Un trabajo extraordinario: historias e ideas sobre maternidad y paternidad en Argentina es una exploración de lo que nos une y de lo que nos separa a los padres y madres que hoy, en un territorio tan vasto y desigual como el nuestro, contribuimos a la tarea titánica de criar a una persona. Un mapa de temas y problemas, un retrato de un estado de situación, un testimonio de las muchas formas en las que las personas atraviesan y se organizan para atender al desarrollo humano de los niños y las niñas.
Invitamos a los lectores y las lectoras a suscribirse a este newsletter y sumarse a esta exploración de los dilemas, las alegrías y las dificultades que convergen en el trabajo extraordinario que supone cuidar y criar hoy en Argentina.
Pareciera que las mujeres a cierta edad no pueden ser indiferentes a la maternidad y tienen que contestar la pregunta: “¿Vas a tener hijos o no?”. Pero frente al consignismo reinante, hay muchas que posan la duda y la pregunta, aunque sientan dentro suyo una presión por “decidirse”. De eso, y de los primeros meses la maternidad, trata el documental Años cortos, días eternos, de Silvina Estévez.
Esta es la quinta entrega del newsletter Un Trabajo Extraordinario, en el que Natalí Schejtman recorre historias, datos e ideas sobre maternidades y paternidades. Si querés que te llegue un envío cada quince días, suscribite acá.
Así en Instagram como en la vida: desde que soy madre, las redes quieren venderme ropita de emprendedores y muebles Montessori y todo el mundo me habla de cosas de maternidad. No hay que tener inteligencia artificial, con la natural alcanza: el tema está en una temporada alta. No solamente se editan continuamente novelas y ensayos de autoras jóvenes que lo encaran desde los costados más diversos sino que se reeditan libros y autoras que fueron incunables por décadas y generan ventas y conversación: Tillie Olsen, Jane Lazarre, Adrianne Rich y la lista sigue. Pero el tema está de moda en mi vida también. Y tampoco hace falta ser muy inteligente para proponer una hipótesis: este año cumplo 40 años y la aplastante mayoría de mujeres a mi alrededor están atravesando alguna situación en torno a la maternidad. O tienen hijos –en general chicos–, o están embarazadas, o le están poniendo el cuerpo y la mente a tratamientos de fertilidad o eligen no ser madres o están pensando qué hacer con eso.
La semana pasada vino una amiga a mi casa. Apoyadas contra la mesada de la cocina, mientras la reunión se desinflaba, me dijo que estaba pensando si quería ser madre. No tiene pareja, pasó los 40 hace unos años y se alegra genuinamente cuando alguna cuenta que espera su primer, segundo o incluso tercer hijo. Pero también siente que tiene que hacer algo al respecto. Decidir. Sabe que la maternidad biológica –esa que puede complicarse para las mujeres mientras pasan los años– es solo una opción entre otras. Que hay muy variadas formas de maternar. Pero aun así, hay algo de la edad que la está haciendo pensar el tema en su conjunto.
Agradezco no haber tenido que pensar en esos términos. No anhelaba imperiosamente ser madre, tampoco pensaba en no serlo; mi maternidad estuvo motivada por unas ganas tímidas que todavía hoy me cuesta poner en palabras. Y no lo pensé demasiado, para qué mentir.
Pero no hay maternidad sin ambivalencia. Y mi amiga cree que tiene que decidir por sí o por no en algo que, más allá de los hashtags –incluyendo el más reciente de “madres arrepentidas”–, es bastante un enigma, un desafío, una pregunta abierta con la que una convive. Está un poco amargada, un poco desconcertada: es como si tuviera que dar –y darse– una respuesta: “¿Vas a tener hijos?”, les preguntan a las mujeres, y se pregunta a sí misma, como si fuera un paso frente al que nos es imposible ser indiferente.
Mientras escribía esto leí la última columna de Alexandra Kohan sobre la asertividad y el supuesto saber que circula por las redes sociales respecto de temas sobre los que difícilmente haya una expertise, como la crianza, el amor o la maternidad. Cito a Alexandra:
“Jacques Derrida dice: ‘Si sé lo que hay que decidir, no decido. Entre el saber y la decisión se requiere un salto, aunque sea necesario saber lo más y lo mejor posible antes de decidir’. Ese salto, ese pequeño riesgo, es el que se intenta evitar constantemente”.
Ese tirapostismo también se filtra en las mujeres que se sienten amenazadas por ese “reloj biológico” y un gigantesco “no sé”, tan fuera de época, que se les empieza a tornar inadmisible.
En eso estaba cuando me crucé con el documental Años cortos, días eternos, que se estrenó a mitad de julio en el Centro Cultural San Martín y que, debido al éxito de espectadoras (arriesgo que son casi siempre mujeres), agregó funciones para el sábado 6 y el sábado 13 de agosto a las 21.
Entiendo perfectamente el por qué del furor. Se para en ese momento llamado puerperio que es como el vacío legal de la maternidad: ya no se ocupa de vos el obstetra que siguió tu embarazo ni el pediatra que mira a tu bebé; la demanda física es posiblemente inédita en tu vida si es tu primer hijo, entre los dolores del parto, los entuertos del útero o los puntos de la cesárea, la difícil prendida del bebé a la teta que irrita en todos los sentidos posibles y ocupa prácticamente todas las horas del día y de la noche, y la falta de sueño. El primer puerperio es, en palabras de Daniel Stern, el nacimiento de una madre: un tembladeral físico y mental, un reseteo del sistema operativo.
Pero a la vez, es algo bastante habitual: el 70% de las mujeres argentinas mayores de 14 años es madre. La maternidad es todo lo contrario a algo excepcional a nivel colectivo y es completamente excepcional a nivel individual. El puerperio también. Y Años cortos, días eternos empieza en ese lugar reconocible para toda madre: los primeros meses de Brenda y su hija Lila. Retrata el cansancio, la soledad –incluso habiendo un padre presente– y la sensación de que esta nueva vida, aunque la haya decidido, es un bajón.
Pero su directora, productora y co-guionista, Silvina Estévez, no es mamá y no sabe si quiere serlo. Y ese es, también, el tema de la película y uno de sus aspectos más interesantes.
Silvina estudió sociología y cine y cuando no llegaba a los 30, en 2016, quiso hacer esta película. Se apasionó por los puerperios ajenos cuando vio que su amiga Brenda había tenido una hija y estaba muy sola: a dos días de la cesárea su pareja había vuelto a trabajar 8 horas por día y Brenda pasaba el día entre las curaciones de los puntos, la teta a demanda, el tender de ropa, el llanto de la beba, la coreo de la esterilización de las mamaderas, el sueño interrumpido y otros agotadores etcéteras.
“Nadie le había contado cómo era”, me dice Silvina, que empezó a ir a su casa para ayudarla en lo básico, como agarrarle a la beba para que se pudiera bañar. Ninguna de las dos sabía lo que significaba la palabra puerperio. “Descubrimos la palabra puerperio y empezamos a investigar, tiramos de un pequeño hilo y se manifestó frente a nosotras un conflicto muy fuerte”. Brenda (Howlin) se convirtió en co-guionista de un proyecto que duró seis años, de los cuales cuatro fueron de rodaje. En el medio, además, hicieron juntas una ficción sobre maternidad y puerperio que se llama No sé cómo volver que potenció la indagación en el tema.
–¡Pero filmás los peores momentos! Todo bien con que vengas a mi casa, eso no me molesta. Pero siempre me agarrás en momentos que no están buenos– le dice Brenda a Silvina, que está detrás de cámara, en Años cortos, días eternos.
La película empieza con intenciones manifiestas de retratar el puerperio casi a un nivel sociológico; posa la cámara, además de en la vida doméstica de Brenda, en un grupo de crianza –o “tribu”– y capta una miríada de llantos femeninos: culpa, cansancio, emoción, abrumación. Pero avanzado el documental hay un giro en la directora:
–¿Por qué querés hacer un documental sobre maternidad si vos no sos mamá?– le pregunta Brenda, fastidiosa, mientras lidia con su hija en brazos que ya tiene más de un año.
A partir de ahí, la película se convierte en una exploración personal de la directora acerca de su familia y sus propias dudas sobre si quiere o no esta vida para ella:
–Al principio, cuando me preguntaban por qué hacía esto sin ser madre, me enojaba. Me parecía un sesgo de género: a un chabón no le preguntás por qué hacés una película de guerra si no fuiste a la guerra. Pero después me la empecé a hacer de verdad.
Hacerse esa pregunta implicó entrevistar a su mamá, a sus abuelas y a sus hermanas, pero también a la familia de su novio de ese momento, un relato coral femenino que es un contrapunto generacional gracioso y muy filoso en donde danzan los mandatos –de antes y de ahora–, los deseos, la importancia de la disciplina, los logros individuales y las preguntas incómodas. Todo eso mientras pasa el tiempo, como en una película de Linklater, y los personajes crecen.
–En el momento padecí un montón haber hecho una película que me llevara tanto tiempo, pero después me di cuenta de que todo ese tiempo fue necesario, las capas del discurso fueron necesarias, los procesos creativos cuando son profundos logran su cometido que fue transformarme a mí.
Silvina habla con su mamá, que tuvo cuatro hijos y siempre se ocupó de la casa y trabajó a full. Habla con la mamá de su mamá, que señala que su hija decidió vivir lejos de la familia, que podría haberla ayudado más, pero ella se aisló.
Esa abuela despliega unas frases muy punzantes –especialmente pintorescas también gracias a su acento italiano– a lo largo del documental:
–Y... las mujeres que no tienen hijos, por ahí están tranquilas ahora, pero llega un tiempo en el que necesitan un familiar más íntimo – le dice, por ejemplo, cuando quiere defender solapadamente y sin demasiada pasión la idea de tener un bisnieto.
Silvina se da cuenta de que su interés por la maternidad puede tener algún antecedente. Cuando nació su hermana, me cuenta, ella tenía 9 años. Su papá la llevó a la clínica a conocerla y a visitar a su mamá y se fue a trabajar en ese mismo momento. Silvina se quedó con su mamá en la habitación, le fue a comprar toallitas a la farmacia para atajar el sangrado post parto y agarró a su hermana recién nacida para que su mamá se bañara. Cuando nació la hermana menor, ya tenía 13. La mamá salía a trabajar y ella se quedaba al cuidado de sus hermanas y de su hermano, que con solo dos años menos que ella no recibía ese tipo de responsabilidades.
Le cuenta esto a la mamá en la película mientras le muestra una foto de ella de nena medio tristona con su hermana bebé a upa. La mamá se sorprende y lagrimea: nunca había pensado hasta qué punto su hija mayor la acompañó en la tarea de maternar.
–Creo que mi mamá la tuvo muy difícil. Yo empaticé mucho con ella en el documental. Tenía el mandato de ser buena madre, cumplir con las exigencias estéticas, las tareas de cuidado, de trabajo. Creo que no la pasó bien. Parecía una mina empoderada por salir a laburar con cuatro hijos, pero yo creo hubiera querido tener más tiempo en su casa y no estar tanto bajo el imperativo de rendir.
Hacia el final de la película, Lila ya es una nenita divertidísima y Brenda es otra. El torbellino en un momento pasa, se vuelve a dormir de corrido, a trabajar, a vestirse sin miedo a ponerse una remera que tenga vómito en el hombro, aunque el fondito de cansancio quede ahí para siempre.
Y en 2022, Silvina tiene 35 años. Pasaron seis años desde que empezó a filmar la película y tres desde que la terminó. Entre ese momento y ahora, se separó dos veces –la película retrató a la familia de su novio de entonces y las ganas que tenían de que ellos tuvieran un bebé–. Está soltera y no es madre, pero todas las preguntas que se hizo con la película siguen flotando en su cabeza, ahora con otra ansiedad.
–Tengo como muy analizado todo esto, me hice muchísimas preguntas. Sé que tiene un costo elegir ser madre y tiene un costo elegir no serlo. Yo veo que tengo ciertas libertades que mis amigas madres no tienen. Accedemos a determinados laburos, o de pronto me compré un auto, mis amigas madres están más atadas. Pero a medida que pasa el tiempo me empieza a pesar. Y si bien lo tengo re analizado, me pesa, así que me entrego un poco al destino. No es que porque me hice un par de preguntas estoy exenta del mandato. Ahora no estoy en pareja. No estoy segura de que no quiero ser madre. También creo que se puede ejercer la maternidad de otras maneras: yo materno proyectos, amigas, pero no dejo de preguntarme estas cosas.
Hablamos de mandatos combinados y contrapuestos. Por ejemplo, la maternidad y el éxito profesional. Silvina me dice que a nuestra generación también le pesa mucho la idea de postergarse en función de un otro (“estamos muy acostumbradas a ponernos en primer plano”) y que visto así la maternidad puede sacarte de “la alienación del yo”.
A mí me gusta la idea del paso del tiempo que también es protagonista de la película, la herencia entre las generaciones de mujeres de algunas ideas que van mutando. Esa conversación eterna de y sobre madres e hijas, improductiva, sobre el futuro, sobre el pasado. Lejos de cualquier reloj.
Años cortos, días eternos tiene dos nuevas funciones en el Centro Cultural San Martín (Paraná y Sarmiento) los sábados 6 y 13 de agosto, a las 21.
NS
Esta es la quinta entrega del newsletter Un Trabajo Extraordinario, en el que Natalí Schejtman recorre historias, datos e ideas sobre maternidades y paternidades. Si querés que te llegue un envío cada quince días, suscribite acá.
Así en Instagram como en la vida: desde que soy madre, las redes quieren venderme ropita de emprendedores y muebles Montessori y todo el mundo me habla de cosas de maternidad. No hay que tener inteligencia artificial, con la natural alcanza: el tema está en una temporada alta. No solamente se editan continuamente novelas y ensayos de autoras jóvenes que lo encaran desde los costados más diversos sino que se reeditan libros y autoras que fueron incunables por décadas y generan ventas y conversación: Tillie Olsen, Jane Lazarre, Adrianne Rich y la lista sigue. Pero el tema está de moda en mi vida también. Y tampoco hace falta ser muy inteligente para proponer una hipótesis: este año cumplo 40 años y la aplastante mayoría de mujeres a mi alrededor están atravesando alguna situación en torno a la maternidad. O tienen hijos –en general chicos–, o están embarazadas, o le están poniendo el cuerpo y la mente a tratamientos de fertilidad o eligen no ser madres o están pensando qué hacer con eso.