha del cierre del suplemento en formato físico.
- Con tapa de Bad Gyal por la nota que le hizo Yumber Vera Rojas. Como editor que era del No, nadie me dijo nada que se terminaba. Me acuerdo que me enteré por la plataforma Silencio, no por gente de Página/12. Fue muy desagradable enterarse así. Puertas adentro del diario nadie había hablado conmigo: ni de la dirección ni tampoco los editores de Espectáculos, de quien el No era una subsidiaria administrativa. El primer movimiento de la empresa fue cerrarlo, no pasarlo a digital; todo esto en un contexto en el que se dieron de baja otros suplementos en el diario, o en el cual otros perdieron muchas páginas. Pero la carta que yo me jugué fue: “Estratégicamente no les conviene cerrar el suplemento. El diario va a seguir envejeciendo y el No es una de las pocas bocas de acceso que tienen los jóvenes para saber de qué se trata Página/12”.
- Buena estrategia. ¿Cómo fue el arreglo para seguir en la web?
- En principio pasamos a digital con toda una promesa de presupuesto para hacer cosas audiovisuales y tener manejo de redes. Pero después con la misma guita que se hacían seis notas a la semana, había que hacer cosas todo el mes. Fueron unos años de encontrar la forma para poder hacer sustentable en todo sentido al No; económicamente para el diario, pero también para que siguiera siendo relevante periodísticamente y no desaparecer. Nos costó y nos cuesta un montón hacerlo. En paralelo surgieron medios nativos en redes, medios digitales, apareció el streaming y el periodismo escrito se volvió viejo; es más, la web de Página/12 quedó vieja y nosotros en el suple un poco también fuimos ganando años. Como empezamos de muy chicos, somos gente todavía en nuestros veinte largos; en mi caso, los treinta largos. Ahora la gente ve la entrevista a Neo Pistea en Caja Negra, pero no va a leer diez mil caracteres de un reportaje en el No. De la pandemia a hoy, el promedio de lecturas de una nota se ha reducido a un 10%.
- El viraje del suple hacia la cultura under es interesante. Más que nada en el hecho de prestarle atención a diversas tribus no solo rockeras. Pienso en toda la cultura animé y los videojuegos…
- Creo que es una marca de mi gestión al frente del No, haberle sacado esa exclusividad de ser un suplemento donde la cultura joven se reducía al rock y lo que pasaba alrededor de la órbita del rock, y haberlo repensado en una lógica de cultura joven, global y post internet. Una cultura joven donde entran cuestiones de videojuegos, de drogas, de entender lo que pasa a nivel internacional, de derechos, de educación, de autocultivo, de salud mental, de economía, del freestyle, del e-sport. Es decir, mi idea fue hacer un Página/12 para jóvenes. Eso fue algo que al principio nos costó porque era raro el cambio. Pero fue una construcción que hicimos hablando también con los agentes de prensa, con las productoras de distintos ámbitos. Obviamente que perdés cierto lugar de referencia en lo que tiene que ver con la música. Ahora bien, fueron decisiones editoriales y más allá de los números que han ido creciendo, a mí lo que me da tranquilidad y alegría es haber podido reconvertir al No en algo un poco más amplio que un oráculo de la cultura rock.
- ¿En qué notás los cambios que se han ido sucediendo en los modos de producción como de recepción?
- Una de las zonas donde más se notan los cambios es en los espacios de trabajo de esas industrias culturales. Uno de los más evidentes lo noté cuando iba a cubrir un festival y preguntaba: “Che, ¿qué pasa que todos estos pibes que antes venían a cubrir recitales no están viniendo o los veo menos?”. Y cuando los encontrás te dicen: “No, me bajaron colaboraciones de acá, me bajaron colaboraciones de allá”. “No, me fui.” “No, aquel medio cerró.” Ahí notabas el cambio de época, más ahí que en la gente. Aunque después ves también el impacto cultural: lo mal que se escribe, que se habla y que se piensa; digamos, la imposibilidad de articular frases, argumentos, pensamientos, reflexiones; de concatenar ideas, de comparar cosas, de poner en contexto. Todo esto tiene mucho que ver con que se lee menos, con que la incorporación de información es cada vez menos de forma leída. En tanto, el mundo cambió pero seguimos comunicándonos de la misma forma, reclamando atención de la misma manera. La commodity de la pandemia para acá es la atención. El problema es que no hay estrategia digital en muchos medios. Son cosas que no sé si es falta de pericia, desinterés o profunda ignorancia de cómo hacer que tu negocio funcione: o sea, tu negocio es la información y el delivery de información.
- ¿Cuáles son los significados que pueden sostener hoy a la cultura rock?
- Más allá de la fuerza y el vuelo de su música, la razón por lo cual muchos quedamos tan enamorados del rock fue por su comunidad. Después crecimos y nos enteramos que en nuestra comunidad varios eran unos “violines”, que algunos cagaban a sus amigos por guita. Pero cuando vos ibas a recitales, había una cosa de fraternidad, de hermandad, una cosa de libertad, una psicodelia aceptada, una voluntad por el mambo, por la celebración, por la energía: el rock era un espacio de catarsis. Toda esa fuerza multimodal que tiene el rock de dar soluciones a crisis y tapones emocionales. Creo que eso sigue estando y va a seguir estando. Lo encontrás en el under y también en los grandes festivales masivos. De pronto (Andrés) Calamaro o Babasónicos hacen cierta canción y todo el mundo la canta al filo de su voz. Ahora bien, lo que representa la cultura rock a nivel político es lo que está más en retirada. Esa capacidad del rock de ser un aglutinante de gente se encuentra en retirada.
- Entonces, ¿qué batalla cultural puede dar el rock hoy en día?
- En un contexto con la inteligencia artificial (IA) al frente, lo que tiene el rock como posibilidad es volver a establecerse como un índice de verdad de la producción musical a gran escala. En la cobertura del Quilmes 22 escribí que Conociendo Rusia era una banda creada por una inteligencia artificial a que la pusieron a escuchar rock argentino durante un año; un proyecto bastante genérico y que quizás ese sea su gran distintivo de personalidad. En la medida en que el rock tome la defensa de la música hecha por seres humanos –de sensibilidad humana y de creatividad humana–, surgirá tal vez un espacio de disputa de acá a los próximos años. En circunstancias como las que estamos atravesando, con mucho espacio de entretenimiento y poco de socialización, el rock mantiene su estatus de ser algo masivo; de manejar cierta parte de su sensualidad –me refiero a eso de ser llamativo para las masas, para los jóvenes– y eso hace que se enfrente a una gran oportunidad. En lo particular, el rock puede tener un gran desafío con toda la movida hardcore punk en ebullición, el nuevo rock psicodélico, la escena post punk. Son todas bandas que mientras pibes de su misma edad están a full investigando con la IA, haciendo sus fotos de “studio ghibli”, ellos están tratando de hacer una música humana. Entonces, ahí hay una esperanza para el rock.
Nuestra próxima invitada será Romina Zanellato.
Sobre este blog
Soy parte del mar implica un registro en primera persona de esas voces del periodismo del rock que estuvieron en el lugar indicado en el momento indicado. Charla relajada alrededor de las historias y las fantasías detrás de más de cinco décadas de discos y canciones, de shows y festivales, de vidas y milagros. Qué sea rock en clave periodística.
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