Una madre salta al vacío desde la habitación de un hotel céntrico de Buenos Aires y lo que viene después es el desconcierto más absoluto: nadie pudo ver las señales de que iba a terminar con su vida. En Efectos personales (Emecé), Marina Mariasch explora el suicidio de su madre y se evita la pregunta más obvia, la del porqué. Con una escritura punzante, la autora rodea el hecho desde todos los ángulos: los recuerdos propios y los ajenos, las diferentes versiones, las cartas que dejó como única explicación, las voces de otros escritores que teorizaron al respecto, los lugares comunes y los todavía no descubiertos, en un intento conmovedor por desentrañar el enigma de una muerte a destiempo y cerrar la tumba materna con un duelo imposible.
-¿Cómo surgió en vos la necesidad de escribir este libro?
-No sé si Efectos personales surge de una necesidad. Más bien, desde que ocurrió el hecho maldito, me planteé el desafío de escribirlo, de llevarlo a palabras. En estado de trauma no se puede contar nada. El desafío era poder contarlo. Por supuesto, ni bien ocurre, una se arma una especie de relato para poder contener semejante experiencia, pero eso no es necesariamente un hecho literario, un texto.
-¿Sentiste que tenías que tener esa distancia para poder escribir literatura?
-Sí, necesité más distancia para poder transformarlo en literatura, para poder manipularlo con las palabras, para poder hacer de este relato un hecho estético.
-¿Cómo trabajaste la voz? Porque en estos libros que relatan hechos muy traumáticos, la relación entre la narradora y lo narrado siempre está tensionada. Son libros difíciles de escribir y de pensar. Los capítulos breves de Efectos personales te dejan sin respiro.
-Yo creo que cuando uno escribe no piensa tanto. No creo tanto en intelectualizar la escritura. Me parece que cuando una está escribiendo, lo hace de manera más intuitiva, impulsiva o compulsiva, y después viene el trabajo. Mientras escribía, traté de ser aséptica, de ser limpia. Traté de no ser del todo autoindulgente ni autocompasiva. Por supuesto, no lo logré, y eso se trasluce. Pero creo que hay un buen equilibrio, porque tampoco sería verdadera una voz que no sintiera nada, que fuera muy fría en un momento de terror.
-Por momentos, parece como si la narradora no tuviera mucha piedad con lo que está narrando. Esa distancia está muy bien puesta y supongo que también es necesaria para poder narrar un hecho así.
-Sí. La narradora de ese texto (que no voy a decir que no soy yo ni voy a decir que soy yo, pero la verdad es que no soy yo ahora, en este momento) tiene mucho enojo. El suicidio causa mucho enojo, produce muchas emociones, entre ellas la bronca. Entonces ese enojo te permite también ser impiadosa, o te obliga a ser impiadosa. -
-El suicidio de una persona querida también debe abrir una suerte de misterio, una pregunta por el porqué, que no sé si se puede contestar.
-Desde el principio traté de no pensar en el porqué, porque sabía que esa pregunta me iba a conducir a la locura. No había respuesta para la pregunta acerca del porqué. Y por eso traté de no formulármela. El porqué también puede tener que ver con responsables o responsabilidades, y tampoco me interesaba ir por ese camino. Traté de no transitar ese camino, y de hecho no lo transito, ni en la literatura ni en la vida. Podría decir que se mató por amor. Es una razón muy amplia, y eso también me daba muchísima bronca porque me parecía una contraenseñanza, algo que iba en contra de lo que yo había aprendido: que uno podía matarse por razones políticas, para no cantar los nombres de los compañeros, algo así. Pero matarse cuando tenés todos los recursos a mano, todos los materiales simbólicos, matarse por amor me daba una bronca tremenda. Me parecía superfluo, banal, así que no quise preguntarme por qué lo hizo.
-Después se empiezan a traslucir algunas historias personales de la narradora y también algunas reflexiones sobre la maternidad, los abortos, la filiación. ¿Te movió algo por ahí la escritura de este libro?
Sí, seguramente. Pero lo vivo de una manera un poco disociada. Quizás sea un problema, pero vivo de una manera muy distinta. Tengo muy claro que no es mi historia. Es parte de mi historia, pero la del suicidio no es mi historia. No me parece que sean cuestiones hereditarias o contagiosas. En ese sentido, vivo la maternidad de otra manera y la vida de otra manera. En un momento del libro estoy en una conferencia con mi tía, en la que una psicoanalista se pregunta en voz alta, refiriéndose a una poeta, creo que a Sylvia Plath, cómo alguien puede hacerle eso a los hijos. Bueno, sí puede: hay un impulso irrefrenable, porque hay un pasaje al acto.
-En cierto sentido, Efectos personales se podría inscribir en el género narrativo de la muerte de los padres. ¿Tuviste en mente algún algún libro de este tipo?
-No, para nada. No pensé en esa saga porque siento que el suicidio es una forma completamente distinta de la muerte. Por supuesto ninguna muerte es agradable, ni bien recibida. Y desde ya que en el orden natural, es lógico que mueran primero los padres. Pero el suicidio es una interrupción distinta. Por eso me interesa la figura de la tumba mal cerrada, como si hubiera cosas que quedan sin resolver. Probablemente en otro tipo de muertes también haya cosas sin resolver, como en el caso de los desaparecidos. Hay algo de las etapas del duelo tradicional que aquí no se cumplen, que no se pueden llevar a cabo. En relación a un suicidio, todo es mucho más enmarañado, inconcluso, y que se confunde con la bronca contra el ser querido, con el enojo o con las preguntas, con mucha culpa, y obviamente, con tristeza y dolor. No es un duelo común. En cambio, sí leí muchos libros sobre el suicidio.
-¿Cómo fuiste armando esa serie teórica en tu cabeza?
-En general, cuando estoy escribiendo sobre un tema, leo e investigo bastante. Me parece que no hay nada peor que creer que uno inventó la pólvora. En este caso, por supuesto, leí desde clásicos como El suiicidio de Durkheim, que ya había leído cuando era joven, hasta este libro no tan conocido de Marx, Acerca del suicidio. También El Dios Salvaje de Al Álvarez, que es buenísimo, y La operación Masotta de Carlos Correas.
El año pasado tu hermana Paula también publicó un libro (Negro casi azul, Vinilo), y si bien no trata exactamente sobre muerte de su madre, sí toca el tema de manera tangencial. ¿Te resultó difícil eso?
-Yo venía trabajando este libro desde antes, y cuando Paula publicó Negro casi azul entendí que nadie es dueño de las historias. El libro está buenísimo, pero está pensado alrededor de otro tema. La mía es una versión, y esto también lo trabajo en el libro: se trata de versiones, de relatos. Nadie puede contar del mismo modo un mismo hecho. Y efectivamente traté de incluir otras versiones.
-Hiciste una suerte de trabajo de investigación intrafamiliar y dentro del círculo de afectos. ¿Por qué tomaste la decisión de que aparecieran otras voces?
-Fue algo que surgió después, hacia el final de la escritura del libro. Yo realmente tenía ganas de que mi voz no fuera la única. La muerte de mi madre es algo que no solamente me pasó a mí. Por supuesto que es mi relato, pero a la vez quería darles espacio a estas otras personas muy cercanas, muy queridas; darles la posibilidad de decir cómo fue para ellas. Por ejemplo, mi hermana tiene la certeza de que el teléfono sonó en su casa. Y yo me acuerdo perfecto de cómo sonó en mi casa. Estoy segura de que ninguna de las dos está mintiendo. No tiene ninguna importancia.
-Cada uno narra su propia historia.
-Sí, eso es muy lindo. Por ejemplo, mi papá tiene el relato de que mi mamá eligió el día de su cumpleaños para matarse es porque quería prever que estuviéramos las dos con él al momento de enterarnos. No por una vendetta ni un regalo maléfico, sino para que estuviéramos cubiertas y acompañadas. A mí me parece muy tierno que se haya construido este relato.
-En un texto que escribiste para Infobae, decís: “No creo en la literatura del yo ni en los debates en torno a ella. No creo que exista ni que no exista”. A veces parecería que los relatos que no son del todo ficcionales tuvieran una categoría diferente para algunos lectores, ¿no?
-El libro está publicado como ficción contemporánea, así que yo no me hago cargo de nada. Sí estuve pensando en por qué la literatura del yo —aunque ya dije que no creo en esa clasificación— causa en algunas personas tanto resquemor. Me parece fútil esa discusión. No me interesa ese debate. Tengo problemas con las clasificaciones genéricas, creo que tienen más que ver con una cuestión de mercado editorial, pero no con la literatura en sí. Pero pensaba, ¿por qué a la gente le joderá tanto la literatura del yo? ¿Qué les molestará? Quizá tiene que ver con el narcisismo, ¿no? En el sentido de escribir sobre tus “dramitas personales”. Pero ¿por qué no? En todo caso, es igual de narcisista construir un mundo, inventarse un marciano o un planeta o lo que sea, una sociedad, un personaje que se llame Juan Carlos, y pretender que los lectores crean en eso. Me parece igual de vanidoso. Y en ese sentido, también pensaba en la lectura que hace Florencia Abadi sobre el mito de Narciso. Ella escinde la idea del narcisismo y del egoísmo. Porque Narciso, al fin y al cabo, crea una imagen de sí mismo para que los demás lo quieran. Entonces, no es que está preservándose para sí, sino que se da a los demás, para que lo quieran.
-Tenés una obra poética súper importante y eso también entra en el libro.
-Me gusta escribir entre géneros. Este libro tiene mucha poesía, tiene mucho de ensayo. Me interesa el lenguaje de la poesía, porque hace posible la experimentación. Está menos codificado que la narrativa, y me gusta tender hacia eso. Creo que todavía la prosa tiene ciertas prerrogativas, obliga a ciertas formas. No se puede armar una oración de cualquier manera. En cambio, en la poesía sí se permiten las agramaticalidades, las elipsis.
Hoy en día los libros más interesantes están saliendo de este cruce genérico, porque la novela clásica, aunque siga circulando, ya no existe más como forma novedosa.
-Sí. Sobre todo porque cuando llegás a cierta edad, te das cuenta de que no vas a poder leer todos los libros del mundo. Entonces empezás a descartar.
-Estos detractores de la literatura del yo no encuentran ningún problema con la poesía, que es el género del yo por excelencia, nadie lo impugna. El tema es con la prosa, ¿no?
-La verdad que no tenía esa sutileza realizada. No, por ahí ni la leen. Están los que te dicen “Yo no leo poesía”. A mí me pasa al revés. No quiero leer nunca más una novela que diga “Se levantó, caminó hacia la puerta, tomó el picaporte, lo abrió, salió a la calle”. No quiero leer esa frase nunca más en mi vida.
DG