Análisis Premio Nobel de Literatura 2022

Ernaux, o el Nobel a la autoficción militante

6 de octubre de 2022 15:16 h

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Antes de Annie Ernaux, sólo dieciséis veces desde 1901 votó la Academia Sueca a favor de una candidata mujer. A las 18 butacas de esta institución de la Monarquía escogió Alfred Nobel como jurado del Premio de Literatura. La fortuna del magnate danés de la dinamita determina cuánto dinero se paga cada año a quien gana. El materialismo del cálculo de inversiones redituables de la fortuna póstuma del armamentista dispuesto a ser recordado como benefactor de la Humanidad aseguró que los Nobel sean los premios mejor dotados. A los números del monto, más que a la ciencia, probidad o erudición escandinava aplicada a la selección anual deben su brillo con pocos eclipses. Este año el cheque (escasamente más espiritual que el efectivo) será para Annie Ernaux, una escritora de izquierda que ha hecho del materialismo antinovelesco, documental y utilitario la regla mayor para orientarse en el arte sobrio de su prosa literaria y en la militancia ética y política de su escritura feminista.

Nacida en 1940 cuando el Tercer Reich alemán invadía y ocupaba Francia, pero en la costa nordatlántica donde los Aliados desembarcarían en 1944 para derrotar a las tropas nazis, Annie Ernaux publicó su primer libro, la novela autobiográfica Los armarios vacíos, en 1974. Una estudiante de Letras en una Universidad de provincia recuerda el pasado obrero de su familia ascendida a almacenera. El acontecimiento que en esta iniciática narrativa de autoficción gatilla las memorias de la infancia indigente y la evocación de su familia, reconfigurada por una valorización actual empeñada en cancelarle toda aura a la lejanía, es su aborto. Un aborto clandestino en tiempos de la ilegalidad, que debe buscarse sola la protagonista y alter ego de la novelista.

Abandonada la ficción y ya sustiuida para siempre por la “autobiografía objetiva”, el examen del mismo aborto de 1963, cuatro años antes de la legalización en Francia de las pastillas anticonceptivas, catorce antes de la despenalización, será tema, problema, materia y sustancia del libro más difundido de Ernaux, El acontecimiento (2001). Con un lenguaje crudo y violento, Ernaux concluye su exploración, cuyo buen éxito, del que parece difícil dudar honestamente a lo largo de la lectura de las ajustadas 130 páginas del texto, buscó y cifró en una pareja resistencia eficaz “al lirismo y a la cólera”.

Aunque publicada desde su primer libro por la elitista casa editorial parisina Gallimard, la octogenaria Annie Ernaux es una escritora e intelectual de izquierda de un antielitismo más único que raro en el medio cultural, literario y editorial francés.

A partir de su cuarto libro, El lugar (1983), que recompone la salida del proletariado de su padre, sólo escribirá no ficción, dirigida a cumplir el cometido de lograr, según sus medios y medidas, el más extremo de los realismos posibles que le sean posibles. La etiqueta que acompañará a Ernaux a partir de ahora en los medios será 'transclase': la familia trabajadora manual, la hija trabajadora intelectual. France Culture la llamará “la madre de la autoficción sociológica contemporánea”. Salvo que escribe una obstinada no-ficción que se rehúsa licencia y fantasía, Ernaux no descalificó ni ese encomio ni esa caracterización de radio pública francesa.

Al final agónico de la existencia de su madre, que acompañó el ascenso social que colocó a su familia del otro lado del mostrador (de un café, de un almacén de barrio), Ernaux dedicará Una mujer (1987). En el testimonio de la decadencia física y mental de esa mujer abatida por un Alzheimer sin piedad ni estrépito consiste el relato de No he salido de mi noche (1997). Gran admiradora del sociólogo Pierre Bourdieu, en especial de su manual La distinción (1974), sobre el buen gusto como codificación no escrita pero eficazmente punitiva de mutilantes prejuicios clasistas discriminatorios.

Un desgarramiento constante es punto de partida o de fuga de cada página de Ernaux. El de una conciencia tironeada entre la vergüenza (inconfesable) por la inferioridad de sus orígenes sociales y el desprecio contenido ante el aburguesamiento de la estudiantina de la Facultad de Humanidades que es también el de la nueva vida de la autora.

Nacida Annie Duchesne, casada, con dos hijos, 17 años de convivencia conyugal, la escritora oirá el sonido del silencio de la disolución de su matrimonio cuando en 1980 su marido Philippe Ernaux le anuncie que él se va. La mujer helada (1981), tercer libro y última narrativa ficcional de Ernaux, hace el balance de su matrimonio en términos que aspiran a presentarlo como un hecho banal y gris de la vida cotidiana, pero nítido y significactivo como ejemplo sociológico. La novela levanta el inventario de los efectos no deseados que derivaban del contrato expreso (y del pacto tácito) que regía la convivencia entre mujeres y varones con 25 años cumplidos en una década de 1960 desprovista de Beatles, nostalgia y psicodelia.

Ernaux admira al sociólogo Pierre Bourdieu, y muy en especial su manual La distinción (1974), sobre el buen gusto como codificación punitiva no escrita pero eficaz de mutilantes prejuicios clasistas discriminatorios. El de 2022 es un Nobel para Bourdieu.

Aunque publicada desde su primer libro por la elitista casa editorial Gallimard, Annie Ernaux es una figura de un antielitismo más único que raro en el medio literario y editorial francés. No es parisina, pero tampoco es del glorioso interior de la Francia profunda. Militante en contra de Emmanuel Macron, a favor de los chalecos amarillos, y activa en las dos últimas campañas presidenciales de Jean-Luc Mélenchon, candidato de la izquierda, desde mediados de la década de 1970 Ernaux vive en Cergy-Pontoise. Es decir, una 'ciudad nueva', según el plan del gaullismo de crear centros urbanos hacia donde drenar la explosión demográfica que podía afear los enclaves turísticos. La ciudad de Ernaux fue fundada en 1969, cuando una serie de monoblocks que miraban a una misma plaza empezaron a ser habitados: “Esta urbe sin pasado era el único lugar donde me sentía bien -se explica la autora de Pura Pasión (1993)- Las ciudades históricas me recuerdan a una larga tradición de exclusión social”. 

Se ha dicho que Ernaux transformó en literatura la escritura del propio cuerpo, un elogio merecido, que funciona hasta el punto en que la literatura sea lo que ahí se dice, la transformación de otra cosa que no es literatura, o un valor agregado. En El uso de la foto (2005), Ernaux escribirá sobre la detección y el tratamiento de su cáncer de mama; en La otra hija (2011), sobre una hermana mayor, que no conoció, muerta antes de que ella naciera. Con un vocabulario y una gramática simples pero no ascéticos, directos y punzantes a fuer de populares o coloquiales antes por que sabiamente escogidos o minimalistas, fríos por lúcidos o transparentes antes que por reposadamente desapasionados, hasta El hombre joven (2022) cada nueva no ficción de Ernaux es reveladora radiografía de zonas antes apenas si entrevistas en la intimidad de una mujer. Sin embargo, al acercar a los ojos esas placas radiantes leeremos en ellas un documento público antes que un instrumento privado: signo y clave de evoluciones e involuciones, regresos, progresos y egresos de la sociedad francesa desde la posguerra.

Los tabúes sexuales, el matrimonio fallido, la muerte del padre y después de la madre (una y otra vez relata cómo se enamoró de ellos ya adolescente, por la sentida evocación de uno y otra en el procedimiento médico de su aborto ilegal), los tótems y tabúes del sexo modelo 68 y 69, la culpabilidad de quien traiciona a su clase social para incorporarse en la dominante. En Los años (2008), la autora describe fotografías tomadas entre 1941 y 2006 donde se puede reconocer. O donde puede reconocer a Annie, de quien escribe, informa, conjetura, calla, en tercera persona. Cada imagen de sí (de ella, de la otra, que no es la misma) fue elegida entre las disponibles para cada corte según el grado asignado de máxima representatividad sociológica. “Si el yo está compuesto por sus imágenes, los signos de época, en cambio, pertenecen a todo el mundo”, escribirá en El atelier negro (2011). Los años, más extensa que las obras anteriores, aunque frene su envión, sin perderlo nunca. a las 256 páginas, ha ganado a Ernaux premios y simpatías que antes le fueran rutinariamente retaceadas. Agradó incluso por primera vez a Le Figaro, que es muy convencional, pero no agrio, en sus predilecciones literarias. El diario de la derecha chic calificó “libro más hemoso de Ernaux” a esta historia simultáneamente personal, impersonal y colectiva, galería y salón de vivisecciones, antología razonada de 65 años de cambios, estacionales, pero irremediables.

(En los tempranos años 1990, el autor de esta columna reseñó Pura pasión. que había salido muy bien editado y traducido al castellano por Tusquets. Al suplemento bibliográfico dominical de un diario porteño que todavía no era cotidiano porque descansaba los lunes, las reseñas se llevaban pasadas a máquina. Este reseñista había leído el libro dos veces de corrido. Evidentemente, le parecía muy bueno, porque tecleó El que apueste en contra, pierde: Ernaux va a ganar el Nobel. Atinado, Tomás Eloy Martínez me observó que mi reseña no era el lugar para mis apuestas. Tenía razón).

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