“En mi visión, un informante es un hombre que reside en un inframundo ambiguo, donde un orgullo perverso sobre su pasado antiético coexiste con el deseo de exponer un sistema corrupto que lo nutrió exitosamente durante un buen tiempo. Lo que sigue no es un intento por excusarme sobre mis acciones ni por justificarlas. Se trata de un esfuerzo por sobre todas las cosas: la honestidad”.
Con esas palabras Grigory Mijailovich Rodchenkov, promotor de algunos de los mayores fraudes de la historia del deporte y los Juegos Olímpicos, comienza su libro de memorias. De inmediato, cita un fragmento de 1984, de George Orwell, su novela de cabecera, a la que volverá una y otra vez tanto en ese texto como en Ícaro, el documental en el que también cuenta parte de su vida.
De hecho al comienzo del largometraje se lee una frase remanida de la célebre distopía de Orwell: “En tiempos de engaño universal decir la verdad se convierte en un acto revolucionario”.
Rodchenkov, experto en química y atleta en su juventud, estudió en la Universidad Estatal de Moscú, donde obtuvo su diploma y los conocimientos que, en 2005, lo llevaron a dirigir el entonces prestigioso Centro Antidopaje de su país, que dependía de la Agencia Mundial Antidopaje. Un laboratorio de primera línea al que llegaban las famosas muestras antidoping que se le toman a los deportistas de alto rendimiento en las competencias internacionales, especialmente las de los Juegos Olímpicos.
Premiado por las autoridades rusas –llegó a recibir la Orden de la Amistad de manos del propio Vladimir Putin por su trabajo destacado– y reconocido por sus pares de todo el mundo, Rodchenkov se movía con su carisma en un ámbito en el que se sentía más que cómodo.
Hasta que esa estabilidad se vio en tensión. Ocurrió a partir de una serie de investigaciones periodísticas, que pusieron al deporte ruso, hasta entonces siempre destacado en todo tipo de torneos mundiales, en la mira.
El más contundente fue un documental alemán de diciembre de 2014, con un título impactante: El secreto del dopaje: cómo Rusia crea sus campeones. Producido por el investigador Hajo Seppelt, que tiempo antes había denunciado casos de doping en deportistas de la Alemania Oriental y de otros países, daba cuenta de un supuesto sistema ruso promovido por el propio estado. Entre otras cosas, se habla allí del diseño de un cóctel de sustancias prohibidas para mejorar el rendimiento de los atletas, además de distintos tipos de falsificaciones a la hora de los controles antidoping. Un armado sofisticado y secreto que, según el documental, ya había estado avalado por las autoridades soviéticas desde los años ‘80.
Estas imágenes llegaron meses después de que el mundo quedara hipnotizado por la participación de atletas en los juegos olímpicos de invierno de Sochi 2014, que tuvieron lugar justamente en la Federación Rusa. El impacto sobre el desempeño de los deportistas del país organizador no fue menor: lideraron el ránking con 31 medallas, 11 de ellas doradas.
REVELACIÓN Y CONFESIÓN
Mientras las revelaciones del investigador alemán empezaron a llamar la atención de otros medios alrededor del mundo, Rodchenkov continuaba al frente del laboratorio ruso y, por su enorme experiencia, seguía siendo fuente de consulta sobre cuestiones vinculadas al rendimiento deportivo y los sistemas antidopaje.
De hecho, fue a mediados de 2014 cuando el cineasta y ciclista amateur estadounidense Bryan Fogel empezó a buscar expertos que lo ayudaran a probar una sospecha que tenía: que los sistemas de control de posible consumo de sustancias en deportistas de alto rendimiento eran fácilmente violables.
Fogel, que practicaba ciclismo como una especie de hobbie, había visto, como millones de estadounidenses y de interesados en el deporte alrededor del planeta, la confesión del exitoso ciclista de su país Lance Armstrong, quien luego de años de investigaciones y sospechas en su contra, admitió en 2013 ante la conductora Oprah Winfrey que había usado sustancias prohibidas en numerosas competencias internacionales, incluídos los Juegos Olímpicos de Sidney.
Tras consultar con expertos en su país, Fogel llegó hasta Rodchenkov, con quien de inmediato trabó un vínculo cercano. Con el científico ruso conectado desde Moscú a través de Skype, Fogel empezó a indagar en el mundo de los tests antidoping, y se propuso él mismo consumir una serie de sustancias prohibidas para competir en una carrera de ciclismo de Europa y poner a prueba el sistema antidopaje.
“Necesitás un consejero experimentado porque hay muchas trampas”, le dijo entre risas Rodchenkov en una de sus primeras comunicaciones. “Mandame todo: nombres, dosis y por cuánto tiempo”, siguió.
Así, el documentalista comenzó a ingerir un cóctel avalado por el ruso, que incluía inyecciones y píldoras. “Estamos imitando, estamos reproduciendo el esquema de Lance Armstrong”, señaló el científico, que todavía monitoreaba a Fogel por videollamada. El cineasta, en tanto, debía ir guardando muestras de su orina, que el ruso prometió analizar en el laboratorio de Moscú.
En medio de este experimento, el nombre de Rodchenkov empezó a aparecer en los medios de varios países como consecuencia de las denuncias del documental alemán. El presunto sistema ruso de trampas estuvo en boca de todos: si se confirmaba esa investigación el mundo podía estar frente a uno de los mayores fraudes de la historia del deporte.
Rodchenkov viajó a los Estados Unidos a encontrarse con el cineasta Fogel, se llevó sus muestras de orina, y volvió a Moscú. En paralelo, las sospechas sobre los controles rusos antidoping se incrementaban. Tanto, que las autoridades de la Agencia Mundial Antidopaje decidieron lanzar una investigación y le encargaron la misión a un comité especial de expertos de varios países, mientras se evaluaba la prohibición de la participación de atletas rusos en distintas competencias.
Fogel y Rodchenkov seguían en contacto, tal como se puede ver en el documental Ícaro, hasta que el ruso estalló. En una de sus comunicaciones en noviembre de 2015 le dijo que su vida corría peligro y que debía escapar de su país. Fogel entonces le compró un ticket aéreo a los Estados Unidos y el químico logró viajar.
El escándalo, mientras tanto, seguía en aumento: el propio Vladimir Putin y el entonces ministro de Deportes de Rusia prometían investigar “hasta las últimas consecuencias” si el laboratorio estatal que hasta entonces había dirigido Rodchenkov había cometido algún tipo de ilícito.
Instalado en los Estados Unidos desde 2016, el científico decidió que era hora de hablar, de contar lo que en realidad él había visto y promovido desde su rol como mayor autoridad de los sistemas antidoping en su país. Lo hizo ante las cámaras de Fogel.
“¿Rusia tiene un sistema para hacer trampa en los Juegos Olímpicos”, le preguntó el documentalista. El ruso respondió con contundencia: “Sí”.
Las preguntas siguen. “¿Eras el cerebro del sistema nacional que hizo trampa en distintas olimpíadas?”. “Claro que sí”.
Entre otras confesiones, Rodchenkov admitió que el fraude ruso que él mismo ayudó a desarrollar tuvo lugar en distintas competencias internacionales: Pekín 2008, Londres 2012 y, por supuesto, Sochi 2014. Allí, según el químico, las autoridades encabezadas por Putin organizaron un sofisticado sistema para cambiar las muestras de los deportistas rusos que habían ingerido sustancias para potenciar su desempeño. De acuerdo a su relato, estaban involucrados en el procedimiento agentes de los servicios secretos rusos quienes, de noche y mientras los observadores internacionales no lo notaban, cambiaban los frascos de orina por material limpio de sustancias prohibidas.
Para entonces Rodchenkov era uno de los hombres más buscados de su país. Su familia, que permanece en Rusia hasta la actualidad, quedó bajo control de las autoridades locales y sus movimientos fueron seguidos por la policía.
En los Estados Unidos, Rodchenkov siguió hablando. Contó, entre otras cosas, sobre un famoso cóctel de tres drogas llamado Duquesa suministrado a los atletas rusos, se acercó hasta al New York Times para dar su versión, se empezó a mover con custodios hasta que fue convocado a declarar por el Departamento de Justicia norteamericano.
Entonces ingresó en el sistema de testigos protegidos por ese país y su paradero es un misterio.
Por las sospechas y las denuncias en curso, en 2016 la participación de numerosos atletas rusos quedó prohibida para los Juegos Olímpicos de Río 2016, lo que provocó la furia de varios deportistas de élite y del propio Vladimir Putin.
A finales de 2016 la comisión dedicada a investigar el escándalo, encabezada por el catedrático canadiense Richard McLaren confirmó algunas de las denuncias de Rodchenkov. Los frascos de orina recolectada durante los juego de Sochi, y luego conservadas en el laboratorio ruso, por ejemplo, tenían rasguños y parecían haber sido manipuladas sin autorización. A la vez, los expertos señalaron que los casos de fraude o falsificaciones podrían haber sido cientos, por lo que se hizo imposible un recuento exacto.
En agosto de 2017 llegó a las pantallas a través de la plataforma de Netflix Ícaro, el documental de Fogel, que volvió a poner a Rodchenkov en primer plano. La película ganó en la categoría “mejor documental” en la entrega de los premios Oscar de 2018.
El año pasado, cuando las restricciones por la pandemia se multiplicaron en varias partes del mundo, Rodchenkov decidió publicar sus memorias en un libro llamado El caso Rodchenkov, cómo derribé el imperio secreto de dopaje de Rusia. Pero allí, además de contar sus andanzas y los mecanismos de trampa avalados de manera oficial, también revela que muchas veces esos trucos sirvieron para ayudar a atletas de otros países en numerosas competencias.
Para difundir su libro, el químico apareció con la cabeza tapada por un pasamontañas y de anteojos negros en una entrevista que le brindó a la agencia Associated Press.
Son mis medidas de seguridad porque enfrento amenazas físicas para ser asesinado“, dijo. ”Y quiero vivir“.
Sobre sus motivaciones para convertirse en un informante, en ese “que reside en un inframundo ambiguo”, tal como él describió, aseguró que se trató del deseo de mostrar un sistema extendido que debía terminar de una buena vez.
“Para mí, era el fin del control antidopaje tal como lo conocíamos”, afirmó el químico escondido en algún lugar remoto de los Estados Unidos y concluyó: “Si nosotros pudimos hacerlo, ¿por qué otros no?”.
AL