Suele decirse que “el cuerpo no miente” porque, a diferencia de las palabras, que podemos elegir cuidadosamente para comunicar lo que queremos sin ni siquiera verbalizarlo, controlar lo que expresa nuestro cuerpo ya es otra cosa. El cuerpo suele ser más honesto que nuestro discurso y su forma de comunicarse, la comunicación no verbal, juega un papel fundamental en nuestro día a día, definiendo cómo nos relacionamos con los demás y cómo estos nos perciben.
Imaginemos, por ejemplo, cuando estamos hablando con un amigo. La inclinación del cuerpo hacia él suele ser un síntoma de interés y cercanía, mientras que darle la espalda o mirarle de reojo sugiere desinterés o incomodidad. Sonrisas, asentimientos o movimientos de las cejas durante una conversación, suelen ayudar a comentar lo que la otra persona nos está contando sin ni siquiera abrir la boca. Podríamos poner muchos ejemplos más, pero estos ya dejan claro que el lenguaje corporal es una herramienta poderosa en la comunicación y que afecta a todas las áreas de nuestra vida.
En los últimos años, sin embargo, este lenguaje corporal se ha visto obligado a transformarse debido a un hecho innegable: una buena parte de nuestras comunicaciones son ahora virtuales y, además, escritas. No tenemos delante a la otra persona, sino que esta solamente nos está leyendo a través de una pantalla. Eso no quiere decir que los correos o los mensajes que nos intercambiamos, la literalidad de lo escrito, sea lo único que podemos comunicar a través de esos nuevos medios.
Ahí es donde entra lo que se ha bautizado como “lenguaje corporal digital”, un concepto amplio y complejo pero que todos practicamos cada día. La velocidad a la que contestamos a un mensaje, el tono que utilizamos, los signos de puntuación, la calidad de nuestra ortografía y, por supuesto, los emoticones con los que acompañamos nuestras palabras, son diferentes formas en las que se manifiesta este tipo de comunicación. Enviamos multitud de señales a través de esos canales que, de alguna forma, llegan a nuestro interlocutor aunque, en ocasiones, sea de forma incorrecta.
En los últimos años, el lenguaje corporal se ha visto obligado a transformarse debido a un hecho innegable: una buena parte de nuestras comunicaciones son ahora virtuales y, además, escritas
El significado de un pulgar hacia arriba
Si uno se entretiene buscando en Google “malentendido emoticon” pronto llegará a multitud de usuarios que en foros o redes sociales expresan sus dudas sobre lo que significan algunos emojis concretos. Porque nos puede parece que está muy claro lo que significa la carita sonriente o la mano haciendo el gesto mundialmente interpretado como “OK”, pero rápidamente la cosa se puede complicar.
Ese mismo “OK” puede adquirir un tono sarcástico si se envía como respuesta a una conversación en la que se ha manifestado algún tipo de discrepancia. Además hay otros emoticones que directamente nadie tiene muy claro qué significan, como ð , ð , ð° o ð§¿, o que quizá tienen un significado para un determinado grupo de la población y no para otro. O que incluso van variando a lo largo del tiempo.
En realidad, según declaró el profesor de epistemología social de la Universidad de Warwick, Steve Fuller, en un artículo sobre el tema para la revista Dazed, por muy nuevo que nos pueda parecer, este tipo de lenguaje corporal “escrito” ha existido desde que existen las comunicaciones a través de este medio. El profesor pone como ejemplo las cartas de amor, en las que una letra apresurada, un papel perfumado o una dramática lágrima corriendo la tinta, constituían mensajes que trascendían a las palabras del propio texto.
Según el profesor, el origen de esta nueva moda de lenguaje corporal digital estaría en el célebre botón del pulgar hacia arriba para indicar “me gusta” de Facebook. “Este sencillo símbolo, entendido universalmente como seña de aprobación, inauguró una era en la que expresamos nuestros sentimientos hacia un contenido, una persona o una situación, a través de un único emoji”, afirmó el autor.
La plataformización de la vida cotidiana
“Para comenzar a hablar sobre lenguaje corporal digital hay que tomar en cuenta la ecología comunicativa digital actual”, explica Marta Rizo, profesora investigadora en la Academia de Comunicación y Cultura de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, cuyo trabajo se ha centrado en la comunicación interpersonal a través de Internet. “Estamos en un momento en el que priorizamos la inmediatez, la rapidez en la emisión y recepción de mensajes, la participación simultánea como emisores y receptores (sobre todo en las redes sociodigitales). Estamos cada vez más habituados a consumir mensajes breves, cada vez más. Sobre todo, las nuevas generaciones no parecen muy acostumbradas a la lectura pausada de textos extensos, y menos a través de los medios digitales. La cultura visual es anterior a la actual plataformización de la vida cotidiana. Cada vez se nos hace más fácil decodificar imágenes, y no nos incomodan los mensajes icónicos que con una o dos imágenes en miniatura nos pretenden hacer llegar una idea, un sentimiento, una información, una orden, una duda”, dice.
Pero, ¿realmente comprendemos siempre lo que el emisor del mensaje nos quiso decir?, plantea Rizo. “Hay códigos visuales más comunes y fácilmente decodificables en el marco de una comunidad de vida compartida, pero hay otros que pueden fácilmente llevarnos a equívocos, a interpretaciones erróneas e, incluso, opuestas a la intencionalidad de quien emitió el mensaje”.
Hay códigos visuales más comunes y fácilmente decodificables, pero hay otros que pueden fácilmente llevarnos a equívocos, a interpretaciones erróneas e, incluso, opuestas a la intencionalidad de quien emitió el mensaje
¿Qué pasa si la persona que te gusta evita enviarte un corazón rojo y el que envía es blanco, anaranjado o incluso negro? ¿Hemos de entender su nivel de amor en función de, por ejemplo, la calidez del color del corazón? ¿O del número de corazones? ¿O de la variedad de tipos de corazones? Algunas personas se decantarán por uno de estos códigos, otras no.
Por todo esto, quizá no vamos muy desencaminados si nos preguntamos si este tipo de comunicación mejora o empeora la comprensión entre nosotros. “Me parece muy simple pensar si este tipo de comunicación solo mejora o solo empeora”, opina la investigadora. “En algunos casos, es cierto que la comunicación digital no logra condensar de forma óptima lo que queremos expresar, en términos, sobre todo, de sentimientos y emociones profundas. Los emoticones o emojis se han instalado con fuerza en las formas actuales de comunicación digital. Interactuamos cada vez más con un número mayor de imágenes y con menos texto. Y cuando existe texto, este es breve”.
La profesora refiere cómo en su experiencia docente aún envía correos electrónicos relativamente formales, con un saludo inicial, una despedida, respetando la ortografía y la redacción, etc. Y en la mayoría de los casos, sus estudiantes (jóvenes de alrededor de 20 años) responden con un simple “OK” o con un emoji para informarle de que recibieron el mensaje y que se dan por enterados. “En una situación de comunicación como la que estoy describiendo, está claro que yo como receptora de las respuestas de mis estudiantes tengo al alcance información de que ellos recibieron el mensaje y que les llegó la información que yo quise transmitirles. Otra cosa es si comprendieron o no las indicaciones específicas. Eso no lo puedo saber. Por tanto, podría decir que la comunicación es parcial”.
Pero según la profesora, la rapidez y economía que prima ahora en nuestras comunicaciones hace que no nos paremos a pensar si realmente quien recibe nuestro mensaje icónico está comprendiendo lo que le queremos transmitir. Un hecho que fue favorecido por la pandemia de Covid-19. “La pandemia nos confinó y, con ello, nos hizo aún más hábiles (por necesidad, por obligación) en el uso y manejo de los medios digitales”, sostiene Rizo. “A falta de comunicación interpersonal cara a cara, nos acostumbramos a una interacción a distancia. Muchas de las horas del día las pasamos, durante la pandemia, conectados con otras y otros con quienes en esos momentos no podíamos tener interacción directa. Tuvimos necesidad de vínculo, de contacto, de sabernos acompañados. Y eso en muchas ocasiones lo logramos, entonces y aún ahora, con el uso prolongado y casi permanente de medios de mensajería instantánea y de redes sociodigitales que nos permiten saber de otros y que permiten que otros sepan de nosotros”.
Usar las herramientas de comunicación de forma reflexiva
Aunque todavía resulta algo risible, no resulta del todo descabellado pensar que en el futuro este tipo de comunicación no verbal se traslade a ámbitos más formales. Pero cuesta creer que, en el futuro, la denegación de una ayuda pública, por ejemplo, comunicada por nuestro gestor, pueda llegar acompañada de un meme o una carita triste (si nuestra relación con el gestor es puramente profesional).
Ocurra esto o no, la profesora Rizo apuesta por imitar en el lenguaje corporal digital, el comportamiento que tenemos en el lenguaje verbal y adaptar nuestro comportamiento comunicativo a cada situación. “Deberíamos percibir cómo es el interactuante para poder llegar de forma más clara a él o a ella. Usar el lenguaje de modo más formal o informal en función de la situación comunicativa en la que estemos. Esto se ha hecho siempre en la comunicación cara a cara y hay que seguir fomentando un uso reflexivo de todas las herramientas de comunicación (digitales y analógicas) que tenemos a nuestro alcance”, explica. Quizá lo único que necesitamos es tiempo para aprender a utilizarlas mejor.