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Sobre este blog

Soy parte del mar implica un registro en primera persona de esas voces del periodismo del rock que estuvieron en el lugar indicado en el momento indicado. Charla relajada alrededor de las historias y las fantasías detrás de más de cinco décadas de discos y canciones, de shows y festivales, de vidas y milagros. Qué sea rock en clave periodística.

Patricia Pietrafesa, el fanzine punk al poder

"Gracias a conocer el punk, pude detectar que coincidía con las cosas que me daban pánico de la sociedad", dice Patricia Pietrafesa.

Gustavo Álvarez Núñez

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En diciembre de 1984 veía la luz el primer número de Resistencia, el fanzine que Patricia Pietrafesa (Buenos Aires, 1963) llevó a cabo hasta 2001. Un total de doce números que capturaron el espíritu del punk en las calles porteñas, y que fue parte de un continente que en esos años 80 cobijó a más de cien fanzines, desde el iniciático Vaselina –con los futuros Violadores Sergio Gramática y Hari B como instigadores– a La Furia y Juventud Perdida, entre otros. 

A partir de leer Resistencia, “mi cabeza se reseteó”, escribe la guitarrista y cantante Pilar Arrese (She Devils, Kumbia Queers) en una de las introducciones de Resistencia – Registro impreso de la cultura punk rock (Alcohol y Fotocopias, 2013), el libro que compiló la existencia de este artefacto artesanal, donde circulaba información imposible de hallar en la prensa gráfica. El cantante Marcelo Pocavida (el alias de Marcelo Oscar Araneo), otro pionero como Pietrafesa del punk criollo, asegura en esas páginas que Resistencia fue “una suerte de guía y compendio de gran influencia para el nacimiento de una nueva generación de prensa underground”.

Instalada con su pareja hace un tiempo en Córdoba –más precisamente en un poblado de Traslasierra–, los días de la también bajista Pietrafesa –en su historial de música le debemos grupos como Sentimiento Incontrolable, Cadáveres de Niños y She Devils no son nada sosegados. Su agenda laboral implica la editorial Alcohol y Fotocopias –se viene el libro sobre el fanzine Vaselina–, traducciones varias que comparte en sus redes, preservación y catalogación de archivos y la organización de ferias del libro punk por todo el país. Sumado esto al trabajo de comunicación, shows y giras con Kumbia Queers, la banda de cumbia punk que comparte con otras descastadas como ella, Juana Chang, Pilar Arrese, Inés Laurencena y Flor Linyera.

–Este diciembre último se cumplieron cuarenta años de la aparición del fanzine Resistencia. ¿Qué recuerdos te trae el número redondo? ¿Pensabas en que llegarías hasta acá y con un montón de logros sobre la espalda?

–La verdad es que no me lo hubiera imaginado. Es un abismo la diferencia que hay. Yo era una persona muy para adentro, muy escéptica, muy existencialista, muy depresiva, muy triste, muy real. Veía el mundo y me daba pánico. A la vez me costaba ver qué era lo que sentía. Pero gracias a conocer el punk, pude detectar que coincidía con las cosas que me daban pánico de la sociedad. Más que nada crecer. Me daba pánico meterme en ese engranaje. No iba a poder casarme. No iba a poder tener hijos. 

¿Por qué veías todo tan negro?

–Es que tuve una educación en una familia muy pobre. Mi madre y mi abuela me preparaban para que pudiera hacer lo mismo que ellas y a mí eso me daba una tristeza absoluta. Cuando leí el libro Punk - la muerte joven de Juan Carlos Kreimer, ahí entendí todo lo que me molestaba. Yo tenía 18 años y sentí que tenía cabida en ese grupo de gente. No eran ni lindos ni copados, eran todos malos, furiosos; gente de todos los formatos, el descarte de la sociedad. Yo veía que detrás de lo poco que conocía del punk prevalecía una cosa: el hacer, sin importar los permisos ni las obligaciones sociales –que para mí en ese momento eran muchos y a los que les tenía terror–. En mi entorno familiar, esto era imposible.

El punk, entonces, se convierte en un salvoconducto.

–Cuando el punk llegó a Latinoamérica –en la dictadura y luego con la post dictadura–, contaba con unos principios que a personas tan frágiles y de entornos tan rústicos como el mío nos proveía de una habilitación. Te daban un empuje súper importante. Yo me aferré a ese empuje.

¿Cuál fue el puente a elaborar un fanzine como Resistencia?

–Siempre me interesó escribir y leer. Puedo citar párrafos del libro de Juan (Carlos Kreimer) donde describe lo que es un fanzine. La magia de decir: “Bueno, tengo algo que decir y lo voy a hacer; no importa si no sé cómo, la cuestión es hacer”. La primera vez que escribí algo y lo fotocopié, me parecía… No sé si alguna vez pude llegar a volver a eso. Me pareció como una libertad increíble y nunca más pude dejar de hacerlo. Veníamos de la dictadura, de un montón de cosas que estaban prohibidas. En medio de un contexto familiar muy restringido, con mucho temor además por el asesinato en la dictadura de uno de mis tíos. No podías hablar. No podías decir ni escribir lo que pensabas. Y de pronto encontrás un espacio en el que en una página podías escribir la angustia que te provocaba el mundo, fotocopiarlo y repartirlo luego.

“Así como podías tocar música sin ser músico, podías difundir lo que tenías”, dijiste alguna vez. ¿Cuál era el papel en esos años de los fanzines?

–Todos los punkis de acá de esa época –de Marcelo Pocavida y Javier a Virginia y Mónica– mantenían contacto con personas de afuera de la Argentina: eso era lo más moderno que podíamos hacer. Era fundamental compartir la data. Creo que la diferencia con muchas de esas personas es que yo fui constante, continué en el tiempo. Varios integrantes de Los Violadores hacían el fanzine Vaselina con otras personas. Lo empezó en 1980 Sergio Gramática y lo continuó Hari B. Lo bueno es saber qué es lo que los motivó. Porque ellos ya tenían la banda, su actitud, su vestimenta y su sentir punk, pero sabían que para que fuera punk hacía falta un fanzine; era algo que vino junto con el movimiento porque es el soporte por donde se transmite el mensaje y con el que se fortalecía esa escena. Pero después lo dejaron de hacer. Todo el mundo iba dejando de hacer cosas, en cambio yo seguí profundizando.

Hari B –uno de los fundadores de Los Violadores– dijo que “conocer el punk fue como venir por un túnel y de repente abrir una puerta y que haya un campo gigante de amplitud de expresión total”. En tu caso, ¿qué representó conocer el punk?

–El movimiento punk tenía unos principios ideológicos muy importantes que podían ser explorados de una manera muy activa. Y yo veía los resultados de las cosas que pasaban en Europa, el movimiento Okupa, y flasheaba para que todo eso sucediera acá. Pensá que en Argentina ni existía ni se usaba la palabra “autogestión”. Yo veía todo eso que pasaba en otros lados y quería replicarlo acá. Gracias a Ruth Mary Kelly –quien me ofreció algunos espacios– puede empezar a juntar mensual o trimestralmente a gente punk, personas rebeldes, para pensar cosas. Fue entre 1984 y 1986.

¿En cuánto te enriqueció haber conocido a una trabajadora sexual como Ruth Mary Kelly? Ella te proveyó de mucha información sobre contravenciones y edictos policiales que te dieron pie a armar decenas de flyers; un modo de hacer periodismo por otros medios, ¿no?

–Cuando la conocí a Ruth (Mary Kelly), todes estábamos muy atravesados por la cuestión policial. Ella, la gente de (la revista) Cerdos y Peces, gente de derechos humanos y de la CHA (La Comunidad Homosexual Argentina), empezamos a decir que había que hacer algo. Así comenzaron las primeras manifestaciones por la derogación de los edictos policiales. Ella fue la primera trabajadora sexual argentina en ir a los diarios, a pedir que le hagan notas porque tenía cosas para decir. Y así como le iba bien, asimismo le hacían denuncias, la encerraron en el Moyano. En fin, su vida tenía sus contras. Pero Ruth (Mary Kelly) fue clave para mí y fue fundamental haber compartido el tiempo que compartimos.

La vida de Resistencia transcurrió entre 1984 y 2001, ¿en qué fuiste cambiando y en qué no hubo modo de cambiar?

–El fanzine empezó siendo algo que trataba sobre la escena punk de los años 80 en la que me movía, pero después fue cambiando como también lo iba haciendo yo. En el camino, Resistencia va tomando otros perfiles: cine, música de otros estilos, muchas columnas. A través del tiempo el fanzine va juntando otro tipo de intereses. En el medio, hice un fanzine con Fidel Nadal, con la participación de Gamexane (Horacio Villafañe) y otros punkis de zona norte. Pero para mí el punk muere a fines de los 80, por lo menos con las posibilidades que yo le veía. 

¿Por qué te desilusionaste del punk?

–A finales de los años 80 va cambiando toda la historia. Suceden un montón de cosas en el contexto económico y social. En el punk, surgen bandas que se popularizan, aunque caen las prácticas que a mí me habían interesado y con las cuales me había compenetrado a mil por ciento. Además de musical y artística, yo pensaba que el punk era una herramienta política y social muy grande, muy útil. Pero muchas experiencias que terminaron mal me hicieron desilusionar y tomé otros rumbos, pero rumbos underground. Siempre el underground es el lugar que más me interesa. Con los desilusionados del punk –con (Marcelo) Pocavida, con el Gitano, con Lula (Lucio Adamo)– nos fuimos a un género como el protopunk y a emborracharnos, drogarnos, autodestruirnos, divertirnos y provocar; es que musicalmente hablando buscábamos un tipo de provocación. En ese mismo tiempo intentamos llevar al fanzine estas músicas de las cuales tampoco se sabía tanto en Argentina: el garage, grupos de Australia y todas las bandas de los 70 como los (Iggy Pop & The) Stooges. Resistencia se fue haciendo cada vez más gordito, con mucha data de cosas que consumíamos en ese momento: todo el genial cine de terror de los 80; todas las películas que no habíamos podido ver de los 70; estaba Mondo Macabro en Buenos Aires. Vivíamos muy metidos adentro de esa contracultura.

El punk cargó con un estigma en esos años 80: arruinaba la música. ¿Pero qué era la música?

–Eso fue cuando Los Violadores empezaron a tocar. No sé, quienes se oponían eran personas que estaban aferradas a otros estilos musicales. Pero a mí me sigue fascinando la irrupción del movimiento punk que no inventó nada, que es todo una acumulación de movimientos artísticos, críticos e ideológicos de todo el siglo XX y tal vez de antes también. Si sabías un poco, podías hilar de dónde provenía –tanto estéticamente como sus principios–, aunque detonó en algo increíble en Inglaterra –más allá de que haya surgido en Estados Unidos– y creo que fue una irrupción muy fuerte. No, fue una disrupción muy fuerte. Igual, el punk estaba hecho para eso, no para que te digan: “¡Qué lindo!”; sino que estaba hecho para decir; “¡Esto es una bosta! ¡Es lo peor!”. Mil años después me pasó algo similar con las Kumbia Queers.

Las vueltas de la vida.

–Cuando empezamos a tocar con las Kumbia Queers, mucha gente del rock, del under o mismo amigos míos, me dejaron de saludar. Me decían cosas como: “No podemos creer que estés tocando… Es un horror. No quiero ni decir la palabra cumbia porque se me revuelve el estómago”. (Risas) ¿Cómo hubiera imaginado que a los cuarenta y cinco años iba a producir tanto rechazo? Eso es buenísimo. Es un buen indicador de que estaba haciendo algo bueno; al menos del tipo artístico o contracultural. Si algo así le cae bien a todo el mundo… No sé, es medio raro. (Risas)

¿Qué importancia tuvo en tu vida una revista como Maximum Rockandroll, en esto de ser parte de una comunidad subterránea internacional?

–Durante 15 años recibí todos los meses la Maximum Rockandroll, con cuatrocientas páginas y que tenía de todo. Lo mismo Flipside y las otras revistas y fanzines con quienes me carteaba. Un fanzine como Resistencia tenía que ver con mis ganas o mi rol de comunicadora underground. Siempre hice circular todo lo que me llegaba. Si veía cosas que me encantaban, las traducía y las publicaba, o se las daba a otras personas para que las publicasen. Ese era un poco mi papel. Pero yo no daba abasto con traducir y hacer circular ese material. Por eso hubo un momento que en el puesto de Rebelión Rock de (Luis) Alacrán en Parque Centenario –un punto de encuentro muy importante en los años 90–, yo empecé a dejar un cartel con los nombres de las notas que tenía traducidas y las cambiaba por botellas de alcohol. whisky, ginebra, vodka, etc (risas). Eran tiempos muy duros de dinero. Pero así lo conocí a Carlitos (Rodríguez), Nekro o Boom Boom Kid

Le escuché a Nekro decir: “Resistencia fue mi escuela secundaria”. En retrospectiva, ¿pudiste dimensionar el rol que cumplió el fanzine y tu activismo punk?

–Ahora, sí. Justamente fue Carlitos (Rodríguez) la persona que me convenció de sacar unos años atrás Resistencia en formato libro. De hecho, él lo gestionó. Y me dijo algo maravilloso: “Vos me empujaste a hacer cosas con lo que yo leía en el fanzine y ahora te quiero empujar a vos para que tengas tu editorial”. Pero también puedo dimensionar la importancia del fanzine porque cuando salió el libro en 2013, fue increíble la cantidad de gente que me convocó, que me mandó preguntas. Gente que hizo tesis o estudios en torno al punk, no solo de Argentina sino de otras partes del mundo. Incluso podés seguir encontrando notas que te asombran y te hacen preguntarte: “¿De dónde sacaron esto?” En Resistencia publicamos bocha de cosas que mucha gente no tenía ni idea. Además, el fanzine traía muchos contactos. En ese aspecto, cumplió un rol bastante activo.

¿De dónde viene tu obsesión por el registro impreso? Fuiste muy fervorosa al respecto.

–No lo sé bien. Nunca llevé conscientemente un diario, pero siempre escribí íntimamente cosas que me pasaban. Como también escribía en cuadernos los nombres de las películas y las canciones que me gustaban. Uno de mis libros favoritos es Drácula, la novela de Bram Stoker que está construida en base a formatos de crónica. En ese punto, lo único que escribo o escribí alguna vez son crónicas: crónicas de lugares en donde estuve, de pequeños hechos que me llamaron la atención. Mi escritura es una mezcla de crónica y diario. Es lo que más me gusta.

Aquí y ahora, ¿en qué estás trabajando? Anunciaste el lanzamiento del libro que recoge la vida del fanzine Vaselina, el primero del género en nuestro país. 

–Estoy trabajando fuertemente en el compilado de todos los números de Vaselina, que son siete. Yo tenía los últimos cuatro que salieron entre 1982 y 1984; y participé en el último. Ahora tengo los originales verdaderos, el papel donde se hizo. Hari B me envió los tres primeros números que yo nunca había visto y que salieron entre 1980 y 1982. Él tampoco los tenía, se los mandó un amigo que había sido punk en Argentina y que ahora vive en España. Su amigo le sacó fotos a unas fotocopias muy malas y con ese material estoy trabajando. Los originales con los que trabajamos en el mundo de la archivística punk son copias de copias, fotocopias con poco toner, elementos dañados por el paso de tiempo, manchas de todo tipo. Lo que encuentro muy fascinante de Vaselina es el vocabulario. El fanzine siempre tiene un espacio que a mí me interesa muchísimo que son las crónicas de los recitales. Las de Vaselina son increíbles: las personas que escriben lo hacen con muy poco cuidado y con un vocabulario muy informal. Es anecdótico: el último número de Vaselina sale a finales de 1984 y el primer número de Resistencia sale justamente en diciembre de ese año.

En el rescate que llevás a cabo de la historia subterránea, ¿cuáles son las resonancias con este presente tan aciago?

–En diciembre murió un amigo, colega, un punk de aquellos años, y él me dejó a resguardo su fanzinoteca. Además, varias personas me han dado sus originales porque sabían que yo voy a hacer lo posible por guardarlos y preservarlos. Si bien para alguna gente todo eso puede ser, no sé, papeles amarillos, para nosotros son el rescate de nuestra memoria. Es la historia más fiel que podemos tener a mano. Y precisamente en un momento como el actual, donde se quieren exterminar las memorias porque se sabe de su potencia, de lo súper importante que es saber que hubo otras antes y que siempre las habrá. Yo estudié archivística en la Untref. Hace varios años que con otros colegas de diversos ámbitos contraculturales, activistas interesados en la preservación de los documentos de nuestra historia –tipo flyers, cassettes, posters, fanzines, parches, pins, publicaciones–, vamos armando como podemos archivos. Cuando se puede, se digitaliza todo. Yo confío en que en algún momento lograremos organizar un archivo colectivo de la contraculturas de Argentina y de Latinoamérica, ya que hay muchos archivos.

¿Cuál es la actualidad del fanzine?

–El fanzine sigue muy vigente. Hace unos años que está en un auge increíble. Lo usan desde diseños rezarpados de galerías de arte hasta una persona que en un pueblo quiere difundir los beneficios de las plantas, los yuyos. Son cosas para lo que siempre han servido los fanzines. Además, generan encuentros. Es muy hermoso cómo se ha difundido la producción de ferias en todas partes, me encanta que se hayan popularizado tanto. Desde 2012, con varias personas me dedico a la organización de los puestos y los contenidos de la Feria del Libro Punk y derivados. Año a año ha ido creciendo, hemos traído gente de todo el país durante dos días a mostrar no solamente libros, sino también fanzines como a dar charlas, hacer presentaciones, generar discusiones, debates y conversatorios, etcétera. Ese pequeño objeto ha ido desarrollando un mundo muy activo a su alrededor. (Risas)

Ante el tecnofeudalismo imperante, ¿por dónde pasa hoy la resistencia?

–Creo que pasa por la propia existencia, en la insistencia también. (Risas) Es increíble ver cómo todas las luchas que se han dado y todo los derechos que se han conquistado, están en peligro. Es muy tremendo. Encima este sistema que explotó a todas las personas, los animales, la naturaleza, está colapsando. Nuestra tarea está en dar respuesta a todas las luchas que se pueda y también en la preservación de nuestros propios espacios donde poder practicar un poco de las cosas que sabemos y que hemos conquistado; desde seguir tocando a las ferias de libros y fanzines. Esa práctica hace que existan en realidad esos espacios que tanto anhelamos.

Nuestro próximo invitado será Oscar Jalil.

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Soy parte del mar implica un registro en primera persona de esas voces del periodismo del rock que estuvieron en el lugar indicado en el momento indicado. Charla relajada alrededor de las historias y las fantasías detrás de más de cinco décadas de discos y canciones, de shows y festivales, de vidas y milagros. Qué sea rock en clave periodística.

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